Millones de adeptos, obispos investigados por corrupción, búsqueda de incidencia en las políticas públicas. Estos factores definen hoy a la Iglesia Evangélica chilena, pero no son los únicos. Algunos de los pequeños templos barriales aún conservan su sentido evangelizador, motivando en este caso a un grupo de mujeres a alabar a Dios: la fe como motor vital y como alivio frente a las dificultades cotidianas.

 

Todos los sábados la cita es puntual. A las 4.25 de la tarde se abren las puertas vidriadas de un pequeño inmueble de paredes color salmón que apenas delata sus dos pisos de altura. Su arquitectura sencilla destaca entre las calles estrechas y los techos de zinc y pizarreño que dan forma a la “Avenida Chile”, nombre con que llaman en el sector a una vía más bien angosta, a la altura del paradero 40 de la Gran Avenida. Frente a una cancha gris que guarda los sueños de niños entusiastas y el olor de una que otra pipa plástica aún encendida, un grupo de mujeres se reúne para dar vida a las dorcas de la iglesia Shaddai, una de tantas congregaciones evangélicas instaladas en la comuna de San Bernardo.

Margarita Soto (64) es dueña de casa, y durante la mayor parte de su vida ha sido parte de este templo, que ya lleva unos 40 años funcionando. Su madre, Libertad Hermosilla, fue una de las fundadoras junto a su padre, Alejandro Soto, de una iglesia cuyo nombre viene del libro del Éxodo, donde Shaddai es la denominación con que Dios se presentó ante Abraham, Isaac y Jacob. Luego del fallecimiento de Libertad, todas sus hijas continuaron con la práctica, como parte del núcleo “Misión del Señor”.

Los Soto Hermosilla son de los grupos familiares que comenzaron a practicar el evangelio durante su período de auge en Chile. La separación de la Iglesia Católica y el Estado (1925), así como el sello laico de varios gobiernos de la primera mitad del siglo XX, ayudaron a la Iglesia Metodista Pentecostal a instalarse como una de las instituciones religiosas más fuertes del país. Con el distanciamiento entre la dictadura de Augusto Pinochet y el clero, particularmente en cuestiones de derechos humanos, los evangélicos se consolidarían como la segunda mayoría religiosa. El reconocimiento estatal se manifestó en la celebración del primer Te Deum evangélico, en 1975.

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Al tiempo que cambia sus pantalones holgados por una falda negra que cubrirá cuatro dedos por debajo de las rodillas, Margarita Soto recuerda el mito familiar que descifra la iniciación de su familia en el evangelio. “Mi hermana menor, la Pilar, estuvo muy enferma cuando chica. Todos los médicos decían que era muy difícil que se mejorara. En esos tiempos mi mami era católica, y fue a pedir muchas veces a una catedral que estaba cerca del pueblo. Un día que venía caminando a la casa se topó con una iglesia evangélica chiquitita. Entró y habló con la pastora. Le pidió que oraran por su hija en el culto. En ese momento, hizo una manda: si la Pili se mejoraba, ella se iba a convertir al Evangelio e iba a educar en él a toda su familia. A los pocos días se mejoró, por obra de Dios”.

La casa de Margarita está a un paradero de distancia de su iglesia. Demora quince minutos en llegar a pie, y no más de ocho en taxi o colectivo. Son las 4.30 de la tarde,l  y las reuniones sabatinas de las dorcas comienzan puntualmente. Margarita se apura en salir de la casa. Da un último vistazo al espejo del baño y sale con prisa, despidiéndose de su familia mientras camina hacia la puerta.

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La denominación dorcas proviene del Nuevo Testamento. Es el nombre equivalente en arameo –lengua semítica en la que se escribieron algunos de los libros de la Biblia- de Tabita, única figura femenina mencionada como discípula de Jesús en el libro de las Escrituras. Para las mujeres de la iglesia Shaddai, Dorcas es considerada una de las mujeres más relevantes del libro sagrado. Y así llamaron a la organización de mujeres evangélicas: las “damas de Dios”.

Para Juan Sepúlveda, doctor en Filosofía e integrante de la Comunidad Teológica Evangélica de Chile, el rol de las mujeres es fundamental para las iglesias. Pese a que el nombre “dorcas” puede variar de misión en misión -recibiendo en algunos casos la denominación de “Departamento Femenino”-, sus labores específicas se mantienen: visitas a hospitales, presencia activa en la prédica callejera e impulso de la asistencia a los cultos, sin abandonar por ello las tareas ligadas a la labor doméstica. En la mayoría de los casos, son quienes se encargan de la ornamentación de la iglesia, de la cocina y de la atención de mesas cuando hay alguna actividad especial.

“Es una forma de dedicación formal a la vida de la iglesia, pero sin acceso al ministerio pastoral, al sacerdocio, tal como ocurre en la Iglesia Católica”, explica Sepúlveda (hay iglesias que aceptan la ordenación pastoral de las mujeres, pero son casos minoritarios, agrega). Usualmente, se denomina “pastora” a la esposa del pastor, un rol subordinado. “No acceden al poder principal religioso, que es el de pastor, equivalente al sacerdote en el catolicismo, y por lo tanto, tampoco al rol de obispo o presidente de iglesia”, prosigue. Una estructura que, a su juicio, responde a una tradición “un tanto machista”.

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El grupo dorcal del templo Shaddai cuenta unas 15 mujeres, y en cada reunión hay al menos siete u ocho. Margarita apura el paso. Para ella, las reuniones sabatinas son sagradas. Sentada en el colectivo 5046, dice que las dorcas son el único escape a su rutina doméstica. Para todas las hermanas, ser parte de las dorcas tiene un significado similar. “Es mi hobby”, dice una de ellas. “Es mi único pasatiempo”, agrega otra. “Sin la iglesia no tendría vida social”, confiesa.

Ya en la iglesia, Margarita se hinca y cierra los ojos. En la sala hay seis mujeres arrodilladas en el frío suelo de cerámica. El ambiente en el templo Shaddai es muy distinto al de catedrales y capillas católicas. No hay silencio. Muy por el contrario, está lleno de múltiples voces difíciles de distinguir. En voz baja, explica la rutina de la reunión: primero, hay una oración donde piden por la familia, por los pastores, por los hermanos de la iglesia y por aquellas dorcas que no pudieron asistir. Luego, cantan a capella algún coro del himnario. Después de cantar y orar, la pastora Silvia inicia las sesiones de estudio de los sábados. En esta instancia de aprendizaje, la pastora o alguna hermana encargada de dirigir la sesión, lee y analiza un capítulo de la Biblia con personajes femeninos. Tras un podio ubicado en el centro de la iglesia, la pastora dirige la reunión. Hoy toca hablar sobre Ana y Peniná.

En los libros de Samuel, Ana y Peniná, esposas de Elcaná, sostenían una relación conflictiva. Peniná, celosa de que su marido mostrara más afecto por Ana, se empeñaba constantemente en humillarla porque no se embarazaba. Ana, luego de aguantar múltiples vejaciones, pidió con mucha fe a Jehová que le enviara un hijo, prometiendo que lo criaría para que lo sirviera toda su vida. Así nació el profeta Samuel.

Se escuchan voces gritar con firmeza: “¡Amén! ¡Así sea, Señor!”. Antes de cerrar la reunión con una última oración, la pastora Silvia pregunta a todas las hermanas qué aprendieron. “No hay que cuestionar, hay que confiar en el Señor”; “Dios conoce nuestros corazones”; “anoche, antes de acostarme, lloré leyendo esta misma palabra”. Mientras entonan el último coro de la tarde, una hermana de pelo cano pide una cooperación para la ofrenda, dinero que luego será bendecido por la pastora y donado a la iglesia.

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Las hermanas suben una escalera angosta que lleva hacia el segundo piso, para así comenzar la segunda parte de la reunión. Sentadas en torno a un mesón largo, en vez de llorar, orar y cantar, las dorcas comparten sus sentimientos. También conversan y ríen a carcajadas. Margarita pone agua en dos hervidores eléctricos. Abre el candado de una repisa donde guardan decenas de tazas, vasos, platos, bolsas de té y servilletas. En cada plato pone una hallulla con mortadela y paté, una servilleta y la mitad de un empolvado.

La pastora Silvia y su esposo, el pastor Matías, dirigen a los hermanos de la iglesia Shaddai desde hace casi 20 años. Aunque no tiene título profesional ni cargo en la misión, es respetada por todos los miembros de su iglesia. La reconocen como una guía espiritual con mucha sabiduría para llevar a cabo su misión de orientar a la iglesia por los senderos del Señor. Es la líder de las dorcas de Shaddai.

Silvia tuvo que dejar el colegio a los 12 años para trabajar. Terminó su enseñanza media estudiando de noche y trabajando de día. La pastora responsabiliza a Dios por sus logros personales y religiosos. “Ahora trabajo en un colegio, soy inspectora de los niños. He estado a cargo del colegio. Dios me ha engrandecido. Pero Dios no más lo ha hecho. Yo soy muy respetada en mi colegio, incluso por la directora. ¿Y yo qué soy? No soy nada. Sólo soy una hija de Dios, y agradecida”.

En cuanto a las políticas públicas que muchas veces “van en contra de lo que dice la palabra”, afirma que no puede influir en las decisiones personales de sus hermanos. Para ella, todas las personas son distintas. Si quieren depositar su confianza en un político, pueden hacerlo con libertad. Según dice, en la iglesia no los orientan a votar por nadie en particular.

Respecto a temas como el aborto y el matrimonio homosexual, la pastora pone énfasis en una frase: “La palabra nos indica que Dios ama al pecador, pero aborrece al pecado. No es que nosotros los odiemos. Nos tildan de cerrados, y no es eso. El pecado es pecado, y lo que es de Dios, es de Dios. Tenemos que predicar la palabra porque la Biblia dice que tenemos que predicarla. Todo es pecado. Si yo miento, es el mismo pecado de un homosexual”.

El asunto de hace más personal para Silvia cuando habla del mediático pastor Javier Soto. Para mucha gente es un personaje intolerante que roza la locura y el fanatismo, pero para Silvia es comparable con Juan Bautista, a quien “no le importó que se fueran en contra de él, pero decía ‘arrepentíos y convertíos, generaciones de víboras, de pecado, de inmundicia, hipócritas’… Imagínate enfrentarte al pueblo y que tú le digas eso. Es como si yo te dijera ahora, ‘generaciones de víboras’. Yo creo que se sentirían, pero él era valiente. Yo entiendo al pastor Soto por esa parte, porque es un hombre que se atrevió. A lo mejor todos quisieran decir lo mismo, pero no se atreven”.

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Católicos y evangélicos tienen distintos procesos y formas de expresar su relación con Dios. Mientras los primeros viven una espiritualidad más bien recatada, los evangélicos tienen una experiencia colectiva donde el sentimiento de hermandad se vuelve un factor muy importante para que mujeres, hombres y familias completas integren esta comunidad. En parte, esto se explica por la capacidad de reconocerse en las experiencias del otro.

Juan Sepúlveda comparte esta percepción: “El agente de la predicación (en el Evangelio) no es solo el sacerdote o el pastor, no es solo el ‘profesional de la religión’, sino el cristiano común. Cuando ves un grupo predicando en la calle, normalmente hay un pastor, pero todos los demás que predican, que hablan y que anuncian, son mujeres y hombres laicos. Muchas veces son obreros, gente sencilla, creyentes que comparten en la calle su experiencia religiosa. Y además lo que predican no es tanto una doctrina, sino una experiencia de Dios. Conecta con experiencias vitales del que escucha”.

San Bernardo tiene cada vez más templos evangélicos. Solo en la pequeña población que circunda la “Avenida Chile” hay cerca de cuatro iglesias evangélicas. Según el censo de 2002, un 13,08% de los habitantes de la Región Metropolitana declaraban practicar la religión evangélica, mientras que en San Bernardo alcanzó el 19,41%. Margarita es una de ellos. Se retira de la iglesia cerca de las 8 de la tarde, cuando ha oscurecido por completo. Pese a que las calles no tienen suficiente iluminación, camina con serenidad. “Dios va siempre con nosotros”, cree. Con la Biblia bajo el brazo, se abre paso entre los pasajes de la población para alcanzar la casa donde la esperan sus hermanas, sanguíneas y del Evangelio.

Catalina Araya

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile