En medio de la mayor escalada de violencia en los últimos veinte años que ha sufrido la población palestina a manos del Estado de Israel, numerosas voces han hecho presente su descontento a lo largo del mundo. Chile, el país con mayor presencia palestina fuera de Medio Oriente, no se ha restado. Así, personas de diversas edades, religiones, contextos socioeconómicos y grados de descendencia se han unido bajo una misma consigna: “¡Gaza Resiste, Palestina existe!”
A partir del pasado 7 de octubre, día en que Israel respondió a los ataques del grupo Hamás e inició un contragolpe sin precedentes contra la franja de Gaza, han resultado más de 8.000 personas asesinadas, según la Comunidad Palestina en Chile. De este total, casi 3.500 han sido niños y casi 1.800 mujeres. Además, han resultado más de 17 mil heridos en territorio palestino.
Esta situación incluye ataques a centros de salud, población civil, el corte de las telecomunicaciones, de ruta de acceso de víveres y servicios básicos y la constante ejecución de crímenes de guerra. Todo lo anterior ha provocado numerosas manifestaciones alrededor del mundo.
En ese sentido, Chile no ha sido la excepción. Y es que el país aloja la mayor cantidad de palestinos y/o descendientes fuera de Medio Oriente, alcanzando la cifra de aproximadamente 500 mil personas. Debido a lo anterior las manifestaciones a lo largo del territorio nacional y principalmente en Santiago, han dado cuenta de que a más de 13 mil km de distancia la sangre aún tira.
De Palestina a Chile
En la esquina de las calles Río de Janeiro con Buenos Aires, en pleno Barrio Patronato, se encuentra el local Al Amin. Al entrar se pueden observar diversas consignas en idioma árabe, poleras y banderas de Palestina, nacionalidad de Fardose, quien atiende el local.
Ante la consulta sobre su opinión en torno al conflicto palestino-israelí, entre lágrimas prefiere no referirse debido a la pena que le genera hablar del tema. Todo esto mientras ofrece muestras de baklawa, tradicionales dulces palestinos. De fondo en la TV, Al Jazeera, principal medio de comunicación del mundo árabe, no deja de mostrar la catástrofe que se vive en Gaza.
Cruzando la calle se encuentra la panadería Fufu, en la cual trabaja Jorge Abutom –George Abutom originalmente– quien llegó a Chile en 1990 junto a su familia. Arribaron desde Beit Jala, un pueblo aledaño a Belén. Historias como la de él se repiten en los miles de palestinos y palestinas que se vieron obligados a dejar su tierra y trasladarse más de trece mil kilómetros para llegar a Chile.
Un caso más reciente es el de Aya, joven palestina que junto a su familia llegó a Chile en 2008 como refugiada debido a las gestiones de la ONU realizadas por la expresidenta Michelle Bachelet.
Aya ha participado en diversas manifestaciones a favor de la causa palestina en estas últimas tres semanas. Durante la convocatoria que realizó la comunidad a manifestarse a las afueras de la embajada de Israel, el pasado 19 de octubre, la joven declaró rotundamente que lo que actualmente se vive en Palestina “no es una guerra, sino un genocidio de parte de Israel que lleva 75 años”.
Pero la migración palestina no se ha desarrollado solo durante los últimos 30 años. Desde la caída del Imperio Otomano, posterior al fin de la Primera Guerra Mundial, han existido diversos eventos migratorios desde Palestina. El principal y que movió a más gente fue la Nakba o “tragedia” en árabe. Esto sucedió a partir de 1948 cuando la ONU determinó dividir el territorio y crear el Estado de Israel, siguiendo los ideales sionistas que dan por obra divina dicho territorio al pueblo judío.
Debido a este suceso fue que el abuelo y los tíos de Nicolás Tuma, actual vicepresidente del Directorio Juvenil de la Comunidad Palestina de Chile, llegaron al país. Cuenta que su ascendencia llegó en 1951, tres años después de que Israel se independizara del mandato británico de Palestina que mantenía su poder en la zona desde el fin de la Primera Guerra Mundial.
La Nakba generó que aproximadamente 750 mil palestinos y palestinas debiesen, voluntaria o forzosamente, abandonar sus hogares y radicarse en otros lugares, como lo fue Chile. Ante esto, Pablo Araya Zacarías, quien estuvo presente en la manifestación frente a la Embajada de Israel, relata que la generación de su madre llegó en 1948 a Los Ángeles, región del Bío Bío, y a partir de eso arribó el resto de sus tíos y tías llegaron al país.
Sin embargo, no toda su familia pudo escapar de medio oriente. Araya Zacarías mantiene contacto con parte de su familia que actualmente viven en Belén y Jerusalén. Si bien, estas ciudades no están siendo víctimas principales de los ataques israelíes, él relata que “están todos asustados porque ahora también están entrando [las tropas israelíes] a Belén”.
Agustina Manzur, joven ingeniera comercial y maquilladora de cuarta generación palestina en Chile quien también estuvo presente en la manifestación, aún mantiene contacto con sus parientes que viven en Cisjordania. Comenta que si bien “no es tan terrible como en Gaza”, la situación se mantiene crítica en toda Palestina. “En Cisjordania donde Hamás no existe están las fuerzas israelíes atacando a los palestinos haciéndoles la vida complicada, mucho más de lo que están acostumbrados”, afirma.
Pese a la distancia, el arraigo con la causa palestina es fuerte. En parte por las propias familias que se mantienen en Palestina y por la discriminación que hasta el día de hoy sufren. Sebastián Khaliliyeh cuenta cómo en sus intentos por visitar a su familia en Medio Oriente ha sufrido el maltrato de la institucionalidad israelí. “He viajado cuatro veces a Palestina y las cuatro veces me han hecho esperar entre ocho a doce horas y voy con pasaporte chileno. A muchos nos deportan”, añade.
Catalina Garife, estudiante de Derecho y nieta de palestinos que llegaron a Chile explica que como comunidad piden algo “tan básico como derechos humanos, pedimos vida, pedimos libertad”. Además, al igual que la joven Aya destacan la fuerza y valentía del pueblo y descendencia palestina: “la resistencia es parte de nuestra cultura”, sostiene.
Esto ha generado que las manifestaciones se hayan multiplicado en las últimas semanas generando marchas, concentraciones en las afueras del palacio de La Moneda y frente a la Embajada de Israel. Asimismo, se han gestionado espacios culturales y conciertos para recaudar fondos y otras expresiones que, de acuerdo con las opiniones recogidas por Doble Espacio, no se detendrán hasta que los ataques a Gaza se detengan. Los llamados han convocado a una vasta cantidad de personas provenientes de distintos sectores socioeconómicos, pero unidos bajo una misma causa.
La sangre tira
A pesar de los kilómetros que separan a Chile con Palestina, el arraigo es fuerte.
–”Aunque no tenga mucha memoria, yo volví una vez”, dice Jorge Abutom. Paseando un cigarro entre su boca y el cenicero, desde su local de productos artesanales árabes Fufu comenta que aún posee familia que vive en Palestina. “Mis tíos, primos y mi abuelo, quien falleció hace poco, están allá. Es la causa palestina obviamente la que nos mueve, la que se ve todos los días en las noticias. La sangre tira”, agrega.
El pasado 19 de octubre se llamó a una manifestación frente a la Embajada de Israel en Chile, ubicada en avenida Alonso de Córdova, comuna de Las Condes. Denominada como “Basta de Genocidio en Gaza”, el gentío, convocado por la Comunidad Palestina en Chile, crecía con el pasar de los minutos donde las diferencias en las formas de vida se opacaron frente la consigna que anhela la liberación de un territorio oprimido.
–”Lo único que podemos hacer nosotros es apoyar”–, dice Pablo Araya Zacarías, palestino de segunda generación. “Tratar de visibilizar un conflicto para cambiar la imagen que los sionistas tienen hacia los palestinos, porque el problema no es con el pueblo judío, sino con los sionista”, agrega.
