A metros de la denominada Zona Cero de la revuelta popular de octubre, se encuentra el Museo del Estallido social, una sala autogestionada donde la coherencia es el hilo conductor de cada obra. Desde el Negro Matapacos hasta los murales pintados en las calles de Santiago son parte del galpón de Bellavista que a dos años de histórico 18 de octubre hoy enfrenta nuevos desafíos.
Desde el 3 de noviembre del 2020, la calle Dardignac 0106 se transformó en sinónimo de refugio para más de 50 artistas y organizaciones. Ahí, en lo que era la galería artística Cian, nació el Museo del Estallido social, espacio físico que reúne el arte que surgió durante las manifestaciones de octubre del 2019 y las posteriores creaciones en torno al malestar social.
Marcel Solá, museólogo y curador del espacio, mira con orgullo los murales, tejidos y esculturas que lo rodean. No hay cuadros ni barreras que asfixien a las obras. Tampoco murallas en blanco. Para el artista visual, quien conversó con Doble Espacio, seguir una orgánica tradicional de museo sería “matar los mensajes creados desde la revuelta”.
– ¿Cómo se gestó la creación de un museo del estallido? ¿Fue algo premeditado?
– Yo diría que surgió más de la necesidad. Cuando se iniciaron las manifestaciones de octubre, participé en intervenciones en el espacio público como varios artistas, fue así que generé un montón de lazos con organizaciones y personas que estaban en la misma. Al comenzar la pandemia, y con el temor a que eso pudiera neutralizar o invisibilizar todo lo que se había avanzado es que empezamos a generar esta necesidad de repositorio. En una primera instancia fue de manera virtual y luego pudimos concretar el lugar físico. Ha sido un espacio muy significativo de resistencia, refugio, memoria y encuentro.
– ¿Por qué se eligió un museo y no otro tipo de instancia o recinto?
– Porque es el lugar que nos permite ser parte de la construcción de memoria histórica en el presente. Las obras visuales en el contexto de manifestaciones tienden a ser efímeras y esfumarse con el tiempo. Aquí nosotras y nosotros pretendemos sistematizarlas, catalogarlas y mantener su sentido.
– ¿Y de refugio, considerando el borrado o censura del arte de la revuelta, como sucedió con las paredes del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) pintadas de blanco en Santiago, un fenómeno bastante extendido también en las manifestaciones?
– Hay una cierta intención de resguardo, pero la idea no es encerrar el arte. La censura es aún un fenómeno real que busca generar terror y acallar los mensajes de las personas, pero lo único que logran es que estos artistas se vuelquen con mayor fuerza a recrearlas. El arte debe ser como un hongo que prolifera ante las situaciones más adversas.
– Desde sus redes sociales se destaca siempre la cualidad de autogestión del proyecto, ¿esta postura nació así desde sus inicios o es algo con lo que han tenido que lidiar?
– Siempre fue esa la idea. Creíamos que era necesario no delegar esto en una institucionalidad pública porque el funcionamiento o incluso nuestra editorial estaría sesgada. Algo que nos importa demasiado es ser consecuentes con las mismas demandas y espíritu que se vivió en las calles.
Coherencia
Para quien fue también creador del principal símbolo de la revuelta, la escultura del Negro Matapacos, radica en esta palabra el “alma” de cada pieza artística exhibida en el museo. “Aquí en el museo no cobramos ni pretendemos hacerlo, queremos que el arte no sea un producto de elite”.
– Mencionas siempre la palabra coherencia, ¿cómo la vinculas a las obras y al espíritu del museo?
– Buscamos ser un reflejo de lo que se vivió -y vive- en las calles. Nosotros no pretendemos hacer una interpretación ni menos desnaturalizar las obras o sacarlas del contexto en el cual fueron creadas, ya sea en muros o fachadas. Por eso aquí no hay obras enmarcadas, por eso no cobramos ni pretendemos hacerlo. Aquí no queremos que el arte sea un producto de la élite, sino dar cobijo al arte del estallido.
– Por lo general, estamos más acostumbradas y acostumbrados a una idea de museo y de arte muy distinta a la del Museo del Estallido, con obras y artistas como suspendidas en el Olimpo, más de nicho ¿cuál es tu opinión?
– Es lo que queremos romper. Aquí no queremos que quienes nos visiten se sientan meros espectadores, buscamos que sean entes activos. En el museo tenemos un modelo atípico, que es la museología relacional. Es decir, no buscamos que lo expuesto pertenezca al espacio, sino a toda la comunidad, al pueblo.
– En ese sentido, ¿cuál fue el rol del arte durante el estallido del 18 de octubre del 2019?
– Estar en la vanguardia, ser la punta de la flecha y aún más, estar en las calles con la gente. El rol del artista es develar el malestar social a través de imágenes o letras. Es ser consciente de la importancia de tu trabajo pero también entender tu postura, ser la forma y no creerte el fondo. Al final los símbolos son super importantes. Sin memes, por ejemplo, ¿realmente se profundizaría o se harían virales tantos temas políticos o económicos? No lo creo.
– Fuiste la persona tras la creación de la escultura del Negro Matapacos, sin duda el gran símbolo artístico del estallido, ¿a qué ligas ese fervor de la gente?
– La idea tras el Matapacos era resignificar un ícono de resistencia que venía desde las demandas estudiantiles. Caló en la gente porque acompañar la escultura era acompañar al perro abandonado, al quiltro, al discriminado.
– ¿Qué opinas de quiénes intentan lucrar con las creaciones artísticas en torno al estallido? De hecho, es común ver poleras del mismo Matapacos
– Sería demasiado purista si generalizara y te dijera que soy crítico a todo. Si hay alguna organización o persona que necesita recursos para una acción para la misma protesta, es muy válido. Ahora, difiero mucho de estas prácticas cuando conllevan un beneficio personal y no por las mismas demandas. Aquí en el museo tenemos una tienda y no nos avergonzamos porque sería negar nuestra propia naturaleza de autogestión. Aquí vendemos láminas, poleras y libros en torno a la revuelta y para la existencia de este. Todo va en el enfoque, no se puede hacer merchandising en torno al malestar social.
Planes a futuro
De momento, el Museo del Estallido no recibe ningún tipo de financiamiento ni apoyo monetario de un ente público o privado. Realidad que han enfrentado con diferentes ideas para su subsistencia. En la actualidad Marcel Solá admite que es necesario “barajar diversas ideas y pololitos” para llegar a fin de mes.
– ¿Está dentro de las metas buscar alguna inyección de recursos al museo?
– Nos gustaría. No ha sido fácil subsistir de esta forma durante tanto tiempo, a fin de mes muchas veces tenemos que gestionar otros tipos de trabajos porque aún no somos 100% autosustentables. Sería un alivio tener una inyección de recursos que nos permita desarrollarnos con mayor creatividad, pero creemos que eso ojalá deba ir por la vía de apoyos extranjeros de organizaciones de DDHH relacionadas a procesos sociales. Queremos cuidarnos de cualquier vínculo que nos limite.
– ¿Han barajado alguna otra opción a más cercano plazo?
– Sí, hemos pensado generar membresías tipo Patreon, donde, con un aporte mensual se pueda ayudar a financiar al museo y que eso se retribuya. Aquí han venido artistas, músicos y comediantes que se han mostrado dispuestos a ofrecer su trabajo. Lo estamos evaluando siempre y cuando no caigamos en una connotación de élite, que genere un versus entre quienes pueden pagar y quienes no. La idea sería siempre que, una vez pasada x cantidad de tiempo, estos actos se abran al público. Queremos ser sensibles y abiertos y no replicar la segregación.
– ¿Está dentro de los planes crecer en infraestructura?
– Si bien es cierto que el espacio poco a poco se queda chico, crecer en infraestructura es hoy un sueño debido al dinero. Siempre los actos de resistencia implican ciertos rasgos de precariedad -en el buen sentido de la palabra- y así nos sentimos. De momento, la falta de espacio la hemos ido saneando con la circulación constante de obras.
Que no prevalezca la técnica sino el mensaje es la idea central tras cada material visual dispuesto en el Museo del Estallido. Un lugar abierto, comenta Solá, para “sanar nuestra propia experiencia durante la revuelta”. Más allá de las obras, el centro también ofrece una red de apoyo jurídica y psicológica a cualquier víctima de represión estatal.
“La invitación siempre está abierta para todos y todas. Este es un refugio y espacio de contención emocional. Nos interesan sus voces, todas las voces. El museo es un recordatorio constante, para que ahora sí, nunca más”, concluye Solá.
Isidora Pinochet Venegas
Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile