En el silencio de un pueblo de campo, entre cerros y cultivos, familias inmigrantes buscan una nueva oportunidad en la vida. La esperanza guardada fuera del ruido de la ciudad y en medio de la pandemia.


Con una risa nerviosa y los ojos perdidos en el techo, Lisseth Sarmiento comienza a recordar a su país natal, Venezuela. Comenta con cierta amargura que vivir allá era insostenible; cada día se ponía peor que el anterior. La situación del país estaba siendo dura, y en realidad lo sigue siendo.

Desde hace más de una década que Venezuela ya no es la misma. Las estadísticas consideran que en el año 2013 la economía empezó a sufrir y con ella la gente; los precios comenzaron a fluctuar y la inflación se hizo incesante. Paulatinamente la crisis económica se apodero del país, haciendo que muchos venezolanos tuvieran que emigrar, en busca de solvencia económica.

Según el Departamento de Extranjería y Migración (DEM), hasta septiembre de 2020 el habían llegado a Chile unos 492 mil venezolanos, cifra que ha ido variando conforme ha avanzadola pandemia.

Lisseth y Heberto, su pareja, salieron de Venezuela hace un año y cinco meses junto con ellos sus tres hijas. En su tierra natal quedó el resto de su familia, un par de amigos y conocidos, expectantes a que el panorama en otros países fuese mejor. Decidieron irse a Perú, allí permanecieron 15 días, hasta que un llamado les cambió los planes. Chile era un mejor lugar para vivir.

“Unos amigos nos llaman y nos dicen vénganse a Chile, directamente a Peralillo, acá hay trabajo en las viñas. No sabíamos a donde iríamos, ni donde llegaríamos, decidimos confiar y viajar a Chile”, afirma Lisseth.

Un pueblo de paso entre la ciudad y la playa, rodeado de campo y viñas, pequeño y en proceso de modernización, Peralillo, como tantos otros lugares ha acogido inmigrantes de diferentes nacionalidades. Ubicado en la Región O’Higgins, esta zona  se ha caracterizado por tener un amplio sector agrícola, principalmente dedicado a la exportación de vinos.

En este lugar, Lisseth y Heberto arriendan una casa, que comparten con otra familia de inmigrantes. Ahí viven con su hija menor, una niña de nueve años, muy atenta y de sonrisa fácil, Maikelly. Como muchos niños, su educación se vio interrumpida debido a la pandemia, pero desde casa debe asistir a clases online, no obstante sabe que la motivación por aprender ya no es la misma. Por otro lado, sus dos hijas mayores decidieron irse a Santiago y vivir allá.

“Después de meses, sentíamos que todo andaba bien, estábamos en un lugar tranquilo y teníamos algo de estabilidad, pero la Pandemia nos quitó todo, incluso el sueño”, comenta Lisseth mientras Heberto añade que “todo fue tan repentino, tan extraño, habían cosas que no entendíamos, nos afectó mucho”.

A las siete de la mañana, de lunes a viernes,  un furgón de trabajadores agrícolas se estaciona afuera de su casa. Los recoge y junto con otras personas son trasladados hasta Marchigüe, a la Viña Veramonte. En invierno su horario es de ocho de la mañana  hasta las cuatro de la tarde y en verano suele extenderse un poco más. Hace un mes que trabajan en aquel lugar de temporeros, pero antes de eso los días habían sido duros.

Tres meses antes, las fuentes de trabajo comenzaron a ser escasas, casi nulas. Entre fines de abril y principios de marzo, la pandemia en Chile no daba tregua;  los casos de coronavirus aumentaban y su punto máximo estaba cada vez más cerca.

¿Qué se hace en una pandemia? ¿Cómo se enfrenta?, eso se preguntaban cada día Lisseth y Heberto, en un país ajeno, con pocas redes de apoyo, entendiendo que no eran los únicos en esas condiciones,  aunque sabían que para ellos la situación seria un poco más difícil. Para cada empleo o trabajo no eran prioridad. Los días se llenaron de desesperación.

“En más de un momento pensamos en devolvernos a Venezuela, si íbamos a pasar hambre, mejor la pasábamos en nuestro país, en un lugar que conociéramos”, relata Heberto.

Se miran, sus rostros dejan ver días y noches de pesadumbre y angustia. Sienten que la vida no les ha tocado fácil, los últimos años han estado marcados por los cambios, llenos de altos y bajos. Sin embargo, como menciona Lisseth en más de una ocasión, tienen fe en Dios, y creen fielmente que eso los ha mantenido firmes.

Con la llegada de la pandemia muchos servicios se retrasaron y perdieron continuidad. Hace tan solo un mes Lisseth recibió la cédula de identidad para su residencia permanente, la cual se demoró meses en llegar. Con ella en sus manos, se enteró que podía postular al Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), un apoyo económico que otorga el gobierno a los hogares que reciben ingresos informales y que con la emergencia producida por el Covid-19 han disminuidos sus ingresos. Afortunadamente lo obtuvo y las cosas comenzaban a mejorar.

Fuente de agua en la plaza de Peralillo
Créditos: Josafat González

“Positivismo caribeño”

A un par de cuadras de donde vive Lisseth con su familia, en un barrio tranquilo y antiguo, vive Luis Eloy un venezolano, que llegó a Chile hace tres años, buscando trabajo y la estabilidad económica que no encontró en su país. Para él los dos primeros meses en Santiago fueron caóticos, sin embargo como todo en la vida estuvieron llenos de aprendizajes.

Estudió Administración de Mercadeo en una universidad pública de Venezuela, para luego hacer una Maestría en Gerencia Empresarial en una universidad privada. Todo ese conocimiento sobre administración de empresas en Chile pierde utilidad si no se valida como tal, un proceso largo, que para las circunstancias representa costo y tiempo.

En el centro de Santiago, Luis comenzó a vender Natillas, un postre a base huevo y leche muy poco común para los chilenos. En un carro con cooler, Luis recorría la Alameda y parte del centro de Santiago. Un día un amigo lo encontró vendiendo sus productos y en el mismo instante lo convenció dejar todo eso e irse con él a un pueblo un poco más al sur de la Región Metropolitana,  Luis no lo dudo. Al otro día a primera hora se encontraba en terminal sur de buses, estaba listo para emigrar nuevamente.

Dos años y ocho meses son los que lleva Luis en Peralillo, la tranquilidad del pueblo le encanta y sobre todo la gente que lo rodea. Trabajó en una pizzería durante un largo tiempo, luego en una banquetera, pero cuando la pandemia llegó a Chile, los eventos masivos se comenzaron a cancelar, tuvo que dejar aquel empleo y comenzar a buscar algo nuevamente.

“Un mes y medio estuve sin trabajo, fue difícil, más aun teniendo a dos mujeres con edad riesgo viviendo conmigo”, cuenta Luis.

Peralillo tuvo su primer caso de coronavirus el día 20 de mayo de 2020, desde ahí que las medidas de seguridad aumentaron el doble. Los casos se diagnosticaban dos semanas después de hecho el test, mientras tanto la municipalidad se encargaba de que la persona y su entorno cumplieran la cuarentena asignada.

Con una sonrisa en la cara, respirando profundo, Luis se siente orgulloso de sí mismo, en el fondo sabe que la parte dura ya pasó, está más estable. Sabe que reinventarse es parte de su esencia y de lo que le ha tocado vivir.

“En el fondo ser positivo me ayudo a levantarme y salir a buscar el pan de cada día. Es esa alegría y positivismo caribeño que muchos tenemos”, sonríe.

Día por medio, Luis va a un pequeño supermercado de Peralillo a trabajar, según el turno que le corresponda hay veces en que debe estar en la entrada para tomar la temperatura y entregar alcohol gel a las personas y otras de reponedor en distintos pasillos.

Tanto para Luis como para Lisseth y Heberto existe un factor fundamental en este largo y tormentoso proceso de pandemia; sus vecinos y amigos del mismo lugar. Si para muchos chilenos enfrentarse a este panorama es complejo, para quienes no son de este país lo es mucho más. Tirar la toalla y resignarse era lo más honesto. Sin embargo la ayuda nunca faltó, el compromiso social no decayó. Probablemente ese sea el privilegio de residir en un pueblo pequeño, todos se conocen y las redes de apoyo se tejen más rápido.

En un pueblo pequeño y pacífico, inmigrantes como Lisseth, Heberto y Luis intentan armar su vida lo mejor posible, acomodándose a las circunstancias y a los obstáculos que se les cruzan, han sido resilientes y lo seguirán siendo. Aunque su país los espera, ellos pretenden seguir en este rinconcito del mundo, ganándole a la pandemia y a la vida.