Luego de la publicación de su última novela “El año en que hablamos con el mar”, con editorial La Pollera, el escritor nacional reflexiona sobre la inspiración que experimentó, surgida desde una isla del sur de Chile, para la ambientación de su libro y la importancia de difundir historias en un reconocimiento hacia la tradición chilena; la historia oral que permite lo inimaginable como imágenes de fuego intenso saliendo del mar.


Entre anaqueles de libros y mesas vacías de una cafetería cercana a Plaza Ñuñoa, el escritor y narrador chileno Andrés Montero se dispone a hablar sobre su carrera y su último lanzamiento literario: El año en que hablamos con el mar, la última novela publicada en abril de 2024 por la editorial nacional e independiente La Pollera. Su trayectoria en el sello chileno le permitió publicar otras obras galardonadas y reconocidas por sus lectores: Tony Ninguno (2016), ganadora del Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, y La muerte viene estilando (2021).

⸺Creo que no ha habido tiempo todavía para que los lectores lean El año en que hablamos con el mar y tengan una opinión general. Lo que sí, se notó un gran interés por el libro en el día del lanzamiento (2 de abril) en Cine CCC, quizá porque al último libro le fue bien. Creo que esta vez la recepción será un poco más lenta.

Tras pasar los minutos, Montero comenta para Doble Espacio parte de sus inspiraciones para llegar a la historia de una isla con características similares a las del sur de Chile, donde existe la historia de los hermanos Garcés: Jerónimo, un periodista autodidacta que ha viajado por el mundo y Julián, quien durante todo ese tiempo se ha quedado en la isla.

¿Por qué decidiste tomar como inspiración a Isla Mocha para la historia de El año en qué hablamos con el mar?

En la novela no se dice que la historia transcurre en la Isla Mocha, pero fue una inspiración para la trama. Tiene algunas particularidades que para quiénes conozcan los relatos de la isla las puedan identificar. Por ejemplo, cuando sale fuego del agua, los casos de naufragios, o una ballena blanca que se supone que pasaba por esas costas. Yo buscaba una isla “aislada”.

¿Pensaste en otras islas?

Sí. La isla de Chiloé, pero está menos aislada y es muy grande. Isla de Pascua tampoco me convenció. Isla Mocha me atrajo porque tiene mitología relacionada con el mundo mapuche y huilliche. De hecho, el mito principal de la novela es el de Treng Treng y Kai Kai, las dos serpientes que crearon el mundo. Tenía pensado ir, pero como hubo una pandemia no pude viajar. No tienen el nombre original porque en el fondo es una isla inventada. Una isla dentro de otra isla.

¿Cuál fue la mayor dificultad al escribir un relato coral que se funde en una sola historia?

Más que la isla, son los isleños. Creo que se entiende bien de entrada porque lo están contando como un “nosotros”. Sin embargo, tienen una dificultad práctica, porque el narrador colectivo en primera persona plural no sé individualiza. O sea, como es colectivo nunca aparece el yo. Pareciera un error, pero después se nota que en verdad era uno de esos que lleva la voz y el que está hablando con los demás. Eso ocurre en algunas novelas como El fantasista de Hernán Rivera Letelier o Claus y Lucas de Agota Kristof. No es muy común esa narración.

Si bien, El año en que hablamos con el mar se sitúa en tiempos remotos, ¿existen elementos del Chile actual que consideraste para construir la historia?

Quizás lo más importante pareciera ser el proceso es el contexto sanitario mundial de la pandemia, porque Jerónimo que llega a la isla y no puede salir de ahí, el virus no lo deja irse porque los aviones no llegan. Pero lo más trascendental tiene que ver con el estallido, que está de fondo. Es también lo que Jerónimo ve de Chile después de 50 años. Y la lectura que al menos —yo pienso— tiene que ver con el momento en que una comunidad, que puede ser algo pequeño, puede ser una familia, una ciudad, un país o una nación. Es lo que trató de hacer la Convención, al menos la primera. Que es también un sueño perdido. Pero a diferencia de eso, en la novela hay un logro de construir ese algo entre todas las diferencias.

Andrés Montero con un ejemplar de su última novela El año en que hablamos con el mar (La Pollera, 2024). Fotografía: Tomás Rabají.

Un gestor de historias perdidas

Al escuchar una pregunta sobre autores que sirvieron de inspiración para su última novela, Andrés Montero se detiene unos segundos y piensa en nombres de escritores que revisita constantemente. Los fundamentales, otros que sirvieron de consulta y aquellos que sirvieron para dar un tinte a la narración de El año en que hablamos con el mar.

⸺Tuve presente No es un río de Selva Almada. Tiene mucha similaridad con el tono. Luego van los que siempre vuelven y están presentes: Roberto Bolaño, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo. Pero sobre todo creo que en el libro prevalece una mirada poética que está influenciada por poetas chilenos. En ese caso, las más importantes fueron Gabriela Mistral y Rosabetty Muñoz.

Montero, lleva más de ocho años de relación editorial con La Pollera: iniciativa nacional encargada de recuperar el patrimonio literario chileno y presentar nuevas miradas de la literatura independiente. Al hacer un magíster en Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, el escritor y profesor Jorge Carrión le aconsejó nunca dejar de lado ese vínculo de publicaciones: “Cuando llegué a La Pollera descubrí que tenían una vela más o menos clara, relacionada con el rescate patrimonial. Y mi propuesta entra bien ahí, porque si bien yo estoy vivo y no soy un autor patrimonial, mis textos dialogan bastante con literatura un poco más antigua. Incluso más que con las propuestas contemporáneas”, explica Andrés Montero para Doble Espacio.

¿Por qué otra razón decidiste quedarte en La Pollera?

Luego de que en 2017 ganáramos el premio Elena Poniatowska con Tony Ninguno, decidí seguir trabajando con La Pollera cada vez que pueda. Después vino el 2021 y La muerte viene estilando, empezó a llegar a más lugares en el mundo. La editorial está llegando a Argentina y continúa creciendo mucho, pero sigue teniendo el trabajo artesanal, donde leen el libro varias veces y tienen ese cuidado especial, como si cada libro del sello fuera su único libro.

¿Qué rescatas de la oralidad y el formato corto de contar historias?

Es una pregunta un poco difícil, porque la palabra rescatar supone que hay algo como hundido, que nadie sabía que estaba ahí y vienen unos buzos, así medio superhéroes, que rescatan ese barco hundido. Y se ocupa mucho la palabra de “rescate patrimonial”, a mí no me gusta utilizarla, pero no por ser pesado. Cuando voy a Petorca, por ejemplo, y preguntó en la plaza “oigan, ¿ustedes saben alguna historia del diablo? y aparecen 10 señores contando sus relatos. Creo que yo no vengo a rescatar nada. Eso ya está, y sigue vivo. En ese caso, creo que es mejor usar la palabra difusión.

Andrés Montero concuerda con la importancia de las tradiciones y especifica sobre lo más importante de la identidad nacional. “En general he puesto el acento en algo que a mí me parece muy constitutivo de los chilenos, y que en mi visión personal se da de todo lo demás: la capacidad de interés. El gusto que tenemos de reunirnos y encontrarnos en torno a la fiesta. Cosas como juntarse a decir poesía, o los juegos. Es algo bonito que no tiene por qué extinguirse”, dice Montero.

Montero se despide tras insistir con que ese es el propósito de su labor: difundir los cuentos que ya existen, para que sean conocidos. Y en algunos de sus casos, rearticularlos. Para el narrador, lo chileno tiene que ver con los juegos de ingenio, las payas y las historias de seres desconocidos que circulan por las regiones del país. Son, a la vez, relatos de la historia nacional que repercuten en la vida de las personas que los leen y escuchan.