A pesar de la existencia de un Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas (SNBP) que abarca el 96% del territorio nacional, las bibliotecas populares se levantan como una forma de resistencia ante el olvido de un sistema en ciertos territorios. Estos espacios alejados de los lineamientos del Estado van más allá de meras bibliotecas y se convierten en centros culturales para las comunidades.


Era marzo de 1995 cuando la Bibliolancha Itinerante zarpó por primera vez al abrupto mar del archipiélago de Chiloé. Teolinda Higueras, una mujer chilota que en aquel entonces desempeñaba el rol de directora de la Biblioteca Pública de Quemchi, emprendió el viaje en una lancha municipal a las remotas localidades de la isla grande con el propósito de llevar la lectura a aquellos parajes de la provincia.

Este proyecto único en el país ha sido gestionado por Teolinda y su familia por casi 30 años desde su creación. Hoy funciona bajo el alero de la Agrupación cultural y social Artesana Otilia Yáñez. Fue en 1998 que se materializó el sueño de tener su lancha propia, una embarcación con una capacidad para 32 personas que ha recorrido las islas de Tac, Metahua, San José, Añihue, Mechuque, Voigue, Cheniao, Chauques y Butachauques, y que ha abierto las puertas de un mundo cultural en localidades aisladas.

Los primeros años, al terminar los constantes recorridos en los territorios insulares, Teolinda comenta que tomó consciencia de la realidad de las personas en territorios tan alejados, donde vivían en la soledad de la lejanía, sin acceso a instancias culturales como en el resto del país. Con el pasar de los años ha llevado en su lancha los libros, el teatro, cine y cuentacuentos a las personas. “Donde no llega el Estado, llegamos nosotros”, afirma la gestora

Estos proyectos denominados bibliotecas comunitarias o populares, son organizaciones ideadas, creadas y mantenidas por iniciativa de los vecinos de una comunidad, donde el desarrollo cultural institucional no llega al 100%. Es por esto que su fin responde a una necesidad específica, la búsqueda de un espacio para acercar la lectura y distintas expresiones culturales. Es así como muchas veces se transforma en el espacio donde la gente puede congeniar sus luchas sociales.

Las bibliotecas de la periferia

Más de una hora, en metro y en micro, es el trayecto para llegar a la Villa Andes del Sur, en Puente Alto. En un paradero, ubicado en la intersección de las calles Los Toros y Nuevo Continente, se levantó un proyecto de reivindicación de un espacio descuidado para dar forma a lo que se ha convertido hoy en la biblioteca de la Villa. Mediante donaciones de vecinos, la esperanza y organización se dio forma a un lugar colorido y lleno de libros de todo género. Los adornos y banderines dan cuenta del cuidado e impacto que ha tenido la biblioteca en aquel lugar.

“Me han donado muchos libros, te dejan de todo, eso es lo importante. Me dejan películas, pósteres, VHS, revistas. También sirvió para el plebiscito, me dejaron la campaña del Rechazo y la campaña del Apruebo, entonces ese espacio sirve para muchas cosas culturalmente hablando”, señala Diego Riffo, gestor del proyecto y vicepresidente de la Junta de vecinos.

Riffo afirma que “la biblioteca se formó respondiendo a una demanda que siempre estuvo, no solamente en el estallido, que es la alfabetización. La poca cultura que había, el poco prestigio que tienen los libros, la lectura que siempre es muy centralizada”.

Su visión es respaldada por una investigación de la Fundación Vivienda de 2019, en la que se analizó el acceso de las familias santiaguinas a los puntos de venta y préstamo de libros. Es en este estudio donde se determinó una brecha considerable entre las comunas con mayor y menor acceso a los libros, entre estas destacan San Bernardo (2,7%), Puente Alto (4,5%), La Pintana (5,1%), El Bosque (5,1%) Quilicura (6,1%), Macul (7,8%), Renca (7,8%) y Conchalí (8,4%), en su mayoría comunas de la periferia de Santiago, donde los viajes se miden en horas.

A unos kilómetros, en la Villa Doña Gabriela, funciona la “Biblioteca Popular Ramiro”, en alusión a Mauricio Hernández Norambuena, “comandante Ramiro” del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. En un mueble fuera del hogar de Juan Pablo Álvarez, también en Puente Alto, se encuentra un cúmulo de libros apilados: escolares, de ficción y clásicos de la literatura. En esta casa funcionaba una de las bibliotecas populares de Santiago, cuya gestión fue relegada a la Junta de vecinos de la Villa. Sentado en la calle de su pasaje Juan Pablo rememora lo que algún día fue un proyecto iniciado por él en mayo del 2020 y que llegó a poseer 3.600 ejemplares a libre disposición de los vecinos de su población. El proyecto fue organizado bajo la lógica de educar desde los territorios.

“La iniciativa de la biblioteca nace por una inquietud, y parte de un llamado de decir que en la periferia existieran bibliotecas”, dice Álvarez, que se autodefine como profesor de educación pública y popular.

La idea de este plan fue inspirada por otras bibliotecas de su comuna que dejaban libros en paraderos, fuera de sus casas y que organizaban talleres e instancias culturales. Tuvo una buena recepción de parte de sus vecinos, especialmente durante la pandemia en la que los libros se convirtieron en un refugio del aislamiento social.

“La biblioteca pública funciona desde los centros sociales. La gente que vive en la periferia cuando ocupa su casa para dormir o para compartir necesita tener variedad. Yo creo que, aparte de las entretenciones como son las canchas, los juegos de las plazas, también tiene que tener espacios de distensión y de lectura. Pero la lectura en la periferia cuesta. Y eso es parte de la falla del sistema educativo, la falla tiene que ver con que no hay lectura en los colegios. Hay una crisis en la comprensión, en la redacción, en el análisis”, agrega el profesor.

El actual Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas (SNBP), que opera en convenio con la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM), tiene una cobertura de 96% del territorio nacional, es decir, 332 de las 346 comunas del país cuentan con al menos un servicio de préstamo de libros. Surge la interrogante entonces sobre: ¿a qué responden estas iniciativas alejadas de los lineamientos del Estado y las estructuras establecidas?, cuya motivación, según sus gestores, es la horizontalidad en sus proyectos y más que la lectura, crear comunidad y espacios culturales.

Tejiendo Redes

Bibliotecas como las impulsadas por Teolinda, Diego y Juan Pablo dan cuenta de una organización vecinal en torno a los proyectos.  Estas iniciativas han generado una red de colaboración mutua entre las juntas vecinales, lo que les ha permitido ampliar sus contactos y participantes. Es así como han surgido diferentes espacios de ayuda mutua en torno a la democratización de la lectura y los espacios culturales.

La unión de estas iniciativas se convierte en una fuerza cultural y social. Juan Pablo explica que las redes entre distintas bibliotecas de Puente Alto han servido como centros de acopio para combatir las emergencias en caso de temporales o incendios. Es así como la comunidad no solo participa como lectores que buscan un refugio en los libros, sino como actores sociales activos.

Asimismo, el gestor de la biblioteca Villa Andes Sur, Diego Riffo, comenta que gracias a la difusión ha existido una unión entre los vecinos de Puente Alto, pasando de desconocidos a lo contrario. “Lo otro bonito que ha pasado es que, al crear bibliotecas populares otros gestores difundan y vean el mismo trabajo, porque por una se han ido creando otras”, señala.

Ambas iniciativas hacen hincapié en la mezcla de la lectura con otras maneras de hacer y disfrutar la cultura. Es así como Juan Pablo comparte cómo ha conocido grupos musicales y cómo estos lo invitan para que ponga en sus eventos un stand de libros, “en vez de vender la cultura, se regala”, afirma con convicción.

Así entre las páginas de los libros nacen conexiones humanas. Nataly Nuñez, usuaria de la biblioteca Villa Andes Sur, comenta su experiencia y cómo la ha acercado a vecinos que antes eran meros extraños. “Un día estaba leyendo y una señora se cayó camino a buscar un libro, la ayudé a levantarse, y bueno, ahora vamos hasta yoga juntas. Es esta una de las razones por las que agradecemos el espacio, nos hace conversar entre unos y otros”.

En esta población alejada del centro de la ciudad capital se forman lazos similares a los de una familia. El gestor de este proyecto ve como su zona de refugio, un paradero que antes del estallido social estaba abandonado. “Yo vengo a ordenar libros y la señora de enfrente me da un heladito, el de la panadería unos pastelitos. Es muy bonito lo que se forma”, agrega Riffo con gratitud.

Para los gestores no solo se tejen lazos, también se entrelaza la organización territorial con instancias de educación cívica que enriquecen el debate político.  En la Biblioteca Popular Ramiro se realizaron tres encuentros de ciudadanía durante el primer proceso constitucional, al que asistieron constituyentes como Alondra Carrillo. Por otro lado, Diego gestionó la entrega de 400 ejemplares de la propuesta constitucional en la Biblioteca de la Villa Andes Sur, además de visibilizar la campaña de ambas opciones.

Territorios con rastros de tinta

 La Red de Bibliotecas Populares del Gran Valparaíso es otro ejemplo de la organización territorial que caracteriza estas iniciativas culturales. Esta red regional funciona desde el 2012 y se extiende desde Valparaíso hasta Los Andes. En diferentes puntos, se han establecido bibliotecas comunales por y para los vecinos de los coloridos y emblemáticos cerros de la joya del pacífico y la quinta región.

Los encargados de cada una de las bibliotecas comentan que no ha sido fácil para ellos instaurarse en cada lugar, pero, aun así, han podido ganar poco a poco la confianza de su entorno. Una de las bibliotecas adscritas a esta red, lleva el nombre de Irma Cid Parra, quién fue una profesora de francés en el Liceo de Niñas de Viña del Mar y fue despedida en 1973 por ser militante del Partido Comunista. Actualmente la biblioteca se encuentra dirigida por Alejandra Jiménez Cid, hija de Irma, quien también preside la Red. Jiménez recalca que la creación de esta, fue con el fin de crear un espacio de memoria y de reencuentros familiares.

Hace tres años, cuando inició el proyecto contaban solamente con libros de historia chilena y ciencias sociales, estos eran de sus padres. Al paso de los años, comenzaron a recibir donaciones de diferentes lugares para así crecer progresivamente. Actualmente la biblioteca cuenta con al menos 29 géneros literarios variados, como lo es la autoayuda, derechos humanos, ecología social y política.

Por otro lado, Ghislaine Barría, bibliotecóloga y expresidenta de la red, reconoce que el aumento de bibliotecas se debe a la gran parte de personas que se interesan por conocer nuevos lugares de lectura, pero que a la vez no sean convencionales, pero que también nacen por medio de tomas. También destaca que “se crean redes y se tejen progresivamente”, explica.

Barría asegura que estos espacios han sido parte de la historia portuaria debido a que se instauran en lugares estratégicos para así luchar contra la desigualdad social como lo es la educación. Si bien, estos sitios buscan concientizar y apoyar a las nuevas generaciones, también luchan contra la desalfabetización de edades más avanzadas, creando espacios de lectura y de encuentros con sus familias y vecinos. La bibliotecóloga también hace un llamado y un recordatorio de lo que significan las bibliotecas populares diciendo que “no debemos olvidar que estos son espacios que nacen desde la resistencia”.

Si bien, la red de Valparaíso atravesó por un extenso proceso para llegar a tener al menos 26 bibliotecas adscritas, existen otras redes bibliotecarias en respuesta de las mismas demandas: la democratización de la lectura en aquellos lugares vulnerados y que parecen ser olvidados. La iniciativa “Biblio Comunidades” funciona en un variado territorio, sin contar con uno específico. Esta iniciativa de César Muñoz busca fortalecer el acceso a la lectura en Chile, y “en particular, en esos territorios donde no hay nada”, dice el fundador de la biblioteca.

César se inspiró en su participación hace 15 años en una biblioteca de Conchalí llamada Arcilla Negra. En esta aprendió a gestionar todo lo que conlleva este tipo de proyectos. Es por esto que él busca acercarse, prestar apoyo y asesorar a las bibliotecas que quieran surgir en Santiago y regiones.

