El corresponsal de The New Yorker opina sobre las consecuencias políticas de la actual pandemia, ahondando en los liderazgos populistas del último tiempo y en la labor de los periodistas. ¿Cómo se ve el gobierno de Sebastián Piñera desde el extranjero? ¿Cuál es la misión del periodismo en tiempos de crisis? También aborda estas interrogantes en entrevista con Doble Espacio.
Esta es primera vez que Jon Lee Anderson (1957) se encuentra tanto tiempo quieto en un mismo lugar. El autor de “La caída de Bagdad” no ha salido de su casa en Dorset, Inglaterra, desde hace tres meses por la pandemia del coronavirus. Toda una novedad, considerando que la mayor parte del tiempo se encuentra viajando por su trabajo de corresponsal internacional de la revista The New Yorker.
“Acá, la cuarentena no ha sido tan drástica como en otros países o ciudades”, dice y agrega que ha sido más complicado para la gente mayor y para las familias con niños pequeños. De paso hace una comparación entre el primer ministro británico, Boris Johnson, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Hace dos semanas, diste una entrevista al medio colombiano Semana donde hablas sobre Trump y Bolsonaro. Dijiste que si Trump es reelecto, podría invadir Venezuela ¿Cómo ves el panorama político?
No usé la palabra invadir. Lo que dije es que estaba seguro de que si Donald Trump logra la reelección, hará algo en Venezuela. No creo que invada, como se hizo en Irak, porque todo el mundo sabe que las invasiones con cien mil soldados no sirven. y para Estados Unidos no es muy conveniente. Quise dar a entender que probablemente hará operaciones complejas: grupos de fuerzas especiales que buscan secuestrar y expatriar a [Nicolás] Maduro y a otros. A lo mejor, reducir algunas guarniciones de la Guardia Nacional [venezolana] junto con levantamientos cómplices, previamente arreglados.
Hasta ahora, no veo muchas posibilidades de que lo hagan bien, porque las veces en que se ha tenido conocimiento previo, han terminado mal, como la absurda invasión que ocurrió hace dos semanas. Si bien no tenían que ver directamente, sabían que lo estaban armando, y uno se pregunta por qué continuaron, sabiendo que iba a terminar con la muerte de algunos voluntarios. Si tengo que llegar a una conclusión, creo que es para mantener en titulares el tema de Venezuela y la noción de que hay que cambiar el régimen y reafincar la idea de que hay gente tan desesperada, que están dispuestos a sacrificarse para derrotar el régimen. Es una lógica algo perversa, pero viendo la administración de Trump, es una etiqueta que no le cabe.
Pero, más allá de Venezuela, Trump es un desastre. Todos lo sabemos. Estoy muy preocupado de que ese hombre vuelva a ganar las elecciones, por lo que significa para la institucionalidad del país. Ya ha socavado y degradado varias instituciones del Gobierno, unas más claramente que otras. Una es la cancillería, con ese hombre nefasto que es Mike Pompeo al mando, otra es el Consejo de Seguridad Nacional (NSC), que es una tanda de secuaces a su servicio. Y no soy un devoto de los servicios de inteligencia, pero [Trump] también los ha socavado y politizado, y eso es muy peligroso para un país que tiene un arsenal atómico.
Además, dos de las instituciones clave, que no afecta tanto al exterior pero sí al interior, es el Ministerio de Justicia, con William Barr, que también parece un mayordomo de Trump, a cargo de la FBI y la Corte Suprema, donde va nombrando gente que tiene cargos vitalicios. Personas que no deberían ser jueces, están siendo nombrados en todo el país.
Las secuelas de Trump, aunque pierda las elecciones y se vaya en seis meses, van a ser muy duraderas. Se va a requerir mucho tiempo para recuperar la institucionalidad, y ni hablar de la buena cara que tenía Estados Unidos ante el resto del mundo. Ahora, si logra la reelección, no apuesto nada al futuro de Estados Unidos. Más bien, predigo que habrá, por primera vez en mi vida, la posibilidad real de violencia civil entre ciudadanos norteamericanos que se ven como enemigos, no como conciudadanos. Eso ya se está arraigando, pero si él vuelve a ganar y continúa con el descarrilamiento de las instituciones y de la noción de bien común, creo que puede volver a pasar. No digo que vaya a haber una Guerra Civil, pero por ahí iría la cosa. Y porque vivimos en un mundo de imágenes, en Estados Unidos hay mucha gente armada y agresiva.
Todo tiene réplicas en el hemisferio, por más que un mexicano, una guatemalteca o un brasileño no lo quisiera así. Estados Unidos tiene mucho que ver con el resto del hemisferio. Bolsonaro es el más claro ejemplo de eso: lo que está haciendo Trump en Estados Unidos, lo está haciendo Bolsonaro a su manera y más patana en Brasil. Hasta el eslogan “Make America Great Again” lo ha replicado en Brasil. Despidió al jefe de la Policía Federal porque están investigando a sus hijos y en consecuencia, su Ministro de Justicia, Sergio Moro, renunció, con grabaciones que demuestran que Bolsonaro despidió al jefe de la policía justamente porque iba a investigar a su familia. Eso es un claro ejemplo de inconstitucionalidad, y se debería proceder a un impeachment.
Espero que suceda pronto, porque entre la quema de la Amazonía, el desbande del coronavirus y la malicia de este hombre, el pobre Brasil no sólo va a ser el tercero en muertes, sino que podría ser el epicentro mundial [al editar esta entrevista, ya era el segundo]. Brasil está fuera de control como ningún otro país, y es trágico porque hay mucha gente sin el amparo del Estado. Mira las favelas en todas las ciudades, o la gente que vive en la Amazonía.
He estado haciendo una especie de repaso por todo el hemisferio, viendo cómo los gobiernos han respondido a esta pandemia y es muy interesante: los gobiernos respondieron con eficiencia y prontitud ante el coronavirus. Los que lo tomaron en serio y tomaron medidas, lo han podido contener. Desde Gran Caimán hasta Paraguay, ha sido la norma. Donde los gobernantes lo personalizaron, lo hicieron un tema político, evadieron su responsabilidad, como Trump, Bolsonaro, Daniel Ortega y López Obrador.
A principios de Marzo, López Obrador estaba actuando más o menos como Bolsonaro, sin ese aspecto matón. López Obrador no es un matón: es muy paz y amor. Después de un tiempo se retractó, porque empezó a escuchar a sus asesores y cambió el chip. A fines de marzo declaró emergencia nacional y llamó a la ciudadanía a quedarse en casa y a practicar distanciamiento social. Todo indica que no fue tan mal como se pensó, pero es peor de lo que pudo haber sido si se habría tomado carta en el asunto más temprano. Pero en el caso de Brasil está fuera de serie y afecta a todos los países vecinos.
¿Como se ve desde afuera la labor de Sebastián Piñera y de Chile en el manejo de la pandemia y que, además, se une al estallido social?
Por lo que yo sé, Chile optó por una cuarentena sectorizada, distinta a otros países. Fue un procedimiento un poco original. Yo hablé con amigos en Chile y me parecía muy draconiana la cuarentena, pero no me explicaban por qué el gobierno había optado por sectorizar la cuarentena, sin hacerlo nacional. Hoy, en Santiago se está viendo esa consecuencia. Han tenido que declarar cuarentena en toda la ciudad y en setenta comunas del país. Es preocupante, y es algo parecido a lo que ha pasado en otros países donde quizás abrieron anticipadamente y hubo rebrotes. Sucedió en Alemania, y volvieron a cerrar.
A mi juicio, parece que Piñera no tiene tacto político. No tiene calle, no es un tipo canchero. No tiene feeling. Eso se notó mucho en el estallido social, porque tuvo un comportamiento muy dubitativo, desde salir encabronado diciendo que el país se enfrentaba un enemigo misterioso y brutal. a pedir perdón. Pero siempre con una política esquizofrénica, de retroceder, lo cual no es muy recomendable para un político al mando de un país. Y jugó con las fuerzas de orden, con la secuelas que todos sabemos: los chicos cegados por las balas, las violaciones, los carabineros descontrolados. Hubo suficientes abusos como para generar preocupación internacional y llegar a instancias internacionales con llamados a cambios de comportamiento que nunca se llegaron a concretar.
Pero mi lectura de Chile de vísperas de la pandemia era de que tenía por delante el gran debate sobre el plebiscito, y entiendo que había sectores políticos que rechazaban los compromisos que se estaban adquiriendo con los sectores opuestos a una nueva constitución. Y bueno, hay muchos escalones que contar antes de que los chilenos tengan claro cuál será su futuro y lleguen a una paz social.
Lo interesante de Chile, para mí, es que es un pueblo que se manifiesta y que, en este caso, se manifestó de manera apasionada, como para no ser descartado. Fue un cuestionamiento interesante y serio al neoliberalismo y al camino que se había emprendido como país modelo y estelar desde la época del pinochetismo. Se traba en un panorama interesante, complejo y difícil de entender, justamente por eso.
Ahora, con la pandemia, todo se ha congelado. Entiendo que otro detalle es que Piñera no tiene instinto político de cara a la población, a la ciudadanía. Cuando pasó por la Plaza Italia y posó para una foto, como “reconquistando” el lugar, fue una falta de inteligencia emocional y política que parece ser una de sus características. No tiene cancha y está mal asesorado. Ahora vamos a ver qué pasa en Chile.
En estos tiempos de pandemia, ¿cuál es el rol del periodismo para ser veraz, pero no fatalista?
Creo que hay una tendencia de los medios a sentirse abrumados: a inclinarse a muchos pronósticos y predicciones por no poder a salir a reportar como antes. A rellenar un poco el ciberespacio con notas del tipo, “nunca vamos a volver a ser los mismos”, y a partir de ahí, crear un periodismo que bordea la ciencia ficción. Es lógico que lo hagamos, pero no sé si nos ayuda en la actualidad.
Todos queremos volver a ver cielos azules y ver los animales. Todos hemos visto esto y ha sido muy surreal. Ha sido una pausa y es un magnífico momento para los poetas o gente con mucha imaginación, que pueden concebir alternativas o proponer que “aprovechemos esto e intentemos vivir de forma distinta”. Alguna gente lo hará, y para otra será un momento muy triste. Pero yo creo que el periodismo ha de seguir.
Esta autorreflexión y angustia de los periodistas desde hace más de una década, con la llegada de las nuevas tecnologías y el colapso de las formas tradicionales de periodismo, ha seguido y aumentado en la pandemia. Pero yo repito lo que siempre he dicho: tenemos que conservar la esencia de lo que hacemos, no importa cómo lo hagamos. Lo importante es por qué lo hacemos y cuál es nuestro mensaje. Por qué somos periodistas. Si somos periodistas porque queremos una buena carrera y ganar bien, mejor hagamos relaciones públicas. La mayoría de los periodistas que conozco tienen algo de misión social, aunque no lo digan. Quieren un mundo mejor y son creativos: han encontrado el canal de la comunicación para hacerlo. Y no estoy hablando de periodistas no de deportes, no necesariamente de economía, sino periodistas que cubren la sociedad en toda su dimensión, y la política… creo que hay que seguir haciendo eso.
Hemos hecho muchas cosas virtuales. Se puede hacer una entrevista virtual, pero nos faltan varios sentidos en ese tipo de entrevistas. No podemos oler el ambiente en que estamos: nos estamos viendo y escuchando, pero falta lo demás. Y esa es la riqueza del periodismo que se puede hacer, ejercitar en persona. Son los detalles esenciales que hacen que un texto periodístico llegue a ser más memorable, y eso es importante: lograr que lo que mandamos quede en la memoria, que la gente lo recuerde y lo discuta. Que lo conserve.
Periodismo de hoy
Inopinadamente, la imagen de Anderson se congela. Un corte de luz en su vecindario detiene la entrevista. Tras una hora y media de interrupción, prosigue.
¿Cuál es la importancia del relato en tiempos de crisis?
El relato es la forma original de comunicación. Las historias orales que antes se contaban junto a la fogata en las antiguas tribus, es lo que hemos perfeccionado. Lo llamamos periodismo o crónica o long form. Y una de las cosas que surgen en el periodismo es no solamente entretener, sino saber captar la atención y convencer a nuestros lectores.
Un buen relato, sea por radio, televisión, escrito, en teléfono o en papel, es algo que envuelve. Nos lleva de vuelta a los orígenes del propio lenguaje. A las formas esenciales de la comunicación. Tiene que tener un comienzo, un desarrollo y un final. Es la forma más antigua que encontró el ser humano para comunicar su historia, su pasado, el sentido del universo, las leyes de la naturaleza, el acontecer cotidiano, y así crear las fronteras de la lógica de la civilización.
Es esencial, llamémosle periodismo o no, esto de relatar y seguir relatando. Es clave crear relatos que convenzan y que comuniquen la verdad de nuestro tiempo a nuestros conciudadanos y nuestras sociedades. Y cada generación tiene formas de hacerlo. Hoy tenemos muchas plataformas: el teatro, el cine, la televisión, los podcast, los programas de radio. Vamos inventando cosas nuevas en cada momento. Ahora hay unos videos de cinco minutos en Internet que son geniales. Funcionan como relatos. A veces, ayudan a romper el molde de programas demasiados esquemáticos que te obligan a estar media hora. Cada etapa de la sociedad impone nuevos retos y desafíos y aveces nos cohibe el relato, pero somos muy innovadores. Vamos inventando cómo hacerlo cada vez.
Sin el relato, no hay nada. Quedamos sólo los ciudadanos y los políticos. Y si dejamos que los políticos sean los que inventan y preservan las realidades de nuestro tiempo, que tengan el relato en sus manos y sean los únicos en conservarlo, ahí perdemos. Hay buenos políticos, pero hay muchos que no, y todo el mundo lo sabe. Cuentistas, relatores o periodistas somos necesarios (sin hacernos autobombo) para la preservación del bien común. Los que serán los dueños de la historia son los que únicamente tienen el poder político y económico, y eso hay que evitarlo a toda costa.
“Desafiados por el poder”
Hoy más que nunca, dice Anderson, se ve que estamos desafiados por el poder. Incluso en Occidente, donde vivimos en democracia, estamos amedrentados y enfrentados con el poder de manera insólita, como nunca lo fuimos antes”. La países con dictaduras, agrega, “ya sabían de esto y de las persecuciones a los periodistas. Pero en Estados Unidos, donde Trump sale a increpar a los periodistas y los llama falsos periodistas, se propaga una mentira y eso va incidiendo en una parte de la población, creando una aversión que divide a la sociedad”. Y prosigue:
“Hay gente que hace cinco años no pensaba en los periodistas, y hoy los odia. El poder político puede ser muy malévolo, y en este caso ha utilizado la mentira para crear una hinchada volátil y extrema, usando a los periodistas como carne de cañón en una nueva guerra. Lo estamos viendo en todas partes. En Latinoamérica también. Hace que gente como Bolsonaro se sientan capaces de hacer lo mismo que Trump, y en un país como Brasil se mata muy fácilmente a los periodistas. En México, ni hablar. Espero que Chile no llegue a eso, porque una vez sucedió”.
Considerando la impacto de RRSS y de las fake news en Internet, ¿cuál es la importancia de la masividad del periodismo?
Es una realidad. Hay que tenerle cierto respeto y miedo. Hay que saber controlar ese aspecto de las redes sociales y medios virtuales con los que convivimos. Porque la masividad instantánea, la viralidad virtual, es algo que captura a la gente. Entremezcla lo propio de los paparazzi y la farándula con la política seria, y crea la misma expectativa en la gente. Es una torre de Babel y hay que saber crear buenas costumbres y ganar hinchada, aunque sea a través de las redes sociales, y establecer respeto mutuo y reglas del juego, que son propias de nuestra sociedad. Cuando apagamos el teléfono y salimos a la calle, no nos trolleamos los unos a los otros. ¿Por qué aceptar que se haga así a través de Twitter o de Facebook?
Tenemos que ir entendiendo que esto es algo que tiene grandes virtudes y muchos defectos, y tenemos que controlarlos de alguna forma. No me gusta usar términos como la censura, por razones obvias, pero hay que controlar ese bicho porque nos está controlando la vida. Y sabemos también que los gobiernos y los poderes autoritarios buscan, a través de la redes, distorsionar la realidad y controlar nuestras percepciones: hacernos conejillos de Indias para sus propios experimentos políticos o campañas publicitarias. Tenemos que recuperar nuestra soberanía propia, como individuos y como colectivos, para hacer frente a estos desafíos. Tenemos que ser mucho más conscientes.
Mariana Poblete
Periodista de la Universidad de Chile