La Hermandad de la Casa Grande (La Pollera, 2021) es una novela negra escrita por Eduardo Pérez Arroyo (Chillán, 1977), licenciado en Historia del arte y en Historia y Geografía. La novela discurre entre la brujería, la mitología chilota y los conflictos del Estado para perseguir a los brujos, pero en ella subyace una profunda discusión entre la civilización y la barbarie que remite al problema sobre el que se configura la nación.

La novela tiene como eje principal el juicio del Estado chileno contra los brujos de Chiloé, pero no está centrada en la estructura judicial como tal. No es una novela de abogados tratando de construir pruebas y piruetas legales para poder apresar y castigar a quienes perturban el orden público (aunque sí hay partes del libro que tratan sobre ello). Esto último es más bien un aparataje que sirve para contar la historia de La Hermandad de la Casa Grande, de Los Reyes sobre la Tierra, de La Recta Provincia y del juicio contra los brujos que efectivamente tuvo lugar en el Chile decimonónico.

Pero la novela no se queda solamente allí. Esta tiene, por lo menos, dos ejes adicionales. Por un lado está el Chile de 1879, Guerra del Pacífico (o de los 10 centavos como prefieren llamarla algun@s) y los conflictos del norte: de aquí emanan personajes como el teniente Millaleo y los chinos Carpiano Carpiani, González y el mudo. Por otro, están los hechos de Chiloé: el conflicto de poder entre las cofradías y la persecución judicial contra el rey de La Recta Provincia, el brujo Zapata, la familia Coñuecar, la familia Carimonei. Y, finalmente, la historia de Acnin de Rouchel, un europeo que se hace llamar El Mayor Mentiroso del Mundo y que recorre Perú contando su experiencia con los brujos de Chiloé.

Estos tres ejes están ensamblados de manera no lineal y disruptiva. El autor crea una trama y un aire de confusión que poco a poco se va armando en la mente del lector(a) en la medida que avanza a lo largo de la novela (tiene una extensión de 509 páginas). Los capítulos duran poco más de dos planas y se van intercalando entre los ejes anteriormente mencionados sin previo aviso. Hay momentos en los que se avanza a oscuras sin saber qué personaje dice qué, pero pronto todo encaja nuevamente. Para ello la novela utiliza distintos narradores.

Esta disrupción formal también se da en la prosa. Por ejemplo, Pérez Arroyo utiliza flashbacks en forma de diálogos imbricados con el presente o cuenta hechos en paralelo, un párrafo tras otro:

— ¿Cómo ocurrió todo eso? —inquiere el coronel —. ¿Cómo murieron los demás?

— Vamos a calmarnos un poco, señores —dijo el subteniente, escudriñando cómo se acercaba la tromba—. Las condiciones del clima hacen inviable partir en este momento …

— La lluvia empezó apenas salimos —dice Millaleo al coronel—. Y el mar se puso bravo. La lancha se movía. (Pág. 401)

Las descripciones son propias del género: crudas, pero nunca morbosas. Guardan una distancia que permite que la narración de cuerpos mutilados, asesinatos o violaciones se mantenga en una línea descriptiva sin juicios de valor.

— La vieja intentó pegarme —sigue—. Le di con una piedra en la cabeza. Recién ahí cayó. La niña no se resistió. Apenitas me suplicaba: por favor, no lo hagas, por favor no lo hagas. Le aplasté el cráneo con una roca para no tener que escucharla más. (Pág. 337)

La novela busca, y lo logra bastante bien, conservar el aura fantástica y de misticismo que le imbuye la mitología chilota al territorio. Las historias se deforman en la medida que las personas la van contando y le agregan de su cosecha. Se contrastan versiones de los personajes y finalmente no se sabe realmente qué es real y qué no.

También, resulta enriquecedor el contraste que le aporta de Rouchel a la narración desde su perspectiva crítica con el eurocentrismo. La novela tiene como base la dicotomía entre la civilización y la barbarie, el hombre letrado y el salvaje, el hombre del continente y el indio de la isla.

Pero de Rouchel (personaje que por los cambios que atraviesa da para un ensayo por sí mismo) valora ese “salvajismo” y lo comprende como lo que es: un sistema de creencias y narraciones que buscan explicar y dar forma a la realidad. Nada alejado de los mitos griegos. Así, de Rouchel establece, siendo europeo, la crítica al eurocentrismo que está en los anales de configuración de la nación (y de todas las naciones latinoamericanas).

Por otra parte, es ineludible la influencia que tiene la literatura decimonónica y del siglo XX, como Bram Stoker o H.P Lovecraft y que el autor nombra en sus notas finales: con respecto al primero, la cuestión y descripción científica de lo sobrenatural y del horror; y en cuanto al segundo, el horror mismo, la imposibilidad de asimilarlo a la realidad. La imposibilidad de introducir el horror en la realidad a través del lenguaje, que también es el tema principal de obras como Otra vuelta de tuerca, de Henry James.

Pero, además, me parece ineludible que la novela de Pérez Arroyo remita a El Obsceno Pájaro de la Noche, de Donoso. No solo por la cuestión obvia: la figura del imbunche, sino también por el problema y la incomodidad que le supone al poder el misticismo, lo monstruoso, lo inexplicable. Es una discusión que tiene de fondo la higienización de la cultura y la construcción de la identidad. Pérez Arroyo al contar el juicio del Estado contra los brujos también le da patadas en las canillas a esa parte de la historia que aún hoy intenta borrar nuestras raíces. Lo de Europa es una conquista, una influencia, un sistema a la fuerza.

La Hermandad de la Casa Grande es una novela, me parece, no tan sencilla de leer, es de esos libros a los que hay que dedicarles un poco más tiempo y tenerles un poco más de paciencia. Sin embargo, lo que guarda en sus páginas no solo es una gran historia con una muy buena técnica y manejo de recursos literarios; es también una bocanada de aire fresco en tiempos en los que las redes sociales y el internet pretenden que todo sea fácil y rápido de digerir.

Título: La Hermandad de la Casa Grande.

Autor: Eduardo Pérez Arroyo.

Editorial: La Pollera.

Año: 2021.

Precio: $17.000