El pasado 12 de mayo se cumplieron dos años de la muerte de Francisca Sandoval, primera trabajadora de prensa asesinada en democracia. En conversación con Doble Espacio, sus seres queridos recorren la vida de una mujer de muchas facetas: incansable reportera de Señal 3 La Victoria; ex estudiante de Psicología que dejó la carrera, entre otros motivos, por el acoso e impacto tras haber sido atropellada por Carabineros; hija, hermana y madre cuya vida es recordada como un tatuaje en la memoria. Aquí, un perfil de la comunicadora social cuyo presunto asesino, Marcelo Naranjo, será juzgado por la justicia ordinaria el próximo 22 de julio.
Por Benjamín Bravo Yusta
Pedro Sandoval (63) siente que su hija, Francisca, intuía que no se tendrían el uno al otro por mucho tiempo más. Que con los actos de protección, más frecuentes de lo habitual, ella le estaba anticipando que la vida en algún momento acabaría. Él, padre henchido de amor por su segunda y última hija, le decía “mami chica” porque era de carácter robusto y desde pequeña honraba el apodo a retos. Sin embargo, últimamente era aún más: le pedía que fuera cuidadoso y le preguntaba que cuándo iba a dejar el cigarro.
—Yo estaba gustoso de esa preocupación, de ese amor—dice el padre, que lleva tres años sin fumar— pero nunca pensé el porqué.
Fue el primero de mayo de 2022 cuando entendió la razón.
En Alameda con San Alfonso, tras una marcha de la Central Clasista de Trabajadores que cubría como reportera del canal comunitario Señal 3 La Victoria, Francisca Sandoval —1.56 de altura, polera negra estampada, jeans con zapatillas blancas, casco que rezaba “Prensa” y máscara de gas, que cubría un rostro de facciones delicadas— recibió un disparo en la cabeza que la mantuvo agonizando doce días en la ex Posta Central.
Su presunto asesino, Marcelo Naranjo (43), era un vendedor ambulante del Barrio Meiggs que empuñó una pistola Glock 40 —aún desaparecida— y disparó múltiples balas encamisadas en metal a los manifestantes. Según testigos y registros de ese día, el también acusado de homicidio simple y porte ilegal de armas actuó junto a al menos nueve pistoleros que dispararon resguardados por piquetes de Carabineros.
La Fiscalía pide 25 años de cárcel para Naranjo, pero —en una decisión que indigna a la familia— nunca investigó la participación de la institución uniformada.
El 12 de mayo de ese año, quedaban solo rumores de vida de la joven madre de una niña que hoy tiene siete años. Con una falla orgánica múltiple, estallido ocular y su cerebro con compromiso vital, iban a ser las 10.55 de la mañana cuando Pedro Sandoval rodeó con sus brazos a su hija, la miró y le dijo algo que, está seguro, ella escuchó:
—Al final, le pedí que se fuera. Tenía que irse. Y cerró sus ojitos: mi hija murió en mis brazos.
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Francisca Ignacia Sandoval Astudillo vivió 30 años. Desde que nació, el 22 de agosto de 1991, en Santiago, cosechó una tendencia a honrar la vida propia y ajena. Para ella, no había diferencia. Le daba su almuerzo a personas que no tuviesen, cantaba tonadas de la Nueva Canción Chilena, leía libros prestados, era hincha del equipo de fútbol de la Universidad Católica, le apasionaba documentar y fotografiar, escuchaba Pink Floyd y Led Zeppelin, se empapaba del olor de la primavera —su estación favorita— y se indignaba, desde pequeña, con la desigualdad.
—Cuando nació la Panchita fue como un regalo. Era como una muñeca. Fue preciosa, desde siempre. Y siempre muy apegada a mí—agrega su padre.
Los padres de Francisca, Pedro Sandoval, técnico agrónomo, y Mireya Astudillo, dueña de casa, tuvieron un amor de adolescencia que renació cuando él volvió de sus estudios universitarios en Alemania.
Ambas familias eran opositoras a la dictadura de Augusto Pinochet. Mientras que Mireya tuvo un hermano del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Pedro Sandoval fue un joven militante del Partido Socialista que heredó el compromiso político de sus padres: su madre, Dinorah Lorenzen, fue funcionaria de la Cancillería de Salvador Allende, además de familiar y cercana en ideas al fundador del MIR, Miguel Enríquez; su padre, Rodolfo Sandoval, dirigente socialista de Chiloé que fue torturado y posteriormente exiliado a Argentina. Es la víctima 22.573 de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura.
Francisca y su hermano mayor, Nicolás, crecieron bajo el calor de una familia de clase media templada por los testimonios de sus padres y abuelos. Los hermanos pasaron los primeros años de vida en Curicó, en la Región del Maule, donde su padre trabajaba como administrador de una central frutícola. Después la familia emigró a Santiago, donde Francisca vivió prácticamente toda su vida.
A Francisca Sandoval no le gustaba ni el frío ni la pobreza. En los inviernos, dice Pedro, se acercaba a él y escondía sus pies bajo el calor del torso enlanado de su padre. La niña era alegre, valiente y de carácter fuerte. Para ella, había cosas que no tenían explicación.
—Ella podía recibir un regalo carísimo y se lo daba a otra persona si era necesario. Desde chiquitita fue desprendida en todo—comenta su padre.
Francisca estudió en varios colegios de la capital, en las comunas de La Reina, Providencia, San Miguel y El Bosque. Según su registro de notas, sus mejores ramos eran Tecnología y Educación Física. Lo suyo era la fotografía y, como descubriría después, documentar realidades que le quitaban el sueño: por eso, tal vez, fue que en 2011 entró a estudiar Psicología en la extinta Universidad Arcis, atraída por la efervescencia social y política de la época.
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Fue un 20 de febrero de 2012 cuando Francisco Fernández, ex pareja de Sandoval y concejal en ejercicio por Pedro Aguirre Cerda, vio por primera vez a quien sería su pareja por más de tres años. Compañero de carrera de Francisca, participaba hace años en el canal comunitario Señal 3 La Victoria, fundado en 1997. Entre actividades políticas y marchas estudiantiles, empezaron la relación que decantó —incluso con la desaprobación de sus padres, por el peligro que implicaba— en la integración de Francisca al canal.
—La Fran tenía la sensibilidad a flor de piel. Como estudiantes no teníamos lucas y a veces solo podíamos comprar empanadas. Si veía a una adulta mayor sin comida le pasaba su mitad. Una vez tomó mucha de su ropa y fuimos, todos los días, a dejarla a familias que la necesitaban. Pero nunca fue frágil. Es más: tenía una valentía tremenda para enfrentar las situaciones dolorosas—agrega Fernández.
El 27 de noviembre de 2012, en una manifestación contra la Ley de Pesca, en el Paseo Ahumada, Francisca y dos personas más fueron atropelladas en moto por el teniente Nicolás Martini, de la tenencia de Batuco. Sandoval se golpeó la cabeza, quedó inconsciente y fue trasladada a la Clínica Dávila. En público, dijo que Carabineros “están para proteger a la gente y yo no me siento protegida para nada”. En privado, dice Fernández, bromeó al menos cuatro veces con lo ocurrido.
El 30 de junio de 2016 la Corte Marcial de la Justicia Militar condenó al teniente Martini a 41 días de presidio por el atropello a Sandoval y demás víctimas, por el delito de “violencia innecesaria”. Pero la agresión tuvo otros efectos. Francisca vivió situaciones de acoso, dice Fernández, en las que, por ejemplo, recibía visitas de Carabineros a altas horas de la madrugada, sin ningún aviso. Esto, sumado a otros eventos personales, terminó en el abandono de los estudios en Psicología.
Sandoval se las arreglaba para llevar sustento al departamento que compartía con sus padres e hija: hacía trabajos esporádicos, vendió almendras con nueces y tuvo una tienda online de ropa. Pero su pasión era la Señal 3 La Victoria. Ahí, cosechó afectos y encontró, según Gerardo Cortés, compañero de Francisca en el canal, su “segunda casa”.
—La Fran siempre estaba feliz. Llegaba tirando tallas. A veces había que retarla, eso sí. “La chica porfiada” le decíamos. Era muy extrovertida. Muy buena amiga, tenía disponibilidad siempre para todo—recuerda Cortés.
Benjamín Lillo, director de Señal 3, increpó al presidente Gabriel Boric en la apertura de la Conferencia por el Día Mundial de la Libertad de Prensa, el pasado 3 de mayo. Dijo a viva voz que el asesinato de Francisca ocurrió porque “Carabineros de Chile no actuó” y, además, que “el ministerio del Interior, parte de la querella, no ha solicitado ninguna diligencia para encontrar justicia”.
Y es que Lillo fue amigo de Francisca Sandoval. Él, Gerardo Cortés y los reporteros de Señal 3 fueron todos los días a la ex Posta Central cuando Francisca estuvo internada.
—Ella era preocupada de los más chicos que se integraban al espacio. Y siempre le gustó estar en terreno: grabar cosas culturales y cubrir violaciones de derechos humanos —dice Lillo— Le quedé debiendo una cerveza. Algún día se la voy a compensar.
Hoy, bajo la placa que denomina al estudio de grabación del canal con su nombre, hay un memorial de Francisca. Tiene un poema, un pañuelo, un girasol artificial y la cerveza pendiente entre Lillo y Sandoval.
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A Francisca la vida le cambió en 2017, cuando tuvo a su hija. Era una madre cuidadosa, delicada. Bañaba y le cambiaba la ropa varias veces a su hija. La sacaba a caminar para bailar juntas e inventar coreografías. Días antes del disparo que le quitó la vida, asegura Fernández, Francisca disfrazó a su hija para un evento de su colegio.
—El tiempo que la vida le permitió criar a su hija, Francisca lo hizo con mucho amor. Ella es muy ordenada y hoy es una niña sana, inteligente y muy empática. Es el reflejo de Francisca —agrega Fernández— Pero la pérdida de su madre fue algo muy violento. ¿Cómo le explicas a una niña que su mamá no va a volver?
Francisca, por otro lado, tenía sueños. Además de continuar en la Señal 3 y dedicarse a su hija, quería retomar la carrera de trabajo social o estudiar terapia en adicciones. Vio mallas curriculares e incluso fue a la oficina de la hermana de Francisco Fernández, vicerrectora de una universidad, para orientarse en el campo laboral del área.
Pero una bala encamisada cruzó la avenida.
Según el Ministerio Público, el proyectil que asesinó a Sandoval fue uno envuelto en una chaqueta metálica, diseñada para aumentar la velocidad y precisión: una bala fabricada para llevarse la vida consigo. La justicia sentenciará el próximo 22 de julio si Marcelo Naranjo fue quien disparó esa bala. Pero, para la familia, la responsabilidad de Naranjo no es suficiente.
El pasado 6 de mayo, los Sandoval Astudillo fueron citados a una reunión en La Moneda con la ministra del Interior, Carolina Tohá. Desde el Ejecutivo querían abordar el caso tras el revuelo que causó la intervención de Señal 3 La Victoria. Además, el canal reveló en sus redes sociales que, vía transparencia, Carabineros informó que el supuesto sumario interno donde se habría descartado su participación nunca existió. Según constató Doble Espacio, la ministra Tohá dijo que el sumario sí existiría, pero ni la familia ni su abogado, Víctor Pino, han visto el documento.
Pedro Sandoval no quiso ir a La Moneda. Ya no confía en el Gobierno, dice, porque han mentido. Está seguro que “si Carabineros hubiese actuado, no hubieran matado a mi hija”. Y por eso, enfatiza, hará todo lo necesario para encontrar la verdad:
—Esto no para nunca. Es como que fuera el mismo día siempre. No creo que se haga justicia como se debe —y en el living de su casa, rodeado de fotos de Francisca, agrega— Voy a jubilar pronto y no tengo nada que perder. Ya lo conversé con mi familia: yo no voy a descansar hasta encontrar a todos los responsables de la muerte de mi hija.