En su rincón más personal, su propia casa, el autor de La danza de los cuervos habla sobre su último libro, El costo del silencio, así como sobre la serie Camaleón, basada en su obra homónima. Igualmente, ofrece un análisis del poder y de la situación de los periodistas en Chile, a partir de su propia experiencia.

 

Javier Rebolledo (1976) ha centrado su trabajo periodístico en casos vinculados a las violaciones de derechos humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet. Pero hay más: su último libro, El costo del silencio, cuenta la historia de tres militantes de las Juventudes Comunistas que se infiltran en la Policía de Investigaciones durante el gobierno de la Unidad Popular. Que deben cambiar su destino para salvar vidas.

El primer acercamiento a esta historia se dio hace casi dos décadas, cuando Rebolledo cursaba los primeros años universitarios. Supo de ella gracias a Álvaro Palacios, el papá de su polola de ese entonces. Él le contó que se había juntado con un grupo de personas a las cuales había dejado de ver hace tiempo: todos eran exmilitantes de la “Jota” y habían entrado a la PDI por petición del Partido Comunista. Estos personajes -Adolfo, Alexis y Rodrigo- cumplieron misiones durante la dictadura y Álvaro fue el jefe.

Palacios le había dicho a Rebolledo que una historia así era imposible de contar. Solo eso, sin más explicaciones. Tuvo que pasar cerca de una década para que volvieran a tocar el tema. El primero accedió a convencer a estos exdetectives para que conversaran con el segundo. Fue la luz verde para reconstruir esta historia.

Cuando conociste a Adolfo, Alexis y Rodrigo, ¿te habías creado una imagen de ellos?
Sí. Una de las cosas que me decía Álvaro es que verlos era ver a detectives: gallos con ponchera, cigarro, con la jerga. Yo me esperaba eso, y no. Me encontré con hombres más menos de edad, pero no con el perfil que yo creía que podía tener un detective. Eran tipos analíticos que se notaba que habían vivido cosas muy duras.
Lo de ellos, aclara el autor, fue una misión, pues nunca dejaron de ser comunistas. Lo que les dijeron, básicamente, fue: “Ustedes son parte de los mejores militantes, partes del alma de la Jota, y esta misión no es fácil, porque lo que le vamos a pedir es que ustedes sean vistos, por el resto de la Jota, como traidores. Ustedes deben decir abiertamente, hacia afuera, que renunciaron”.
La lógica tras la misión era la siguiente: entrar a la policía y en 20-25 años, cuando tuvieran un alto cargo y se hubiese consolidado un gobierno socialista, iban a necesitarlos. “Pero, en vez de eso, les tocó el golpe militar, les tocó hasta ir a centros de torturas”, aclara Rebolledo.

¿Tienen hoy el reconocimiento del partido?
Yo creo que no, porque reconocer estos hechos es difícil y, por lo general, se esconden. Hasta hoy, revelar este lado clandestino o de espionaje, por llamarlo de alguna manera, no es fácil de conversar, porque no es fácil de comprender. Sin embargo, lo que pasó con estos jóvenes es algo fácil de comprender. Podría haber sido su destino si se hubiese dado una reelección. Otra cosa es lo que ocurrió en dictadura. Tuvieron que cumplir labores humanitarias, como ayudar a compañeros, conseguir documentos, sacar e ingresar gente del país, engañar a sus autoridades dentro de la policía, pero con un objetivo súper claro en ese momento: salvar vidas.

¿Cómo llegas a las historias de tus libros?
En general, llego un poco por casualidad, o por coincidencia, por gente que voy conociendo por los temas que voy haciendo. A mí me parece que son casualidades, pero en realidad no son tan casuales. Hay una sincronía entre lo que uno va buscando y la gente que aparece y te dice cosas. Pero para mí, para afuera, no alcanzo a procesar bien esa sincronía, y a veces me parecen que son casualidades.

En un libro de investigación, ¿cómo equilibras la información con la narrativa?
En el caso de la “trilogía de los cuervos”, fueron procesos en paralelo. La danza de los cuervos, por ejemplo, tiene una parte narrativa en la que, cada cierto tiempo, voy dando explicaciones al lector y poniendo un margen más ancho, que hace que el lector sepa que está enfrentándose a información dura. Esa forma la mantuve El despertar de los cuervos y A la sombra de los cuervos. Después, en Camaleón, Los hijos del frío y El costo del silencio, ocupé un solo margen, pero porque también eran otros tipos de libros. En Camaleón decidí contar la primera parte de una forma más narrativa, como una novela, e hice una segunda parte entera sobre la investigación periodística. No había mucha información de investigación que yo pudiera ir citando de forma exacta, como sucedía en los primeros tres.

 

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En los primeros libros, estaba todo documentado en tribunales o en investigaciones de María Olivia Monckeberg u otros autores. En contraposición, estaban Camaleón y Los hijos del frío, donde la investigación periodística fue ir contando cómo fue encontrando los antecedentes que podrían dar certezas, pero también dudas, respecto de la veracidad de los datos que Rebolledo había recibido de alguna fuente.

Tu trabajo te ha ganado insultos, incluso una querella. ¿Hay grupos a los que aún les pesa que se hable sobre los crímenes de la dictadura?
Yo creo que sí, y mucho. Hay una parte que son militares, que se mancharon las manos y cometieron asesinatos, violaciones, lo más bajo que puede caer la especie humana en este país. Personas que dicen ser los depositarios de la fe pública, defender al ciudadano, la patria, se volvieron contra su propia gente y cometieron estos delitos. Yo no estoy de acuerdo que un ejército debiera violar o ni asesinar a mansalva a nadie. En la dictadura, hicieron todo eso y mucho más. Es algo difícil de borrar y que provocó una fractura en el Ejército que se vive hasta hoy.

Para Rebolledo el Ejército vivió una crisis moral: “Ni Pinochet, ni Contreras se hicieron cargo de las órdenes que dieron, y en el Ejército todos saben que nadie se manda solo. Funciona la estructura estratificada, así como está, porque existe un ‘papá’ arriba y el papá va diciéndoles a los ‘hijos’ qué hacer”. Al no reconocer órdenes, los altos mandos “traicionaron a todos sus hijos hacia abajo”. El periodista dice que su trabajo es machacar y machacar sobre las atrocidades en que incurrieron estos militares, sin olvidar que “el modelo económico y social en que nos basamos hoy, es producto de las violaciones de los derechos humanos”, situación que explicita en A la sombra de los cuervos. El libro se pregunta por qué se torturó, por qué se violó, por qué se asesinó, por qué se expatrió. “¿Todo eso pasó por qué eran locos malos, no más? No, era una razón más miserable: personas que no se mancharían las manos, como Joaquín Lavín, Miguel Kast y Cristián Larroulet, querían cambiar este país y hacer una revolución silenciosa. Todos supieron de las violaciones de derechos humanos y participaron como cómplices pasivos de las violaciones. Esta gente está vigente hoy día”.

“Entonces, ¿le causa molestia a mucha gente el trabajo que hago?”, se pregunta Rebolledo. “Sí, porque hablo de la construcción de la memoria, la construcción de la memoria en el fondo es la identidad de un país, y la identidad es lo que es y lo que va a ser”.

¿Cuánto poder tienen estos grupos?
Si uno habla de clanes, como la familia Kast, su patrimonio económico no es tan grande, pero su patrimonio político, desde Miguel Kast, ha ido creciendo. La familia Matte es una de las más ricas de este país: tuvo un rol en dictadura y lo tienen hoy a través del Centro de Estudios Públicos. Pagan estudios de opinión, aparecen financiando estudios en alianza con universidades, en algunos casos, y también científicos. Otorgando verdades a la sociedad: verdades científicas, verdades políticas, verdades sociales. (…) Eso, más todo el poder económico y político que tienen con el financiamiento de campañas que quedó al descubierto en los casos Penta y Soquimich.

¿Es peligrosa una influencia tan importante?
No sé si les interese desbaratar la democracia que les es funcional. Sí creo que el mensaje ético a la ciudadanía es que yo puedo ser cómplice de asesinato, puedo haber votado que sí, para que siguiera Pinochet (…), haberme enriquecido a través de la privatización de las empresas y en el fondo “haber ganado la batalla”. A pesar de todo eso, puedo ser político, puedo tener opinión, puedo ser un actor relevante, etcétera. ¿Qué te deja eso? Que lo importante es ganar, y que no importan los medios que uso para eso. Cada vez que estas personas aparecen en la televisión, participan de la vida política y suman influencias, de alguna manera, la gente entiende que son las mismas personas que apoyaron o que fueron parte de la dictadura.

¿Has sido objeto de seguimientos?
Nunca he sabido bien. He tenido sospechas y he puesto denuncias. Pero también funciona bajo la lógica de hacer las cosas a escondidas. Cuando estaba en La Nación Domingo, había que tener mucho cuidado con los computadores: por algún motivo, el Ejército se enteraba de lo que escribíamos e investigábamos, informaba a La Moneda y nos llegaban las presiones para que bajáramos los temas, antes de publicarlos.

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Rebolledo recuerda otra experiencia: cuando se metió en una cárcel con presos militares. Allí fue seguido. “Fue un amedrentamiento, porque yo los veía. Me lo explicó el jefe nacional contra el crimen organizado de la PDI de ese momento: ‘Si usted ve que lo siguen, no lo están siguiendo, lo están amedrentando. Si ellos quisieran, usted no los vería jamás’”.

Actualmente, el periodista trabaja en un libro sobre un militar aún en servicio activo, Rafael Harvey. Un capitán de Ejército “que se ha ido en contra del toda la institución por no ser corrupto y le ha caído toda la maquinaria de corrupción”, cuenta. A Harvey, así como al periodista Mauricio Weibel, le hicieron escuchas telefónicas ilegales. “Si a él lo están escuchando o lo están siguiendo, a la persona prepara un libro sobre él, muy probablemente, también”.

¿Qué lectura haces de la situación del periodismo de investigación en Chile? ¿Hay una crisis? ¿Está en peligro, por casos como el de Mauricio Weibel?
En Chile no se hace mucho periodismo de investigación. No están los medios, así que se hace, pero poco. Casi todos los medios son de propiedad privada, de grandes empresarios y altamente concentrados. Ahora hemos visto que se ha desconcentrado un poco, pero también hay que preguntarse cuál es la  capacidad de los medios independientes para hacer investigaciones de largo aliento. No es una crítica, sino una realidad. Ahora, para nadie esto va a ser nunca un negocio; para ningún empresario ni publicista va a ser negocio que un periodista haga bien su trabajo. Entonces, no se puede pensar en términos de oferta y demanda, de si es lucrativo o no. Debe entender el Estado en algún momento que esto tiene una función social, y si cree en la democracia, tiene que apoyarlo.

Has trabajado en Siete+7, The Clinic, La Nación Domingo. ¿Te imaginas volviendo a los medios?
La verdad, no mucho. Podría ser en un equipo de investigación estilo Ciper, donde te den tiempo para investigar. En medios de otro tipo veo poco espacio para mí. Lo veo complicado, porque yo tengo una línea de investigación que quizá no sea muy atrayente para ellos. Y El Mercurio, pa’ qué hablar: hacen caso omiso de que mis libros aparecen en los primeros lugares de sus propios rankings. No escriben notas, hacen como si no existiera.

Acabas de terminar de escribir los ocho capítulos de Camaleón. ¿Qué esperas de la serie?
Lo que traté de hacer con la serie fue algo como lo de Twin Peaks de David Lynch, que trata sobre un pueblo en donde matan a Laura Palmer: para el detective que llega a investigar, es el lugar ideal. El tipo comienza a investigar y se da cuenta que todos los personajes tenían un lado B, oculto y siniestro. Acá, de alguna forma, con este Chile del milagro económico, lo que intentamos hacer es mostrar la noche santiaguina con un Álvaro Corbalán al que le encanta cantar, puros amigotes, locales nocturnos fastuosos donde va gente con plata y se vive pura “felicidad”. Trata, por un lado de las luces y la noche, y por otro de cómo se da por atrás todo este mundo del crimen. Los ocho capítulos se encuentran escritos y están en la etapa final, es decir, empezar a transformar los capítulos en una producción, traducirlo en plata. Ya tenemos el financiamiento y las grabaciones comienzan en marzo del 2020.

¿Cómo se genera la idea de una adaptación?
Hace un par de años, di una entrevista en radio Biobío a Rayen Araya. Al salir, me dijo que era una tremenda historia. Tiempo después Daniel Uribe, su socio en la productora Araya y Uribe Ltda. Daniel, que finalmente fue también el director general y productor, con quien vamos a codirigir los capítulos, me dijo: “Estoy dispuesto a trabajar contigo y transformar esto en un proyecto, gastarnos plata en crear un buen teaser. La idea era hacer una historia como nunca se ha contado: desde las luces, no desde la estética de la pesadumbre, donde los malos aparecen como los malos y uno dice, este es malo, es tonto y además, es feo. Es una perspectiva mucho menos estereotipada, donde los malos parecen como los buenos. Eso es lo que hace [Martin] Scorsese con Buenos muchachos.

¿Te tiene emocionado la serie?
Sí, porque nunca había escrito ficción. El guion tiene una metodología distinta, es bastante más técnico: debe haber un detonante de conflicto, el primer punto de giro, el segundo punto de giro, el clímax y el desenlace. Está todo bien armado. Teniendo esa estructura, está la imaginación con la que he podido trabajar harto. Todos estos demonios que he ido conociendo a lo largo del trabajo periodístico y cosas que me imaginado -pesadillas que he tenido, incluso-, las he podido volcar creativamente en este trabajo.

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En julio año pasado, el periodista fue notificado de la querella criminal interpuesta en su contra por Raúl Quintana Salazar, el jefe del campo de concentración «Tejas Verdes» por injurias, tras divulgar sus crímenes en su libro Camaleón. El teniente coronel (r) de Ejército se encuentra cumpliendo 15 años de condena en Punta Peuco, desde 2014, por delitos de lesa humanidad.

¿Aparece Quintana en la serie?
No, no vale la pena. Es muy picante. Quiero dar por cerrado ese capítulo. ¿Sabes quién aparece? Álvaro Corbalán y todo su séquito. Ahí aparecen, disimuladamente, muchos personajes de la noche. Me basé en varios de ellos, pero no sé si puedo explicitarlos con nombre y apellido. Podría haber una nueva demanda por decir que me basé en ellos para ridiculizarlos (ríe).

¿Cómo estás hoy, después de la querella?
Fue un episodio muy desagradable. Cuando recibí esa demanda, estaba escribiendo los guiones para esta serie. Vivía en la Comunidad Ecológica de Peñalolén, y llega un moto boy para entregarme la demanda. En ese momento, me doy cuenta que la demanda llevaba meses. Había sido decretado como una persona juzgable, imputable y que podía ser formalizado. Fue una sensación de desprotección. Te da susto.
Ahora, creo que está bien que una persona luche por su honra, Quintana Salazar u otra. Pero creo que el camino para no afectar el periodismo y, al mismo tiempo, lograr que las personas que se puedan sentir injuriadas tengan un mecanismo de defensa, es la vía civil, las demandas civiles, y no las querellas criminales con las que te pueden meter preso. Eso, evidentemente, va contra el ejercicio de la profesión.

Javiera Ojeda

Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.