La salud mental ha cobrado especial relevancia durante la pandemia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) abordó el 14 de mayo las posibles consecuencias derivadas del aislamiento, la incertidumbre y la crisis económica, como el aumento de suicidios y trastornos psicológicos, instando a los gobiernos a no dejar de lado este aspecto.

 

La pandemia se declaró en marzo. Según la Superintendencia de Seguridad Social, en el primer cuatrimestre de este año se emitieron 417 mil licencias relacionadas con salud mental, representando un 29 por ciento del total, así como un aumento de 4 por ciento respecto a 2019. Las cifras preocupantes, sin embargo, se arrastraban desde hacía tiempo: Ya en 2016, el Ministerio de Salud constataba que cerca del 22 por ciento de la población ha sufrido algún trastorno psicológico. El mismo año había, sólo en el sistema público, 700 mil 275 personas en tratamiento por patologías asociadas.

En abril, un grupo interdisciplinario de académicos de la Universidad de Chile elaboró el documento Estrategia de Salud Mental, donde se detallan principios y medidas para un abordaje psicosocial de la crisis sanitaria. La iniciativa, llevada a la Mesa Social Covid-19 por el rector, Ennio Vivaldi, concluyó en la creación del programa Saludable-Mente, presentado el primero de junio por el Presidente Sebastián Piñera, y a través del cual se busca fortalecer la red asistencial psicológica mediante plataformas online y telefónicas. Y ya antes de lanzarse el programa, varias fundaciones y sociedades de psicología comenzaron a trabajar voluntariamente en el tema.

La Sociedad Chilena de Psicología en Emergencias y Desastres (Sochped) lleva desde 2004 estudiando el comportamiento humano en tiempos de catástrofe. Una de sus directoras, Mónica Molina, explica que si bien no todas las crisis producirán traumas -pues todo depende de cada caso y su historial psicológico-, hay en ellas un potencial traumático.

Molina aclara que a diferencia de otros desastres, como los terremotos, esta vez el estado de alerta sido permanente: “Cuando perduran mucho en el tiempo, [las crisis] hacen que nuestro comportamiento sea desadaptado, disfuncional. Entonces, ahí recién, podemos sospechar que estamos en presencia de un problema de salud mental”.

Según la directora de la Sochped, deben considerase cuatro ámbitos: emocional, cognitivo, interpersonal y físico. En el primero, las personas comienzan a declarar lo que sienten: “Temor, tristeza por estar alejados de sus seres queridos, de las personas con las que se relacionaban; temor a contagiarse, incertidumbre de cuándo va a terminar esto y respecto de la información”.

Los problemas cognitivos, en tanto, corresponden a dificultades para concentrarnos, tomar decisiones; a fallas de memoria y pensamientos que no teníamos habitualmente, pero que emergen a propósito de la crisis. Y, como las relaciones interpersonales se han visto interrumpidas, nos retraemos socialmente, evitando incluso el contacto telefónico u online.

Las reacciones físicas, finalmente, responden a la incertidumbre que nos genera el entorno de crisis. “Habrá personas con dificultades para dormir, conciliar o mantener el sueño -lo que llamamos insomnio-, además de cansancio, fatiga, dolor de cabeza, dolor de estómago, contractura muscular, reducción del deseo sexual, etc.”, comenta Molina. 

La psicóloga es enfática al plantear que el ser humano tiene un sistema de respuesta robusto, que puede aguantar situaciones límite. Sin embargo, aclara, “siempre hay un porcentaje de personas, del 10 al 15 por ciento de la población, que va a estar más propenso, en términos generales, a desarrollar problemas de salud mental”.

 

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Desde el Colegio de Psicólogos -gremio que no fue invitado a participar en la Mesa de Salud Mental-, su presidente, Pedro Acuña, comenta que el estrés postraumático podría ser la patología que más impacte a los chilenos cuando termine la pandemia, además de la depresión en todas sus gamas. Acuña prevé que las cifras de suicidios podrían aumentar, siendo ya Chile el segundo país de la OCDE con la tasa más alta: un aumento del 90% en el período 1990-2011, según datos de la misma organización.

El dirigente cree que las poblaciones más vulnerables son las que más sufrirán las secuelas psicológicas del coronavirus (“los adultos mayores, los niños, las mujeres, los inmigrantes”). La directora de la Sochped coincide con Acuña, señalando que los migrantes están sufriendo los problemas sociales hoy, “porque están teniendo dificultades para asegurar el aprovisionamiento, el alimento para sus familias. Muchos de ellos han perdido el trabajo, que ya era precario en algunos casos. Esos factores sociales están generando problemas en la salud mental”. Los desastres y las catástrofes, remata, “visibilizan la desigualdad”.

Las familias con fallecidos por Covid son otro grupo eventualmente afectado. Molina señala que el protocolo con el que deben enterrar a los difuntos está creando problemas con el ritual funerario, una las ceremonias más transversales: “Los funerales están siendo acotados. La gente no se puede acercar. Hay muchas personas que quieren tocar a sus difuntos o darles un beso, acariciar su frente, y no pueden”. Según Acuña, estas preocupaciones por el manejo del duelo podrían gatillar patologías, por lo que “sería importante mantener y aumentar el acceso en salud mental”, así como “manejar los miedos y los temores respecto al contagio, entender claramente qué significa estar con una persona contagiada”.

Uno de los grupos más afectados ha sido el personal de salud, con los principales centros médicos al borde del colapso y largas jornadas de trabajo. El presidente del Colegio de Psicólogos cree probable un aumento en las licencias médicas por estrés en el personal de salud, además de las que ya se emiten por contagio de coronavirus. “Para el personal de salud, muy probablemente, terminada la pandemia, se va a extender la necesidad de trabajo por reemplazo y licencias médicas, a lo menos un par de meses más”, comenta el psicólogo.

 

La cuarentena y sus efectos

En este contexto, son varias las fundaciones y los profesionales que se han articulado para ofrecer asistencia psicológica voluntaria, algunos de ellos organizados desde la crisis social de octubre.

Una de ellas es Línea Libre, un proyecto a cargo de la Fundación para la Confianza, que ofrece a niños, niñas, adolescentes y jóvenes una línea de ayuda gratuita y confidencial a través de sus canales de contacto remoto: el número telefónico 1515, la app de Línea Libre y vía correo electrónico.

Diego Riveros, psicólogo de Línea Libre, comenta que a raíz de la crisis sanitaria, las consultas realizadas por el equipo de la fundación aumentaron significativamente. En abril se recibieron 990 llamadas, casi 200 más que el mes anterior. Los motivos de consulta más repetidos están relacionados con la pandemia: episodios de ansiedad, angustia y crisis de pánico. A partir de este registro, los psicólogos de la entidad han podido trazar algunas de las necesidades de la juventud durante la crisis.

Riveros destaca la comunicación como una de las principales herramientas para la contención de las crisis. En este sentido, cobra una importancia fundamental que padres y/o cuidadores sostengan conversaciones que transmitan tranquilidad: “Una recomendación sería que pudiéramos tener estos espacios para hablar de qué nos está pasando con el encierro, con la incertidumbre de no poder seguir con nuestras vidas de manera normal. Y compartirlo con niños, niñas y adolescentes. Eso les va a entregar una seguridad mucho más grande de que esto es un momento transitorio y que va a pasar, y que los adultos estamos ahí para acompañarlos y para protegerlos”.

Andrea Ramírez es secretaria de la Comisión de Infancia del Colegio de Psicólogos. Al igual que Mónica Molina, comenta que no se deben patologizar los problemas de salud mental en la pandemia, sino hablar  de un desequilibrio emocional en la infancia relacionado a cómo ven a sus padres: “Si el adulto es percibido por el niño como inestable, irritable, mal genio, estresado, el niño lo va a incorporar como una experiencia en que va a sentir también incertidumbre, inestabilidad emocional, inseguridad, etc.”.

Lo más probable, dice Ramírez, es que estos desequilibrios detonen más pataletas, frustración e, incluso, estrés en los jóvenes en etapa escolar. Todo depende de la relación paterno-filial y su historial psicológico y de apego, por lo que “mientras el niño vea al adulto protector y estable, va a seguir manteniendo su estabilidad interna y, por lo tanto, puede pasar la pandemia como una experiencia más de vida”.

Un tema polémico ha sido la implementación de clases online y su funcionalidad en medio de la crisis. Al respecto, Ramírez comenta que si bien el país no estaba totalmente preparado para un despliegue así, no es malo que los niños mantengan una rutina que ordene su día. Sin embargo, es enfática en que “el tema está en no tener la exigencia de la clase presencial: que no exista una presión mayor que vaya a afectar la emocionalidad de las personas”, pues los niños podrían no responder como quisieran.

Riveros concuerda con Ramírez en que la rutina escolar es importante para el desarrollo, pues es fundamental estar con sus compañeros y amigos, y establecer relaciones con otros adultos significativos, como los profesores. Sin embargo, en su experiencia diaria en Línea Libre, ha visto cómo el papel de los establecimientos educacionales ha sido más bien negativo por el alto nivel de exigencia, sobre todo en la educación superior: “Nos llegan llamadas de jóvenes que hablan de las complejidades que tienen las clases online, dicen que no pueden concentrarse igual que antes. Jóvenes que están pensando en dejar la carrera, que no pueden más”.

La secretaria de la Comisión de Infancia, por su parte, recomienda que las clases no sean de más de tres horas diarias y que las tareas sean en su mayoría manuales, pues una exposición prolongada a las pantallas puede, igualmente, causar problemas de salud mental: “La alta exposición ocasiona adicción en los niños, pues el nivel de placer es muy alto, y después no van a querer entretenerse con cosas simples”.

 

Doble precarización

La inversión pública en salud mental es escasa. El presidente del Colegio de Psicólogos señala que el capital destinado a la atención psicológica apenas representa un 1,9 por ciento del total del presupuesto destinado a la salud pública.

Para el dirigente gremial, tan baja asignación no se condice con la realidad psicológica del país, considerando la cantidad de licencias médicas emitidas en los últimos años: “Los presupuestos no guardan relación con las reales necesidades de la población”.

Acuña ve este problema reflejado en la calidad de los servicios psicológicos a los que puede acceder la población en los centros de atención primaria. Esto, teniendo en cuenta la dificultad para conseguir horas y la poca continuidad que esto significa para los tratamientos. “Si un médico atiende cuatro pacientes por hora, no podemos pensar que el tratamiento psicológico sea de igual forma y que los psicólogos deban ser gestionados a ese nivel. La atención psicológica requiere de un tiempo, un encuadre, un trabajo con el paciente, y no puede estar eso determinado por una atención de 15 o 30 minutos”, comenta el dirigente.

En este sentido, una de las preocupaciones del Colegio de Psicólogos es que las acciones propuestas en la Mesa de Salud Mental se orienten a aumentar la disponibilidad de horas de atención en los servicios de salud primaria, donde ya existe una sobrecarga a los profesionales de la psicología. “Los recursos y los fondos que tengamos disponibles deberían ser enviados a aumentar esa disponibilidad de contrataciones. Sabemos de casos en que para un Cesfam [Centro de Salud Familiar] hay sólo un psicólogo para atender a una población de 3 mil personas”.

Desde el colegio estiman que habrá un aumento significativo en la demanda por atención psicológica, por lo que resulta importante dotar al sistema público de más profesionales, junto con mejorar sus condiciones laborales: “Por eso necesitamos potenciar la salud primaria y no derivar los recursos a instituciones privadas”.

Diego Riveros tiene una visión similar. Comenta que el formato de atención remota, sobre todo durante este tiempo de crisis, muestra la brecha en las posibilidades de acceso a atenciones psicológicas. “¿Cuántas personas que presentan una dificultad anímica en la actualidad están recibiendo el tratamiento adecuado? Esa brecha es muy grande. Nos damos cuenta a través de nuestros contactos de esta incapacidad que ha existido para ofrecer tratamientos adecuados de manera accesible”, explica Riveros, enfatizando en que esta situación se hace más visible durante la crisis.

Esta doble precarización de la atención en salud mental, tanto para los pacientes como para los profesionales, ha derivado en la creación de organismos voluntarios, incluso por parte de personas no preparadas. La directora de la Sochped opina que “el voluntarismo puede provocar daño cuando yo no sé lo que estoy haciendo”, argumentando que si no hay una debida preparación, el intento de ayudar puede empeorar la situación de las personas con problemas.

El Colegio de Psicólogos levantó el 1° de junio la iniciativa “Mano Amiga”, una línea telefónica gratuita para la atención y contención de personal de salud con problemas psicológicos derivados de su trabajo en los centros médicos. Sin embargo, su presidente aclara: “La salud mental del país no se puede basar en operativos voluntarios. Ese es un error, y un error que hemos mantenido hasta hoy”.

Catalina Araya

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile

Felipe Arancibia

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile