En un año acontecido, septiembre fue una sombra: intérpretes y otros trabajadores del sector que veían acá un tren de actividad sólo comparable al de Navidad y Año Nuevo, dada la alta demanda de eventos en municipalidades y empresas, se resignaron a ver el mes pasar. Y así sigue una temporada calamitosa, en voz de quienes la han padecido.
Desde hace siete años que Bastián Golle (24), guitarrista y estudiante de música e interpretación, toca música folclórica durante gran parte de septiembre, casi de forma religiosa. Es un mes indisociable de los viajes, los trasnoches y muchas canciones, pero nunca le había tocado una situación como la que la pandemia le puso en frente: presentarse en el techo de un bus turístico que recorría la comuna de Las Condes al compás de las cuecas. “O te adaptas o mueres”, dice.
De todos los rubros locales con problemas, este es uno de los más afectados. Los restoranes, el deporte e incluso los malls han visto algún tipo de reactivación. Sin embargo, los telones siguen abajo, mientras músicos, sonidistas, bailarines y productores se hacen la misma pregunta: ¿cómo se puede avanzar?
La encuesta que en junio realizó el Observatorio de Políticas Culturales (OPC) constató la precariedad de los trabajadores del sector: un 55% percibió menos de 300.000 pesos durante ese mes. Y si bien el catastro fue de carácter general, abarcando librerías, cines, teatros y centros culturales, entre otros, permite visualizar la panorámica general, por lo que ya se dio inicio a un segundo monitoreo nacional.
Bárbara Negrón, directora del OPC, planteó en la página de la entidad que las cifras “muestran que estos trabajadores han sido enormemente golpeados. La gran mayoría ha tenido que dejar de trabajar o ha disminuido su actividad de manera importante”. Recuerda, asimismo, que los trabajadores de las artes “ya se desempeñaban en condiciones de precariedad antes de la pandemia”, apuntando al gran número de personas que realizan sus actividades sin contratos ni boletas en pleno 2020.
La cueca itinerante
Bastián, primero de derecha a izquierda, arriba del bus en Las Condes
El parque Padre Hurtado fue por años el lugar elegido por Las Condes para su “Semana de la Chilenidad”. Era este el espacio donde miles de personas celebraban las Fiestas Patrias, donde se realizaban juegos típicos, comidas tradicionales y un show artístico en un escenario por el que pasaron decenas de agrupaciones. Pero este año no fue posible.
Así las cosas, la municipalidad optó por llevar el espectáculo a las calles. Lo llamaron “Esquinazos itinerantes”: “Cuatro grupos con cuatro músicos y cuatro bailarines cada uno, recorrían sectores de la comuna en cuatro buses turísticos”, como los describe Golle, director musical de uno de esos conjuntos.
Acompañados por un productor y un sonidista que se ubicó en la escalera que conduce hacia el piso superior, el cuarteto de músicos (acordeón, bajo y dos guitarras) tocaba cuecas mientras las dos parejas de bailarines se movían “de forma que no se tocaran nunca, ni en el paseo inicial ni el final”, cuenta el guitarrista. “Y cuando sacaban a bailar al público seguían la misma regla, pero si le pasaban un pañuelo, a quien se ofrecía como pareja, se lo regalaban y no lo podían recuperar. Nuevas medidas sanitarias”.
Las medidas y los cambios fueron drásticos. En el escenario donde antes se presentaban más de 60 agrupaciones, ahora había cuatro. A esto hay que sumar que el número de sonidistas, productores y iluminadores se redujo a su mínima expresión (estos últimos ni siquiera fueron requeridos en septiembre).
“Los músicos que tengo a cargo saltaban de felicidad, estaban muy emocionados”, cuenta el intérprete. Después de seis meses lejos de un escenario con público, dice, “extrañábamos salir a tocar y poder compartir con más gente. Más que las lucas, extrañaba el tocar”.
Otra cosa es tapar el sol con un dedo: al comparar el trabajo del año pasado con el actual, el panorama es desalentador. “En 2019 tuve 20 funciones sólo en septiembre. El mes pasado logré tocar en cuatro”, por lo que la beca que obtuvo para financiar este año universitario fue clave: “Me pago la universidad tocando”.
La marcha de los cases vacíos
Manifestación en Museo Nacional de Bellas Artes
“¿Qué son esas cajas?”, le preguntaban al presidente de la Asociación Gremial de Trabajadores de las Artes y Espectáculos (Agtae), Carlos Huckstadt, cada vez que le consultaban sobre aquellos singulares maletones de madera negra que en los que guardan sus equipos, y que en esta ocasión empujaban por la Alameda el pasado martes 29 de septiembre, a modo de protesta.
La Agtae está compuesta por todos aquellos trabajadores que viven de los eventos en vivo. Los que están arriba, al lado, en frente y detrás del escenario, ya sean sonidistas, iluminadores, tramoyas y roadies; quienes hacen los escenarios, así como quienes desarman, guardan y envían las estructuras a las bodegas.
El problema, según Huckstadt es que “hay un gran desconocimiento [sobre el funcionamiento del mundo artístico], por lo que uno de los propósitos de la marcha era que se dieran cuenta de que no son sólo las personas que se paran arriba del escenario las que hacen un show; que hay mucha gente trabajando para que este ocurra”. Por eso organizaron esta movilización, así como intervenciones lumínicas para visibilizar la situación de los trabajadores de las artes.
La consigna ha sido “Fuimos los primeros en parar y seremos los últimos en levantarnos”. La asociación llevó una carta a la ministra de Desarrollo Social, Carla Rubilar, para presentar “el desarrollo de un trabajo a nivel nacional y cómo podemos reactivar la industria de la música”. A juicio de la organización, el planteamiento ministerial de abrir los centros culturales con ¼ de su capacidad es inviable: “No están en conocimiento de cómo funciona un teatro. Con un 25% no se hace nada”, afirma Huckstead. A esto suma que “siempre se ha hablado del público, lo que está bien porque es obvio que necesitamos al público, pero nunca se ha visto desde nuestra perspectiva”, lo que es también objeto de su justificada preocupación.
Para Carlos Huckstadt, la piedra de tope respecto de ayudas estatales y del retorno a la actividad es la informalidad y precariedad del rubro. En terreno han constatado “agujeros en gente del norte y que se repiten en el sur. Estamos en el año 2020 y todavía siguen ocurriendo estas situaciones”.
Cambios a un clic
Pablo Celis en el estudio de grabación
Pablo Celis se describe como “un trabajador de la música”. Los talleres que realiza en escuelas públicas de Paine han sido su fuente de ingreso estable durante ocho años, pero siempre complementada por su rol de intérprete. Pianista de Espantapájaros, banda de música infantil; acordeonista y guitarrista de la compañía ChileFolclor y de Aliño completo, agrupación de cuecas de su comuna, a la vez que pianista de 3×7 Veintiuna, una de las agrupaciones cuequeras más destacadas del circuito. El cuadro es similar: Celis no tuvo ninguna presentación en vivo durante todo septiembre, contra sus 21 días tocando en 2019.
Sin embargo, el instrumentista encontró una veta que antes la pandemia nadie tomaba demasiado en serio, acaso por considerárselo una extravagancia: el streaming musical. Esto consiste en que las agrupaciones se juntan en estudios a grabar cápsulas audiovisuales que luego son vendidas, ya sea a instituciones como municipalidades o empresas, o van directamente a plataformas digitales como Tu Butaca, donde se pueden comprar entradas digitales a conciertos pregrabados para verlos en tu propia casa.
“He tenido suerte, he podido participar en varios proyectos, y tampoco me he contagiado, lo que siempre es un riesgo”, comenta Celis. El músico painino grabó con Aliño completo y Espantapájaros, lo que fue exhibido por la propia municipalidad donde vive, y también para Chilefolclor, quien vendió el producto a Tu Butaca, mientras que con 3×7 Veintiunagrabaron para el mismo servicio de streaming y para Matucana 100 a fines de agosto y principios de septiembre, para lanzarse en Fiestas Patrias. “También grabamos para municipalidades y para el diario La Cuarta”. Pero nada de shows en vivo.
Los tratos con los municipios fueron de tarifa fija: se les pagó un monto previamente establecido por la grabación. En el caso de Matucana 100 y Tu Butaca, “se trabajó con la venta de ticket y ganancia en porcentaje. 70/30 entre la banda y la productora en el primero y 50/50 en el segundo”, cuenta el pianista.
La solución, coinciden Celis y Golle, no pasa por el Estado, ya que, como constató el informe del Observatorio de Políticas Culturales, en más de ocho meses de pandemia las ayudas simplemente no llegaron. “Los músicos somos los primeros en joder, y los últimos en volver”, expresó Bastián Golle, en concordancia con la consigna de Agtae.
Pianista y guitarrista ven en la producción audiovisual y en la interdisciplinariedad el futuro de la música. “Con todo lo que ha pasado, me he dado cuenta de que los artistas suelen no tener un buen material audiovisual”, comenta Celis, quien además de tocar y enseñar, programa una radio escolar donde ha observado de primera mano la falta de insumos de este tipo a nivel local.
Pero Golle ve también posible la apertura a otros campos, más allá de la interpretación: “Muchos músicos se han reinventado y ya no son sólo intérpretes; han tenido que explorar espacios como la producción, la edición de partituras o los arreglos musicales”. Y tal como la transformación que el cine produjo en el teatro, cree que “el futuro del arte va a cambiar y esta pega de ir físicamente a tocar a un lugar va a quedar obsoleta. Los bailarines hacen clases por Zoom y los conciertos online se graban en estudios”.
Ese va a ser el futuro, piensa.
José Ignacio Araya
Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile