Quillotano, titulado en Pedagogía en Artes y actual subdirector del Espacio Literario de Ñuñoa, Gerardo Jara prefirió la divulgación literaria a enseñar en una sala de clases. Conversamos con el Gestor Cultural tras algunos años de conocerlo, rodeado de libros, jardineras y plantas.


La primera vez que vi a Gerardo Jara fue en Librería Catalonia, yo estaba buscando un libro de Raymond Carver – necesitaba leer a Carver – y llegué a la librería con la excusa de comprar regalos de navidad. Otro librero me atendió.

  • ¿Te puedo ayudar en algo?
  • ¿Qué tienes de Carver? No he leído nada de él.
  • Espera, déjame preguntarle a Gerardo.

Esto ocurrió unos tres años antes de contactarlo para hacerle esta entrevista, un periodo donde pasó agua bajo el puente y luego de lanzamientos, podcast, proyectos varios y un sin fin de eventos culturales, se convirtió en subdirector del Espacio Literario de Ñuñoa.

Antes de juntarnos tuvimos un intento fallido. Acordamos reunirnos a almorzar un viernes en un restaurant peruano cerca de su casa. La apuesta era usar un pisco sour catedral para romper el hielo, un ideal que calzaba perfecto con el libro de Raymond Carver que me había recomendado años antes, pero no pudo ser. Aunque se había tomado el día en el trabajo, finalmente el trabajo – como le ha pasado bastante en este último tiempo – se lo tomó a él. Se venía el Festival Internacional del Libro y la Lectura de Ñuñoa y no había espacio para el descanso. Es la vida del Gestor Cultural, sí, con mayúscula.

Cuando llegué a su departamento de Diagonal Paraguay bajó para ayudarme a encontrar estacionamiento. Yo llevaba mi mochila con el computador y algunas cosas, junto con un pack de Royal de 470 cc. Había comprado una botella de vino también, pero al final me pareció algo exagerado, así que solo bajé las latas. Gerardo me esperaba en la entrada con una camisa cuadrillé y unos shorts deportivos.

Debe estar cerca del metro setenta y cinco y en ese momento llevaba una cabellera frondosa con una maraña de rulos jaspeados de canas. Es de contextura gruesa y no parece ser deportista. Su tenida era de casa, comodidad y soltura eran la consigna, nada de preocupaciones sin sentido. Su edificio es de aquellos donde el ascensor llega a los entrepisos y hay que bajar o subir algunos escalones para llegar a las puertas, así que apretamos el 5, aunque íbamos al piso 4.

Su departamento es de los ’80, un poco antiguo, pero no añejo, de tres dormitorios y dos baños, un balcón y una cocina pequeña pero independiente. El lugar está invadido por plantas y libros, una jungla llena de sabiduría humana y vegetal, con raíces que asoman por los maceteros y los poros del dueño de casa.

  • Yo no me he leído todos estos libros -se adelantó a decir Gerardo.

Estaba su compañero de departamento, su amigo, con quien comparte el lugar desde un par de años; luego de varias personas, es el que más ha durado. Gerardo es quien firmó contrato por el 2015 y no parece querer moverse.

Como para romper el hielo, y con la destreza de un bebedor consolidado, tomé mi territorio natural e invadí con soltura su refrigerador para guardar las cervezas, ofreciéndole una para sentarnos a conversar. Sus uñas estaban pintadas de manera imperfecta con un esmalte fucsia y usaba dos anillos en la mano derecha. A ratos tomaba el celular y mandaba mensajes mientras yo me acomodaba. Ambos comenzamos a enrolar un tabaco para desenrollar la conversación. Hablamos de lo cotidiano en un principio y después me comenzó a contar su periplo por el mundo cultural.

Que siempre pase algo

Germina la conversación. Estudió Pedagogía en Arte en la Universidad de Playa Ancha porque no le alcanzó para estudiar arte a secas, algo que dejó tranquilo a su padre porque por último iba a poder trabajar de profesor. Me dijo que no era tan encomendado a la lectura en el colegio, lo normal, y que fue cuando entró a la universidad cuando los libros comenzaron a ser extensiones de su cuerpo. Eso sí, y como todo amante de la literatura, tuvo sus primeros amores colegiales: Cortázar, Hesse y García Márquez.

  • Demian de Herman Hesse, creo que es el libro que, no sé si me marcó, pero sí me gustó mucho. Me gustó porque todos los personajes eran intensos, sufrían y siempre les pasaba algo.

Eso es exactamente de lo que se encarga Gerardo actualmente: que siempre pase algo.

La universidad fue un momento que todo cambió, cuando abrió los ojos, el alma, y un sin fin de puertas y ventanas. Me contó que descubrió la filosofía, que supo que no existían solo Nietzsche y Kant, que eso le ayudo a expandirse, hurgar nuevos caminos, posarse en inexplorados autores y autoras, pensamientos y posibilidades.

Una de ella fue venirse a Santiago, un sitio en el que pasan más cosas que en Quillota, su ciudad natal. Varios amigos lo esperaban y se lanzó. En la capital, y esto me lo dijo como un logro importante, pudo trabajar de profe de arte en un colegio todo un año. Su felicidad parecía algo simple, pero significativa: el colegio era – como muchos – complicado, los profes que lo antecedían había a penas pasado los tres meses y el hecho de llegar a fin de año fue toda una proeza. Eso sí, hacer clases no era suficiente para costearse la vida, por eso siempre tuvo que complementar. Esto no le molestaba en absoluto, al contrario, sabía que le abría infinitas posibilidades.

Aquí es cuando llegó el momento de inflexión: con raíces firmes los tallos se expandieron y empezó la fotosíntesis. Encontró un trabajo de medio tiempo en la librería Contrapunto y tuvo su primera experiencia como librero. Por supuesto, se trataba de una cadena de librerías que dista mucho de ser un centro donde desarrollar las culturas y, más que librero, puede que haya sido un vendedor. Pero los espíritus culturales se atraen y el efecto tuvo resultado. Ahí conoció a Victoria, una persona clave en su carrera porque fue quien, finalmente, lo llevo al lugar donde comenzaría a desarrollarse como Gestor Cultural: Librería Catalonia.

Además de Victoria, otra mujer sería abono: María José Navia. La escritora de Una Música Futura y docente de la Universidad Católica, lo invitó a participar del lanzamiento de un libro, el primero de muchos. Yo, por mi parte, lo comencé a ver y escuchar en videos de Instagram de la librería y en un podcast de Canal 13. Al parecer, su capacidad y estilo para comunicar estaba llamando la atención de más personas.

La tranquilidad de las plantas

Gerardo Jara tiene un distintivo clave, algo que podríamos catalogar como su sello característico: una voz calma. Ese tono sereno, pero sin una gota de debilidad, se queda pegada en el hipotálamo de quien la escucha. Hay veces que es tan suave, que el tráfico de Diagonal Paraguay la cubre por completo y hay que leerle los labios para entenderle. Lo cierto es que la pedagogía vive en esas cuerdas vocales y, aunque todo se esté quemando, transmite tranquilidad y sabiduría.

Una virtud que se me imagina como imprescindible en un gestor, una persona que en el juego de producir y crear instancias donde las personas se encuentren con la cultura, es decir, vivir en la tensa constante de la cocina cultural, logra transmitir ese “todo va a estar bien” que se necesita para que un equipo funcione y sea feliz. Al mismo tiempo, esa misma característica es la que hace crecer la enredadera hacia los actores culturales, tendiendo conexiones desde la cordialidad y la cercanía para que las más reconocidas personalidades y egos artísticos sean parte de sus eventos.

Él entiende que la gestión cultural es como una planta a la que hay que alimentar, regar, cambiar de macetero y ponerla en el lugar exacto que necesita para crecer fuerte. Un trabajo de joyería que requiere paciencia y compromiso, calma a toda prueba. Me llama la atención la jardinera llena de plantas de su balcón, frondosa y sana, que seguramente agradece tenerlo de su lado porque es alguien que se moviliza para que todo resulte lo mejor posible.

  • Un amigo trabaja haciendo jardines y le dije que le pagaba para que venga a ver mis plantas. Es que este balcón se calienta mucho y mata todo, no cualquier plata puede vivir en él, así que él me ayudó a lograrlo.

