Diez de las trece salas de cine independiente en Chile han cerrado sus puertas de manera definitiva entre 2020 y 2021 Entre las razones se repite la falta de presupuesto para adaptarse a las nuevas medidas sanitarias y la constante falta de apoyo por parte del Ministerio de las Culturas. El cine The Oz, en Chillán, es el último local de la Red de Salas de Cine Independiente que apagó sus luces, luego de 15 años de funcionamiento ininterrumpido.


Vivir del arte y la cultura en Chile nunca ha sido fácil, y mantener un negocio en medio de una pandemia mundial, tampoco. La convergencia de estas dos afirmaciones da como resultado una realidad que podría ser evaluada como una tragedia cuando hablamos de las salas de cine independiente en Chile.

El sábado 25 de septiembre de 2021, se formó una enorme fila para entrar al cine The Oz en Chillán. Casi dos cuadras de niños, jóvenes y adultos esperaban pacientemente su turno para entrar a la única sala de cine independiente en la región de Ñuble. Pero esta vez no se reunían para ver una película, ni para arrendar un DVD, ni para asistir a un taller de cine o para preguntar por las bases del concurso de cortometrajes amateur.

En esa fila se encontraba Fernando Núñez, de 20 años. Desde su adolescencia temprana se interesó por el mundo del cine, y encontró en The Oz una comunidad con quienes compartir y aprender sobre el séptimo arte. En este mismo local había participado en 2019 del Taller de Apreciación Audiovisual, donde aprendió las bases del análisis cinematográfico. Su pasión era tal que, luego de asistir a este taller, decidió ir a Valdivia a estudiar cine cuando saliera de cuarto medio.

Pero el destino, o tal vez la precarización de la cultura en Chile, cambiaron sus planes.
The Oz había anunciado el cierre del local por motivos económicos y ese 25 de septiembre estaban realizando un remate. De esa forma empezaban a decir adiós para siempre al lugar que arrendaron desde el año 2006 en el corazón de la capital de Ñuble. Posters, películas en DVD, decoración temática; todo lo que alguna vez fue parte de este espacio dedicado al cine se estaba vendiendo a muy bajo costo.

A las 10 de la mañana se abrieron las puertas, y todas las personas en esa fila esperaban obtener un recuerdo material de lo que alguna vez fue The Oz. Fernando se llevó seis películas en DVD, algunas que ya había visto, otras por recomendación del equipo The Oz. Las cajas tenían su precio original pegado, entre $11990 y $6990, y el precio de remate, a $3000 y $2000 respectivamente.
Si bien, Fernando no tiene dónde verlas, no le importa, “No, lo pensé cuando llegué a la casa. Mi mamá me recordó que ya no teníamos el equipo. Pero bueno, al final es recuerdo”, relata.
El joven mira con nostalgia las películas en sus manos. Era un día simbólico para él, porque no había pisado el local durante años. Su entorno lo había convencido de no estudiar cine, por lo que se alejó de ese lugar que lo hizo tan feliz en algún momento.
“Era lo típico, que me iba a morir de hambre, que aquí el cine no surge… Fue como mi amor imposible.”, recuerda.

El comienzo

The Oz nació en 2006 como un pequeño videoclub. Buscaba seguir los pasos de la empresa multinacional Blockbuster, que en esa época lideraba el mercado de arriendo de películas en DVD y Blu-ray. En ese entonces, el modelo de negocios ya estaba en decadencia. El gigante Blockbuster era cada vez menos seguro a nivel financiero y había perdido, entre 2002 y 2006, alrededor de 4.400 millones de dólares.

Para explicar este declive se suele apuntar a deudas de la empresa, el aumento progresivo del acceso a internet y, sobre todo, el bajo costo de los DVD en la industria. En un momento, la diferencia de precios entre arrendar y comprar una película original no era muy grande, mismo motivo por el que la piratería de bajo costo se hacía creciente.

La muerte de este tipo de empresas estaba anunciada, y Sixto Valdés lo sabía. Cuando decidió comenzar el emprendimiento, era un joven egresado de Administración de Empresas en la Universidad del Bío-Bío, con un enorme gusto por el cine. No se detuvo ante los malos augurios porque, bajo su perspectiva, “era lo más cercano al cine” que podía hacer en ese momento. Y si sus cálculos no fallaban, podría conseguir la inversión necesaria que lo encaminaría hacia su verdadero sueño: crear una sala de cine independiente en Chillán. Por ello, decidió unirse a un reducido grupo de amigos y fundar el pequeño videoclub en avenida Libertad 723.

Así fue como Elita, la madre de Fernando, conoció este local. Una compañera de trabajo le pasó el dato. Le contó que en The Oz podría encontrar más variedad en películas, “menos comerciales” y más económicas que en la sede de Blockbuster en Chillán. Como aficionada del cine, pronto se volvió clienta frecuente. Encontró en el pequeño videoclub un montón de títulos de cine ficción y documental, de Chile, de Europa, de Asia, de todo el mundo.

Su hijo la acompañaba al menos un par de veces por semana. Cuenta que era muy joven para describir el lugar con detalles, pero sabe que sus ojos se deslumbraban cada vez que veía la enorme cantidad de películas en DVD y lo feliz que era su madre mientras las escogía.

Blockbuster quebró el año 2010. The Oz se convirtió en el único lugar donde arrendar películas dentro de la provincia, actividad que seguía siendo curiosamente popular entre las familias ñublensinas, por lo que el negocio se mantuvo en pie. El arriendo de discos continuó incluso cuando por fin, en 2011, el local logró ampliarse e inaugurar la sala de cine.

En ese momento solo había dos salas de cine en la región de Ñuble, ambas de la cadena Cine Hoyts, en el Mall de Chillán. En la región con el porcentaje más alto de ruralidad a nivel nacional (62% de la población total), ir al cine era un panorama imperdible para las familias, parejas y grupos de amigos, una actividad monopolizada por el enorme holding internacional.

No había más opciones, desde el cierre del cine O’higgins, edificio emblemático de la ciudad y declarado patrimonio, que hoy se encuentra abandonado. Tampoco se contaba con las dependencias del Teatro Municipal para exhibir películas, como se hizo alguna vez en el pasado, ya que se encontraba en obras de construcción desde el terremoto de 1939 (sí, más de 70 años después, debido a la mala gestión de recursos).

The Oz llegó al escenario de las salas de cine independiente bajo ese panorama. Sixto describe esos primeros años como un lugar “muy, muy pobre”. El equipo era un datashow, 28 sillas de metal y un fondo blanco sobre el que se proyectaba. Esa era la forma en que “competía” con las enormes pantallas de cine Hoyts.

En un principio, Sixto y su equipo se enfocaron en difundir el “cine arte”, y como ya tenían clientela desde el video club, tuvo un buen recibimiento. Pese a la precariedad de la sala, se logró insertar en la memoria colectiva de los habitantes de la región de Ñuble y de quienes pasaban de visita.

Democratizar el cine

Cristian Bahamondes llegó a The Oz poco después de su apertura en 2006 como un estudiante de cine que buscaba un trabajo de verano. Había sido un fiel cliente del local desde el inicio; siempre iba a arrendar películas. “¿Dónde más podía trabajar en cine en Chillán? Hay ciudades más grandes, como Concepción, que no tienen una sala como The Oz. Así que era un lugar ideal”, cuenta Cristián.

Pronto se hizo amigo de Sixto. A ambos les interesaba un montón el proyecto, los movía el aprecio al cine y los unía esa frase que se suele decir con tristeza cuando se habla de cultura en Chile: ‘el amor al arte’. Les tocó ver más de una vez cómo la sala sólo tenía a tres o cuatro personas mirando la película, y también como a veces se llenaba y tenían que hacerse el espacio para atender a todos.

Ambos vieron formarse y crecer a una comunidad en torno al cine. Con el paso de los años, las caras se repetían en distintas actividades, y siempre se iban sumando personas en las nuevas convocatorias. En 2014, The Oz comenzó a realizar talleres de cine. Cristian dictó el taller de apreciación audiovisual donde, una vez por semana, compartía sus conocimientos con grupos de 15 a 20 personas, quienes se inscribían de manera gratuita.

Camilo Roa recuerda ese taller con mucho cariño. Se levantaba muy temprano todos los sábados, en pleno invierno, para llegar puntualmente. En ese momento tenía 15 años y había descubierto hacía poco su identidad como persona trans. Cuenta que fue uno de los primeros lugares donde respetaron sus pronombres, y se sintió seguro. “El diploma de ese taller fue el primero que tuve con mi nombre (…) Me duele mucho que el local cierre”, dice.

A este taller se sumaron otros, como el de realización audiovisual, donde el objetivo final era crear un cortometraje con conocimientos propios del trabajo que se realiza en cine. En general, las convocatorias tenían una buena llegada. La edad promedio iba entre los 16 y los 25 años, por lo general estudiantes secundarios o universitarios con interés en el cine, aunque también llegaban adultos o adultos mayores.

Rubén Alarcón, comunicador audiovisual y docente en el Instituto Profesional Santo Tomás de Concepción, fue el profesor estrella de esta clase. Tanto así que, cuando llegaba, Sixto y Cristian decían a modo de broma: “ahí viene el rockstar”. Viajaba todos los fines de semana desde Tomé para impartir las clases que, según cuenta, disfrutaba mucho. “Claramente, por la plata no era”, cuenta Rubén, “tenía un sentido mucho más humano. Por amor al arte, como dicen”.

Además de los talleres, Sixto quería llevar la misión del cine más allá de la ciudad de Chillán. Cuando consiguieron sus primeros fondos del Ministerio de la Cultura, uno de sus proyectos fueron las actividades de cine calle. Cada cierto tiempo, sobre todo en el verano, el equipo de The Oz se trasladaba a las comunas rurales de la región de Ñuble y exhibían películas en lugares públicos, como plazas o municipios, donde se reunían familias en torno al cine.

Otro evento organizado por The Oz que quedó grabado en la memoria colectiva de la región de Ñuble fue el festival de cortometrajes “The Cortoz”, que se realizaba de manera anual. El elemento que hacía a este festival diferente a otros que se realizan a nivel nacional, era que no se permitía la participación de profesionales del mundo audiovisual ni del cine, o estudiantes de carreras relacionadas.

Personas de todas las edades podían enviar sus cortometrajes, que luego eran seleccionados y exhibidos en espacios abiertos de la ciudad de Chillán. La última noche de festival, en la que se anunciaban los ganadores del concurso, siempre era un gran evento. Los directores, productores, cámaras, actores y actrices amateur se vestían “de gala” para presentar sus trabajos y recibir sus galardones en distintas categorías.

Los premios, generalmente dinero en efectivo o implementos audiovisuales, “siempre fueron financiados por The Oz, y el financiamiento no era mucho. A lo más conseguimos alguna vez una subvención municipal”, cuenta Sixto. “Yo creo que la gente nunca participó por los premios”.

El año pasado, el festival se realizó de manera virtual y recibió más de cien participantes. “Yo creo que lo más bonito del The Oz era el festival”, cuenta Sixto, “porque los espectadores no se limitaban a ver las películas, también podían participar. Quizás no con la mejor técnica, pero podían tomar una cámara y contar lo que quisieran contar”.
En 2021, debido al cierre del cine, por primera vez en trece años no se pudo realizar la convocatoria.

Cerrar las puertas

Si bien estas actividades gratuitas tenían una buena llegada a las personas, la venta de entradas al cine no permitía sustentarlas. The Oz tuvo que reinventarse muchas veces para poder sobrevivir. Además de la sala, abrieron una pequeña cafetería temática. Incluso en algún momento se aliaron con un local de sushi. Pero al final del día, las actividades de difusión de cultura dependían directamente de los fondos concursables.

Todo el año se trabajaba y planificaban actividades para poder postular y obtener el financiamiento necesario para el año siguiente. En 2016 crearon la asociación gremial de la Red de Salas de Cine, junto a otras trece salas a nivel nacional, que también tenían que hacer maniobras para conseguir fondos del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.

A principios de 2019, The Oz ganó un fondo que les permitió mejorar su equipo de proyección de cine, comprar nuevas butacas y adquirir derechos para exhibir cine “más comercial”. Sixto guarda con orgullo una figura del guante de Thanos, recuerdo de Avengers: End Game, que fue la primera película que se exhibió con el nuevo equipo y la sala mejorada. Todo parecía ir muy bien para el equipo de The Oz, hasta octubre de 2019. El cine estaba ubicado a pocos metros de la Plaza de Armas, hoy popularmente llamada Plaza Libertad, donde todas las tardes se convocaban manifestaciones nunca antes vistas en Chillán.

Si bien las funciones se vieron suspendidas los siguientes meses, The Oz no cerró sus puertas en ese momento. Es más, las abrió a todos quienes necesitaran refugiarse de la violencia policial en los momentos más críticos del estallido. El cine fue un importante lugar de resguardo para las personas afectadas por el gas de las bombas lacrimógenas, los perdigones y el guanaco, de la misma manera que el Cine Arte Alameda en Santiago.

Daniela Burgos, una de las personas que estuvo ahí durante la represión, cuenta que vio cómo las butacas se llenaron de voluntarios para entregar limones y agua con bicarbonato para calmar el ardor de los químicos, y asistir con suero y gasas a los heridos. Incluso los perros callejeros encontraron refugio en el pequeño local de avenida Libertad, como una triste anécdota popular en la historia de la región.

En el verano de 2020 pudieron continuar con la exhibición de películas. El equipo ya tenía en su planificación las actividades para el nuevo año, hasta que el mundo volvió a detenerse por la pandemia. Sólo entonces cerraron sus puertas al público.

El cine se adaptó a la modalidad online y continuó haciendo talleres y videoclubs por Google Meet o Discord, para que la comunidad se mantuviera unida. Pero nunca imaginaron que no volverían a abrir las puertas de The Oz hasta el día en que remataron todas sus pertenencias.

Hoy, el mismo edificio que recibió a tantos fanáticos del cine, ayudó a tantas personas y guardó tantos recuerdos, se encuentra abandonado hasta encontrar un nuevo arrendatario. Ya se deshicieron de las letras con el nombre del cine sobre el techo, y ya no existe la cartelera a un costado. La fachada fue pintada completamente de blanco, tal como fue entregada a Sixto hace quince años.


¿Hasta pronto?

Han pasado tres meses desde el cierre del cine The Oz, y el panorama no es favorable para las salas de cine independiente: sólo tres de las trece salas de cine de la Red se encuentran abiertas al público. Las otras diez ya han cerrado de manera definitiva o hasta encontrar un nuevo local para abrir.
Fernando, mientras mira las películas que consiguió en el remate, comenta que, además de estudiar Pedagogía en Matemáticas, está trabajando medio tiempo como fiscalizador del Ministerio de Salud. Cuenta que es imposible, por los aforos, que The Oz sea sustentable, además considerando el material sanitario que se debe comprar y los nuevos implementos que el local tendría que tener por norma del Minsal.

La directora de la Red de Salas de Cine Independiente, Teresita Ugarte, comenta que, si bien existió un fondo de emergencia para los espacios culturales durante la pandemia, sólo un reducido número de organizaciones logró conseguirlo. “Entre salas de cine, galerías, museos, circos, de todas a nivel nacional, ganaron sólo 100 espacios. Y además había un montón de requisitos para postular. Por ejemplo, no podías haberte ganado otro fondo ese año. Lo cual es una estupidez, porque si ya te ganaste un fondo, no significa que te va a alcanzar”.

The Oz no consiguió este fondo de emergencia, cerró sus puertas y el Ministerio de las Culturas, a cargo de la ministra Consuelo Valdés, no se dio por enterado. No hubo ningún comunicado, ni un correo electrónico, antes ni después del cierre. Así fue para todas las otras salas, cuenta Teresita, quien además era directora de Sala K en Providencia, microcine que cerró sus puertas en marzo de 2021 por el mismo motivo.

“No nos hemos sentido apoyados, no han preguntado cómo estamos ni hemos tenido reuniones para contarles. Ha sido súper poco vinculante (…) y los espacios de exhibición de cine son los primeros que apoyan el cine nacional y son los espacios donde se forman audiencias, y hemos sentido que no nos están cuidando. Cuando The Oz cerró, nadie se acercó a ver qué pasó. Cuando Sala K cerró, nadie del Ministerio me escribió para saber por qué cerró”, cuenta Teresita.

Y agrega que todas las salas se encuentran luchando por mantener sus audiencias. Muchas perdieron sus espacios; algunas se instalaron en lugares menos céntricos, como Visión Norte o Retornable en Antofagasta, que se cambiaron de locación; otras, con mayores espacios, hicieron autocines; y también varias crearon páginas propias para seguir online, además de mantenerse activas en redes sociales.
Hoy, The Oz sigue realizando actividades online, como los talleres de apreciación o realización audiovisual. De alguna manera se podría decir que Sixto cumplió su objetivo de llevar el cine más allá de los límites de su región y ahora se pueden conectar con personas de todo Chile, incluso de otros países. Además, durante noviembre exhibieron películas gratuitas en las dependencias del Teatro Municipal de Chillán, que abrió sus puertas en 2016. Pero “no es lo mismo estar en casa propia”, relata el director con nostalgia.

Sixto y el equipo de The Oz reiteran que no se trata de un adiós, sino un hasta pronto. Sus planes son reabrir, en un plazo aproximado de dos años, en un lugar más grande para poder recibir a más personas. Pero el director tiene muy claro que será un camino y una inversión difícil, ya que debe buscar un espacio probablemente más caro, con el mismo presupuesto de hoy.
“No te quiero decir números, no quiero asustarte, pero es muy caro”, cuenta sonriendo con la esperanza de que un día, ese amor al arte y la cultura deje de entenderse sólo como amor, y sea visto como un derecho.