En junio de 1987, en medio de un presunto enfrentamiento que después sería desmentido, agentes del Estado acribillaron a Julio Guerra Olivares, quien el año anterior había participado en el atentado fallido contra Augusto Pinochet. Aquí, su entorno reconstruye las últimas horas del militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, víctima de una de las vendettas más emblemáticas de la dictadura: la Operación Albania o “matanza de Corpus Christi”.
Golpes azotan la puerta del dúplex 213 en el block 33 de la Villa Olímpica. Es la medianoche del miércoles 15 junio de 1987. Sonia Hinojosa, quien vive en el departamento, no abre la puerta y pregunta: “¿Quién está tocando?”. “¡Policía!”, responden al otro lado. Asustada, la mujer busca a Julio Guerra, quien arrienda una habitación desde hace seis meses.
Desde el baño, Guerra le pide que grite por ayuda. Ella se asoma al ventanal del departamento y con una voz desgarradora dice a la semipenumbra: “¡Vecinos, ayuda! ¡Nos van a matar!”.
Los marcos de ventanas chocan con las rejas metálicas de las terrazas, lo que termina por alertar a los bloques de al lado. Varios vecinos del barrio miran a hurtadillas para saber qué está pasando. Acto seguido, un grupo de hombres vestidos de civil, con una tranquilidad implacable, ordenan a quienes se asoman por las ventanas que se mantengan dentro de sus departamentos.
—Fue en ese momento que me di cuenta de que las personas que había visto eran todos CNI —dirá luego Cristián Silva, vecino de Sonia Hinojosa—. No estaban en una situación de enfrentamiento. Estaban absolutamente relajados.
Tres camionetas de la Policía de Investigaciones están afuera del block 33. El departamento está rodeado. “Vamos, hombre, entrégate. No hagas más difíciles las cosas”, exclama un policía vestido de civil. El silencio reina en toda la Villa Olímpica.
Los hombres, agentes del Estado, venían a matar a Julio Guerra.
La calma de la operación se interrumpe con un crujir de vidrios reventados. Una bomba lacrimógena entra por el balcón. Sonia Hinojosa se dirige al primer piso. En menos de un instante, escucha el sonido de un disparo y una bala pasa a centímetros de su cabeza. Los uniformados ingresan, la toman de la ropa y la lanzan fuera del departamento.
Ya afuera, escucha balazos. Dos, tres, cuatro. Sonia observa cómo más personas entran a su departamento.
Una persona vestida de civil se acerca a Hinojosa y le dice: “Murió su amigo, po’”. Luego le cubren la cabeza con una capucha. Bajo la mirada desconcertada de los vecinos, entre tirones y empujones, la suben a un auto y la trasladan a un edificio de Investigaciones.
Más tarde, le contarán, llega la televisión. El fiscal Fernando Torres, un conocido funcionario de la dictadura que solía mostrarse en pantalla cuando ocurrían casos como estos, hace su aparición en el lugar.
—Parecía una fiesta —dice hoy irónicamente Pamela Hinojosa, hermana de Sonia.
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Julio Arturo Guerra Olivares fue uno de los 12 militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) asesinados a manos de agentes del Estado durante la Operación Albania o Matanza de Corpus Christi, ocurrida en Santiago el día 15 y la madrugada del 16 de junio de 1987.
Julio Guerra tenía 29 años, era electricista y artesano en metales y creció en Forestal, un barrio ubicado al costado de la Quinta Vergara, en Viña del Mar. Ahí tuvo una participación activa con su comunidad. Vivió promoviendo la participación vecinal y cultural.
—Él hizo mucho trabajo social —cuenta Rosa Alfaro, esposa de Julio y amiga de juventud.
Han pasado casi cuatro décadas desde la muerte de su marido y Rosa Alfaro habla con una tranquilidad aprendida con los años. Al otro lado de la pantalla del computador, ella está sentada en su casa en Viña del Mar, mismo lugar donde tiene la “Fundación Julio Guerra: por el Arte de Vivir con Dignidad”.
Rosa Alfaro dice que Julio Guerra provenía de una familia de varios hermanos. También cuenta que era carismático, innovador, divertido y ocurrente. Comenta que se llevaba muy bien con los niños y los jóvenes; los hacía correr, bailar y cantar en su barrio. También les insistía sobre la importancia de los estudios. Dice que era un apasionado por la música y la cultura. Guerra estudió en la Inacap para ser electricista y ejercía su profesión instalando equipos médicos.
—Comenzó muy joven en la Juventud Comunista —recuerda Rosa Alfaro, y agrega—:
Durante el año ’72 o ’73, si es que no antes, comenzó a militar.
Fue ahí donde conoció a Rosa, quien se convertiría en su esposa y madre de su hija Irene. Ambos provenían de familias comunistas, por lo que no había mucho que pensar a la hora de elegir una ideología para su vida.
—Es lo que uno elige y lo que seguimos eligiendo, en el fondo.
Durante la dictadura, la casa de Julio Guerra en Viña del Mar fue allanada, por lo que él decidió irse a vivir solo a Santiago.
—Para toda esa generación, que fue muy combativa, el sueño no era tan inalcanzable: era la libertad, la dignidad de la gente; que pudieran tener sus derechos como corresponde —relata Rosa Alfaro. —Ya sabíamos que se torturaba, que se mataba, que había gente y compañeros desaparecidos. La constante era poder llegar a liberar al pueblo de lo que estaba pasando.
Personas como Julio Guerra optaron por tendencias más combativas para enfrentar el régimen. Rosa Alfaro lo explica:
—En el partido siempre estuvo la lucha presente, pero cuando se dieron cuenta de que la situación no era una en la que ibas a defender la vida con panfletos y rayados, se tomó la determinación de tomar una vía armada. Julio tenía 29. Imagínate ponerse en el lugar de ellos. Tienes que tomar una decisión: si sigues, te puedes arriesgar a que te maten; si no sigues, te vas a arriesgar a que te mueras.
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La Villa Olímpica comenzó a levantarse en 1961 en los terrenos colindantes al Estadio Nacional de Chile, en un sector tradicionalmente conocido como la chacra Lo Valdivieso, durante el gobierno del presidente Jorge Alessandri. El objetivo era brindar una mejor infraestructura a los asistentes al Mundial de Fútbol de 1962. Además, el diseño supuestamente debía proyectar la imagen de un país en vías de modernización. No obstante, la idea no se cumplió según lo que las autoridades esperaban: la villa, que originalmente se llamaría Población doctor Exequiel González Cortés, no logró estar terminada completamente al inicio del campeonato mundial, y las escasas edificaciones terminadas alojaron a los cuerpos técnicos de los equipos visitantes.
Tras el torneo internacional, el conjunto habitacional comenzó a tomar vida. Un estudio de 1964 asegura que entonces contaba con 1.904 viviendas y más de 13 mil habitantes. Era una población joven: parejas con hijos pequeños que accedían por primera vez a la vivienda propia. La zona reunía a familias de bajos y medianos ingresos que accedieron a los departamentos por medio de un concurso impulsado por la Corporación de la Vivienda (Corvi), organismo antecesor del Ministerio de Vivienda y Urbanismo.
En 1967, la familia Oyarzo Hinojosa llegó al dúplex 213, en el bloque 33.
Uno de los recuerdos familiares de la llegada a Villa Olímpica hoy resuena como presagio:
Al entrar por primera vez al inmueble, la madre de la familia rompió en llanto inesperadamente: “Aquí va a ocurrir una tragedia”, fue lo que dijo.
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11 de septiembre de 1973. Son las 10 de la mañana y las radios relatan el bombardeo a La Moneda. En la Villa Olímpica, la madre de Pamela y Sonia Hinojosa escucha la noticia. Entonces decide tomar a su nieto más pequeño y marcharse a una parcela que tenían en el sector de Las Perdices. “Volveré cuando se vayan estos milicos”, le dice a la familia.
Ese fue el comienzo del éxodo de gran parte de la familia. Todos terminaron instalándose fuera de la ciudad, salvo Sonia Hinojosa, quien se quedó en la Villa Olímpica. Por su parte, Pamela Hinojosa, su hermana, estaba en Antofagasta, donde estudiaba Economía en la Universidad del Norte.
Al momento del golpe, Julio Guerra estaba en Viña del Mar. Junto con sus hermanos resguardaban la sede del Partido Comunista de esa ciudad. Con ellos se llevaron documentos y cualquier rastro que pudiera servir a la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) para perseguir a más personas: una tarea de día y noche, bajo el riesgo de la detención en cualquier momento, encomendada a unos niños de apenas 15 años.
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Julio Guerra llegó al departamento seis meses antes de su asesinato. Había una habitación desocupada que la familia Oyarzo usaba para sacar un poco de dinero. Nunca sobraba.
—Ahí siempre vivió gente que arrendaba y se iba —dice Pamela Hinojosa. Fue ella quien comentó a sus conocidos que su familia tenía una pieza disponible en el bloque 33 de la Villa Olímpica. Según lo que comenta, así apareció el dato.
En aquella época, las personas que estaban en la resistencia a la dictadura generaban redes de apoyo ante la posibilidad de ser denunciadas.
—Se arrendaba dentro de gente que se consideraba segura. Gente no necesariamente de los tuyos, pero gente que simpatizaba al respecto —dice Tania Oyarzo.
Pamela Hinojosa agrega que no se solían hacer demasiadas preguntas. Esa era la práctica en aquellos años.
Desde un barrio de Suecia, Pamela Hinojosa habla por Zoom con la cámara apagada. Su hija Tania Oyarzo, por el contrario, deja a la vista uno de los cuartos del departamento 213 en el bloque 33, donde vive con sus tres hijos desde febrero de 2021. Pamela es hermana de Sonia Mónica Hinojosa o, como ella prefiere ser llamada por sus familiares, la Cuchi. Sonia Hinojosa compartía techo con Julio Guerra cuando fue asesinado: la familia le arrendaba una habitación al electricista en el mismo departamento en el que vive Tania actualmente.
La sobrina de Sonia Hinojosa, Tania Oyarzo, y su madre, Pamela, declaran ser una familia de izquierda y de ancestros mapuche, por lo que el golpe militar fue una tragedia para ellos.
Durante el gobierno de UP, y tras el golpe, la Villa Olímpica se dividió. Tania Oyarzo dice que hubo grupos que reaccionaron de manera opuesta entre sí. El 11 de septiembre de 1973, algunos vecinos celebraron con banderas chilenas en la mano y entonaron cánticos que decían: “¡Viva Chile, se fue el tirano!”, en alusión a Salvador Allende. Incluso, existía un block en el que, principalmente, alojaban militares. Otros, al contrario, se mostraron reacios a la dictadura.
Lo que ocurría en todo un país dividido por ideologías contrarias se recreaba en La Villa Olímpica. Se instaló un ambiente de desconfianza entre los vecinos: la posibilidad de ser espiado y denunciado por algunos contrastaba con la resistencia organizada que otros demostraron frente a la dictadura.
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El 7 de septiembre de 1986, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) llevó a cabo la “Operación siglo XX”, un atentado contra el dictador Augusto Pinochet en El Melocotón, cerca del Cajón del Maipo. Julio Guerra, entonces de 29 años, fue partícipe de la operación. En el Frente, era conocido como el “Guido”.
Fue el segundo jefe del primer grupo de asalto.
Era un fusilero.
Esto le costó la vida a él y otros 11 involucrados en la posterior “Operación Albania”, dirigida y orquestada por la dictadura chilena el 15 y 16 de junio de 1987.
Durante un año, la CNI se dio el trabajo de identificar y localizar a los 12 frentistas que participaron en el atentado contra Pinochet en El Melocotón. El resultado fue un procedimiento represivo que se desplegó por todo Santiago, liderado por Álvaro Corbalán Castilla, jefe operativo de la CNI. Además, intentaron justificar los asesinatos. Dijeron que habían ocurrido en un contexto de enfrentamientos violentos y que los agentes actuaron bajo orden judicial.
Todo fue desmentido después.
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Cristián Silva es el actual administrador del block 33. Es un hombre sociable. Durante la entrevista, recibe paquetes de otros y coordina su entrega. No deja nada pendiente y anota todo lo que considera importante en su libreta.
Silva vive en el departamento 214 desde 1968, es decir, es vecino del departamento de los Oyarzo Hinojosa prácticamente desde su llegada. Él y su familia compartieron con la familia de Sonia Hinojosa durante su infancia, pero el tiempo terminó por separar los caminos. En la dictadura, Cristián Silva comenzó a trabajar. Tenía una jornada agotadora: salía muy temprano y llegaba muy tarde. Es por esto que sus relaciones vecinales se volvieron cada vez más acotadas.
Cristián recuerda el día que asesinaron a Julio Guerra.
Dice que el aire del martes 16 de junio de 1987 era difícil de respirar. Que desde la semana anterior, personajes inauditos aparecían en la Villa. Autos extraños y transeúntes con pinta de maleantes eran la tónica del ambiente. Se sentía la inseguridad, la desconfianza y el miedo entre los vecinos.
Cuando cayó la noche y los focos alumbraron la vía pública, Cristián Silva recuerda que se bajó en Avenida Grecia con Salvador y luego realizó su recorrido habitual, un sendero que se formaba entre los edificios. Casi al final del camino, notó la presencia inquietante de tres hombres agachados e impasibles. Cruzaron miradas. “Aquí me van a colgar”, pensó. Apretó sus llaves y pasó entre ellos.
Un respiro de alivio marcó el final del recorrido.
No sabía que era el comienzo de la tragedia.
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Julio Guerra fue asesinado en el baño del departamento y luego su cuerpo fue dejado en el borde de la escalera.
Pese a la declaración oficial de las Fuerzas Armadas, se comprobó que no poseía ningún arma ni opuso resistencia alguna. En total, fueron cuatro disparos a corta distancia los que recibió en su cuerpo. Dos de ellos en los ojos.
—No fue un enfrentamiento —insiste Cristián Silva, quien comenta que los CNI llegaron, mataron al frentista y se marcharon.
Rosa Alfaro recuerda la última vez que supo de Julio Guerra. Una semana antes de lo ocurrido, recibió una carta con la dirección de la Villa Olímpica como remitente. No la abrió, pero supo de inmediato de qué se trataba. Esa última vez, su hija Irene dibujó una especie de cancha de fútbol con 12 personas sentadas y acostadas en las galerías. No quiso pintarlas.
—Fue fuerte la relación de su dibujo con lo que pasó —dice Rosa Alfaro
A Pamela Hinojosa le tomó un instante despertarse la madrugada del 17 de junio. Encendió la radio y se enteró de lo ocurrido en la Villa Olímpica. Algunas personas le dijeron que algo había ocurrido en su departamento, que habían sacado un cadáver y que debía ir inmediatamente.
No tenía información más allá de eso.
Tampoco se había comunicado con su hermana Sonia.
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Lo primero que vio Pamela Hinojosa al llegar al departamento fueron los vidrios rotos. Subió al segundo piso del bloque y caminó hacia su departamento. Se encontró con un carabinero que le impidió el paso. Resignada, fue de un lado a otro hasta saber el paradero de su hermana. Lo consiguió a través de una amiga suya con contactos en la PDI. “Sonia está detenida en el cuartel de Investigaciones”, le dijeron a Pamela Hinojosa.
Sonia Mónica Hinojosa, la Cuchi, pasó 15 días incomunicada. Ocho meses después, logró salir de la cárcel con libertad bajo fianza.
Su situación era compleja: había visto el rostro de quienes perpetraron los hechos y, por lo tanto, representaba un riesgo.
Un mes y medio después del asesinato de Julio, la Fiscalía Militar envió una carta a Pamela Hinojosa para que nuevamente tomara posesión del departamento. Ella partió rápidamente, sin contarle a sus padres y acompañada de una monja para que le otorgara apoyo espiritual.
El lugar era un caos. La puerta estaba rota, los muebles desarmados y la ropa amontonada. El aire del segundo piso era irrespirable: la bomba lacrimógena aún hacía efecto. Las superficies estaban cubiertas por un polvo blanco, similar al talco. Cuando tomó el teléfono escuchó un pitido. “Está intervenido”, pensó.
La pared que daba a la escalera tenía puesto un plástico del que asomaba un rojo intenso. Era la sangre de Julio Guerra: había escurrido desde el segundo piso por toda la escalera. Pamela Hinojosa demoró una semana en ordenar todo. Para ella es un trauma.
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Rosa Alfaro hoy está a cargo de la “Fundación Julio Guerra: por el Arte de Vivir con Dignidad”.
—Es tan simple aceptar que algo pasó, que hubo una historia, que hubo personas detenidas, desaparecidas y ejecutadas políticas; que hubo prisioneros, torturados, niños ejecutados —dice, y se lamenta por los intentos de deslegitimación de lo ocurrido durante la dictadura—. Uno de nuestros propósitos es mantener la memoria viva. Ese es nuestro objetivo. Desde el primer aniversario de la Operación Albania, hemos estado siempre presentes.
A 50 años del golpe de Estado, Rosa Alfaro comenta que la fundación refleja el trabajo colectivo de hombres y mujeres que velaron por un país libre y democrático, pero que perdieron su vida en eso.
—Si hubieran pasado por al lado de la historia, quizás seguirían viviendo, pero ellos se la jugaron. Quisieron cruzar la vereda y decir: “Bueno, yo estoy aquí y voy a hacer esto por mi pueblo”. ¿Cómo no reconocer eso? ¿Cómo no darles el crédito que se merecen? ¿Cómo no decir que en realidad pudieron cambiar la historia? Por eso hablamos de héroes y heroínas. No los que andan con la capa, si no los que generaron un cambio en el país.
* Esta pieza forma parte del Especial “A 50 años del golpe”. Edición general: Juan Luis Salinas Toledo. Coordinación: Nicolás Lazo Jerez.