A una semana de una nueva celebración del Orgullo LGBTIQ+, Doble espacio conversó con el sacerdote católico de la Congregación de los Sagrados Corazones y de la Pastoral de la Diversidad Sexual, sobre su trabajo eclesiástico, el apoyo de la jerarquía de la Iglesia y la necesidad de tomarse en serio la realidad de la diversidad sexual en la feligresía católica.


Guillermo Rosas nos recibe telemáticamente desde una oficina. En la pared, dos cuadros de Van Gogh contrastan con una representación de Jesús que descansa apoyada en una silla. El cura, de sonrisa apacible y voz pausada, se dispone a responder esta entrevista por segunda vez, dado que por un fallo inexplicable la primera no logró ser registrada.

Rosas, sacerdote de la Congregación de los Sagrados Corazones, lleva ocho años participando de la Pastoral de la Diversidad Sexual (Padis) de Santiago, espacio que nació en 2011 de la mano de un grupo de jóvenes homosexuales que buscaban vivir su fe católica en un espacio seguro y libre de discriminación. Ellos se contactaron con un sacerdote jesuita que aceptó acompañarlos en una vida de comunidad que consistía en celebrar la eucaristía y conversar.

Cuando Rosas se enteró de la existencia de laPadis se encontraba destinado en Concepción. La lejanía le impedía visitar la Pastoral, pero en cuanto fue trasladado a Santiago se tomó el tiempo de ir a conocer a esta comunidad y decidió integrarse a ella.

¿Cómo llegó usted a formar parte de la Padis?

Yo generalmente he estado en Santiago, pero del 2009 hasta el 2013, estuve en Concepción. Entonces este amigo mío me contó que había entrado en este grupo, que estaba muy contento. Recuerdo mucho su felicidad porque había encontrado un lugar de iguales, de personas de la diversidad, gay en este caso, todos varones inicialmente, que se juntaba a celebrar la misa y él estaba muy contento porque él había sido siempre una persona cristiana católica. Entonces él me invitó a conocer primero la experiencia, cosa que yo no hice porque desde Concepción me era difícil, y cuando venía a Santiago, venía siempre apurado, a ver a mi familia, qué sé yo, con otros programas. Pero cuando me trasladaron a Santiago de nuevo, que fue en el 2014, ahí una de las primeras cosas que hice fue ir a la Padis y ahí la conocí.

¿En seguida pasó a ser sacerdote de la Padis?

Bueno, la Padis ya tenía un sacerdote, que fue con el cual este grupo de personas homosexuales se contactó al inicio. Y él continuaba ahí como asesor. También se habían sumado dos religiosas de la misma congregación y entre los tres acompañaban a este grupo. Que, a esa altura, ya tenía mucha más gente. No eran ya solo el pequeño grupo de varones que comenzó, sino que un grupo de mujeres también; y además un grupo de papás y mamás de algunos de ellos, que se reunieron inicialmente para compartir sus experiencias. Entonces existían ya los dos grupos: El grupo de hombres y mujeres de la diversidad, y el grupo de papás y mamás de algunos de ellos. Funcionaban paralelamente y tenían algunas actividades juntos un par de veces al año.

Yo llegué primero como para mirar y me gustó tanto, encontré tanto sentido ahí, que hablé con mis superiores y les pedí que me permitieran poder colaborar como acompañante de la Padis, dado que había hablado ya, por supuesto, antes con el cura y con las religiosas, y con los mismos jóvenes. Y ellos me lo habían pedido también a mí. O sea, había sido una conversación, donde yo lo ofrecía, pero ellos también lo estaban aceptando. Y ahí entonces, yo creo que, en el arco de dos meses, un mes, yo ya estaba participando ahí como acompañante.

¿Quiénes forman parte de la Padis en estos momentos?

En la Padis hay un arco etario bien amplio. Hay varones y mujeres, hay menos mujeres que varones. Sabemos que, en nuestra cultura, y así pasa en la Iglesia, la visibilidad de las mujeres de la diversidad sexual es más difícil, se dificulta más por cuestiones culturales, incluso por el machismo son más marginadas, más excluidas y les cuesta más reconocer una orientación sexual distinta de la heterosexual abiertamente y participar en un grupo, pero hay. Y los contornos son bien flexibles, porque en este momento somos pocos. Nos ha jugado mal la pandemia. Somos en torno a las 10, 20 personas, pero cuando uno hace actividades un poco más grandes ahí fácilmente llegan 50, 60. Y cuando yo llegué en el año 2014 habitualmente éramos ese número. Tú me podrás decir que es un número mínimo frente a la cantidad de gente que debe haber, incluso la cantidad de católicos y católicas que debe haber en la diversidad sexual, pero como todas las pastorales uno no las hace porque participe más o menos gente, sino que por la convicción de que eso es importante.

¿Participa también gente de la tercera edad en la Padis?

En el arco tenemos personas de la tercera edad. Hace poco falleció un ex miembro de la Padis que era de la tercera edad también. Son muy poquitos, pero hay, lo cual nos gratifica mucho y muestra que la Padis no tiene edad. Por supuesto que hay mucha diferencia entre las personas de la tercera edad y los más jóvenes que entran. Las mismas diferencias que tú puedes encontrar en cualquier comunidad cristiana, aquí en cierto modo se acentúan porque los de la tercera edad han vivido generalmente una experiencia mucho más traumática respecto a su orientación sexual que los más jóvenes. Ellos han vivido en mucha mayor soledad, en mucho mayor conflicto su orientación y de allí también que muchas y muchos de ellos son de las personas que han cometido suicidios.

¿Cómo es la relación de la Padis con la arquidiócesis de Santiago?

Bueno, el sacerdote que comenzó a acompañar a este grupo, quiso expresamente tener un apoyo de la autoridad eclesiástica de nuestra arquidiócesis para poder hacer esta pastoral. O sea, se planteó de partida como una pastoral que, si bien era especial, de un sector especial de la población, no podía ser oculta, ni mucho menos estar en conflicto con la Iglesia. Y ellos recibieron el beneplácito del pastor de la época. Por lo tanto, en ese sentido, la Padis siempre ha funcionado con la anuencia de la jerarquía de la Iglesia, y además con el alero protector de la orden de la Compañía de Jesús, en cuyos locales ha funcionado en estos años.

También, hace unos años, hubo una ceremonia de la iniciación cristiana, es decir, fue bautizado, confirmado y recibió su primera comunión un miembro de la Padis y vino un obispo auxiliar de Santiago a hacer la ceremonia. Y lo hizo a sabiendas de que era un grupo de personas de la diversidad sexual, así que también fue considerado por muchos de ellos, aunque sin palabras, un apoyo a nuestra pastoral. Y nunca hemos tenido conflictos, ni yo, ni ninguno de los otros religiosos y religiosas, que yo sepa. No hemos tenido problemas ni conflictos con la jerarquía de nuestra iglesia.

 

Un apostolado abierto

¿Por qué le hizo sentido la Padis y lo que se hacía ahí?

Por una cuestión más vocacional, diría yo. Porque para mí siempre ha sido muy claro que el evangelio de Jesucristo nos hace un llamado muy fuerte a estar cerca de todas las personas, pero muy especialmente de las personas que por cualquier razón sufren marginación, u otro tipo de exclusión. Y yo rápidamente descubrí que había un grupo que calificaba en esa categoría. Son personas que han sido secularmente excluidas, discriminadas, violentadas, en algunos países incluso condenadas a muerte o a mutilaciones por el hecho de tener una orientación sexual distinta a la heterosexual. Entonces a mí me pareció que había ahí un grupo humano que realmente merecía que personas de Iglesia explícitamente y sin ocultarlo, los acompañaran en nombre de nuestra fe cristiana. Para mí esto nunca fue una cosa oculta, yo jamás oculté delante de nadie que yo estaba acompañando a un grupo de personas de la diversidad sexual. Para mí siempre fue un apostolado abierto, no tenía ningún problema con decírselo a nadie. Entonces me hizo mucho sentido, en primer lugar, por este asunto vocacional, pero también para responder un llamado muy claro del papa Francisco a lo que él ha llamado las “periferias existenciales”. Porque esta es una auténtica periferia existencial, no en el sentido peyorativo, o así lo entiendo yo. Sino que simplemente es un grupo de personas que pertenece a una marginalidad en la comunidad cristiana-católica. Ellos muchas veces no son aceptados, al contrario, son rechazados, son expulsados de sus comunidades. Por lo tanto, pasan a formar parte de una periferia, que a mí juicio, hay que volver a integrar, hay que volver a ponerla en el centro. Entonces por eso para mí tiene mucho sentido y lo sigue teniendo al día de hoy.

¿Usted, en su ejercicio como sacerdote, ha tenido experiencias en donde algún feligrés le haya cuestionado su participación en la Padis?

Sí, he tenido experiencias, pero son tan pocas… Me acuerdo de una explícitamente. Más bien al contrario. Yo normalmente, cuando pongo algo en mi cuenta de Facebook, toda la gente que responde es para agradecer. Incluso para decir “¡qué bueno que haya un sacerdote que hace esto!”. Tanto que a mí me da un poco de pudor, porque yo no me considero ningún héroe ni tengo ninguna pretensión ni ánimo de aparecer yo aquí como una especie de iluminado, o que yo esté tratando de enseñarle a los demás cómo tienen que ser. No, yo lo hago por una convicción personal, pero para mí es muy gratificante que la gran mayoría de la gente a mí me dice “¡qué bueno!”, “qué bueno que la Iglesia tenga esta postura y esté en esto”. Y esto a mí me alegra profundamente.

Cambiar la doctrina

El papa Francisco, cabeza de la Iglesia Católica, ha emitido declaraciones que han escandalizado a los sectores más conservadores. El pasado 5 de mayo respondió una carta del jesuita James Martin asegurando sobre la visión de la homosexualidad de la Iglesia que “Dios es padre y no reniega de ninguno de sus hijos”. Sin embargo, es contrario a que la Iglesia bendiga matrimonios de parejas del mismo sexo, a pesar de que apoya las uniones civiles, y ha tildado la homosexualidad como “una moda”.

Por su parte, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha señalado también que “no es lícito impartir una bendición a relaciones, o a parejas incluso estables, que implican una praxis sexual fuera del matrimonio (es decir, fuera de la unión indisoluble de un hombre y una mujer abierta, por sí misma, a la transmisión de la vida)”.

¿Cuál es su postura en cuanto a esta contradicción que tiene el papa Francisco respecto a la homosexualidad? En el fondo dice, hay que pedirles perdón a los homosexuales, pero tienen que ser célibes.

No me consta que el papa Francisco lo haya dicho explícitamente. Pero con eso no hace más que repetir lo que la doctrina oficial de la Iglesia da como única alternativa viable a las personas homosexuales para no caer en la categoría de pecadores, o sea, de personas que están abiertamente en contra de la moralidad cristiana. La única alternativa que la doctrina moral oficial que la Iglesia les da es ser célibes, es decir, de no tener afecto ni relaciones íntimas con nadie. Entonces, aquí entraríamos en un terreno puramente interpretativo. El papa al decir él mismo “¿Quién soy yo para juzgar?”, como lo dijo una vez acerca del tema de la diversidad sexual, de alguna manera implícitamente está criticando también esta postura de la iglesia. Por qué, quién soy yo para juzgar que alguien ame a otra persona, aunque sea de su propio sexo, porque a eso lo empuja su propia naturaleza, no una moda ni una idea que se le metió en la cabeza, sino su propia naturaleza que nosotros creemos es creada por Dios y amada por Dios. Quién soy yo para decirle “no, tú no puedes amar porque tú no correspondes al modelo binario heterosexual que es el que se supone que es querido por Dios”. Entonces yo pienso que esa contradicción puede leerse desde afuera, pero yo pienso personalmente que el papa Francisco no puede tener una postura abiertamente contraria a la de la moral de la Iglesia. Entonces más bien ha callado al respecto, ha suspendido el juicio, digamos, sobre eso. Así lo interpreto yo.

Yo le preguntaba la primera vez que conversamos que, si usted creía que la doctrina, en ese sentido, contradecía el mensaje de Cristo.

Yo creo que sí. Este es un tema complejo, porque la doctrina ha sido elaborada a lo largo de varios siglos, y cuenta con una especie de convicción muy firmemente asentada en la historia de la Iglesia, y que responde a una interpretación de los textos bíblicos, que no había sido puesta en cuestión hasta tiempos recientes. Esto ha pasado con muchas cosas, no es raro que haya un desarrollo que haga cambiar posturas de la Iglesia, incluso morales, a lo largo de la historia. También así podría cambiar una postura tradicional de la Iglesia respecto de la moral sexual, en este caso, de la moral homosexual. Hoy día evidentemente ser homosexual, o pertenecer a la diversidad en cualquiera de sus variantes, no es una anomalía, una enfermedad, un pecado, como lo fue en el pasado. Hoy día, realmente la ciencia nos está mostrando otra realidad. Entonces nosotros tenemos que releer nuestra propia revelación y convicciones, que hemos sostenido durante muchos siglos, a la luz de nuevos hechos y de nuevos acontecimientos.

