Manuel Gutiérrez recibió un disparo de la UZI del sargento de Carabineros Miguel Millacura en agosto de 2011, en pleno año de movilización estudiantil, y su caso se convirtió en un símbolo de la lucha contra la represión policial. En una nueva conmemoración de la muerte de su hermano, Jacqueline Gutiérrez conversa con Doble Espacio sobre su familia y la memoria de Manuel Eliseo, que, asegura, se ha hecho “más amable” con el tiempo.
Cada agosto desde hace trece años, Jacqueline Gutiérrez se siente enferma. “Ha sido una constante asociada al trauma del asesinato de mi hermano”, dice, refiriéndose a la muerte de Manuel Eliseo Gutiérrez Reinoso la noche del 25 de agosto de 2011.
Su hermano menor, el conchito, el último del clan familiar, fue impactado por la bala de una subametralladora UZI aquella noche de protesta, en la población Jaime Eyzaguirre de la comuna de Macul. La bala percutada por el sargento segundo Miguel Millacura, de Carabineros, se incrustó en su pecho y le quitó la vida, según el Servicio Médico Legal, a las 00.32 de la madrugada del viernes 26.
Tras años de investigación, en 2015 la Corte Suprema rebajó la condena de Millacura, quien, además de ser condenado por la justicia militar en un proceso poco transparente, pisó la cárcel apenas dos meses por el asesinato de Manuel. Tras su muerte, en pleno año de movilizaciones estudiantiles, la izquierda que se movilizaba en las calles levantó su figura como una especie de “mártir de la democracia”, y su hermano Gerson, que estaba con él al momento de su asesinato, recorrió todo Chile en silla de ruedas exigiendo justicia en su nombre.
Pese a su tristeza y rabia inicial, Jacqueline, la mayor de los Gutiérrez Reinoso, afirma que hoy siente paz respecto de cómo la gente recuerda a su hermano; ella lo describe, con cariño, como “un viejo chico”. En conversación con Doble Espacio, habla sobre la muerte de Gerson, en febrero del 2018, de la memoria de Manuel, y de su familia, que “ha aprendido a vivir” con la pérdida.
- Tras la gran cobertura mediática que recibió el caso de Manuel y su posterior decaída, ¿cómo ha cambiado en el tiempo la memoria de su hermano?
El tema de la memoria se ha vuelto un poco más amable, no porque sea menos el sufrimiento, sino porque después de trece años de vivir la misma historia uno aprende a caminar con eso. Nosotros apoyamos que la memoria se mantenga viva, es lo único que garantiza la no repetición, que exista la memoria de que estos casos ocurrieron, de que Manuel no fue el primero ni tampoco el último. Nosotros lamentablemente no pudimos obtener la justicia que queríamos para mi hermano, y tampoco queremos que a otras personas les pase. Todavía hay mucha gente detrás que se ha encargado de mantener la memoria viva, de hecho acá en la población se hace todos los años la conmemoración el día 25 de agosto, y se transforma en un carnaval. Nosotros estamos recordando al hijo, hermano, nieto y sobrino desde la pena de que no esté, pero también desde la alegría de saber que hay un legado que busca una justicia social para que estas cosas no le sigan ocurriendo a la gente vulnerable como nosotros.
- Gerson, que falleció en 2018, era de alguna forma el “activista” de los tres hermanos restantes. ¿Cómo repercutió su muerte en la familia?
Yo intenté un poco “tomar la posta” en representación suya, pero me fue absolutamente difícil, su muerte fue un golpe de gracia para nosotros. Creo que Millacura en ese momento mató a dos de mis hermanos. Manuel murió de un disparo, pero Gerson murió de pena, la falta de justicia y la lucha infructuosa que llevó como estandarte durante todos esos años se lo comieron, fue una muerte lenta. Mi mamá decía que no querían que politizaran el asesinato de Manuel, porque ella quería vivir su duelo de una forma muy interna. La muerte de mi hermano fue tan mediática que nosotros no vivimos un duelo normal, entonces en este caso mi mamá quería que la dejaran vivir su dolor, como cualquier madre a la que le arrebatan un hijo. Gerson estaba en el otro extremo, obviamente con el apoyo de la familia, de pedir justicia y de luchar por ella. Después de su muerte caí en una depresión profunda, que estaba ahí desde que murió Manuel, pero que empeoró con Gerson, por eso después nosotros como familia decidimos “entregar” esto en las manos de la Agrupación de Víctimas de la Violencia Policial, que la llevaban adelante mi hermano y Miguel Fonseca.
- Usted ha señalado que, antes del asesinato de Manuel, su familia no era muy cercana a “la política”. ¿Qué cambió tras la muerte de su hermano?
Nosotros crecimos en el seno de una familia religiosa, entonces la política no era un eje central en nuestra vida, no había un discurso político. Mucha gente se ríe de esto, pero yo creo que, si hubiésemos sido catalogados como partidarios de un sector político, habría sido absolutamente de derecha, más que nada por el tema de la agenda valórica, aunque Gerson siempre tuvo un acercamiento hacia la parte social más “de izquierda”. Una vez que ocurre el asesinato de Manuel, nosotros empezamos a entender ciertas cosas, por ejemplo, antes no era visible para nosotros la brecha que hay entre la justicia de ricos y pobres, o la justicia para el poblador y para quien tiene los medios para pagar, o la justicia civil y la militar. Todo eso lo conocimos recién cuando ocurrió lo de Manuel, entonces ahí empieza a existir una conciencia social en nosotros de entender qué nos pasó y por qué. En un principio mis papás tenían mucha confianza en que los procesos se iban a llevar debidamente porque había confianza en el sistema, y cuando nos fuimos topando con varios portazos en la cara una y otra vez, empezamos a ver que la realidad no era como nosotros la creíamos, y eso fue un despertar, en darnos cuenta de que estábamos encerrados en una burbuja y que nunca habíamos entendido cómo funcionaba el mundo externo.
- ¿Cree que hoy en día en Chile están las condiciones para “aprender” del caso de Manuel en las instituciones del Estado?
No, de hecho creo que hubo un retroceso, como con la ley Naín Retamal. Hubo garantías por las que luchamos por muchos años como agrupación, como la tipificación del delito de tortura, o la separación de la justicia militar y civil en cuanto al procesamiento cuando las víctimas son civiles, cosas que no existían cuando asesinaron a Manuel, entonces no, creo que no están las condiciones para una no repetición. En vez de avanzar, retrocedimos.
El legado familiar
- Manuel era muy cercano a su hijo, Martín, que próximamente cumplirá 16 años, la misma edad que tenía su hermano cuando lo mataron. ¿Qué siente con eso?
Es una conversación familiar prácticamente habitual, porque además Martín tiene un parecido muy grande a su tío, no tanto físicamente, sino en su forma de ser. Tienen una personalidad muy parecida, más allá de que nosotros nunca intentamos compararlos. De hecho, Martín lleva el segundo nombre de Manuel, que era su padrino, entonces hoy en día yo lo veo y para mi es como retroceder el tiempo: Martín es un niño súper correcto, querido, aquí los vecinos lo respetan como si fuera un adulto y es un viejo chico finalmente, igual que su tío. Mi dolor de hermana fue muy grande y hasta el día de hoy lo sigue siendo. Creo que ha crecido un profundo sentimiento de admiración hacia mis padres, porque creo que si a mí me pasara algo como lo que vivieron ellos no sé lo que haría en su lugar, de solo pensarlo me estremezco y me dan escalofríos.
- En lo político, existe una leyenda en torno a Manuel Gutiérrez: respecto de la violencia policial y los Derechos Humanos. Más allá de la figura del “mártir de la democracia”, ¿en qué le gustaría que piense la gente cuando piensa en él?
Como familia nos gusta que se recuerde a Manuel como lo que era: un cabro súper querido, era el concho de la familia, era gracioso, risueño, bueno para la talla, muy amigo de sus amigos, y también muy serio y ubicado. Pese a que era joven, sabía cómo, dónde y cuándo actuar. Sabía perfectamente cómo tenía que comportarse y siempre estaba a la altura de todo, era súper maduro. Pese a que yo hace muchos años dejé la religión, mucho antes de que muriera Manuel, él citaba los versos de la iglesia, y llevaba su creencia desde el amor, muy puro y universal, sin la discriminación hacia las personas que piensan distinto que a veces lleva la religión. Él era todo lo contrario, decía que “Jesús vino y dijo ama a tu prójimo como a ti mismo”, y se dedicaba a eso. Eso me gustaría que se viera.
- Alguna vez usted señaló que “el dolor no pasa, sino que se aprende a hacerle espacio”. ¿Sigue pensando lo mismo?
Absolutamente, el dolor se vuelve parte de tu vida, como un tatuaje o una cicatriz, es parte de ti. Yo aún lloro por Manuel como el día en que murió. El domingo, después del acto de conmemoración, tomamos once con la familia: nos sentamos en la mesa y empezamos a recordar cosas que siempre hacía Manuel cuando era chico y a contar anécdotas, y es como si no hubiera pasado el tiempo. La ausencia se siente, pero el amor sigue intacto, así como el dolor. Es una dicotomía, porque todo el sentimiento de desapego por la pérdida, tanto como el amor y el agradecimiento de que haya estado en nuestras vidas, es algo con lo que se aprende a vivir y uno se despierta y camina todos los días con eso. Finalmente, tengo claro que no dejaré de sufrir por la muerte de mi hermano hasta que deje de existir.
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