Integrante de la Mesa Técnica Política del Pueblo Afrodescendiente chileno y del Colectivo de Mujeres Afrodescendientes Luanda, Milene Molina ha debido enfrentar distintas formas de racismo en un país donde el color de piel determina seguridades e inseguridades. En medio de las protestas por la muerte de George Floyd en EEUU, acusa: “El chileno es tremendamente racista. Lo asocia al poder, porque su racismo consiste en que es superior al otro, o sea, se siente en el derecho de pisar al otro”.

 

Tenía solo doce años cuando recibió su primer insulto racial. Milene Molina esperaba la micro en la ciudad de (casi) toda su vida, Arica, cuando escuchó que un niño, desde la ventana de un bus, le gritó, “negra”. Segundos después, la escupió. Por vergüenza, no se lo contó a sus padres. “Estaba tan acostumbrada a que me dijeran ‘negra’, que ese día asocié el hecho de ser negra con que el resto podría maltratarme”, dice hoy, a sus 53 años, vía telefónica.

Molina está atenta al avance del virus -Arica permanece en cuarentena total-, pero también a las repercusiones del asesinato de George Floyd en Estados Unidos. Esta experiencia la hace ver hipocresía en el apoyo de chilenos que conoce y que se pronuncian sobre campañas como BlackLivesMatter. “Es como que soy antirracista si algo pasa fuera de Chile. Pero si tiene que ver con migrantes, rasgos indígenas, el racismo está presente”. Y ella sabe de racismo.

Tras los primeros insultos que recibió siendo aún una niña, la vergüenza comenzó a crecer en ella. Veía en su color de piel y en su pelo una carga que la acompañaría siempre. “No soportaba que me dijeran ‘negra’. Intentaba caminar por la vida intentando ser invisible, tratando de que la gente no se diera cuenta de que mi piel era más oscura o que mi pelo era diferente”, recuerda.

Desde al infancia advirtió las diferencias, aunque sin llegar a explicarse en qué consistían. “Mi papá es negro y mi mamá es blanca de ojos claros. Recuerdo que, cuando chica, era algo exótico. Me querían mucho, pero era la negrita, la crespita dentro de todos mis primos blanquitos de pelo rubio”. Pese al cariño, los insultos, en juegos o contextos cotidianos, siempre iban a los mismo: a su color de piel.

Molina no perdía la oportunidad de llevar a su madre, blanca de ojos claros, donde fuera: reuniones escolares, juntas, etc. Le decía a todo el mundo que vieran a su madre, que su madre era blanca. “Era una forma de ser aceptada”, confiesa. Otra forma era su disposición servicial a hacer lo que el resto no quería. “Era tan grande la necesidad de ser aceptada, que me ofrecía a cocinar o a hacer cualquier cosa”.

 

Sin vergüenza

Solo a los 40 años se dio cuenta de que no podía seguir sintiendo vergüenza; que no podía sentirse menos.

Todo cambió cuando contó la anécdota en el paradero. “Es lo mismo que cuando abusan de una mujer. Da vergüenza. Uno lo cuenta mucho tiempo después, cuando escucha a otras mujeres hablar. Cuando escucha a más de una persona hablar, con más de 40 años, una se atreve”.

Tras décadas alejada de su familia paterna, con el tiempo se ha ido reencontrando con esta parte suya que estuvo fuera de su círculo. Su propio padre, como una forma de “protegerla”, incentivó que estuviera con la parte blanca de su familia. Antes, la única relación cercana era con su abuela, un lazo que marcaba el cierre y la apertura de ese mundo.

Solo cuando comenzó a formar parte del mundo afrodescendiente que entendió que esto ya no podía continuar. Poco a poco, reunión tras reunión, comenzó a sentir una confianza y una seguridad que no había podido experimentar. Comenzó a estudiar sobre el pueblo afrodescendiente. “Cuando comencé a descolonizarme: vi todo distinto”.

Durante los últimos años, la comunidad afrodescendiente ha trabajo su genealogía. Las investigaciones sobre el tema han surgido de a poco en un país con escaso registro historiográfico al respecto. El historiador Alberto Díaz Araya, por ejemplo, publicó en 2014 “Y llegaron con cadenas…”, libro que explora la trayectoria de las comunidades afrodescendientes en el norte de Chile.

Molina explica que ese libro ayudó mucho a la comunidad a rastrear sus huellas en Chile. “Allí venían los últimos tres censos que se habían hecho en Arica en el siglo XIX. Aparece la población negra, sus labores, con nombres y apellidos: agricultores, descendientes de africanos, de dónde provenían. Se nos empieza a hacer un poco más fácil demostrar nuestra existencia en Chile”.

 

Reconocerse 

En febrero de 2014 se realizó la primera Caracterización Afrodescendiente de la Región de Arica y Parinacota. Allí, el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) reconoció a 8.415 personas, de un total de 179.172 habitantes, como afrodescendientes. Pese a ello, en la realización del Censo 2012 no fue incluido como una población separada, pues los censistas, argumentó el instituto a Molina, tenían miedo de preguntar si la gente es afrodescendiente, por miedo a ser tildados de racistas. Esto significó no ser incluidos en una pregunta que tampoco aparecería en 2017; esta vez, por ser un censo abreviado.

En 2019, sin embargo, se aprobaría la Ley de Reconocimiento al Pueblo Tribal Afrodescendiente chileno, que significaría la obligación estatal de “incluir en los censos de la población nacional al pueblo tribal afrodescendiente”, según estipula el proyecto en el Senado. Esta fue una gran alegría para Molina: “Era una cosa en la guata cuando votaban en el Congreso, la comisión mixta, las discusiones. Dentro del mundo afrodescendiente somos una dirigencia que sabe de todo. Puedo saber yo, en la vida, muchas cosas gracias a lo autodidacta que soy, llevando adelante una lucha que en algunos momentos va bien y vas pasando etapas. Pero todo tiene su trampita”.

Hasta hace poco, era habitual cuestionar la propia existencia de este pueblo en Chile, además de ligarlos más a extranjeros que a chilenos. En torno a ello la BBC realizó un reportaje llamado “Aquí no hay negros”: cómo se borró de la historia de Argentina y Chile el aporte de los esclavos y afrodescendientes. “Después se dan cuenta de que no es cuento. Y nos ayuda investigar más, porque salen más estudios sobre los afrodescendientes”.

 

Chile racista

En la revista Zig-Zag, durante muchos años, se realizaron distintas ilustraciones que hoy Molina describe  como racistas y que son, a su juicio, parte de la forma en que en Chile tratan a los extranjeros. “Ese racismo se ejerce sobre el otro, que no es chileno, y ese otro que no es chileno tiene rasgos afrodescendientes o indígenas”, explica.

 

 

A este respecto, narra dos anécdotas. La primera se dio hace muchos años, en un paso fronterizo entre Tacna y Arica. Ella trabajaba entonces en el área turística, trasladando una comisión de salud que viajaba desde el aeropuerto de Arica. Durante un control, uno de los funcionarios se quedó contemplando el pasaporte de uno de los médicos bolivianos. Fue entonces que Milene se acercó y escuchó al guardia decirle: “Ah, miren, hay médicos que son de Bolivia”, como una forma de caricatura en torno a los extranjeros.

La otra historia se dio también en un paso fronterizo. Un funcionario no las quería atender, aun si la persona encargada les había dicho que serían atendidas tras el horario de cierre. El funcionario se negó a dejarlas pasar: “Nos dijo que no lo iba a hacer. En esa oportunidad, íbamos con mis compañeras de la colectiva Luanda de Tacna a Arica. Nos acercamos todas al mostrador y nos dijo: ‘Es que acá estamos en Chile, acá las leyes se respetan’. O sea, tratándonos como si fuéramos extranjeras. O sea, ¿si alguien es extranjero tiene derechos distintos para que lo atiendan? ¿No tiene derechos humanos? Finalmente, el encargado se acercó y el funcionario nos atendió. Pero reflexiono: como él asumió que no éramos chilenas, entonces tenía todo el derecho de tratarnos como se le diera la gana. Pensó que se iba a encontrar a alguien que agacharía la cabeza y se iría a otro lugar”.

Estos abusos, basados en la discriminación racial, han sido una constante en su vida y en la de otras mujeres afrodescendientes. Tanto así, que incluso relata haberlo experimentado con asociaciones feministas que las han invitado a distintos espacios. “Nos invitan a ser parte de espacios feministas, pero un poco apropiándose de nuestra identidad, como para mostrarnos, pero no permitiéndonos incorporar nuestro discurso. Es lo mismo que cuando yo era chica. Yo tenía la voluntad de ayudar, más para ser aceptada. Nos ha pasado eso dentro del feminismo: recién el año pasado se ha comenzado a hablar más profundamente del racismo y la incorporación de esta reflexión”.

Molina comenta, por último, que el racismo no sólo se extiende a los afrodescendientes, sino a todos los extranjeros y que tienen rasgos distintos: “Tú miras las redes sociales sobre los migrantes bolivianos, colombianos, venezolanos y ves miles de insultos. Les dicen negros, indios, que se vayan, que no vuelvan más”.

Aleister Quezada

Periodista de la Universidad de Chile.