La depuesta huelga de hambre del machi Celestino Córdova y las manifestaciones en La Araucanía han puesto en la palestra, nuevamente, la situación del pueblo mapuche. El autor de La biografía de Matías Catrileo analiza, en conversación con Doble Espacio, las formas de protesta, el rescate de los símbolos y la lucha por la autonomía en el contexto de un proceso constituyente.

El machi Celestino Córdova, condenado a 18 años de cárcel por su responsabilidad en el incendio que en 2013 causó la muerte del matrimonio Luchsinger Mackay, mantuvo una huelga de hambre que duró 107 días. Comoprotesta, Pairicán la justifica: es “no violenta, con una tradición muy antigua.La han ocupado pueblos que han luchado por la descolonización y por su autonomía, como Gandhi en la India o el movimiento negro en Estados Unidos. Y en Chile, contra la dictadura, por parte de presos que llevaban años encerrados, y luego en torno a la reparación de los derechos humanos”. 

El autor de Pueblo mapuche y autodeterminación asume que el caso de Córdova, por el que fue juzgado y sentenciado, es un crimen. Sin embargo, acusa el incumplimiento del convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ratificado por el Congreso chileno el 2008, cuyo artículo quinto establece que “deberán adoptarse, con la participación y cooperación de los pueblos interesados, medidas encaminadas a allanar las dificultades que experimenten dichos pueblos al afrontar nuevas condiciones de vida y de trabajo”.

“Los presos políticos mapuche no han pedido la libertad, han pedido cambios de las medidas cautelares y que se aplique el convenio como instrumento”, argumenta el historiador. El convenio, a su juicio, debería ser aplicado mediante“una forma distinta de cárcel efectiva, que es posible cumplir si a los presos se les ingresa a un módulo especial de la Araucanía. Cumplir las condenas en este presidio permite al condenado practicar sus costumbres y tradiciones”.Y es tajante: “No es privilegio, es un derecho”.

El caso por el que Córdova fue condenado responde al uso de la violencia como instrumento político y de protesta, aplicado desde la quema de tres camiones en Lumaco, en 1997. Para Pairicán, esa forma de manifestación tuvo un impacto en la autocomprensión mapuche. “A partir de ahí, dejamos de sentirnos como indios, debido al racismo, y empezamos a sentirnos orgullosos de ser mapuches. Volvimos a luchar y a resistir”.

Sin embargo, aclara, “la violencia nunca ha sido el único ejercicio de acción colectiva del pueblo mapuche. Esa mirada la han instaurado los medios de comunicación asociados a la derecha política, que hacen parecer que los mapuche están en una escalada de violencia todo el tiempo”. Ejemplifica, a este respecto, con métodos de acción colectiva asociados a la política: la Ley Indígena, promulgada en 1993 y en la que participó el Movimiento Indígena;la ocupación de cargos políticos, comoAdolfo Millaburen la alcaldía de Tirúa desde 1996, y la creación del partido político Wallmapuwen(2001).

Pese a los esfuerzos políticos, asevera que no se cumplió la palabra de la Ley Indígena, que en su artículo séptimo manifiesta: “El Estado reconoce el derecho de los indígenas a mantener y desarrollar sus propias manifestaciones culturales, en todo lo que no se oponga a la moral, a las buenas costumbres y al orden público”.Y plantea: “El Estado tiene el deber de promover las culturas indígenas, que forman parte del patrimonio de la nación chilena”. La evaluación que hace Pairicán es que “el Estado no ha cumplido con la palabra que comprometió con el pueblo mapuche”.

En ese contexto, la historiografía es capaz de generar “una comprensión de los derechos indígenas”. Pero Pairicán ve como un problema el que en los planes escolares no esté incluida la historia de los pueblos originarios después del proceso de Independencia, y tampoco se sitúa la ocupación de la Araucanía y la anexión de Rapa Nui como parte del relato.En contenidos más recientes, de democratización y formación de partidos políticos, cree necesario que “se incluyan los partidos y organizaciones mapuches, como la Sociedad Caupolicán Defensora de la Araucanía. Asimismo, que se sume literatura de escritores y poetas mapuche”.


El rescate del Wenufoye

La bandera mapuche, el Wenufoye, cuyo nombre significa “Canelo del cielo”, es un símbolo que se hizo presente en las marchas que siguieron al estallido social de octubre pasado. En ella se representa, con un círculo amarillo, un cultrún, tambor que simboliza la superficie terrestre y los cuatro puntos cardinales. El güemil, la franja de estrellas escalonadas que está en los bordes, simboliza la ciencia, el conocimiento, el arte de la manufactura y la renovación.  

El Wenufove, creado en 1992 tras un llamado a concurso del Consejo de Todas las Tierras, es para Pairicán “un emblema relacionado con la dignidad, la resistencia, la lucha por el territorio y un horizonte político de autonomía”. Asimismo, asocia su presencia en las manifestaciones santiaguinas a la alta presencia de mapuche y a que la bandera encarna “un relato con el cual la generación de jóvenes de ahora creció”. 

Destaca que en las agitaciones ciudadanas también abundaron los símbolos y banderas feministas. El autor de Malón. La rebelión del pueblo mapuche piensa que su uso se da en un contexto de crítica a partidos políticos que no representan a las nuevas generaciones. Argumenta que los movimientos mapuche y feminista son organizaciones “más inclusivas y representativas para quienes piensan en un nuevo tipo de sociedad”.

Proceso constituyente

Pairicán afirma que en un eventual proceso constituyente “van a participar las organizaciones mapuche: se ha solicitado que los pueblos originarios tengan escaños reservados según su cantidad demográfica y se ha pedido a los partidos políticos que también lo consideren”. Ahora bien, la incógnita es a qué aspiran los conglomerados indígenas. Una mayor autonomía política dentro del Estado chileno, o que Chile se convierta en una nación plurinacional, como Bolivia, están entre las alternativas. La más radical sería la declaración de un Estado mapuche independiente.

El historiador se muestra optimista. Cree que todos los grados de autonomía, incluyendo un Estado propio, son viables. Ejemplifica con Gran Bretaña, Escocia, Irlanda y Nueva Zelanda, donde se escogen representantes de los pueblos indígenas. Sin embargo, dice entender“por qué hay oposición frente aun Estado indígena, particularmente en Sudamérica, donde pareciera que hay mayor problema con los derechos colectivos”.

“El caso de Nueva Zelanda demuestra que es posible llevar a cabo un proceso de autonomía de los pueblos indígenas sin que aquello vaya en contra del desarrollo económico”, agrega. “De hecho, el PIB de ese país no sería posible sin el aporte de los maoríes”. En el caso chileno, el desafío estaría en equilibrar el extractivismo con la sustentabilidad. Ante todo, el profesor de la Universidad de Santiago no duda que “los pueblos originarios pueden ser una contribución para lograr un mayor desarrollo económico y una mejor sociedad”.

En un proceso político de tal magnitud, la unión o fragmentación del movimiento es un factor por considerar. El historiador asevera que la división geográfica entre los mapuches que habitan la región de La Araucanía y los que viven en las urbes no es un problema a la hora de llegar a acuerdos.“Con los peñis en Wallmapu tenemos ideas, lecturas y un relato en común. Y en esta lucha nos sumaremos a todos los procesos de reformas que nos permitan conquistar nuestros derechos colectivos”. Además,“el movimiento mapuche de Santiago no es menos importante que el de Wallmapu”.

 

Amit Nachari

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile