Desde que se creó la máxima distinción a la literatura chilena, ningún dramaturgo la ha recibido, aunque seis de ellos han obtenido el Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales, que en principio es el que “le corresponde” y que asume que quienes lo ejercen son también directores o productores teatrales. Terminada la temporada de premios, queda a la vista una disciplina subestimada e “incompleta”: un arte literario y escénico que parece no tener domicilio. 

 

Cada dos años, normalmente en agosto, el jurado del Premio Nacional de Literatura se reúne para decidir quién obtendrá la mayor distinción estatal a las letras chilenas. No son reuniones largas: cada jurado expone su visión de los candidatos y dialogan sobre lo que debe representar el galardonado en cuanto a su obra y a su contribución. Hablan de poesía, narrativa e incluso ensayos, revisan cartas y firmas de apoyo. 

La información viene ordenada en carpetas y el debate suele darse en el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio; hoy, los antecedentes siguen ordenados, pero la conversación es a través de pantallas. Siguen hablando de poetas y novelistas. Llega el momento de elegir y es sencillo. En función de lo expresado en el artículo 16 de la Ley 19.169, el nombre que se repita más veces en el jurado, gana. Si hay empate, la decisión queda en manos del presidente del jurado. Después de un rato, hay un ganador. La elección, sin embargo, olvida una carpeta y un género literario en sí mismo: la dramaturgia.

Todo partió en 1942, cuando Augusto D’Halmar se impuso en la primera edición del premio. A partir de ese momento, el Estado de Chile comenzó a reconocer de manera formal a los talentos nacionales, lo que se materializó con la Ley 7.368 (1942), que definía al galardonado como el escritor cuya obra fuera acreedora del reconocimiento; al mismo tiempo, creó el Premio Nacional de Artes destinado a creadores de excelencia. 

Ambos premios siguen vigentes, ampliando por lo demás el espectro de especialidades al incluirse Periodismo, Ciencias e Historia, hoy dependientes de la cartera de Educación, mientras los reconocimientos a disciplinas artísticas son llevadas por el Ministerio de las Culturas: como Literatura y la ramificación de Artes que hoy se expresa en Artes Plásticas, Musicales y de la Representación y Audiovisuales, definida en la La Ley 19.169 (1992), que norma los Premios Nacionales. 

A casi 80 años de su creación, el Premio Nacional de Literatura ha sido entregado a 55 poetas y escritores como Pablo Neruda (1945), Gabriela Mistral (1951), Marta Brunet (1961), Manuel Rojas (1957), Eduardo Barrios (1946), y Daniel de la Vega (1953). Los dos últimos tuvieron una carrera en el género dramático y en 1962 De la Vega obtuvo el Premio Nacional de Artes, mención Teatro, por dramas y comedias. 

Aun si la dramaturgia integra las letras chilenas, aportando algunas de sus mejores voces en el siglo XX (entre otras las de Isidora Aguirre y Alejandro Sieveking), el reconocimiento estatal la considera parte del espacio teatral y, como tal, candidata al Premio dee Artes de la Representación y Audiovisuales, creado en 1992 y entregado al año siguiente al dramaturgo Jorge Díaz. Desde entonces, seis de los 13 galardonados han sido dramaturgos: Gustavo Meza, Juan Radrigrán, Egon Wolff Grobler, Alejandro Sieveking y Ramón Griffero.


¿Por qué la dramaturgia?

 La académica Carolina Hernández (UCSH) observa la exclusión de la dramaturgia como género literario y plantea que el Premio Nacional de Artes premia “a directores y no al ejercicio escritural del teatro”, lo que se debería a que “existe un alto porcentaje de dramaturgos que también cumplen la labor de directores”. Pero, ¿por qué considerar una obra dramática como una obra literaria?

Definir la literatura es una tarea problemática sus diferentes acepciones, sin embargo, en su noción básica y artística, de acuerdo a José Dominguez Caparros, corresponde al conjunto de textos que resultan de la creación impulsada por la palabra y que tradicionalmente se enseña desde una perspectiva dividida entre los géneros narrativo, lírico y, en menor medida, dramático.

Según el escritor y académico de la Usach Felipe Cussen, en tanto, existe “un problema mayor con respecto a lo que se entiende como literatura”, dada una “mirada restringida en los soportes”, según manifestó en un coloquio organizado por la Universidad de los Andes.

Parte de esta concepción está ligada con un vacío pedagógico: en Chile no hay una carrera de dramaturgia y las casas de estudios la imparten como especialización de postgrado. Además, faltan espacios editoriales, como deja ver el Informe Anual del ISBN 2019 de la Cámara Chilena del Libro, donde los textos dramatúrgicos no figuran en las estadísticas. 

“Chile es de los pocos casos en que los dramaturgos siguen condenados a ese vacío, a ese espacio invisible entre el arte y las humanidades”, declaraba en 2015 a La Tercera Marco Antonio de la Parra, nominado al Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales.


Una cuestión de aporte

Un premio entregado por la trayectoria y la contribución al área a la que se postula. Esa es la definición de los Premios Nacionales. Sin embargo, el arribo de sus nombres a la competencia y los factores que influyen en la decisión del jurado constituyen un largo camino hasta la distinción del Estado.

El primer paso es la nominación del candidato. Si bien no se establece ningún mecanismo para la postulación, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio proporciona un formulario que se puede rellenar por una asociación o un postulante independiente. No obstante, existe un requisito deducible al hablar de trayectoria: los nominados deben tener una cierta edad, y haber desarrollado obras que contribuyan significativamente a la disciplina. 

Junto al factor etario, está el apoyo de las universidades. En el caso del Premio Nacional de Literatura, la mayoría de los galardonados han sido respaldados por académicos, cuestión parecida a la que se da en danza y cine. Pero no es el caso de la dramaturgia, siendo una excepción la de Marco Antonio de la Parra, quien contó en 2015 con el apoyo de la Universidad Finis Terrae y personeros del mundo del teatro.

Al respecto, Enrique Zamudio, decano de la Facultad de Artes de la Universidad Finis Terrae, explica: “La dramaturgia no es un género que esté dentro de las universidades, porque no está incorporado en las facultades. No hay apoyo a la disciplina”. Todos estos ámbitos, agrega, “están vinculados al mundo académico. Lo que hace alguien se mide por la academia: cuando van con apoyo de universidades de peso, se vuelve un factor determinante en las decisiones”. 

 

Adicionalmente, la participación del mundo académico a través de sus representantes constituye, en el caso del Premio Nacional de Literatura, alrededor del 50% del jurado. 

Beatriz García-Huidobro, editora ejecutiva de Ediciones de la Universidad Alberto Hurtado, plantea por su parte que “debería premiarse la trayectoria literaria, pero siempre hay un fuerte componente político en el mensaje que entrega el galardonado”. Lo anterior queda de manifiesto con Isidora Aguirre, dramaturga que durante años estuvo entre los nominados al Premio Nacional de Literatura, aunque por sus novelas. En el libro Conversaciones con Isidora Aguirre, de Andrea Jeftanovic, Aguirre sostiene que si bien era nominada por su narrativa, sus obras teatrales también pertenecen a la literatura, puesto que no son “meros guiones para ser manipulados en un escenario: están cuidadosamente trabajadas y pulidas para la lectura o su publicación”. 


Apoyo insuficiente

Para 2020, el Gobierno entregó al Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio un presupuesto de $199.548 millones. Adicionalmente, este mismo año abrió un fondo de $15 mil millones para ayudar al sector cultural frente a la pandemia, aunque los artistas reclaman la lenta gestión para entregar el dinero. 

Anualmente, el ministerio abre la convocatoria a los Fondos Concursables en las disciplinas de  Arte, Audiovisual, Música, y recientemente en Artes Escénicas, categoría que agrupa proyectos de artes circenses, ópera, obras de títeres, cuentos de narraciones orales, y anexando a individuos y/o colectividades de dramaturgia, quienes anteriormente eran financiados con el Fondo del Libro y Lectura

Para  Hernández, esto obedece a que la dramaturgia chilena, desde una perspectiva de creación, es poco valorada y vista como un arte menor. Sin embargo, María de la Luz Hurtado, jurado del Premio Nacional de las Artes de la Representación y Audiovisuales de 2019, considera que “está bien que se aplique [la dramaturgia] en el Premio de Artes de la Representación, porque es el pilar de la teatralidad. La dramaturgia es muy específica e importa que se tome en escena; de lo contrario, es letra muerta”.

Pese a los fondos existentes, para los dramaturgos no son suficientes. Las disciplinas son variadas y no alcanza para todos, dicen, por lo que en su mayoría deben financiar sus propios proyectos. Para el dramaturgo Eduardo Luna, “el problema de la concursabilidad es que no te permite proyectar a largo plazo los procesos y los proyectos” porque “terminan financiando a solo un 20% de los que postulan, porque la torta es muy chica y hay que repartirla entre muchas partes”.

En una línea similar, el dramaturgo y actor, David Gajardo, afirma que no hay “ninguna seguridad de que puedas realizar tu trabajo o si, a futuro, podrás seguir siendo un trabajador de la cultura y las artes, porque no hay una estabilidad de los fondos y estos son insuficientes”.

Para afrontar estos problemas, la Ley sobre Fomento a las Artes Escénicas promulgada en septiembre de 2019, fortalece el entendimiento y trabajo de los artistas escénicos. La normativa, sin embargo, repite el patrón en cuanto a la agrupación de disciplinas que, si bien comparten una base asociada a la representación, tienen diferencias marcadas: para la dramaturgia, esta es una reafirmación de su destierro literario.

 

Valentina Cuello Trigo

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile

Valeria Troncoso Torres

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile