La Patagonia es el lugar más austral del mundo. Vivir ahí no es fácil; las inclemencias del tiempo, la lejanía, las grandes distancias y la pobreza son solo algunos de los factores que hacen de ese territorio uno de los más extremos. Pero no nos equivoquemos, hay dolores que son universales y que dejan más heridas que el frío o la nieve. De eso habla la autora puntarenese en este, su estreno literario.


Natacha Oyarzún Cartagena (Punta Arenas, 1993) fue editora de Poeta en prosa. Extractos de entrevistas a María Luisa Bombal (2020) y coeditora de La ola viene de vuelta. Extractos de entrevistas a Gladis Marín (2022), y hace algunas semanas junto a Alquimia Ediciones acaba de lanzar Terremoto Blanco, un compendio de diez cuentos que respiran aire helado y vendaval. Un debut que prendió una llama que ni los vientos patagónicos podrán apagar.

Técnica y contenido

Con una prosa ágil y directa, la voz de Natacha retumba junto a los ecos de Punta Arenas y sus alrededores, late entre sus pobladores y se desarrolla con historias de ficción realistas, sin anestesia. Los diez relatos, más que leerlos, se caminan de noche entre una localidad y otra, a veces con miedo, otras con rabia, algunas con pequeños atisbos de ternura, pero en su mayoría, con mucha soledad y poca esperanza. El compilado habita los diferentes espacios de un mundo hecho por y para los hombres, que remece y destruye – sí, como un gran terremoto blanco, y no por la nieve, sino porque es el mundo de los hombres blancos.

De los diez cuentos, nueve tratan de personajes de género femenino. Todos con contenido crítico, de los cuales cinco emergen como un espejo del patriarcado y la violencia machista, siendo el tema más recurrente. La atmósfera patagónica es algo que también aúna las historias, su oscuridad, donde se destaca también la técnica suelta, compacta, y con gran versatilidad de la autora, que narra en primeras, terceras y hasta segundas personas (“Camino a la fiesta”), jugando con saltos temporales, raccontos y alusiones a la cultura pop.

Los Cuentos

 El libro abre con Última Esperanza, la historia de una soltera y abstraída mujer que vive en esa localidad y que tiene sorpresivamente un hijo. “Qué criatura podría salir de esa entrepierna” o “Quién estaría tan necesitado como para encamarse con una solterona como esa” (ambas en la pág. 9), son solo alguna de las muestras de misoginia del relato, además del veneno lanzado por otras mujeres y la violencia obstetra que aparece cuando está a punto de dar a luz. Se rescata también el tratamiento que le da a los personajes: “Teresitaa”, “La Cogote e’loro”, “Doña Pichincha” (pág. 10); todos con apodos o diminutivos, dando a entender que es un pueblo chico en el que nadie pasa desapercibido.

El segundo es un relato breve de una protagonista que yace muerta y desnuda en la orilla de una playa, una especie de “Amortajada” de María Luisa Bombal que cuenta en primera persona lo que ve a su alrededor y al señor que la encuentra. “Este fragmento de playa” habla de una adolescente con zapatos de charol que, se entiende, fue violada, asesinada y lanzada al mar, pero no deja de tener belleza en sus líneas. Un femicidio que perfectamente podría estar en una lista de una “La parte de los crímenes” del 2666 de Bolaño -versión hemisferio sur-, pero que remese no por la sensación de interminable, sino por la indiferencia del quien la encuentra (que al final somos todos): “Soy un rostro desconocido, y probablemente a eso se deba su perturbada expresión de alivio”.

“Terremoto blanco” la entrega que le da el título al libro, es la historia de una mujer que tiene que lidiar con ser dueña de casa y una buena profesional. Contiene imágenes muy vívidas sobre la nieve, que se levanta como un símbolo de su inevitable realidad: “Las ráfagas impedían que abriera los ojos, como si nada de eso necesitara ser visto. Ni siquiera fui capaz de mover las manos o de reconocer olores al tomar aire. Sencillamente abrí la boca y dejé que la nieve cayera dentro” (pág. 24). El conflicto es, como en muchos hogares chilenos, la carga doméstica y la forma en que ésta se manifiesta. En este relato se repite el machismo ejercido por otras  mujeres, desde su hija pequeña con un “Mi papá dice que estás rayada” (pág. 27), uno de los clímax de la historia que nos descubre cómo la cultura machista se anida desde muy pequeños en hombres y mujeres.

Aquí uno de los favoritos de quien escribe: “Camino a casa”. Un buen relato en segunda persona no se lee todos los días, y el cuarto de Terremoto blanco es todo un acierto. Es quizás el único cuento que tiene algo de fantástico, pero que se mezcla bien con la selección, entregando dinamismo a la lectura, conjugando mitología, cultura de provincias y oscuridad. Sabemos que el género de terror no es fácil, pero la autora lo desarrolla de manera precisa. Un cuento que no tiene nada que envidiarle a varios de Mariana Enríquez: “Éramos el hombre, el gato, tú y yo. Al acercarnos, vimos al animal rígido, con el cráneo achatado y un ojo lagrimeando sangre. El vagabundo lo acurrucaba besando su cabeza y mirando el mar” (pág. 31).