Identificar las falencias que tenemos para que otros, expertos en esos temas, se ocupen de lo que nosotros no sabemos. Saber actuar cuando todo está caliente y salir victorioso. En todo eso pienso mientras comienza a arrancar una planta de raíz muy bonita y abundante.

  • Te cagai’ cómo crece esta planta, es como una maleza, me dijo mi amigo. Tengo que mantenerla controlada porque mata a las demás.

Por más lindo y hermoso que se vea, eliminar lo que afecta al grupo. Sacrificar para luego ganar. Sigo pensando mientras me habla de la forma de riego y de que en su balcón las suculentas son el fuerte.

Como fruto de su trabajo, Gerardo llegó el año antepasado a hacerse cargo del Espacio Literario de Ñuñoa, conocía a la directora del Centro Cultural desde antes y cuando ella quedó en el puesto de inmediato pensó en él. Desde ahí no ha parado y muchas cosas las ha tenido que postergar por el nuevo desafío, que ya tiene muchos eventos organizados por él en sus vitrinas.

La primera importante fue el pasado Festival del Libro y la Lectura de Ñuñoa 2021, donde hubo importantes conversatorios, lanzamientos y presentaciones. Todo, en el marco de un ecosistema de editoriales que mostraban sus catálogos y un gran ambiente familiar. Muy lindo, pero que significó varios días de estrés para quienes son parte de la Corporación Cultural de Ñuñoa, aunque a todas luces valió la pena.

Recuerdo a Blanca Lewin junto a Alejandro Zambra en el lanzamiento de una nueva edición de Facsímil. La conversación fluía y la química entre los dos era evidente, se notaba que ambos estaban disfrutando y eso se traspasaba a los espectadores. Entre toda la gente estaba Gerardo, que pasaba un plácido momento de descanso parado a un costado del escenario con un brazo agarrado del otro.

  • Lo que más me gusta de trabajar en lo que hago, es lo que sale de lo que uno crea, porque uno planifica los participantes, los temas a tratar y resultan cosas muy interesantes que uno no tiene presupuestadas.

Gerardo me cuenta que pasa mucho tiempo pensando a qué personas poner en cada conversatorio, los temas que se van a abordar y los conceptos que envuelven cada uno de los encuentros. Es el laboratorio del Gestor Cultural, un imaginario donde crea eso que quiere transmitir desde la visión de artistas y comunicadores, algo que no se puede saber realmente hasta que sucede. Una fórmula que no siempre tiene los resultados esperados.

  • Aprendí a dejar ir, en esta pega muchas veces las cosas no fluyen o no salen como se espera. Las personas son diversas y es una posibilidad que no se encuentren, onda no hay química simplemente, y ahí nada que hacer. O se cae un participante…

En esa misma Feria del Libro y la Lectura, en un momento Alejandro Zambra, el invitado de honor del evento, frenó a Gerardo que iba de un lado a otro y le preguntó cómo estaba.

  • Estoy pal pico, hueón. Tú, ¿todo bien?
  • Está saliendo espectacular, Gerardo. Todo bien.

Una sonrisa se dibujó en su cara y rápido se despidió de Alejandro sabiendo que seguramente se verían más tarde. La cercanía entre ellos era evidente, parecía dos amigos, pero en verdad no lo eran. Es el trabajo del Gestor Cultural, crear lazos, responder con tranquilidad, buenas palabras y, sobre todo, hechos. Crear relaciones a largo plazo, establecer troncos de confianza. Los resultados estaban a la vista.

Saber dejar ir

Mientras hablábamos lo llamaron del Espacio Literario, las cervezas estaban haciendo su efecto así que aproveché de ir al baño y volver a mirar el interior de su casa. Tiene una repisa con libros repleta de abajo hacia arriba y de lado a lado. Frente a ella, una mesa de diario con algunos cachureos y un sillón donde se arriman más libros junto a un Manto de Eva y unos filodendros, todo bajo una serie de retratos pintados en blanco y negro por él. Recordarlo me hizo pensar en una de sus respuestas que bien lo retratan.

  • Me encantaría volver a pintar, tener tiempo y hacerlo. También me gusta las pastas y las pizzas. Cocinar. En verdad me gusta mucho cocinar. Hace unos años, cuando tenía tiempo (ríe), hacía pizzas todos los fines de semana e invitaba amigos para que las prueben y me den su opinión. Cada vez estuvieron mejor hasta que pude decir que hacía buenas pizzas. Me gusta mucho cocinar en verdad, tengo que retomar eso.

Al volver del baño recordamos otro hecho que ocurrió en la Feria del Libro y la Lectura de Ñuñoa 2021, yo vi todo en primera fila y cuando se lo comenté me respondió con incredulidad:

– ¿Estabas ahí?  Fue terrible.

Hubo un gran conversatorio entre Mónica González, Nona Fernández y Nicolás Vidal, donde se esbozaron significativas reflexiones y todos se acoplaron de maravilla. El tema que unía a estos tres autores eran sus publicaciones sobre la dictadura militar, un tópico complejo, sabemos, pero que arrojó un intercambio notable. Las personas estaban conectadas y muy atentas a lo que se decía. Todo perfecto, hasta que apareció la maleza en la jardinera, un hombre interrumpió intempestivamente a quienes estaban exponiendo. Evidentemente bajo los efectos del alcohol, gritaba muy agresivo cosas ininteligibles.

Fue un momento incómodo e imposible de prever. Y como era de esperarse, nuestro protagonista, Gerardo, también apareció al rescate, tratando con su calma bajar las revoluciones, con palabras hacer entrar en razón al descontrolado personaje. Cosa que no estuvo ni cerca de lograr. Otra prueba de que un Gestor Cultural debe saber dejar ir porque no puede controlarlo todo. Al tipo se lo llevaron los guardias.

Gerardo tiene claro que es imposible saber lo que va a pasar mañana, por eso le gusta vivir lleno de actividades el presente. Hoy, luego de una suscripción literaria y algunas ideas en desarrollo, mantiene un podcast llamado Lectura Complementaria donde recomienda libros bajo un concepto. Lo realiza con Vicky, una amiga que conoció cuando trabajaba en el podcast del 13 y donde llevan más de un año realizando capítulos por el simple hecho de amar la literatura. Yo le pregunté que si tiene alguna idea para el futuro, que qué le gustaría hacer.

  • La verdad no lo sé, pero espero nunca dejar de hacer cosas. Lo de ahora en Ñuñoa es un proyecto que ojalá dure mucho tiempo, en el peor de los casos siempre puedo volver a ser librero. Es algo que no me molesta, de hecho, me gusta mucho.

Gestar es crear

Antes de irme intercambiamos opiniones de libros en su living, de su origen y de cómo había juntado tantos. Ahí me fijé que más adelante estaba la mesa del comedor con cuatro columnas de libros contra la muralla  y un estante atiborrado de más y más libros antes de la entrada. Me prestó uno de Álvaro de Campos, no el pseudónimo de Pessoa, sino un chileno anónimo que atiende el negocio de su padre y escribe cosas increíbles. No pude dejar de pensar que el trabajo del Gestor Cultural es justamente anónimo, como la abeja que va de flor en flor haciendo que las plantas se reproduzcan.

En un momento, revisando un libro de poemas de Carina Sedevich, le pregunté si él tenía algún proyecto de escribir, una pregunta que formulé muy mal, pero que arrojó una respuesta dorada.

  • Y tú, ¿no tienes un proyecto de escritura? ¿No te han dado ganas de ser el que crea las obras?
  • Espera, yo creo obras. Ser un Gestor Cultural también es crear.

Tomé el ascensor pensando en su rotunda respuesta, en que el mundo cultural tiene muchas gradientes creativas y que la Gestión Cultural es una más del ecosistema. Sin ella, las obras como tal no llegan a las personas; Una obra artística que comunica otra obra artística; Crear el lanzamiento, luego existir el libro; La semilla, la planta, el fruto. Todo se interrumpió en mi cabeza cuando escuché a Gerardo llamándome, se me había quedado mi mochila con el computador sobre su sillón, ¡mi vida entera! y él había bajado otra vez a ayudarme.