Pese a que la reserva de horas en el Departamento de Extranjería y Migración es un trámite gratuito, grupos organizados cobran por él a quienes buscan regularizar su situación en Chile. La unidad dependiente del Ministerio del Interior ha intentado mejorar el sistema, pero sigue habiendo quienes piden hasta $25 mil por una cita que no tiene costo.

 

A las 8.30 de la mañana hay muchas personas transitando por Avenida Matucana a la altura del 1200. Hace frío, pero los carritos con sopaipillas y café ofrecen opciones para capearlo. Al llegar a la calle Atacama, el abanico se amplía. Arepas, empanadas venezolanas, ceviche y arroz chaufa son parte del menú que vocean los vendedores mientras los peatones van llegando, con prisa, a las oficinas del Departamento de Extranjería y Migración (DEM). Pese a que el aroma es invasivo, no distrae a las decenas de migrantes que se acumulan en la entrada, esperando que los dejen pasar.

El negocio no es solo culinario. Para quienes olvidaron llevar algún documento, hay dos puestos con impresoras, montadas encima de unos fierros endebles, que tienen pegados unos carteles: “A 800 pesos la hoja”. Y, entre el murmullo impaciente, se escuchan los gritos de otro tipo de comerciantes. Unos que, sin esconderse, lanzan “asesorías” para los migrantes que desconocen cómo funciona el sistema de reserva de hora:

—¡Citas! ¡Se reservan citas! ¡Reserve su cita para la PDI!

 

Un nuevo negocio

A fines de junio del 2018, la sucursal del DEM en la provincia de Santiago se trasladó de calle San Antonio a Matucana, en la comuna de Quinta Normal. Junto con la mudanza, el organismo también determinó que uno de los objetivos de agilizar los trámites y terminar con el negocio, sería abrir una agenda en la web.

La plataforma de Extranjería –en ese entonces compartida con la Unidad de Migraciones de la PDI– abría la reserva de citas para un día y una hora determinados. Sin embargo, con el tiempo la demanda comenzó a crecer y apareció un nuevo fenómeno: a los pocos minutos de ofrecidas, las citas se acababan, casi todas acaparadas por individuos que luego las vendían a los inmigrantes. Es decir, la fila había dejado de existir, pero las reservas online no lograron detener el negocio.

Para evitar esta situación, tanto Extranjería como la PDI volvieron a cambiar el sistema. Hoy, cualquier migrante que desee reservar cita debe entrar a la página web de estos organismos, completar un formulario con sus datos, seleccionar el trámite que desea realizar y luego, automáticamente, queda en lista de espera. Desde entonces, se abre un período que en promedio dura 18 días, durante los cuales el solicitante debe estar atento a su correo electrónico.

Sin embargo, frente a esta nueva forma de agendar, nació otro negocio. Ya sea porque en Chile no todos los migrantes tienen una cuenta activa de e-mail, o porque no tienen conocimientos tecnológicos o una idea clara del funcionamiento de la burocracia local, la venta de citas persiste. Y está lejos de acabar.

A la salida de las oficinas de Matucana, una joven venezolana de pelo rizado le explica detalladamente a tres señoras peruanas qué necesitan para renovar sus papeles. A diferencia de los otros “vendecitas”, ella tiene un lugar bien instalado. Se trata de una especie de oficina a la intemperie, con sillas de plástico donde cualquiera de sus clientes puede sentarse mientras ella realiza los trámites.

Esta mañana de mayo la vendedora teclea el celular de una mujer que llegó a pedir su servicio. Usa el aparato de su clienta para ayudarle a agendar una cita, cuando el sonido de su propio celular interrumpe el proceso, distrayéndola por un momento.

“¿Aló? ¿Qué quiere?”, pregunta, notoriamente molesta por haber sido interrumpida. “Amigo, no me llame. Escriba”. La clienta le devuelve una sonrisa cómplice, como si ya fueran amigas. “Esta gente cambia sus números de teléfono a cada rato ¿Cómo voy a adivinar?”, se queja la vendedora de citas, que sigue trabajando mientras las clientas charlan animadamente sobre el futuro viaje de una de ellas. Sin dejar de conversar, una de estas últimas mira disimuladamente el cuaderno que la “vendecitas” tiene en su regazo. Ahí está anotadala fecha y el correo de una decena de personas que han solicitado su servicio durante el día.

Cuando termina su trabajo, la “tomadora de citas” se acerca a una de las señoras para explicarle qué va a pasar con su trámite.

—La cita le va a a llegar a su correo.

La señora se ve aliviada por haber completado el difícil proceso.

—Muchas gracias. Entonces, ¿le debo pagar esto, más los tres mil pesos? —pregunta la señora.

—Sí, mi amor —le responde la “toma citas”, y luego guarda un fajo de billetes de mil pesos.

Antes de que las amigas se vayan del lugar, la joven se acerca a otra de las señoras y le ofrece su servicio: “Yo la puedo ayudar, como lo hice con su amiga. Solo tiene que traerme sus datos la próxima vez que venga” Luego, se queda callada un momento, como si estuviera reconsiderando sus palabras. “O, mejor, hagámoslo ahora ¿Para qué esperar a que sea lunes?”. Entonces, a vista y paciencia del personal de Extranjería, que comienza a hacer pasar a la gente que tiene confirmación impresa de su cita impresa, la joven le pide la información personal a otra de las señoras. Al terminar, se levanta de su oficina improvisada y se acerca a conversar con un par de “colegas”. Ellos, que han estado atentos a la interacción que se ha dado con las señoras, bromean con la joven venezolana por su manera casual de relacionarse con la clientela.

“Trabaja más y conversa menos”, le comenta uno de ellos, mientras se ríe. Las risas no duran mucho, eso sí, porque todos tienen que volver a trabajar. No se pueden permitir perder clientes, mucho menos cuando la competencia está tan cerca, así que se ponen a gritar nuevamente: “¡Citas! ¡Citas!”.

Una pareja pasa por el lado de los “vendecitas” y se dirige al edificio contiguo. Allí,  hay cuatro locales que ofrecen impresiones, fotocopias, asesoramiento y, además, reserva de citas. En este caso, la oferta es más completa: aparte de agendar las horas, imprimen todos los papeles necesarios para realizar los trámites en Extranjería, y sacan la fotos tipo carnet. “Por 25 le hacemos todo el papeleo necesario, no se preocupe”, dice el encargado de una de las oficinas.

Falta de Internet

A casi cuatro kilómetros de la sede de Avenida Matucana, en la misma galería donde se ubicaba la antigua oficina de Extranjería, Hernán, un chileno de pelo blanco y lentes, se desempeña como recepcionista de un pequeño negocio. Trabaja desde febrero en esta fotocopiadora que también ofrece asesorías legales gratuitas. De los trámites se encargan sus compañeras de trabajo, dos extranjeras, cada una sentada en un escritorio rodeado de sillas para atender a los numerosos clientes. Cuando le preguntamos qué lo motiva a ofrecer asesorías sin costo, Hernán contesta: “Los inmigrantes son un aporte para Chile”. Sin embargo, esa oficina también cobra -$8.000- por agendar una cita.

Justo afuera de la oficina donde trabaja Hernán, una mujer peruana de mediana edad espera ser atendida. Lleva muchos años en Chile, pero ahora quiere despejar las dudas de su hija en situación irregular, quien fue testigo de un engaño. En las afueras de Extranjería, vio cómo un migrante haitano fue estafado por un “vendecitas”: pagó $ 25 mil por un impreso que no servía, por una cita falsa. Para quienes no dominan el idioma ni las herramientas tecnológicas, el servicio es más caro.

Según Faland Saintvyl, joven haitiana que habla un perfecto español y colabora en la Fundación Frè (en el barrio Yungay), pagar por la reserva de citas en Extranjería o en la Unidad de Migración de la PDI, es una práctica usual. “La mayoría de la gente de mi barrio lo hace”, afirma la joven, quien justifica esta práctica asegurando que el trámite parece demasiado complicado.

De acuerdo con Eduardo Vargas, estudiante de derecho en la U. Alberto Hurtado que trabaja en la clínica jurídica de su escuela y reserva horas para Extranjería, el procedimiento no es engorroso si se está bien informado. Pero no es precisamente esa la situación de la mayoría de los migrantes en busca de una cita. Para él, otro factor por considerar es que, para agendar una hora, los migrantes deben tener un e-mail que revisen con frecuencia. “Si no cuentas con acceso a teléfono o computador, se pone algo más complejo”, dice.

Faland no tiene correo electrónico. Tanto ella como sus compatriotas vienen de un país donde, según datos de Cepal (2016), solo el 12% de la población usa Internet.

 

La práctica no acaba

En marzo de 2018, con el comienzo del Gobierno de Sebastián Piñera, un nuevo equipo llegó a encabezar Extranjería. A solo unos meses de haber asumido, el nuevo director, Álvaro Bellolio, se encargó de cambiar la forma de atender al público: de las filas, un sistema que la DEM considera “muy complicado para la gente”, a otro electrónico, “más acorde con los nuevos desafíos que enfrenta el país en materia de inmigración”.

Durante los primeros meses de la implementación, la DEM se percató de que la reserva de citas en un día y una hora específicos provocaba acaparamiento y venta. Ante ello, tomó medidas: creó la lista de espera, eliminó cuentas falsas y comenzó una campaña en sus redes sociales para desincentivar la venta de las citas. Con ello, perfeccionaron un sistema que, según señalan a Doble Espacio, “impide que esa práctica siga vigente”.

Pese a estos resguardos, el negocio continúa en los grupos de Facebook de ciertas comunidades de migrantes, así como en oficinas próximas a Extranjería. Incluso a través de los “vendecitas” poco sutiles de calle Matucana.

Una circular publicada en la página de Extranjería señala que la reserva de horas es gratuita, pero que el DEM “no se hace responsable por cobros que realicen terceros”. En otro apartado del mismo documento se alude a las personas que, por distintas razones, no pueden concretar su reserva de atención en línea. Para ellas, “se habilitará un módulo de ayuda para instruir y facilitar la concreción en la solicitud de hora de atención”.

Pese a que existe un call center donde, según el DEM, hay operadoras que dominan español y créole, en la sede de Matucana no existe un lugar físico donde los migrantes puedan consultar sus dudas sobre el sistema de reserva de cita. Algo claramente necesario, considerando a los muchos que pagan para que les agenden una hora.

Yesid Castaño, presidente de la organización Colombianos Berracos, estima que el 70% de los migrantes realiza el trámite a través de vendedores de citas. Según él, esto se explica por la poca información que manejan los extranjeros. “Están aprovechándose del desconocimiento del inmigrante”, afirma, y plantea que la solución está en aumentar la cantidad de personal o en habilitar más oficinas de Extranjería, lo que a su vez, solo es posible con un aumento en el presupuesto. “El presupuesto ya está definido. Lo único que queda es esperar a que se apruebe la Ley de Migración el Senado”, remata.

La nueva ley a la que alude Castaño, contempla la creación de un Servicio Nacional de Inmigraciones (lo que traerá más recursos e independencia al DEM), pero también significa que Chile comenzará a prohibir el cambio de estatus migratorio: quienes entren como turistas ya no podrán optar a una visa de trabajo, lo que ha sido cuestionado por varias organizaciones de inmigrantes.

Pese a que reconocen la venta de citas como una situación indignante, las mismas organizaciones de migrantes desconocen los pormenores del negocio e incluso, algunas de ellas, señalan que la materia no está entre sus principales preocupaciones.

 

 

Ariadna Cifuentes

Estudiante de periodismo de la Universidad de Chile.

Fernanda Araneda

Estudiante de periodismo de la Universidad de Chile.