De la mano de ese viaje lleno de sombras, el libro nos deja quizás en el cuento más desarrollado de todos, “Consuelo”, donde dos amigas del colegio se van de fiesta para olvidar que una de ellas está embarazada. Una historia en tercera persona que nos entrega imágenes cinematográficas (como el cuadro entre edificios, pág. 41), pero que también retrata la falta de educación sexual y de derechos reproductivos de las mujeres, espejando prohibiciones con el fácil acceso a drogas y alcohol. Una mezcla que puede llevar a la peor escena, como es la violación y la muerte de mujeres jóvenes abandonadas a la suerte de los hombres y las instituciones, como bien se explica en el siguiente extracto: “Lo único que quedaba era ir al colegio de monjas donde había estudiado antes. Ahí había una escalera por donde se tiraban las que estaban embarazadas o creían estarlo” (pág. 35).

Otro destacable es “Dile a tus papás que va de regalo”, uno de los cuentos más ricos literariamente. La narradora es una niña que en primera persona hace un racconto y cuenta con varios detalles periodísticos un asesinato que sucedió en su pueblo. Es el único relato donde la protagonista sufre un leve mejoramiento, logrando sortear los obstáculos, por más insignificantes que sean para su vida, pero que se desmarca de todo el desencanto que viven los otros personajes del libro. A una niña su padrastro alcohólico la manda a comprar vino a granel y ésta sufre y se asusta por las consecuencias que puedan significar no cumplir la misión. Un relato que respira astucia y que logra ser orgánicamente infantil. Podemos destacar en él una opresión machista, violenta y hasta sexual que está implícita, todo detrás del velo de una buena historia de asesinos.

Zánganos” es otro de los buenos cuentos del libro, que narra en tercera persona el encuentro de una mujer de la tercera edad con su nieto skater que está de vacaciones con su madre. En él encontramos ternura, sorpresa, problemas familiares (entre mujeres) y soledad brutal. Si bien no es lo más preponderante del libro, tiene un fragmento donde incomoda al lector y lo deja expuesto a su tabú: “Momento que usualmente destinaba a dormir o a frotar su cuerpo discretamente contra la punta de una cómoda buscando placer” (pág. 62). Esto la autora lo dice luego de dejar claro que se trata de una anciana, poniendo el tema de la sexualidad en la tercera edad a la vista. Esta es una virtud que sin duda tiene la obra: visibilizar de manera sutil y efectiva muchos temas tapados.

El cuento que finaliza el libro es – otra vez – rico en imágenes y se narra en primera persona presente desde la visión de una niña. “Recolectora de erizos” es la historia de una niña y sus abuelos que pescan erizos como método de subsistencia. Un cuento lleno de mitología y cultura de provincia, donde El Caleuche hace su aparición junto a un tal Robinson Crusoe, o “Robinson Curao” (pág. 78), como le dice la abuela. Un cuento que enternece con simpleza y humor, y que toca muy delicadamente la pobreza y el hambre.

Nada es perfecto

Los relatos de Natacha Oyarzún son orgullosos retratos de su tierra, también urgentes problemas de toda la sociedad. En este compendio de cuentos breves, da la impresión que su alcance es mucho más extenso que el número de páginas, y eso ya es un triunfo.

Dejamos aparte dos de sus piezas que, por calidad y contexto, parecen más bien material de relleno. Hablamos de “Testimonio de un perro envenenado” y “Parque María Behery”. El primero – único que no narra la vida de mujeres – es un relato en primera persona que cuenta la historia de un perro callejero que muere envenenado, donde hacen ruido su extraña humanización y una antojadiza relación con la iglesia. El segundo relato tampoco logra cuajar, aunque técnicamente podemos destacar sus saltos temporales. La historia alterna entre un hombre de clase alta y dos hermanas pre adolescentes que lo encuentran colgado. En ambas entregas no se siente la sutileza que transpiran los demás, haciendo que los temas tratados, suicidio y tenencia responsable, se vean forzados y sin peso.

Quizás el logro que más destaca a Natacha Oyarzún Cartagena, es la manera sutil y elegante de incomodar a quien la lee, porque, desde la marginalidad, construye belleza, y hace que su narrativa fluya como un río patagónico, con ese frío que quema y que, sin embargo, está lleno de vida. Terremoto blanco es un gran comienzo, una obra honesta que emerge desde el mundo más conocido de la autora, sin pretensiones, con varios aciertos y también con algunos errores que en ningún caso son fatales. A Natacha Oyarzún hay que seguirla y llevarle el pulso, y eso es lo que vamos a hacer de esta vereda. Ya la estamos esperando.

 

Ficha técnica

Autor/a: Natacha Oyarzún Cartagena

Título del libro: Terremoto Blanco

Lugar de publicación: Chile

Editorial: Alquimia

Año: 2022

Nº de páginas: 79