La cárcel a cielo abierto más grande del mundo. Así definió el historiador israelí Ilan Papé a la Franja de Gaza, en la que, según la Oficina Central de Estadísticas de Palestina (PCBS, en inglés), habitan 2.26 millones de personas. Además, que el 66% de sus habitantes son refugiados y víctimas de las anexiones ilegales de territorio que comete el Estado de Israel, y el 40,6% de la población palestina vive en esa zona cuya superficie es similar a la de Valparaíso.
Entonces, sí: me permito pensar que la Franja de Gaza es la cárcel al aire libre más grande del mundo. La contradicción, sin embargo, es evidente. Quienes cometen los crímenes no son quienes están dentro de esta cárcel, sino quienes están fuera de ella.
En caso de dudas, mejor decirlo: el ataque que Hamás –organización financiada por Israel hasta unos años atrás, según confirmó el propio primer ministro, Benjamín Netanyahu– cometió en contra de civiles, el pasado 7 de octubre, es injustificable. Ni los crímenes de guerra ni los ataques a civiles han de ser permitidos. Nunca. Pero el actuar de Hamás es injustificable, no inentendible.
En palabras del secretario general de las Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres, “el pueblo palestino ha sido sometido a 56 años de ocupación asfixiante” y esto ha devenido en que “sus esperanzas de una solución política a su difícil situación se han ido desvaneciendo”. En un régimen que la misma ONU calificó de apartheid, el ataque de Hamás es, en consecuencia, un motín.
¿La respuesta? Cortar el agua, el gas, la comida. Ordenar el abandono de sus hogares a miles de familias. Tirar bombas a destajo. Bombardear un hospital, dejar casi 500 personas muertas. Asesinar 5.700 seres humanos, de los cuales 2.360 son niños y niñas, según el PCBS. En otras palabras, exterminio a gran escala.
Parece difícil de asimilar que Israel, un país judío que nació tras la barbarie nazi, pueda escapar del exterminador solo para terminar convirtiéndose en uno. Cuentan que Friedrich Nietzsche, filósofo alemán y encomiable maestro en la destreza de la ironía, decía algo así como: “Quien con monstruos lucha, cuide de no convertirse a su vez en monstruo”.
Volvamos al pasado. A 1962, precisamente, David Ben Gurión, flamante político israelí y primer líder del entonces naciente país, se refirió al juicio que tribunales hebreos llevaban en contra de Adolf Eichmann, jerarca nazi responsable de deportaciones y asesinatos de miles judíos en el Holocausto:
—“Queremos dejar bien sentado ante todas las naciones que millones de personas, por el solo hecho de ser judíos, y millones de niños, por el solo hecho de ser niños judíos, fueron asesinados por los nazis”.
Pues bien, tal vez sea necesario repensar tal diagnóstico. Si los códigos de humanidad que sembraron esa frase siguen vigentes, la comunidad internacional podría hacerla propia, interpretarla para referirse al exterminio del pueblo palestino y decir:
—“Queremos dejar bien sentado ante todas las naciones que miles de personas, por el solo hecho de ser palestinos, y miles de niños, por el solo hecho de ser niños palestinos, fueron asesinados por el Estado de Israel”.