La organización, fundada en Argentina en 2017 y dos años después en nuestro país, congrega a familiares de criminales de ambas dictaduras que reniegan de delitos cometidos por sus consanguíneos. Sustentados, principalmente, en la expresión artística, han construido productos culturales de calidad intentado potenciar una relación permanente con las organizaciones de Derechos Humanos. Aquí, tres de sus participantes comparten sus testimonios sobre lo complejo que es ser un disidente. 


En mayo de 2017 la Corte Suprema de Argentina emitió un fallo que se conoció como “el 2×1”, que buscaba reducir las penas para condenados por delitos de lesa humanidad de la última dictadura del país trasandino. Ante esto, familiares de los criminales del régimen conformaron un colectivo particular: Historias Desobedientes. Tras la inédita organización de los “hijas, hijos y familiares de genocidas por la memoria, verdad y justicia”, se comenzó a replicar en distintos países de América Latina. En Chile, el colectivo se conformó oficialmente el mes de marzo de 2019, tras la presentación de un libro en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y la lectura de su declaración de principios, que señala que los desobedientes -como se denominan-, además de repudiar “las atrocidades cometidas por miembros de nuestras familias”, se oponen al negacionismo y a la reconciliación, que conduciría a una especie de “impunidad pacífica”, explican. 

Encontrados en un espacio común y radicados en distintas partes del mundo, utilizan el arte disidente como su principal motor de expresión. Bajo sus obras se encuentran distintos libros y documentales que dan cuenta de sus historias.

Lissette Orozco

La cineasta Lissette Orozco (37) cuenta que, cuando joven, tenía una heroína: su tía Adriana Rivas González. Pese a su admiración hacia ella, lo que Orozco no sabía era que su tía “Chany” ingresó a trabajar en 1976 a la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y terminó convirtiéndose en secretaria de su director, el coronel Manuel Contreras. Posteriormente, Rivas ingresó a la DINA y fue agente en la Brigada Lautaro. En 2007 fue arrestada por su participación en los casos Calle Conferencia I y II, como coautora de la desaparición de siete militantes comunistas. Tras quedar en libertad condicional y con arraigo nacional, Adriana escapó a Australia, donde se encuentra en prisión desde 2019, a la espera de una extradición que insiste en impugnar. En 2017, debutó el documental El pacto de Adriana, dirigido por Orozco, donde habla de su relación con Rivas.

“Empecé la película porque creía que mi tía era inocente y que yo le iba a entregar esta obra audiovisual para que ella pudiera contar su experiencia, pero en el camino me di cuenta que estaba ayudando a la persona equivocada. A alguien que tenía sus convicciones puestas en que lo que hizo estuvo bien porque salvó al país del cáncer comunista. Y ahí comencé a sentirme mal, pensé que no podía estar ayudando al malo de la historia. Tuve que tomar la decisión de no traicionarme a mí misma, de mantener mis principios, guardar los sentimientos en una caja fuerte y sacar a la luz esta obra, pensando también en contribuir a las nuevas generaciones. 

“Somos un pequeño sector desobediente y descendiente de criminales. Hay otro gran sector descendiente de criminales que justifica lo injustificable, que niega el pasado, que se beneficia de esto y se sigue sintiendo orgulloso de haber pertenecido a ese lado de la historia. Los desobedientes somos la excepción a la regla. 

“No somos las personas que cargamos con la culpa que tienen ellos (los genocidas), pero sabemos cuál es el camino que hay que escoger y si toca repudiar al ser querido, lo hacemos. En nuestras casas había una tergiversación histórica respecto a la memoria reciente y muchos de los desobedientes tuvimos que rebelarnos a esa formación para poder educarnos y tener una postura y un discurso en favor de la memoria y los Derechos Humanos.

“Nosotros no cometimos ningún crimen, pero sí podemos hacer artes, trabajar, mandar un mensaje de la importancia de cuidar y transmitir la memoria, para que las cosas no vuelvan, para no repetir la historia, aunque suene muy cliché. Esa para nosotros es la misión principal.

“En el fondo, uno no debería condenar a la gente por querer a alguien, y eso es la zona gris. Eso es lo complejo que nos pone en una posición tan incómoda socialmente. Creo que esas son aguas que hay que saber separar, pero en un país donde hay tanta impunidad y burla a las víctimas, tanto negacionismo que revictimiza todos los años, entiendo que nuestra presencia le llegue a incomodar a la gente. Pero nosotros vamos a otros territorios, como Argentina, y las víctimas y madres nos reciben con todo el amor del mundo, porque ese es un país donde se metió a la cárcel a la junta militar, donde se ha hecho un trabajo psicológico y de memoria importante. Por eso siempre hablo de la zona gris, porque hay un dilema constante, son sentimientos contradictorios. Pero eso es la vida, pues eso es lo humano.”

Pepe Rovano

El verdadero nombre del realizador audiovisual Pepe Rovano (49) es José Luis Navarrete Rovano. Cuando nació, en 1975, su madre le pagó a un hombre para que le diera su apellido y no fuera “un cabro huacho”, como se describe a sí mismo. A los 35 años comenzó la búsqueda de su padre biológico, que resultó ser el coronel (R) de Carabineros Rodrigo Retamal Martínez, condenado en 2007 a doce años de presidio por el asesinato de seis militantes comunistas en octubre de 1973. Tras dos años de terapia, el cineasta se acercó a él y pasaron juntos los últimos cinco años de su vida, tras lo que fue “desheredado” cuando Retamal supo de su homosexualidad. En 2023, Rovano estrenó Bastardo. La Herencia de un genocida, narrando la historia con su padre.

“Antes de conocer a mi padre él ya estaba condenado, yo sabía que era un criminal. Lo que nunca entendí es cómo la institución le hace un funeral con 200 carabineros tocando la marcha fúnebre con la bandera de la institución encima del féretro y con discursos de varios generales hablando lo bueno que había sido. Todos los seres humanos merecen un funeral, pero no se puede dar, como institución, un funeral a un genocida.

“Creo que esta forma de hacer arte es la forma de comunicar lo incomunicable. Es la forma de hablar y de contarle a la gente que somos hijos de los malos. Y eso nos conlleva un montón de problemas. Nunca acá en Chile, a diferencia de Argentina, hemos sido muy aceptados. Cuando presenté mi película fue súper problemático. A muchas víctimas les molestó. Hubo persecución contra mí por desvelar ser el hijo de un criminal.

“El único beneficio que me trae esto es que puedo dormir tranquilo. Yo creo que lo que hacemos los desobedientes es un acto terapéutico para nosotros mismos, que tiene que ver justamente con decir ‘no en mi nombre’. Yo creo que no por ser hijo de un criminal tengo que apoyar los crímenes de mi padre. Ojo, que los desobedientes somos los hijos extraños de los genocidas. En este país la posible próxima presidenta de la República es hija de un genocida.

“Creo que para hacer este tipo de reflexión y tomar esta opción de transformarse en desobediente, tiene que haber un proceso, que los artistas hacemos. Es un trabajo terapéutico.Y coincidentemente, al menos los desobedientes chilenos, la mayoría están ligados al arte. La sensibilidad artística es la que te abre la capacidad crítica. Y no es extraño que la mayoría de las integrantes del colectivo trabajen en diferentes formas de arte y que sean mujeres, o disidencias.

“Una de las cosas buenas que nos dejó el movimiento feminista es darnos cuenta que la violencia no solamente es violencia política, sino que coincide este patrón de que nuestros familiares no solamente asesinaron a gente inocente durante los albores de la dictadura, sino que también aparte abandonaron hijos, ocuparon a mujeres como objetos sexuales, ejercieron violencia sobre sus cuerpos, o terminaron sus días siendo homofóbicos. No es raro que un tipo como mi padre, que asesina a seis personas, después me expulsa de la familia cuando yo lo encontré por el hecho de ser homosexual. Obedece al mismo patrón de violencia”.

Verónica Estay

En diciembre de 1975, Miguel Estay Reino, “El Fanta”, fue detenido por el Comando Conjunto de la Fuerza Aérea de Chile. Por ese entonces militante comunista, Estay fue sometido a torturas y terminó por delatar a sus compañeros de partido. Se convirtió en un informante de los organismos represivos. Meses después, Estay entregó a su hermano Jaime y a su cuñada Isabel Stange, quienes fueron detenidos al acudir a una reunión que resultó ser una trampa. Verónica Estay Stange (44), hija de estos últimos, nació en México en 1980, en el exilio de sus padres. En 2017 se vinculó con Historias Desobedientes en Argentina, a través de Pepe Rovano, y editó el libro Escritos Desobedientes (2017), del colectivo trasandino. En 2023, Estay publicó La resaca de la memoria, contando su propia historia. Hoy ejerce como coordinadora de la versión chilena de la organización.

“Al principio dudé mucho entrar al colectivo. Tenía, como todos nosotros, conflictos, problemas para hablar de este tema. Por mi parte, yo no tenía la complicación del vínculo afectivo con el familiar criminal: ese es un obstáculo que otros compañeros tienen al tener contacto con sus padres, con sus tíos, con sus abuelos. Yo no, porque no conocía a ese tío, no crecí con él. Lo que me complicaba era el hecho de que había una especie de acuerdo tácito en la familia de no hablar de este tema hacia afuera, pero yo siempre estuve al tanto. Hubo un silencio total, que lo entiendo, tiene que ver con algo muy traumático. Mi papá nunca más volvió a ver a su hermano, entonces había una ruptura radical en todos los sentidos. 

“Cuando empecé a exteriorizarlo y a verbalizarlo, al principio fue como una verborrea, o sea, se lo contaba al plomero, al panadero, le contaba a la vecina, a veces o en situaciones donde no venía el caso, yo decía: ¿saben que tengo un tío que se volvió torturador? 

“Mi ámbito de investigación es la literatura, el lenguaje es lo mío. He dedicado toda mi carrera a eso, soy profesora en ciencias de lenguaje, y es curioso porque el libro en realidad lo escribí primero en francés. Entonces yo creo que tan pesado era el secreto que para mí fue necesario pasar por otro idioma para poder después traducirlo al español. 

“Era esta opción por la desobediencia que cobra valor por cómo la entendemos nosotros. Estamos encarnando a esa desobediencia. Y a mí me tocó este lugar entre hija de víctimas y sobrina de un criminal y desde ese lugar para mí era asumir la responsabilidad que me toca como a cualquier otra persona en Chile frente a lo que ocurrió. 

“Yo me junté con Manuel Guerrero Antequera (hijo de Manuel Guerrero Ceballos, uno de los tres profesionales comunistas degollados en la dictadura de Pinochet en 1985), nos encontramos en un coloquio. Los dos nos sostuvimos la mirada, fue un encuentro muy digno también en eso.  Sentí que en esa mirada estaba condensado todo, la muerte, la vida, la esperanza; su historia, mi historia, la historia.

“El otro encuentro que tuve en realidad fue un intercambio por Whatsapp con Camilo Parada, el hijo de José Manuel Parada (profesor del Partido Comunista, degollado junto a Guerrero). Camilo me escribió, me invitó a participar a nombre de los desobedientes en un programa de radio y al final me dijo: “Bueno, Verónica, un gusto estar en contacto contigo, cuando vengas a Chile nos vamos a tomar una cerveza y nos vamos a reír juntos de todo esto”. Y pensé que él tenía nueve años cuando se quedó huérfano. Mi tío aportó el cuchillo para asesinar a su padre. Y llegué a la conclusión de que quizás como segunda generación no solo es un derecho reírnos juntos, sino también un deber, la posibilidad de encontrar una especie de ligereza pero sin olvidar el horror, como un renacimiento”.

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