Disciplina ignorada y estigmatizada, poco o nada se sabe de su efecto terapéutico. El burlesque es un oficio que mezcla diversas tradiciones del espectáculo, y plantea una constante retroalimentación entre la mujer y la “súper mujer”. Es lo que pudo constatar una reportera de Doble Espacio en una lugar que enseña sus secretos.
Tacos altos, abanicos de plumas, máscaras brillantes, muñecas y figuras. Las luces de la sala cambian de color, mientras un gran espejo cubre por completo el muro del fondo. A las 20.30, suena el timbre en Monjitas 454. Natalia Dufuur recibe en su estudio a las alumnas del curso avanzado de burlesque.
“Antes del burlesque no era quien soy. Era súper tímida e insegura, todo me daba vergüenza. Tuve problemas alimenticios jevis, y una relación terrible con mi cuerpo. Nunca estaba conforme con ser yo, y esto me cambió la vida”.
Dufuur es actriz y tiene 28 años. Es dueña, creadora y profesora de este espacio. Dice que, antes de trabajar con el cuerpo desde la sensualidad, hay que reparar en la autoestima. Decidió compartir sus conocimientos con mujeres que necesitan el mismo giro que dio ella a través de esta disciplina artística.
Las alumnas llegan puntuales, en patota y ruidosas. “Funcionamos en bloque”, comenta una de ellas. Son egresadas del curso básico y decidieron continuar juntas este año. Entre todas han generado lazos de colaboración y afecto, libres de competencia y de crítica no constructiva. “Es un espacio súper seguro para descubrir tu feminidad, pero desde ti”, comparte una de las chicas. “Como todas somos súper diferentes, tenemos historias, cuerpos y realidades distintas, es muy bonito tener un lugar para encontrarse como mujer, rodeada de otras mujeres bacanes”.
Las bailarinas ingresan por un pasillo estrecho, dejan sus zapatos a un lado, se sacan la ropa de calle y la dejan guardada. Bucaneras, calzas cortas y poleras apretadas son las prendas para ensayar. “Antes llegaba vestida para hacer gimnasia”, cuenta otra de las alumnas. “Ahora no: esto tiene otro estatus. De hecho, todas tienen su cajón de burlesque con medias, bodies, sostenes, etc.”.
Todas habían tomado las clases en el punto más bajo de su autoestima. Muchas mujeres tienen miedo. Quieren bailar, pero no se atreven. La pregunta más frecuente antes de intentarlo es, “¿hay que ser regia?”. La respuesta es no: el burlesque es para todas. Este último es el lema de una escuela que considera los procesos de aprendizaje de cada quien. No importa si eres gorda, flaca, alta o baja.
Tras un rato de copucha y elongación, la instructora muestra la coreografía, paso a paso. De a una, o de a dos, van asomando las aprendices. La enseñanza es personalizada, y no hay más de doce en cada clase. “Todas tenemos una relación diferente con nuestro cuerpo, así que aprendemos a nuestra manera y tenemos procesos y tiempos distintos que nadie puede calcular”, comenta la profesora. “Eso es súper importante también para trabajar un sello personal, porque cada una encuentra su modo de hacerlo. No son minicopias mías. Para mí, el gran objetivo es que cada una se descubra en esta disciplina”.
En la performance, las bailarinas crean el personaje de una diva: la imagen de una “súper mujer”. No hay nada que la detenga. Es empoderada, inalcanzable, hermosa, fuerte. Desde la vestimenta hasta el lenguaje corporal, no vive en la realidad cotidiana. Cuando la fantasía irrumpe, queda atrás esa mujer llena de inseguridades, culpas y miedos: ahora es una “súper mujer”, dice Dufuur, que es la mejor versión de ella misma. Un alter ego que trabaja en sus alumnas y del cual se alimenta cada día. “Al final, creas la mejor versión de ti misma y aprendes de ese personaje. Eso es lo bonito: es una metamorfosis que se vuelve terapia”.
La mujer inalcanzable que se muestra en el escenario genera, por inalcanzable, una distancia teatral. Por eso, el burlesque no genera la cercanía de otros oficios a los que se le asocia. Es un sueño en el que, a través de una sensualidad basada en la insinuación, se juega con la fantasía sin prometer nunca una interacción. “Ahí está la brecha o la cuarta pared que trabajamos en el teatro: te veo, te siento, juego en esta fantasía, pero jamás voy a subir al escenario y cruzar ese límite”, explica la actriz.
El burlesque clásico que acá se rescata siempre deja algo a la imaginación. Toma la estética del pin-up, que va desde los años ’20 a los ’50, donde mostrar un tobillo o un hombro ya es sensual. La escuela de Dufuur sigue esta línea madre, donde la elegancia lo es todo. “Sin elegancia o insinuación, no hay erotismo: hay porno”, afirma su creadora. “El espectador nunca podrá ver todo lo que el personaje quiere mostrar”. El solo gesto de sacarse un guante debe ser tremendamente sensual, erótico. La gracia está en engendrar fantasía a través de la sutileza. “Cuando generas un juego con solo mostrar la mano, y eso puede durar cinco minutos, es porque hay una magia que lograste tanto en la presencia escénica como en el lenguaje corporal”. El juego erótico del burlesque, en último término, es muy distinto al del striptease, aunque el común de la gente los confunde: mientras uno es artístico e insinuador, el otro se remite al mero ejercicio de desnudarse.
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Día a día, las aprendices reciben comentarios desinformados respecto de su disciplina. “Me ha pasado muchas veces que le digo a un hombre que hago burlesque, y me dice, ‘ay, báilame’. ¡Hueón! Es pa’ mí. No soy stripper”, cuenta una de ellas. “¡Sí, eso es. No soy stripper!”, repiten las demás, quienes recuerdan sus propios episodios: “No te voy a bailar, no uso caño y no me desnudo frente a ti. El burlesque es para una y no para bailarle al pololo”; “el burlesque no se ocupa en ningún caso como arma de seducción cotidiana”.
Natalia no lo ha vivido así: ha dedicado su vida al escenario y expone abiertamente su trabajo. Sin embargo, para quienes se mueven fuera de este círculo –para las propias alumnas, por ejemplo- es difícil combatir los estereotipos.
Burlesque es una voz francesa que significa “burlesco”. Surgió en el siglo XVI como un género literario enfocado en la ridiculización de un tema. Ya en el siglo XIX se convirtió en un género dramatúrgico en Reino Unido, el burlesque victoriano. El neo-burlesque, en tanto, surge de la evolución del burlesque americano, que comenzó en EE.UU. a mediados del siglo XIX, como una reinterpretación del victoriano con elementos de vodevil y cabaret, entre mujeres que fueron ocupadas como objeto de atención para sátiras en bares de pueblos. Mujeres que a partir de entonces, sostiene Dufuur, descubrieron su propio poder e impusieron sus condiciones para actuar en público. Y agrega: “El burlesque, como el cabaret, trabaja el erotismo para decir algo. El cabaret es súper político”.
Hay escuelas que trabajan otras ramas, algunas más sexuales, que se alejan de lo clásico o que mezclan disciplinas. El burlesque clásico, en tanto, ha mutado hasta convertirse en una terapia. Dufuur, sin ir más lejos, tomó este año un diplomado de programación neurolingüística para trabajar con más herramientas.
Al finalizar la clase, cuando el baile ha resultado a la perfección, la instructora graba a sus alumnas para que noten sus avances. Esto tiene un efecto positivo en las bailarinas, que con orgullo suben el material a las redes sociales. Porque mucho ha cambiado en ellas desde que entraron:
-Me empecé a vestir de rojo, a usar vestido y aprendí a maquillarme. Empecé a fijarme en mí, a quererme, a echarme cremas.
-Aprendí a ser mucho más cariñosa conmigo misma. Una tiene la costumbre de mirarse al espejo en la mañana y ver todo lo que no le gusta: cuando descubres que tienes un cuerpo que puede bailar, te das cuenta de que tienes mucho más. También me ha ayudado a desarrollar mi relación con las mujeres, porque estamos en un espacio tan vulnerable, que hacemos catarsis entre todas, y eso es muy bonito. Me empodera.
-Tengo un problema en las articulaciones y cuando llegué, bailaba súper débil. Cada paso que fui dando, y que doy todavía, es una celebración. Fue recuperar la confianza en que efectivamente podía mejorarme, que me podía mi cuerpo y que podía ser independiente.
Este espacio busca que cada una descubra su modo de ser mujer y, así, se sienta cómoda. No pretende formar actrices, bailarinas ni performers. Más bien, su idea es crear una revolución desde el amor propio y la aceptación del cuerpo. Las alumnas piensan que lo logra.
Laura Donoso Mena
Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile