La Biodanza es una disciplina artística —orgullosamente originada en Chile— que combina música y movimiento, y se expande globalmente mientras se posiciona en centros de bienestar y estudios de danza. Nos acercamos a uno de sus talleres, el que, como todos, involucra vivencias y experiencias directas en los procesos internos de cada asistente.

La relación entre arte y deporte se ha expandido en los últimos años con el fin de explorar nuevas formas de actividad física y bienestar humano. Algunas de ellas, relacionadas a la danza y el movimiento, son parte de nuestra propia cultura. Este es el caso de la Biodanza, disciplina creada en Chile y conocida como “danza de la vida”. 


La Biodanza nace durante la década de los años 60 gracias al psicólogo y antropólogo Rolando Toro Araneda y consiste en un sistema de desarrollo humano que, mediante encuentros grupales, utiliza la música y el movimiento para buscar mejorar el bienestar físico y emocional de los participantes, así como fomentar su libertad para expresarse.

Ani Millar y Paola Castillo son facilitadoras de biodanza y se encargan de dirigir el taller que visitamos en Ñuñoa. Se les denomina facilitadoras en lugar de guías o profesoras, porque, en palabras de Castillo, “acompañamos a la persona y forjamos con ellos el camino para que logre encontrarse a sí misma y pueda desarrollar su potencial”.

Cada sesión de biodanza es tematizada y en ellas se sigue una estructura definida que consiste en dos partes. La primera, llamada “relato de vivencias”, es la que principalmente contribuye a generar un espacio seguro y el primer paso de conexión grupal. Ani menciona que “en esta instancia cada uno puede compartir sus experiencias y emociones sabiendo que no serán juzgados, funcionando casi como una especie de terapia grupal donde los participantes puedan conectar consigo mismo y con los demás”.

La segunda parte de una sesión de biodanza se llama “arte del movimiento”, instancia donde se realizan los ejercicios de movimiento que pueden ser del tipo de flexibilidad o aeróbicos, pero siempre acompañados del ritmo de la música, la cual varía desde un rock and roll de Elvis Presley hasta un R&B o merengue al que cada participante debe ir adaptando sus bailes, e incluso, en conjunto.

Francisca asiste al taller desde la primera sesión de abril. Llegó por recomendación de su madre y porque pensó que la disciplina podría revertir su proceso de terapia con la depresión:

“La primera sesión sentí que fue una experiencia muy extraña, pero también me sentí muy bien, porque se genera un espacio seguro muy genuino entre todos los que asisten, aunque no nos conozcamos o seamos de distintas edades”, menciona, aludiendo a que esta actividad puede ser practicada por personas muy diversas.

“Personalmente esta actividad ha conectado mucho conmigo, porque me ha hecho sentir acompañada en mi crecimiento personal que a la vez ha potenciado. Además me ha hecho sentir más activa y equilibrada en mi vida, sobre todo rompiendo este estigma social que se tiene hoy de que uno tiene que superar todas sus cosas individualmente”, reflexiona.

De esta forma la biodanza se convierte en una opción divertida y transformadora de actividad física que ayuda a encontrar un equilibrio entre la salud física y mental, como lo hacen también el yoga y los pilates.

Su expansión global confirma lo beneficiosa que ha resultado desde su creación en el Chile de los años sesenta.