El periodista deportivo y académico de la Universidad de Chile Cristián Arcos opina sobre la derrota de Chile ante Bolivia en las clasificatorias para la próxima Copa Mundial de Fútbol de 2026, que será celebrada en México, Canadá y Estados Unidos.
Sí, vergonzoso
A Ricardo Gareca le molestó de sobremanera que el partido de Chile frente a Bolivia fuera calificado de vergonzoso. El entrenador aseguró que, desde su prisma, vergonzoso sería terminar un partido a los golpes o con incidentes propios de la mala conducta.
Vayamos al origen y a la precisión de los términos, entendiendo que el idioma castellano posee una amplia paleta para la interpretación. Vergonzoso, según la RAE, es un acto que causa vergüenza. Lo que nos deriva a buscar el significa de vergüenza. Esto es una “turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida o por alguna acción deshonrosa y humillante”.
Es decir, efectivamente, la actuación de la Roja ante Bolivia podría ser calificada de vergonzosa.
Nadie quiere jugar mal y un partido de fútbol, por relevante que sea, no es un acto de agravio en sí mismo. Lo expuesto por la selección nacional en este transito eliminatorio ha generado una turbación constante del ánimo. Cinco puntos conseguidos sobre 24 posibles, penúltimos en las clasificatorias, muy lejos de todo. Matemáticamente las posibilidades aún existen. Restringidas, acotadas, casi milagrosas, pero existen. Cuando entramos al análisis de posibilidades desde el juego, esa brecha crece hasta hacerse inabarcable.
El actual momento del combinado nacional no es otra cosa que el reflejo de una profecía que nos golpea por su certeza. El 4 de febrero del año 2011, en la histórica conferencia de prensa donde se despidió de la selección, Marcelo Bielsa vaticinó: “el fútbol chileno no le va a perdonar a los clubes grandes este escenario que han creado”. El rosarino se quedó corto en su augurio, pues la responsabilidad excedió a los clubes grandes. Bielsa se refería a la visión de la actividad, donde la pelota quedaba camuflada tras interés de otra índole, mucho más cerca de un mercado codicioso que el desarrollo del deporte, desde sus dimensiones deportivas o sociales. Un escenario que comenzaba a mostrar sus primeras señales con rasgos distintivos como el escaso énfasis en las divisiones inferiores, cuotas de poder absolutas, con dueños de clubes y no presidentes, con un Consejo de mandamases que eran jueces y parte de ellos mismos, que regulaban la actividad a su antojo, sin mirar un par de peldaños hacia adelante. Desde el 2011, antes de la explosión de la generación dorada, antes del mejor momento en la historia de la selección, Bielsa miraba el borde de la cornisa. Tarde o temprano, el desplome sería total.
Sabíamos que llegaría este día, pero no lo quisieron ver. Fueron advertidos, una y mil veces, que el fútbol no podía quedar en tan pocas manos, que los dueños de clubes no podían ser propietarios de más de un equipo, se les dijo que este terreno no era para triangulaciones clandestinas, donde los representantes fueran adquiriendo cada vez más poder. Pero no quisieron escuchar, leer o ver. No les interesó. Les importó un bledo. Siguieron adelante hasta horadar el fútbol chileno desde sus cimientos. Porque lo que se aprecia en el horizonte, más allá de resultados puntuales, es de una tristeza profunda, lamentable, inevitable.
Tiene razón Gareca. Chile puede encadenar un par de victorias en la segunda rueda y meterse en la pelea. Si se dan algunos resultados inesperados, hasta podemos ir al Mundial. Pero la verdadera derrota no tiene remedio. El fútbol, como lo conocimos, ha dejado de existir.
Y eso es, realmente, vergonzoso. Mucho más que perder contra Bolivia en el estadio Nacional.