Si Calvelo tuviese una biografía se llamaría “Los generales y yo”. Explica que “me echó el general Franco de España, Onganía de la Argentina y el general Pinochet de Chile”. Desde la década de 1960 ha trabajado en cerca de 20 países de todo el mundo, llevando la televisión como herramienta pedagógica en sectores rurales. Además, ha creado el modelo teórico Interlocutor—Mensaje—Interlocutor, que transformó la manera de percibir la transmisión de información y adquisición de conocimiento. Pese a que se jubiló el pasado 30 de agosto, sigue desarrollando nuevos proyectos, que describe como “tan revueltos como la vida”.
—Cuando llegué a Chile cometí un delito: pequé de ingenuidad. Y la ingenuidad después de los 18 años debiera ser considerada delito. Lo primero que hacía al llegar a un país era leer la legislación. Y acá me enteré que solo las universidades podían tener canales de televisión. Exclamé para mí mismo: “¡Éste es el país!”.
Para 1936, España se encontraba en una guerra civil. José Manuel Calvelo Ríos tenía solo tres años cuando sus padres estuvieron encarcelados por apoyar a la República. Fueron sometidos a juicio. Su padre fue fusilado y su madre, presa, hasta 1943.
Manuel —como prefiere que lo llamen— tuvo que ser amparado junto a su hermano Roberto por algunas de sus tías y un tío, quienes trataron de criar a ambos niños como si fueran su madre Isabel Ríos y su padre, el doctor Manuel Calvelo.
Aprendió tanto a leer como matemáticas básicas en casa. Y durante su infancia nunca recibió castigos físicos, lo que lo diferenció de los demás niños.
—Un día un alumno hizo un alboroto — relata Calvelo.
“El profesor nos puso a todos en fila, hizo que pusiéramos la mano tendida hacia él y con una regla nos golpeó, con toda fuerza, las manos de los alumnos. Mi hermano y yo nos miramos porque nunca habíamos recibido castigo corporal. Tuvo que ir mi tía a explicar que nosotros no estábamos habituados al castigo físico”, recuerda.
Su tío se ganaba la vida proyectando películas en el único cine que había en su pueblo, Curtis. Él y su hermano le llevaban la cena a su lugar de trabajo y después seguiría recordando estos momentos al ver en el cine una película que retrata una historia similar, Cinema Paradiso.
—Fui, empecé a verla y tuve que irme acongojado porque me recordó ese periodo de mi vida. Me recordó a mi tío—. A pesar de esto, logró ingeniárselas para estudiar. Ganó durante cuatro años la matrícula de honor porque todo lo que le enseñaban ya lo sabía.
—Éramos lectores infatigables. Mi hermano y yo leíamos de todo, de manera que la primaria la pasamos sin ninguna dificultad.
Un día cualquiera, cuando ya tenía diez años y jugaba en la calle, alguien le tocó el hombro. Se dio la vuelta: era su madre.
—Fue formidable porque la habíamos visto una o dos veces desde la detención, pero verla libre fue una cosa… Nos pegamos a ella mi hermano y yo. La queríamos mucho—, recuerda y se emociona.
A fines de los años cuarenta, y producto de los constantes hostigamientos hacia su madre por parte del régimen franquista, decidieron emigrar a Argentina.
—Dejamos libros, fotografías, historia de la familia, no había forma, no teníamos ni para comprar maletas y menos para pagar el flete. Vinimos en barco y con lo que soñábamos era poder comer y leer. Esa era nuestra visión de América.
Ya en Argentina, un joven Manuel iba con la idea de estudiar física, pero viendo las materias optó por Geología, esta carrera le permitiría estar por lo menos tres meses del año en terreno, algo que lo convenció.
—Yo nací y viví en una aldea. Para mí el campo, el mundo rural, era parte de mi formación.
Durante su periodo universitario fue ayudante y miembro del Consejo de la Facultad como representante estudiantil. Un día, el decano Rolando García le ordenó incorporarse al grupo de trabajo de televisión educativa, pero para él la idea no era llamativa.
—¿Qué está haciendo? ¿Cuánto gana? —le preguntó García. —Lo puedo contratar por un poco más para que se incorpore al grupo de televisión educativa.
—No, no me interesa, no tengo televisión, no me gusta, creo que es una porquería.
—Mire, Calvelo, usted lleva un buen tiempo hinchándome las pelotas con que no le prestamos atención a la docencia. Aquí viene una herramienta. Lo que le estoy diciendo no es una consulta, le estoy dando una orden.
Pasados seis meses desde su incorporación, fue nombrado jefe de departamento cuando todavía era estudiante.
En 1966, Calvelo viajó a un coloquio de física en Pekín, China. Al volver, se enteró de que la universidad donde trabajaba había sido allanada por la dictadura del general Juan Carlos Onganía: toda la gente fue despedida y su equipo de trabajo disuelto. De nuevo debía trasladarse.
—Bueno, era mi segunda pérdida, pero agravada.
En este intertanto fue contactado por la Fundación Ford, quienes le pidieron que recorriera desde México hasta Chile para ver en donde se podía replicar lo que estaba haciendo en Buenos Aires. Eligió a Chile.
Cuenta que al llegar se encontró con un país con gente amable, amistosa, que trataba muy bien al extranjero.
—Realmente me enamoré de Santiago, y luego cuando viajé por el resto de regiones, me enamoré de todo el país.
Comenzó a trabajar en el Centro de Perfeccionamiento del Profesorado, en un viejo edificio ubicado en San Martín con Alameda. Allí montó un micro estudio con el fin de capacitar a docentes en pedagogía audiovisual.
A finales de 1967 conoció a Jorge Navarrete, un ingeniero comercial de 22 años, quien sería más adelante el encargado de poner en marcha el proyecto de Televisión Nacional (TVN). Un día este lo llamó y le dijo:
—Manuel, ¿cómo lo harías si tuvieras que hacer una televisión que informe de Santiago, del país, de la región y del mundo? Un programa que sea educativo, sin ser latoso, sin ser aburrido, sin ser fome.
—Yo seleccionaría quince muchachas y quince muchachos desde agronomía a arquitectura, de matemáticas a medicina, no me importa, de todas las proveniencias. Además, seleccionaría cuatro que no tengan nivel universitario para ver qué pasa con gente joven. Los entrevistaría y les enseñaría a hacer televisión.
—Hagámoslo— contestó Navarrete.
Así, desde 1969, comenzó a formar al primer equipo de realizadores de TVN. Dirigió y codirigió multitud de programas. Ese año también fue significativo a nivel personal. Contrajo matrimonio con su actual esposa Carmen Aros, la que se convertiría en la madre de sus dos hijos, Roberto y Daniel.
Como parte de los proyectos que realizó en Televisión Nacional, fue miembro del equipo de “Érase una vez un hombre”—idea original de Guillermo Blanco—, programa que no buscaba ser una biografía, sino mostrar cómo veía el mundo cada personaje protagonista.
Para 1969, y en plena campaña electoral, se gestó un estelar llamado “Decisión 70”. La premisa consistía en presentar a los candidatos a la Presidencia. Participaron Salvador Allende, Jorge Alessandri y Radomiro Tomic. De este programa se desprendió otro: “El hombre después del candidato”, producción de la cual fue parte Calvelo.
Posteriormente, tras dejar TVN se mudó a trabajar al Instituto de Capacitación e Investigación para la Reforma Agraria (Icira), organismo creado con el apoyo de un programa de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en inglés), en donde continuó formando equipos de trabajo para generar productos audiovisuales.
Calvelo se encontraba trabajando en La Unión (región de Los Ríos) para el 11 de septiembre del 73. En la mañana de ese día, él y su equipo fueron detenidos por personal policial bajo la ley de control de armas. En el transcurso de la tarde se enteró del golpe de Estado y decidió retornar rápidamente a Santiago.
Al llegar a su casa su madre le dijo “Hay que irse porque lo que va a pasar aquí es peor que lo que pasó en España”. Salió de territorio nacional el 26 de septiembre de ese año rumbo hacia la capital del país trasandino.
Y es que si Manuel tuviera que hacer su biografía se titularía: “Los generales y yo”, afirma.
—Me echó el general Franco de España, me echó el general Onganía de la Argentina y el general Pinochet de Chile.
Apenas llegó a Buenos Aires recibió un telegrama del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en donde le comunicaban que: “En vista de su salida voluntaria de Santiago el día 26, consideramos cancelado su contrato a partir del día 27”.
—Me había quedado de nuevo sin trabajo, sin país.
Emigrar ahora con sus hijos se sentía diferente. Tanto es así que le hubiera gustado tener una familia grande con cuatro o cinco hijos, pero estuvo de acuerdo con su esposa Carmen con solo tener dos.
—Así se agarra a cada uno de la mano y se puede correr, pero con más la cosa se complica explica.
Tras evaluar diversas opciones llegó a Perú y se incorporó al Centro de Capacitación e Investigación para la Reforma Agraria (Cencira) por 16 años. Ahí formalizó el modelo teórico de comunicación Interlocutor—Mensaje—Interlocutor, que trata con igualdad al usuario de los mensajes, acordando con él los contenidos, los códigos, el nivel, adaptándose a cada realidad.
Además, obtuvo en 1983 el Sen Premio Sen de la FAO, y en 2004 participó en la creación del Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile (UCh).
—Trabajamos en 15 países en América Latina, dos países en Asia, la India, China y Corea y en Europa. Y todo eso fue trabajo colectivo, donde todo el mundo aportó lo que pudo. Pero nadie quería escribir. Tuve que escribir yo, que no me gusta, pero tuve que hacerlo.
En estas instancias de trabajo y capacitación conoció a parte de las que hoy en día serían sus colegas. Cecilia Ballesteros, quien fue en un inicio su alumna, cuenta su primera impresión. “Me parecía un tipo brillante, muy riguroso, práctico, el mejor para compartir enseñanzas de la vida misma, para disfrutar, para reírse, para contar chistes. Para mí fue un antes y un después el haberme formado con él”.
Y es que a pesar de sus años Calvelo se mantiene activo. Para él la clave está en tener un trabajo —diferente de un empleo— y, fundamentalmente, contar con una familia.
Según Claudia Bawlitza, actual compañera de trabajo y amiga, “él necesita de la juventud, no puede parar. La juventud le da la energía”.
Si bien hay quienes recuerdan a Calvelo como muy franco, Bawlitza considera que ya no es así. “Muchas veces les chocaba la forma de hablar de Manuel, o sus dichos. Cuando uno lo conoce, ya no causa ningún problema; más que siempre te trata como de igual a igual, nunca te va a hacer sentir menos o inferior”.
Hoy en día, Calvelo reside en Santiago y, a pesar de que oficialmente se jubiló el pasado 30 de agosto, sigue dictando dos cursos electivos: “Comunicación para el cambio social” y “Taller de periodismo y pedagogía multimedial” en la Facultad de Comunicación e Imagen de la UCH.
Su legado es vasto tanto a nivel profesional como personal. Para Ballesteros su visión y compromiso son los elementos diferenciadores: “Ese trabajar incansable todo el rato para seguir entregando, para seguir dando la oportunidad al otro que pueda ver algo diferente”.
A sus 91 años, Calvelo sigue desarrollando nuevos proyectos. Actualmente se encuentra escribiendo un libro donde incluirá los documentos de trabajo en los que apoya su enseñanza. Al principio sería solo un libro escrito, pero se percató que es una creación tan revuelta como la vida. Espera terminarlo a fin de año.
Las tres dictaduras en la vida del profesor Manuel Calvelo