La última década, el Parque San Borja, ubicado frente al Centro Cultural Gabriela Mistral en el centro de Santiago,  ha sido reconocido por convertirse en el lugar de encuentro masivo de fanáticos de la cultura coreana, quienes concurren los fines de semana para interpretar canciones de sus grupos musicales preferidos. Pero desde el estallido social, el espacio de escenario común de dance cover, se ha transformado en un vacío sector separado por vigas de cemento desde la entrada por Avenida Libertador Bernardo O’Higgins.


Todos bailaban en ese festival autogestionado de música coreana en el Parque San Borja. Quienes asumían el rol de artistas se presentaban frente a un público imaginario bajo la luz del sol, que calentaba a más de 25 grados. La música se mezclaba y, en consecuencia, se iniciaba la guerra de los parlantes que buscaban hacerse escuchar más alto. La batalla perduraba todo el día, a partir de las nueve de la mañana.

El panorama se repetía todos los fines de semana, incluyendo el viernes después de almuerzo. Era el lugar de encuentro para quienes tenían en común dos pasiones: el gusto por bailar y el K-Pop. Su primer boom fue alrededor de 2012 gracias al doblaje en español y la transmisión en canal nacional de la teleserie coreana Los chicos son mejores que las flores. El siguiente salto lo dio BTS en 2017 con la gira mundial Wings que habría agotado sus entradas para las dos fechas en Chile. Pero antes era el domicilio de los fanáticos de la cultura japonesa y de la comunidad LGBTQIA+.

En esa ocasión el parque tuvo una explosión demográfica y un hacinamiento en el que peligraban las rejas por el inminente colapso, un posible linchamiento por parte de los trabajadores de la Mutual de Seguridad y pobladores a causa de la música a todo volumen, y la gran concurrencia en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM). Los grupos de tributo a sus bandas favoritas se apoderaban de todos los espacios disponibles, unos al lado de los otros.

El desierto de Borja

En Tobalaba los transeúntes esperan el metro. Algunos se ven cansados y otros relajados gracias al fin de semana. Nos subimos. Entonces, en cada estación asciende una persona que decora su mochila con chapas de K-Pop u otros accesorios. Ven la hora en su móvil cada cierto rato, al parecer van atrasadas. Pero descienden pronto en Baquedano.

Luego, el vagón se detiene en Universidad Católica. Las puertas se abren y una chica de mochila rosada baja a paso apresurado. Revisa de manera constante su celular. Al subir las escaleras hacia la salida, busca a alguien con la mirada sin cruzar los torniquetes. Ahí está. Intercambian un producto y se despiden. Antes de ir a las escaleras a dirección Los Dominicos, la muchacha observa lo que sería un mouse pad liso o un póster de un idol, artista de la industria de música pop coreana. Sonríe y se va.

A la salida de la estación, el espacio bajo una pasarela está vacío. No se escucha música y las personas que pasan son al menos tres que se dirigen al sub suelo para viajar. Entre los pasajes, desniveles y las esquinas de las intersecciones hacia al parque, aún se encuentran las carpas de individuos en situación de calle. Lo que cambió ha sido el ruido, el que casi es nulo. Parece un sector desierto.

En la entrada suroeste del parque está un grupo mixto de baile en la cancha de cemento. Son alrededor de seis personas del mismo rango etario, entre los 17 a 20 años. Hay, además, tres personas sentadas. Deben esperar a que lleguen los otros miembros. Son las 14:00 horas. Más adelante, en la cúpula, otro grupo ensaya y en los asientos figuran cuatro asistentes sentados. Dos conversan y los otros esperan a sus compañeros de equipo con un parlante mediano mientras comen un snack.

“Desde el estallido social no viene mucha gente. Después de la pandemia, menos. Todos se fueron a Cal y Canto. Ahora Borja siempre está así.”, dice Josefa. Su pelo lo tiene teñido de fucsia, lleva una falda escolar y un crop top de un tono rosa pálido. Su compañera asiente con la cabeza. Ella tiene el cabello como un honguito, la mitad castaña y blanca, y lleva un maquillaje de brillos parecido a la serie Euphoria, de HBO.

“Durante la revuelta, como se organizaban manifestaciones, hubo una de un movimiento provida. Pasaron por el parque desde la avenida principal y agredieron a algunos grupos, principalmente a los que estaban formados por niños bailando de grupos femeninos y viceversa en el caso de las niñas”, recuerda Scarlett, quien ha visto los rápidos cambios del lugar.

 

Fuente: Museo Humano Parque San Borja

 

Escape de la realidad

En la cancha dos adultas jóvenes conversan. Esperan la llegada de sus siete compañeras para practicar. Se juntan desde noviembre de 2021. La mayoría se conoce desde antes por la frecuencia con la que visitan el parque y por sus antiguos grupos de cover. Forjaron una amistad en un espacio seguro al que concurrían cada sábado si es que no tenían otras responsabilidades o compromisos más relevantes como el cumpleaños de un familiar o trabajos universitarios.

Isidora va al parque desde 2018 y Catalina desde 2014. Siempre se juntan en San Borja, pero a veces se trasladan al edificio de Aguas Andinas en Cal y Canto, donde utilizan los vidrios de la infraestructura para revisar y pulir los pasos de baile. También recurren a cercanías del Costanera Center, Manquehue, Los Leones, Quinta Normal o El Golf. Una forma económica de transformar el espacio público en una sala de ensayo.

Más tarde se unen Angelina, Fabiola y Francisca. Las últimas dos son primas y bailan desde 2016, más motivadas por el gusto en la danza que por el K-Pop. Salen de sus casas desde las 10:00 hasta las 20:00 horas. Dicen que de este modo escapan de la realidad de sus hogares y obligaciones educacionales. La pasan bien, se ríen mucho y se distraen. Es un día de siete donde se encuentran con personas con distintas preocupaciones y son empáticas entre ellas en silencio.

Al rato llega Winnie, de 21 años. Ella frecuenta el parque desde los inicios en 2012, pero comenzó en 2009 bailando en su casa. Antes practicaba entre GAM y el Parque San Borja. Tenía muchas amistades, pero tras desaparecer un tiempo de esos lugares, perdió el contacto. Un claro ejemplo de un parque en el que todo lo que nace allí, se queda ahí.

El grupo se levanta organizándose en un círculo para repasar los pasos de baile aprendidos en sus casas, una forma rápida de avanzar la coreografía. Ponen atención a su coordinación y realizan las modificaciones por estética y para ir al tiempo de la canción. Una vez que lo dominan, comienza el espectáculo sombreado por las plantas.

Un semanal lugar de encuentro

En la salida donde se ubica la Iglesia San Borja, el frente hacia Avenida Libertador Bernardo O´Higgins está cerrado con vigas de cemento, que también se utilizan para bloquear o desviar el tránsito. El único espacio para atravesar es una apertura de 1,5 metros aproximados. Las paredes y la escultura en homenaje a los mártires de Carabineros están con grafitis y afiches que aluden a las demandas sociales del 18 de octubre de 2019 y a las de feministas de la marcha del 08 de marzo de 2022.

De regreso al ensayo, el grupo tiene alimentos y botellas de agua sin gas. Continúan en su práctica y llevan más de la mitad de la coreografía avanzada. Me piden que las grabe. El video es otro medio que utilizan para revisar su progreso que lleva por lo menos tres horas. Observan atentas y hacen comentarios constructivos o para compartir lo bien que lo han hecho. Están conformes. Quieren continuar, pero dos integrantes deben regresar a sus casas. Se despiden.

Entonces, Catalina, Winnie, Fabiola y Francisca se convierten en otro grupo tributo y se aprenden un nuevo baile. Son las siete de la tarde. Un bebé que va con su familia se queda observándolas y se suma una niña que usa patines. Sonríe y le dice algo a su papá, es como si supiera de qué grupo de K-Pop se trata. A esa hora, el Parque San Borja se llena de familias, adultos mayores, mascotas y de quienes andan en skate y bicicleta. Ahí intentan piruetas y saltos sobre peldaños o en alturas. Por otro lado, la cúpula es conquistada por un grupo de Drag Queens, quienes caminan con tacones de salvajes plataformas.

El reloj marca las 20:00 de la noche y el cuarteto parte el camino a sus hogares. Conversan acerca de su encuentro de la próxima semana y una de ellas anticipa que no podrá asistir por el cumpleaños de su madre. La organización se da cada semana o a un día de concurrir al parque, porque no saben qué puede pasar durante los días hábiles.

Son la última agrupación de música pop coreana que abandona el sitio después de una intensa jornada de festival. El público eufórico se despide silencioso y tras el paso de las jóvenes, los árboles desde la galería se agitan y la luna se convierte en un lighstick, una lámpara luminosa personalizada de las bandas con la que los fanáticos se distinguen de otros clubes de fans.