Usted había dicho sobre el celibato y la homosexualidad, que a usted no le hacía sentido el separar lo que una persona es, de lo que hace.

Claro, puedo afirmarlo de nuevo, porque estoy plenamente convencido. Lo que pasa es que la doctrina moral actual tiene una afirmación que es muy complicada hoy día de entender y de sostener, porque dice que acoge a todas las personas de la diversidad sexual, y que hay que acogerlas con afecto con cariño, y considerarlas en su dignidad de personas. Pero al mismo tiempo condena clara y firmemente lo que llama los “actos homosexuales”. Es decir, condena la afectividad y sexualidad ligada a la condición y orientación homosexual. Y esta distinción yo realmente no la acepto, y no la acepto porque me he dado cuenta que las personas de la diversidad sexual que conozco se siente incluso ofendidas con esa distinción, porque a mí no me pueden decir “yo te acepto a ti, pero no vayas a hacer esto, porque esa parte no la acepto”. O sea, si yo acepto y acojo a la persona de la diversidad sexual, tendría que hacerlo con todo lo que es. Esto siempre en el supuesto de que la orientación de la diversidad sexual no es elegida por la persona, sino que es de su naturaleza.

Porque alguien me podría decir “bueno, pero entonces también tú aceptas que un asesino mate”. No poh, es que es distinto, porque el asesino puede no matar. Entonces aquí estamos en otro ámbito, aquí no estamos en un ámbito de que yo elijo ser homosexual, lesbiana o lo que sea, y por lo tanto tengo actos sexuales y afectivos correspondientes a mi orientación, sino que esos actos afectivos y homosexuales corresponden plenamente a mi naturaleza, no tienen nada de maldad. Son la expresión de mi manera de ser.

Entonces en ese sentido yo encuentro muy complicado, y no me siento claro en aceptar nuestra doctrina tal y como está ahora, yo encuentro que tiene que cambiar. Tiene que plantearse este asunto desde otra perspectiva, porque si no le estamos haciendo un daño muy grande también a las personas de la diversidad que se sienten injustamente condenadas, a pesar de que la Iglesia diga que hay que acogerlas.

¿Qué cree usted que tiene que pasar para que vaya cambiando esta doctrina?

Bueno, la primera cosa es que hay que tomarse en serio la realidad de la diversidad sexual. Hasta ahora, la diversidad sexual siempre ha sido considerada un pecado, una anomalía, una enfermedad. Entonces ha sido rechazada incluso como realidad. Hoy día nuestra postura es distinta. Nosotros miramos el mundo y vemos que hay muchas personas que nacen con una orientación sexual distinta de la heterosexual, y esas personas descubren esto en algún momento de sus vidas, suelen sufrir este descubrimiento, porque se dan cuenta de que los pone en una situación periférica, marginal, en muchos casos excluida y condenada. No solo por la Iglesia, recordemos que hay países que todavía condenan a muerte, o a cárcel, o a mutilaciones, a las personas homosexuales.

Hay una realidad aquí que tenemos que aceptar. Existen personas que por naturaleza tienen otra orientación sexual, así como hay personas pelirrojas, personas zurdas, personas con distintas características, primera cosa. Segunda cosa, tomarse en serio el dato de la ciencia. El dato de la ciencia es muy importante. Me refiero a la psicología en primer lugar, que hoy día casi unánimemente ha sacado la homosexualidad, en cualquiera de sus formas, de la lista de las enfermedades, y considera que es una orientación y, por lo tanto, una característica posible de que tenga cualquier ser humano que nace. Y de todos los demás datos científicos que nos puedan ayudar a reinterpretar el hecho mismo y también nuestras propias convicciones al respecto de ese hecho a lo largo de la historia.

¿Qué espera usted de la Padis de aquí al futuro?

Espero que desaparezca. Y todos lo esperamos, no es una esperanza mía. Yo la aprendí en la misma Padis. Espero que desaparezca, porque espero que haya un día en el cual todas las personas católicas de la diversidad sexual estén plenamente integradas en sus propias comunidades, como uno más, donde todo el mundo sepa que la persona es homosexual o lesbiana, o transexual, o lo que sea. Pero como sé que eso es un poco utópico, por lo menos no es una cosa que vaya a suceder de un día para otro. Espero de la Padis que amplíe más su círculo, que acoja más gente, porque creo que la Padis le hace muy bien a la gente que llega.

 

Ariadna Cifuentes

Estudiante de periodismo de la Universidad de Chile.