Tres mujeres, exintegrantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), relatan sus vivencias durante su detención en el Cuartel Terranova, actualmente Parque por la Paz Villa Grimaldi. Dentro de las más de 4.500 personas que pasaron por ahí, en sus dos años de funcionamiento como centro de tortura, 36 fueron las mujeres detenidas que a la fecha siguen desaparecidas. A 50 años del golpe militar, Gladys, Cecilia y Nubia, reconstruyen la historia de Villa Grimaldi entre sangre, rosas y llantos de niños.

“Yo soy la única sobreviviente de ‘La Torre’”, es lo primero que menciona Gladys Díaz al sentarse en la silla de su escritorio, ubicado en una de las habitaciones de su casa en La Reina. Durante tres meses estuvo aislada en la estructura de tres pisos que fue destinada a la tortura, y posterior desaparición de los detenidos considerados de “extremo peligro”.

Se aqueja de un dolor en la parte superior de su columna vertebral que se expande hasta su cuello. Pide que le hablen en voz alta por un problema en su oído medio. Explica que son consecuencias de las torturas que recibió en Villa Grimaldi. “Ese lugar era la tierra de nadie, a nadie le importaba quién era importante y quién no, les daba lo mismo. Ellos hacían desaparecer a cualquiera”, dice a sus 86 años recién cumplidos, la primera dirigente mujer del MIR.

Madre de un hijo que en ese entonces tenía siete años, Gladys fue detenida el 20 de febrero de 1975. A la edad 38 años y con una destacada trayectoria como periodista y activista política, fue sometida a torturas físicas y psicológicas con corriente eléctrica, golpes con manopla y amedrentamiento moral en Villa Grimaldi.

“Tú lo que piensas es, ¿qué le voy a dejar a mi hijo?, ¿qué herencia? Si no le voy a dejar nada material, por lo menos le voy a dejar que sepa la nobleza y la dignidad con que murió su madre”, recuerda mientras el sol se recoge de las ventanas de su oficina.

En la salida de “La Torre” había rosales de todos colores, pero mayoritariamente rojos, que emanaban un olor maravilloso, menciona Gladys. Actualmente, existe el “Jardín de las Rosas”, un proyecto inaugurado el 10 de marzo de 2007, que recupera la rosaleda original de Villa Grimaldi y honra con pequeñas placas, los nombres de las 36 mujeres detenidas desaparecidas que estuvieron en el lugar.

De esta forma, a la historia de Gladys, se suma la vivencia de las otras mujeres que fueron secuestradas y ahí torturadas. Hijas, hermanas y madres, que son testimonio vivo del odio y las brutalidades ejercidas por militares durante la dictadura cívico-militar, o bien, que aún son buscadas por sus seres queridos.

En el living de su departamento repleto de los juguetes de su nieta, y entre sorbo y sorbo de un té caliente, Cecilia Bottai, exmilitante del MIR, relata que tenía dos meses de embarazo cuando fue detenida y brutalmente torturada en Villa Grimaldi, hasta producirle el aborto de su hija o hijo. Entre sus torturadores, se encuentra el exmilitar y exmiembro de la DINA, Miguel Krassnoff, quien hoy suma más de mil años de condena por crímenes de lesa humanidad.

“Cuando ellos supieron que yo estaba embarazada, lo que hicieron fue poner electricidad en la vagina ‘para la guagüita’. Tal cual lo hicieron”, relata con evidente conmoción a sus 73 años.

Nubia Becker de 86 años, exmilitante del MIR y escritora, recuerda lo que fue su detención en Villa Grimaldi. “La tortura destruye, y no sólo con la muerte, sino que también logra romperle la vida a la gente y no dejarla vivir. Esa gente que, por el terror, por el dolor, o porque le pusieron a un hijo delante para torturarlo, delató”, cuenta desde el comedor de su casa en Peñalolén.

Nubia, Cecilia y Gladys son el ejemplo de cómo los lazos de protección que construyeron las mujeres de Villa Grimaldi les sirvieron para soportar las brutalidades que vivieron y observaron en ese lugar. Así, enfrentaron embarazos que no pudieron llegar a destino, la maternidad en el encierro, la lejanía con sus hijos y familiares, y la separación con sus compañeros.

Hijos de la tortura

En la historia no contada de Villa Grimaldi, está la de los niños que fueron detenidos junto a sus padres. “Lo más traumático para mí fueron los niños, porque como yo tenía un hijo chico, era como preguntarse hasta dónde hay una posibilidad humana de resistir si te están torturando al objeto de tu cariño, de tu amor”, recuerda sentada en un sillón de mimbre, Nubia autora del libro Una mujer en Villa Grimaldi.

Nubia, fue torturada durante un mes en Villa Grimaldi. Dormía en la celda de mujeres, lugar aledaño a sala de torturas, en el que se escuchaban gritos día y noche, además tenía una ventana con un espacio estrecho por el que las detenidas podían mirar. Desde ahí, Becker vio a dos niños. La primera, era la hija de una mujer detenida. La niña lloraba y gritaba quejándose, pero no la torturaron físicamente. El insomnio fue su compañero, la noche que escuchó el segundo llanto, era del hijo pequeño de Iván Monti, un hombre del Grupo de Amigos Personales del presidente (GAP) que hasta hoy se encuentra desaparecido.

“¡Deme al niño, yo lo calmo!”, fueron las palabras que hicieron eco ese jornada en la celda de mujeres. Cecilia Bottai asomada en la ventana, mira a la mujer de la DINA que amenaza a un pequeño niño e insiste en que se lo pase. Marcelo Venegas tenía alrededor de dos años cuando entró a la celda y entre cantos, cariños y arrullos, Cecilia y sus compañeras trataron de calmar su llanto. Tiempo después, cuando Cecilia Bottai estaba en el Campamento de Prisioneros Tres Álamos, se enteró que el niño estaba con vida, y que estuvo en Villa Grimaldi, por el vínculo con su padre, Mario Venegas; y su abuela, ambos detenidos.

Tres voces sobrevivientes

Gladys Díaz, Cecilia Bottai y Nubia Becker continúan en la lucha incansable por la defensa de los Derechos Humanos y la protección de la memoria histórica, sobre todo de un lugar como lo fue Villa Grimaldi. La periodista y actual psicóloga, Gladys Díaz, cuenta que recuperar el terreno de la Villa fue todo un desafío. Hugo Salas Wenzel, el entonces director de la CNI, se adjudicó y vendió el terreno en 1987 a la constructora privada E.G.P.T., empresa cuyos propietarios eran, en su mayoría, familiares del militar.

Se planeaba construir departamentos sobre lo que hoy es el sitio de memoria Parque por la Paz Villa Grimaldi. “Entonces teníamos que tomarnos el terreno”, menciona Gladys, quien junto a otros compañeros y compañeras que fueron detenidas y a la diputada del Partido Humanista, Laura Rodríguez, se subieron al portón de la Villa y exigieron al guardia que amarrara a los perros porque iban a pasar. El hombre repetía que era un terreno privado, que no podían entrar. “¡Esto no es territorio privado, aquí hemos sido torturados!”, gritó Gladys Díaz, esa mañana de 1991.

Al ingresar al terreno, para ella nada era reconocible, estuvo con los ojos vendados y aislada en “La Torre” durante tres meses, por lo que jamás conoció la Villa en su totalidad. Además, estaba repleto de escombros, la CNI había arrasado con toda evidencia de detención y tortura, pero al mirar el suelo, se encontró con una rosa roja que sobresalía entre los restos de cemento y rompió en llanto al recordar el criadero de rosas que había fuera de “La Torre”.

“Esa rosa que yo sabía que era de los antiguos rosales, hizo la conexión con mi cuerpo emocional. Era como reencontrarme con un amigo que me había dado luz, que me había dado verdad, y que me entregó aroma en las situaciones más difíciles”, rememora Gladys con los ojos vidriosos.

Cecilia Bottai años después se encuentra con Marcelo Venegas, el niño que intentó consolar en Villa Grimaldi. “Él nunca había venido a Chile, y llega a nuestra casa en Ritoque un 17 de febrero, para mi cumpleaños. Llega a saludarnos junto a mi esposo. Fue un abrazo increíble, me emocioné mucho, porque imagínese no verlo desde chiquitito, había pasado mucho tiempo”, cuenta.

Cecilia actualmente continua en la lucha por la defensa de los derechos humanos, teniendo presente la educación y la protección de los sitios de memoria. Es por ello que está trabajando en un proyecto de investigación que honra el legado de su difunto esposo, el destacado médico y exprisionero de Villa Grimaldi, Patricio Bustos.

Nubia Becker afirma que al igual que sus compañeras, no ha recibido reparación alguna por la persecución, amedrentamiento y violencia estatal que vivieron durante la dictadura cívico-militar. “Villa Grimaldi es una advertencia constante”, reflexiona Nubia a 50 años del Golpe de Estado, y reafirma la importancia de los sitios de memoria, y particularmente del Parque por la Paz Villa Grimaldi, para preservar la memoria histórica y la no repetición de crímenes de lesa humanidad.

El lugar que un día fue tierra de nadie, hoy se vuelve una tierra de todos. Villa Grimaldi se reconstruye en las voces de quienes pasaron por sus rincones, y se proyecta en los pasos de las nuevas generaciones. Para que nunca más en Chile, para que nunca más.