Como él son varias de las personas reunidas que, a pesar de no haber nacido y crecido directamente en Palestina, no titubean en apoyar una causa que afecta a sus padres, madres y a un pueblo que históricamente ha sufrido de los resquemores políticos, territoriales y religiosos. La sangre tira.
–”Soy cuarta generación. Estoy más que nada acá por una causa humanitaria. No puede ser que esté ocurriendo un genocidio a plena luz del día en televisión y que nadie haga nada. No podemos ser cómplices del genocidio de Israel”, dice Agustina Manzur.
Las horas pasan y cada vez se reúnen más personas. En el lugar abundan las banderas palestinas, las kuffiyeh, las poleras del club de fútbol Palestino y el color negro. Los jóvenes no son los únicos presentes en la convocatoria, sino también la niñez y la adultez mayor.
–¡A romper, a romper, relación con Israel!–, gritan las agudas voces de los niños tratando de alguna forma apoyar una causa compleja. Un dolor que, a pesar de sus edades, de alguna manera comparten. La sangre tira.
En la manifestación también estuvieron presente judíos antisionistas que, a pesar de ser una minoría, su participación no deja de ser significativa. Benjamín Buendía, profesor de inglés de la Universidad de Chile, sostiene una pancarta que alude su posición en contra del genocidio en nombre del judaísmo.
–”Me motiva la humanidad, y es inhumano y terrible que esto se esté realizando bajo el nombre del judaísmo. Mis bisabuelos eran de Ucrania, Polonia y Lituania, judíos que escaparon de los cosacos a principios del siglo XX. Por el lado de mi abuela materna perdimos 37 parientes en el holocausto, entonces para mi es como violento ver que hay gente que justifica el genocidio palestino apelando a lo que pasó con los judíos en el holocausto”, dice.
Los carteles abundan en las afueras del inmenso edificio que alberga la Embajada de Israel. Unas abogan por la paz, otras se manifiestan con más violencia, al igual que los gritos y las formas. Los alaridos de un caballero sosteniendo una bandera Palestina destacan entre los presentes. –¡Muéranse todos, hijos de puta!–, esboza con una latente ira.
Por otro lado, unos jóvenes queman y escupen un cartel de Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, pero otras personas apagan el fuego argumentando ser una –”marcha pacífica”. Nos duele demasiado tener que estar defendiendo a las personas que están siendo víctimas de un genocidio. No es una guerra, es un genocidio de parte de Israel. Netanyahu es un asesino y un criminal. Desde que envió fósforo blanco cometió crímenes de guerra. ¡¿Dónde está la ONU?!–, dice Aya.
Ante el resquebrajo de su voz, una de las dos refugiadas presentes a su lado la abraza. En sus ojos llorosos se ve el sufrimiento. También un anhelo.
–¡¿Dónde están quienes han luchado por el feminismo y la libertad de todas las razas?! ¡¿Los de Gaza son animales?! Son humanos. Ningún animal debe vivir esa vida inhumana en donde niños mueren cada cinco minutos. Una vida en donde matan a mujeres todos los días porque no quieren que el pueblo palestino siga creciendo. Israel no existe, es el pueblo judío lo que existe y nosotros no lo negamos” dice Aya.
La gente se acerca a escucharla. Los ojos de Aya lagrimean y sollozan. Se toma un respiro y continúa. A su lado, la mujer que la abraza también llora.
–”Lo único que están haciendo es victimizarse por el holocausto. Pero lo que no saben es que al hacer la prisión más grande del mundo al aire libre van a conseguir otro holocausto en la historia de la humanidad”, dice mientras seca sus lágrimas. “Netanyahu nunca va a poder controlar la sangre palestina. Nunca van a lograr que los palestinos nos rebajemos a su nivel. Nunca vamos a humillarnos ante ellos. Preferimos la muerte antes de servirles”, concluye.
La mujer a su lado la abraza, mientras que su otra acompañante ruega por dar a conocer lo que viven los palestinos. Luego, emprenden camino al centro de la manifestación. Levantan sus pancartas. Elevan sus gritos. Manifiestan su rabia, porque la sangre tira.