Políticas culturales

 Actualmente, en Chile hay 681 servicios bibliotecarios asociados a la red del Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas (SNBP) del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Entre enero y diciembre de 2022, se efectuaron 1.448.148 préstamos de libros a nivel nacional, 415.223 fueron en formato digital a través de la Biblioteca Pública Digital, es decir, hubo un alza del 61% con respecto al año anterior. Incluso, en abril de este año se realizó el lanzamiento oficial de la Política Nacional de la Lectura, el Libro y las Bibliotecas que pretende abordar de manera sistémica los desafíos que presenta el ecosistema del libro.

Son innegables los intentos del Estado en promover las políticas culturales en torno a la lectura, de proveer de lógicas de mediación lectora y de profesionalizar el espacio de la biblioteca en Chile durante los últimos años. Sin embargo, el fenómeno de las bibliotecas populares se contrapone a aquellas estadísticas e intentan responder a un problema de poco acceso a libros en sus territorios, ya sea en las comunas periféricas del gran Santiago, las cadenas de cerros en Valparaíso o en los recónditos lugares de la isla grande de Chiloé que visita la Bibliolancha Itinerante.

Según Andrés Fernández, sociólogo de la Universidad de Chile y autor del libro “Brechas en el ecosistema del libro: gasto y política pública en Chile”, “se ha ido avanzando en que estas políticas efectivamente pongan al ser humano y la expresión cultural en el centro, y desarrollen estructuras estatales para poder sostener y llevar recursos a esas personas. Lo que ha faltado en la Política del Libro, por ejemplo, ha sido un interés real y político por poner en práctica el entendimiento que sucede en el papel”, afirma el autor.

 Por otro lado, el estudio elaborado por Ipsos y Fundación La Fuente sobre hábitos y percepciones lectoras en Chile, a un 82% de los chilenos le gustaría leer más de lo que lee actualmente. Pero, ¿por qué no lo llevan a cabo? Dentro del mismo estudio, el 53% de las personas afirma que la falta de tiempo es el factor principal por el que no leen, lo que se acentúa aún más en las comunas con menores índices socioeconómicos.

 Por esto, las bibliotecas populares son importantes en sus comunidades. “Estos lugares cumplen un rol fundamental en el reforzamiento de las identidades. Los puntos de cultura intentan hacer un reconocimiento de los espacios que históricamente han jugado un rol muy importante en los territorios, pero que no recibieron financiamiento porque no quisieron jugar el juego o porque se mantuvieron un poco en el margen”, dice Tomás Peters, sociólogo y académico de la Universidad de Chile, sobre las bibliotecas comunitarias.

Asimismo, Andrés Fernández –quien también destaca por ser cofundador de Co-crecer–, explica que la educación ha sido precarizada de diferentes formas, desde una edición de los libros descomprometida con el aprendizaje de las personas, hasta el nulo incentivo para leer. Fernández destaca el SNBP, pero disputa la forma en que se crean los fondos concursables como el FONDART, debido a que no son sostenibles en el tiempo. “El punto es poner el foco en el sistema educativo: ¿cómo estamos enseñando a leer para formar hábitos lectores?”, apunta el académico.

La Bibliolancha ha navegado por 27 años el mar interior de Chiloé y se ha transformado en un ícono del fomento lector por su peculiaridad y longevidad. El ejercicio de democratización cultural en aquellos lugares más aislados ha progresado con el pasar de los años. Hoy, Teolinda Higueras se instala por una semana junto a la Bibliolancha en las orillas de las islas, para que niños, adultos mayores y vecinos puedan disfrutar no solo de los libros, sino de talleres y otras actividades.

Sin embargo, este histórico aporte se ve amenazado, porque recientemente, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio decidió dejar fuera del Programa de Apoyo a Organizaciones Colaboradoras a la Bibliolancha Itinerante de Chiloé. El emblemático proyecto autogestionado quedaría sin financiamiento para 2024 y se pondría en juego la vigencia de esta iniciativa que lleva décadas funcionando, pues los altos costos económicos que implican los viajes necesitan de aquel financiamiento, al igual que los cientos de personas que son beneficiadas por la lectura, el teatro y cuentacuentos en las islas de Chiloé.

Es por ello que la tesis de Peters se reafirma, con las experiencias y opiniones compartidas por las distintas organizaciones y especialistas. Porque estos espacios culturales constituyen puntos de encuentro y lugares estratégicos para ganar y  compartir conocimiento que aporta a la democratización cultural del país.