El Centro de Justicia de Santiago es principalmente un conjunto de edificios interconectados en los que solo se ven ventanas. Un palacio donde diariamente se pasea gente con terno y corbata, personas de caminata rápida abrazando sus carpetas apoyadas en la cadera, mirando fijamente las baldosas grises del edificio moderno. Son seis construcciones en las que funcionan los juzgados de garantía y tribunales de juicio oral en lo penal de las jurisdicciones de Santiago y San Miguel.

El Centro de Justicia tiene en un extremo de su entrada a la Defensoría Penal Pública y del otro lado el Ministerio Público. En la calle, una caseta de Carabineros resguarda la entrada todo el día. En la vereda del frente del Centro de Justicia hay oficinas de abogados con avisos de ayuda legal y restaurantes vacíos.

Acá llegan imputados de casi todas las comunas de la Región Metropolitana. Para el jefe de la Unidad de Coordinación del Centro de Justicia, Juan Díaz Reyes, el recinto es único para el país ya que “aquí cohabitan varios tribunales, de toda la jurisdicción de Santiago”, detalla mientras camina con nosotros para seguir la ruta.

El gran portón verde

Caminando por la calle Pedro Montt, hay un portón verde oscuro. Es el mismo que se ve diariamente en las noticias policiales en televisión. La diferencia es que esta vez entraremos y recorreremos paso a paso la ruta de los imputados. Pasando el gran portón verde está la Zona de Seguridad y Tránsito de Gendarmería donde hay muchos autos, camiones y también el acceso a dónde van a parar los detenidos que son transportados, mayormente, por Carabineros. Los imputados son recepcionados por gendarmería y pasan a control de detención, formalizaciones o audiencias programadas.

Nos recibe el jefe de la sección de tribunales de Gendarmería, capitán Luis Sánchez. De uniforme oscuro, nos guía en el interior. El proceso empieza con la entrega de los detenidos junto a un acta de información hecho por Carabineros. Se les toma algunas pertenencias, como los cordones de los zapatos o cinturones. “Muchas veces vienen con la presión elevada o con cosas que pueden atentar contra su vida (…) muchas veces hemos tenido incluso muertes acá”, nos dice el Capitán Sánchez mientras a sus espaldas más gendarmes reciben una fila de detenidos, todos con la mirada perdida, algunos con los ojos rojos y sin expresión. Los gendarmes que llevan la fila dan instrucciones constantemente.

Cada detenido pasa a un módulo en espera del control de detención. Según la ley, luego de su captura, la Fiscalía tiene hasta 24 horas para presentarlo ante el Juez de Garantía. Los ponen en frente de una pared gris con manchas de pintura blanca, reciben instrucciones de un gendarme. Mirando siempre frente al frío paredón, el detenido tiene que ponerse grilletes que toman sus muñecas y tobillos.

En otra sección, más alejada de los que esperan un control de detención, está la Unidad Penal. Gente mirando a través de las rejas, gritando para presionar por un traslado rápido a cumplir la prisión preventiva o que se acabe la espera para un juicio oral. Luis Sánchez nos habla mientras de fondo suben gradualmente los sonidos de golpes a las barras de fierro, gritos e insultos.

Entran más imputados en fila con chaleco amarillo, con gendarmes escoltando. Sobre los chalecos distintivos, el Capitán explica que “nos ayudan a distinguir que pertenecen a gendarmería y que deben ser devueltos a las unidades penales”. Los individuos de esta parte son más cercanos al ámbito delictual, saben los procedimientos, saben los procesos de memoria y se genera una estratificación de los propios imputados, una “subcultura delictual” dice Luis Sánchez.

Después del módulo de Unidad Penal, hay caminos de cemento que llevan a los túneles. Grandes compuertas con pasillos largos, grises y lisos, tan lisos que las luces del techo brillan en el suelo. No hay otro color que el gris en los murales y texturas de las cerámicas o el cemento. Es tanto lo minimalista del lugar que es posible distinguir fácilmente las cápsulas con veneno para ratas y los ventiladores como grandes máquinas en los costados.

En algunos puntos de los pasillos hay calabozos con una placa en la entrada del número de celda y el piso en que se encuentra. Los compartimentos de los calabozos son principalmente cemento y nada más. Techo raso y barrotes de las celdas gigantes.

Desde el calabozo y de los pisos inferiores del edificio, subimos por las escaleras para ir a las salas de audiencia.

Sala de audiencia

Entramos a una de las salas más grandes, que usualmente recibe casos de alto interés mediático. La puerta de entrada del imputado está a un costado de la plataforma donde se sientan y trabajan los magistrados. Las sillas negras y escritorios de madera contrastan fuertemente con el gris frío de los pasillos y calabozos que anteceden el paso del acusado.

Frente a los magistrados, hay dos espacios llenos de escritorios, paneles transparentes y cajas con documentos. De un lado se instala la defensa de él o los imputados; y del otro lado usualmente el Ministerio Público. Gendarmería se instala estratégicamente en el lugar, dependiendo de la cantidad de imputados o del nivel de peligrosidad que conlleve el caso.

En la parte de atrás, junto a la puerta de salida, hay unas bancas que se sientan familiares o personas relacionadas al caso. Hay un segundo piso, que sirve de tribuna para la prensa, donde instalan sus cámaras y los periodistas se alistan para poder reportear en terreno el caso que ocupa el interés aquel día.

De la sala de audiencias, salimos a un pasillo lleno de escaleras, módulos de atención cerrados y una exposición de arte, que se mimetiza con los colores de las paredes, todo blanco y claro. Salimos del edificio y en el medio del Centro de Justicia hay una pileta que no acciona, solo agua calma en un lugar donde, al pasar las horas, el tránsito de personas disminuye.

Caminamos a uno de los edificios del costado y subimos al noveno piso. En el edificio hay un sinfín de escaleras, letreros y puertas. Pasan entre nosotros algunos abogados corriendo con la mirada preocupada, con carpetas en mano. “Deben ser de la Defensoría, uno ya los identifica” dice Juan Díaz Reyes. Pasamos a una puerta barnizada, que en los costados del marco hay unos rayados pequeños, garabatos más que nada.

Entramos. Hay once salas de audiencia de control de detención en el Centro de Justicia. Hay bancos de madera, una puerta con ventanas blindadas que separan donde están los acusados y el público y la puerta de salida. Al fondo, en alto, un escritorio donde trabaja la magistrada Carolina Herrera, que desde una pantalla conectada a Zoom se comunica con el lugar. También en la reunión virtual hay algunos abogados defensores, tanto privados como de la Defensoría Pública, y la Fiscal María Cecilia Pino, parte del Ministerio Público.

Control de detención

Uno de los casos que presenciamos fue el de Juan Carlos Beltrán, hombre canoso, de cara roja y ojeras marcadas. Viste una chaqueta de mezclilla y camina incómodo con los grilletes tomados colgando de sus muñecas. Toma asiento y un gendarme lo resguarda en todo momento a su lado. También hay un gendarme que toma notas al lado de la pantalla. Un tercer gendarme se mueve constantemente en la sala.

Juan Carlos Beltrán tiene 54 años y reside en La Florida. Es cubano y lleva cinco años en Chile. La Magistrada Carolina Herrera le pregunta si sabe el motivo de su detención. Él asiente con la cabeza y confirma con un “sí” débil. El Abogado de la Defensoría Pública interrumpe el interrogatorio para pedir una pequeña entrevista con el acusado. La Magistrada, molesta, le contesta que le dará algunos minutos después que ella terminé de preguntar. Ella continúa. “¿Alguna agresión por parte de Carabinero?”, pregunta la Magistrada. “No, en ningún momento”, responde Juan Carlos, visiblemente más tranquilo.

La magistrada le da cuatro minutos al abogado defensor, Guillermo Mendoza, para una entrevista, donde Mendoza le plantea a Beltrán la defensa que aplicará. El abogado le pregunta si tiene donde quedarse si se sentencia una orden de alejamiento, si sabe por qué se le acusa. El abogado plantea que la pareja tiene reiteradas denuncias hechas del mismo tipo a otras personas que terminaron en nada, tomará el lado de cuestionar a la víctima. Beltrán responde más nervioso, voz temblorosa, ojos siempre alicaídos. Las manos con el grillete siempre las tiene apoyada en el escritorio.

Vuelve a la reunión la fiscalía, la magistrada y comienza la sesión. La Fiscalía describe el hecho, donde según el testimonio de la víctima, Beltrán tomó sus brazos y también amenazó con un cuchillo de 25 centímetros. Amenazas que ahora tienen a la afectada temiendo por su vida. El ilícito: amenazas en un contexto de violencia intrafamiliar. Se le pregunta a Beltrán si entendió por lo que se le acusa, cabizbajo contesta que sí. Para el Ministerio Público tiene que resolverse con una orden de alejamiento, como pruebas cuentan con el testimonio de la víctima, las fotos del arma, la declaración de carabineros. Se constata que no hay lesiones.

La defensa cuestiona a la víctima como estrategia judicial. El abogado defensor hace énfasis en cómo la persona afectada en este caso realizó más de siete denuncias que terminaron en nada. No hay testigos en este caso. Los tres gendarmes se mueven alrededor del acusado, revisan sus celulares y relojes, uno de ellos está al lado de la pantalla y toma nota en todo momento. El acusado no se mueve, solo asiente con la cabeza.

El Ministerio Público pide que al acusado se le exija el abandono del hogar y prohibición de acercarse a la víctima. El Tribunal es claro: no puede desestimar los dichos de la víctima, a pesar del historial de demandas, se debe escuchar y garantizar la integridad de la víctima. Se le exige a Juan Carlos Beltrán el abandono del hogar en común. Se le pregunta si tiene donde vivir y él responde que puede recurrir a un amigo. Tribunal da plazo de quince días para informar de su nuevo domicilio.

Los gendarmes le ayudan a anotar las fechas que se debe presentar ante la justicia con hojas pequeñas que lleva en su bolsillo. Juan Carlos en un momento entrecierra los ojos, es posible que intentara llorar, pero en un instante cambia su semblante de nuevo a los ojos inexpresivos y cansados. Se levanta y camina con dificultad hacía la puerta con los gendarmes, a la par del sonido de los grilletes.

Salimos de la sala y nos vamos del Centro de Justicia. Ya no hay tantas personas rondando por los edificios. La compuerta principal del Centro de Justicia está entrecerrada, esperando que salgamos del lugar. Caminando por los alrededores y las calles aledañas, con el sonido persistente de los autos a toda velocidad, se ven algunas oficinas de ayuda jurídica aún funcionando, sin parar.