En noviembre de 2019 el entonces estudiante de derecho, Gonzalo Isla, recibió un perdigón en su mano izquierda. Desde ese día tuvo que someterse a una cirugía, asistir a rehabilitación, lidiar con las secuelas psicológicas y emocionales, y además luchar para lograr justicia con su caso. En esta crónica, Doble Espacio sigue esta historia que aún no termina, dos años después de los hechos.


A Gonzalo Isla le duele la mano izquierda. “Seguro va a llover”, piensa mientras maldice a la placa de titanio que tiene atornillada al tercer metacarpiano. La placa, que se pone muy helada cuando hay bajas temperaturas, es parte de su cuerpo desde la mañana del 9 de noviembre de 2019. El día anterior, dos semanas después de que se iniciara la revuelta social, se sumó a las más de mil personas que fueron víctimas de disparos de perdigones por parte de Carabineros.

Muy cerca de la “zona cero”, colgando sobre el Mapocho, se encuentra el Teatro el Puente. El lugar, que solía ser un centro cultural, se transformó en ese tiempo en un punto de primeros auxilios, en donde una amiga de Gonzalo colaboraba como voluntaria de la Defensoría Jurídica de la Universidad de Chile. Ambos, estudiantes de Derecho de esa universidad, eran parte de la iniciativa que, entre otras cosas, se dedicaba a tomar denuncias de víctimas para luego redactar querellas.

Esa noche, la amiga de Gonzalo trabajó hasta más tarde de lo normal, pero aún así decidieron dar una última vuelta por el sector porque se había formado una gran barricada y querían verla de cerca. Mientras le sacaban fotos, vieron unas luces rojas y decidieron salir del lugar.

Las luces eran de Carabineros, que llegaron desde Avenida Providencia y Vicuña Mackenna. Asustados por lo que les podía pasar, los amigos corrieron desde la plaza hasta llegar al Parque Forestal donde fueron mojados por un carro lanzaaguas. Finalmente cruzaron el parque, y se escondieron detrás de unos árboles en la Avenida José María Caro

En ese momento, empezaron los disparos. Cerca de donde estaban escondidos había mucha gente y pensaron que si se quedaban ahí podían ser agredidos por las fuerzas policiales. Para evitar enfrentarse a Carabineros, decidieron retroceder. Mientras corrían de vuelta al teatro, Gonzalo sintió un impacto en su mano.

Primeros auxilios

Los voluntarios del Movimiento Salud en Resistencia que se encontraban en el Teatro del Puente le brindaron los primeros auxilios a Gonzalo. Le limpiaron la herida e intentaron determinar si el perdigón seguía dentro de su cuerpo.

Una foto en blanco y negro. Se ve una mano herida y una botella chorreándole suero por encima.
Gonzalo Isla recibiendo primeros auxilios.

“Me dijeron ‘oye, no podemos encontrar tu perdigón, mejor ándate a una clínica si tienes Isapre, o a la posta. Pero sí o sí tienes que ir a urgencias’”, recuerda Gonzalo.

Siguiendo las instrucciones de los voluntarios caminó con sus amigos hasta la clínica Santa María. En ese momento no sentía tanto dolor porque seguía con la adrenalina a tope, y todavía no decidía si era una buena idea llamar a sus padres para contarles lo que había pasado. Solo podía pensar en una cosa.

“Más que nada me daba vuelta en el mismo pensamiento: Esta wea me pudo haber llegado a los ojos y menos mal que solamente es la mano”, recuerda Gonzalo Isla.

Mientras estaba en la sala de espera lo golpeó el dolor. Podía mover la mano, pero si lo hacía terminaba retorciéndose. A pesar de su estado, Gonzalo seguía pensando que no tenía nada grave y creía que en cuanto le dieran el alta, iría con sus amigos, que se encontraban acompañándolo, a comer sushi.

Un rato después le realizaron una radiografía que reveló que no solo tenía el perdigón dentro de la mano, sino que se había desintegrado dentro de su cuerpo. Además, el impacto le había provocado una fractura en el tercer metacarpiano.

Radiografía de la mano izquierda. Se aprecia un perdigón desintegrado justo al centro, a la altura del tercer metacarpiano.
Radiografía de la mano izquierda de Gonzalo Isla con un perdigón desintegrado al centro.

“Me dijeron que me tenía que operar a primera hora, porque si no, la herida no iba a sanar bien y podía perder la movilidad de la mano”, detalla el ahora egresado de derecho.

Gonzalo Isla, ya con la certeza de que el disparo de Carabineros le había causado daño, fue ingresado a la Clínica Santa María en espera de la operación para retirarle los fragmentos de perdigón alojados en su mano. Momentos más tarde Gustavo Gatica, joven que recibió dos disparos que lo dejaron ciego, llegó al mismo recinto para atenderse.

Por suerte para Gonzalo, su diagnóstico fue alentador. Lograron quitarle la mayoría de las esquirlas del perdigón y le instalaron una plaquita de titanio en el lugar de su fractura. Su recuperación consistió en varias sesiones de kinesiología, debido a que su mano estaba algo hinchada y tenía algunas dificultades de movimiento. Sin la agudeza de los voluntarios de primeros auxilios, que intuyeron que su lesión era compleja, su realidad sería distinta.

Organizar la atención médica

Karen Arancibia, médica y profesora de pregrado de la Universidad de Chile participa del Movimiento Salud en Resistencia (MSR), el mismo que le brindó ayuda a Gonzalo al momento de ser herido, y del que él mismo sería colaborador posteriormente. Ella junto a la también médica Carla Pellegrin, motivadas por sus convicciones sociales, llegaron autoconvocadas al movimiento.

A medida que la situación se volvió más cruda, se hizo obvio organizar los puntos de salud que se habían comenzado a armar de a poco. Además del despliegue de brigadas, el MSR tenía puntos en el Teatro del Puente, en Londres 38, en una junta vecinal de Recoleta y en la casa FECH. Karen y Carla se quedaron ayudando en el último punto, a pasos de la Plaza Dignidad, ya que como médicas eran un recurso escaso.

“En el punto de la Fech nos llegaban los pacientes mal. Había que sacarlos del medio, había que quitárselos a los pacos. Y no fuimos los únicos. En un momento llegó a ser una coordinación de más de 20 brigadas en donde nos coordinamos hasta con el Samu para tener las ambulancias a disposición y toda una red sanitaria para poder sacar a la gente viva”, relatan a Doble Espacio ambas profesionales.

Los integrantes del movimiento buscaban que su atención fuera lo más integral posible.  No solo se hacían curaciones, sino también primeros auxilios psicológicos, se tomaban denuncias, se hacía la constatación de lesiones con los formularios respectivos, se tomaban las fotografías, la evidencia. Pese a la voluntad de todos, muchas veces se vieron sobrepasados.

“Había momentos donde todos estábamos atendiendo a alguien en el suelo, llenos de sangre, llegaba alguien más grave y el otro se quedaba allí”, cuentan ambas médicas.

Una gráfica con un gran logo en el extremo inferior derecho: es el dibujo de una cabeza con casco, antiparras y mascarilla antigases. Arriba de la cabeza se lee Derechos Humanos y dignidad, y abajo Movimiento salud en resistencia. En el texto se lee ¿Quiénes somos? Somos jóvenes conscientes, estudiantes y profesionales provenientes de diferentes realidades que ponemos nuestros conocimientos, habilidades y herramientas al servicio del ppeublo.
Gráfica informativa de el Movimiento Salud en Resistencia de diciembre del 2019.

Aún así continuaban, porque era una forma más de unirse al pueblo en las protestas.

“Para nosotros no es ayuda social o un voluntariado, es una forma de ser parte de la protesta, el pueblo ayuda al pueblo, y eso marca una diferencia con la ayuda humanitaria. Nosotros tenemos una perspectiva un poco más política y por eso seguimos pese a que ya pasó lo más álgido, sentimos esa responsabilidad. No se ha acabado la revuelta” afirman las médicas.

Por esa misma razón, y sabiendo que la red de salud no atendió a todos los heridos, decidieron abrir un policlínico de seguimiento en colaboración con la Universidad de Chile, que funcionó entre noviembre de 2019 y enero de 2020. Principalmente estaban preocupados por las personas que no buscaron ayuda por el miedo y la criminalización, y por las personas que a pesar de ser atendidas no recibieron una buena resolución.

Como el caso de Gonzalo quien, a pesar de ser intervenido, se quedó con el cinco por ciento del perdigón en su cuerpo, y hasta el día de hoy no sabe si logró expulsarlo porque no se ha realizado radiografías de seguimiento.

“Se supone que también quedó plomo. No sé si haya cómo saber eso. Pero según lo que me dijeron: sí, me quedaron cosas adentro”, recuerda.

Con la sangre pesada

Alethia Quirgas volvía a su casa luego de una salida a terreno cuando empezó la revuelta social. A pesar de que tenía muchas ganas de ayudar, no podía salir a marchar porque un problema de salud se lo impedía. En ese momento no se le ocurría una forma de contribuir desde su casa, hasta que un día vio en la televisión a un médico que afirmaba que los perdigones eran inocuos para la salud de los manifestantes que habían sido heridos con ellos.

Alethia siendo bioquímica y estudiante de antropología decidió hacer una revisión de literatura científica internacional sobre los efectos del plomo en el cuerpo humano, en el cual incluyó un análisis comparativo de casos ocurridos en Argentina, Estados Unidos y Chile, los cuales refutan los dichos del médico.

La investigación complementa un estudio elaborado por el departamento de ingeniería mecánica (DIMEC) de la Universidad de Chile, el cual fue solicitado por la Unidad de Trauma Ocular (UTO) del Hospital del Salvador. En él se comprobó que la composición de los perdigones contenía sólo un 20% de goma y el resto correspondía a minerales o metales pesados, como el sílice y sulfato de bario, además de plomo.

El descubrimiento contrastaba con la afirmación de que los perdigones eran de goma, tal como es mencionado en el glosario del documento “Protocolos para el mantenimiento del orden público”, difundido el 1 de marzo de 2019.

Esto, también lo notaron en el Movimiento Salud en Resistencia (MSR) quienes levantaron un policlínico de seguimiento que, en un comienzo, se instaló en la facultad norte de medicina de la Universidad de Chile, para luego consolidarse en el consultorio Luis Hervé de la Facultad Sur de Medicina de la misma casa de estudio. En este recinto asistencial se prestaba atención de salud física, pero también psicológica y de asesoría jurídica.

Carla Pellegrin y Karen Arancibia, se extrañaron con la composición de los perdigones. A través de radiografías que les realizaron a las personas afectadas, constataron que no eran solo de goma.

“Al sacar una radiografía, tenían densidad metálica. Y no lo entendíamos, porque se supone que eran de goma”, comentan ambas. “Esa densidad metálica se ve en los 8 milímetros que mide el perdigón estándar. No es exactamente que el centro tenga plomo, sino que es un polímero con otros compuestos mezclados”, añaden.

A Gonzalo Isla lo hirieron con un perdigón, pero logró que le extrajeran alrededor del 95% del mismo a través de una intervención quirúrgica. Del resto, le dijeron que no se preocupara porque no le iba a causar problemas. Él, sin embargo, se cuestiona si efectivamente el plomo le traerá consecuencias.

“¿Qué pasa con el resto? ¿Puede traer problemas?, porque vienen rodeados de plomo. ¿Entonces qué pasa con el plomo? No lo sé, y me gustaría saberlo”, comenta Isla.

Frente a la experiencia de Gonzalo y muchos otros heridos con perdigones, Quirgas sostiene que no están las condiciones de evaluar a todos los heridos, ya que la información es escasa. No se conoce el número exacto, tampoco su distribución por grupo etario, sexo, etc.

“Falta mucha información y falta también un ambiente de seguridad en que las personas que resultaron heridas, por ejemplo, tengan la tranquilidad de que pueden decirlo abiertamente. Que pueden hacer una denuncia o que pueden acceder a atención de salud, porque lamentablemente eso es lo que no está ocurriendo y estas personas han sido amedrentadas, y no se atreven ni a denunciar ni a exigir o demandar atención oportuna”.

La bioquímica también cree que el tratamiento va más allá de controlar los niveles de plomo en la sangre, ya que debe hacerse un control completo, integral.

“Está el tema del daño físico, que es el evidente, el obvio. Pero está el daño psicológico, que es el daño relacionado con haberte visto vulnerado, de haber sido violentado por quienes se supone que tienen que protegerte”, comenta.

Para las médicas, las secuelas tanto físicas como psicológicas que resultaron de la represión policial de las manifestaciones de 2019 son complejas.

“Es un trauma complejo, psicosocial. Fue estar en la guerra, por el nivel de crudeza, por cómo se dio la situación. En algunos casos es terrible. La gente víctima de perdigones o trauma ocular te dice que ese perdigón que se toca o le duele es la señal de violencia de Estado que tienen. Se levantan de la cama y lo ven. O sea, está corporalizado”, reflexionan las profesionales de la salud.

Las médicas Pellegrin y Arancibia además señalan que ninguna institución se ha hecho cargo de quienes fueron heridos.

“No ha habido justicia, ni investigación, ni verdad. Los procesos para los afectados nunca avanzaron, quedaron todos a medias”, denuncian.

En lucha por la reparación

A pesar de que la herida provocada por el perdigón no fue menor, Gonzalo Isla, considera que lo más le ha resentido fue en el ámbito psicológico.

“Realmente quedé con un estrés postraumático importante. Si veía un carabinero me paralizaba, empezaba a tiritar, me sudaban las manos, no me podía mover. También tenía insomnio y pesadillas”.

Posterior al ataque, incluso en la tranquilidad de Curacautín, de donde es oriundo, no se sentía seguro.

“Veía a esos carabineros de allá, que no eran los mismos de las protestas de Santiago, y pensaba que en cualquier momento le iban a sacar la cresta a alguien o a mí”, dice Gonzalo.

La noche en que le dispararon, y mientras le hacían los primeros auxilios, Gonzalo le relató lo ocurrido a una voluntaria, para poder realizar las denuncias pertinentes. Sin embargo, luego de casi dos años, su caso no ha avanzado. Hace unas semanas la PDI le devolvió la orden de investigar, pero en ella solo aparecía un resumen de su querella.

“La orden de investigar fue en mayo del año pasado. Casi dos años esperando para esto. Todavía no sé quién fue el que disparó. En un mes se cumplen dos años desde que pasó el disparo y todavía no tengo idea quién estaba en el Parque Forestal y me provocó esto. Es frustrante, porque si el afectado no mueve las causas, es poco lo que se hace, o pasan meses hasta que se haga algo”, explica Isla.

Alethia Quirgas puntualiza sobre la importancia de concientizar a la población, y como todo esto va de la mano de políticas de salud pública efectivas y que se orienten en un sentido reparador.

“No puede caer la responsabilidad en el bolsillo de las personas que fueron vulneradas”, comenta.

“Se trata de un abordaje integral. Ya no hablamos de un especialista. Tendría que implementarse un protocolo que tenga un enfoque integral, multidisciplinario, y siempre con una evaluación completa, no solamente limitarse a determinar los niveles de plomo en la sangre”, añade, complementando que protocolos de similares características existen “en Estados Unidos, incluso en el norte de Chile”.

Gonzalo no ha podido volver a marchar, pero quisiera hacerlo. Durante las manifestaciones, no solo se dedicó a protestar en contra del descontento como cualquier chileno. También ayudó y orientó a personas que fueron heridas durante las protestas.

Mientras tanto, tiene esperanza en un proyecto de ley que establece “un procedimiento especial para hacer efectiva la responsabilidad civil del Estado respecto de personas que hayan sido víctimas de lesiones, mutilaciones o muerte, en el contexto de movilizaciones sociales”.

Sobre casos como el suyo y el de muchos otros chilenos y chilenas, Gonzalo tiene una conclusión.

“Ojalá que nunca más se vuelvan a ver violaciones a los derechos humanos como las que ocurrieron en esa época. Porque el Estado de Chile tiene la obligación internacional de promover, proteger y respetar los derechos humanos, así como de reparar sus violaciones y otorgar garantías de no repetición”.

Ariadna Cifuentes

Estudiante de periodismo de la Universidad de Chile.

Eduardo Molina

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile.