José Miguel Yáñez fue Carabinero durante 20 años. En 2002 se tomó un puente en la ciudad de Talca con su arma de servicio, tras el hecho fue diagnosticado con Trastorno Anímico Bipolar. Hasta el día de hoy, él y su familia viven con las consecuencias de una enfermedad que cambia vidas y de la que su institución no tiene protocolos de seguimiento.
José Miguel Yáñez dedicó casi dos décadas de su vida al servicio policial como carabinero. En 1983, a la edad de 17 años ingresó a la Escuela de Formación de Carabineros, en Punta Arenas, su ciudad natal y con los años llegó a la Oficina de Especialidades del OS7, siendo perito en ese Departamento. En el año 1998 recibió su nueva destinación, la ciudad de Talca, donde tuvo que adaptarse a la vida nortina.
Fue el 21 de mayo de 2002, en el puente de Talca, lugar donde ejercía como carabinero en la cuarta comisaría de la ciudad, cuando José Miguel Yáñez, como Suboficial, sufrió un episodio maníaco que los llevó a tomarse la pasarela. Un actuar producto de un Trastorno Anímico Bipolar (TAB) -diagnóstico que meses después se entregaría y derivaría en su retiro de la institución- .
José con el torso desnudo y su arma de servicio en mano, estuvo en un principio desafiante, con los propios Carabineros apuntando a su cuerpo y él gritando incoherencias. En ningún momento hubo disparos. Después José con la cabeza gacha y el arma en el suelo se entregó.
Una vez reducido, fue trasladado a la Clínica Pedro Montt, en Santiago, donde pasó tres días sedado en una pequeña y lúgubre habitación, según recuerda. Durante su estadía, los especialistas lo diagnosticaron TAB, y comenzó su proceso de terapia, en la cual participaron su esposa e hijas.
Vanessa Yáñez, su hija mayor, tenía 17 años en ese momento, se encontraba cursando sus estudios secundarios, y preparándose para ingresar a la universidad. Desde su perspectiva adolescente y precipitada, ella entendía la enfermedad de su padre como algo egoísta, sin comprender completamente su alcance.
“Era como si mi papá simplemente se hubiera enfermado”, comenta Vanessa mientras se encuentra en la cocina de su casa, alejada de sus hijos quienes juegan en otra habitación, y los mira ocasionalmente. Hoy su hija comprende que su padre estaba afectado por una enfermedad mental, un trastorno que en la actualidad no resulta tan desconocido.
Tras el incidente, algunos compañeros de la comisaría acudieron a informar a la esposa de José Miguel lo sucedido, y durante ese día llegó su hermano desde Punta Arenas para brindarle apoyo.
Suicidio en Trastorno Bipolar
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el Trastorno Anímico Bipolar afecta entre un dos y tres por ciento de la población mundial. En Chile, aproximadamente el 2,2% de la población padece esta enfermedad. La OMS define este trastorno como una condición en la cual las personas afectadas experimentan episodios depresivos caracterizados por tristeza, irritabilidad y pérdida de interés, así como fases maníacas que se manifiestan con una mayor autoestima, pensamientos acelerados y menor necesidad de dormir.
Aunque existe un mayor riesgo de suicidio asociado a este trastorno, es posible llevar una vida normal mediante la combinación de psicoterapia y tratamiento farmacológico.
En Carabineros, existen protocolos fuertes que establecen acciones cuando un funcionario se suicida, pero no existe un registro público claro sobre la prevención o trabajo psiquiátrico donde se puedan identificar trastornos que sean propensos al suicidio. Todo el trabajo de prevención lo mantienen de manera interna, como se señala en la Cartilla de Procedimientos de Notificación y Datos a Levantar en Suicidios de Funcionarios en Servicio Activo de Carabineros que “en caso de encontrarnos frente a un caso de intento de suicidio, dicha información se recolectará de manera interna en la Dirección de Sanidad, entendiendo la sensibilidad de los datos”.
Vanessa Yáñez recuerda dos intentos de suicidio de su padre, dos episodios que no recuerda la fecha exacta. Otros que pudieron ser en la misma Clínica que estuvo su papá. José Miguel no recuerda un número exacto de intentos, más bien siente que fueron episodios que quedaron fugaces en su memoria, donde existen sólo imágenes esporádicas. Lo que está más claro que estos hechos sucedieron principalmente después de la fase maníaca en Talca.
Loco al Volante
Hoy instalado nuevamente en Punta Arenas, entre los vientos helados del sur y los cambios repentinos de clima, donde uno puede ser abrazado por un sol calmo o desolado por el cielo gris infinito del Estrecho de Magallanes, José Miguel rememora su historia.
Cuando José Miguel intenta atrapar cada recuerdo en sus pensamientos, tose y mueve sus enormes manos con su anillo de matrimonio, cada recuerdo que trata de atrapar en sus pensamientos, posa sus ojos al cielo, tratando de visualizar todo. En ningún momento de la conversación menciona la palabra trastorno, enfermedad o bipolar.
Con sus antiguos colegas de Carabineros sigue en contacto, según sus palabras le decían el “loco al volante”, con comportamientos impulsivos, confrontacionales. Episodios en los que sus compañeros de trabajo quedaban callados, aunque a veces trataban de animarlo.
En la institución no hubo un seguimiento después de su jubilación temprana. Más bien no hubo un retiro por enfermedad mental. José Miguel Yáñez estuvo con licencia médica hasta cumplir los años de servicio que permitieron su jubilación, y el seguimiento psiquiátrico se dejó de lado, al no existir una formalización de la situación médica.
Una situación que al parecer viven otros funcionarios de la entidad policial, y que evidencia la posibilidad que Carabineros puedan sufrir de estos trastornos, y no son tempranamente diagnosticados, previniendo con ellos episodios psicóticos que puedan afectar tanto al propio funcionario, sus compañeros de labores como a la ciudadanía, considerando que cuentan con la autorización del uso de armas letales.
Cambios de hábitos
El diagnóstico de Trastorno Anímico Bipolar lo recibió José Miguel Yáñez después de su primer episodio maníaco. Actualmente, el ex carabinero se encuentra en su hogar en Punta Arenas, y se dedica a cuidar a su nieto mayor.
Cuando nació su primer nieto, en el año 2010, fue un cambio en su vida. Según Vanessa Yáñez, ella y su hermana Dániza, estaban acostumbradas a que su papá “siempre tenía cambios de humor que en momentos estaba súper contento. Pero cuando se enojaba, se encerraba en su pieza y dormía”. Hoy, para la familia, y gracias a sus nietos los cambios de ánimo no tienen la misma frecuencia ni intensidad.
De hecho, tras el nacimiento de último nieto no ha tenido ningún intento de suicidio. Sin embargo, sigue ningún tipo de tratamiento psiquiátrico, farmacológico. Sigue una rutina en base a lo que necesite en el hogar y dejó el hábito de fumar.
Ahora, sin embargo, decidió viaja a Santiago para retomar terapia con la ayuda de su familia, y sobre todo la de Vanessa, quien tomó total conciencia de la gravedad del trastorno, ya que hoy define la depresión y los trastorno como enfermedades, “bien ingratas”, y se cuestiona: “por qué nadie explica de qué se trata y si alguien te explica como que uno no lo puede ver, no es como un dolor de estómago, aquí no se nota el síntoma”, concluye.