Nacieron en los noventa. Tienen entre 23 y 25 años y todavía eran niños cuando en 2006 la prensa informaba que el dictador Augusto Pinochet había fallecido. Para cuatro estudiantes de la Universidad de Chile, la marca que el 11 de septiembre de 1973 dejó en la memoria del país, sigue quemando. Aún más: es parte de su propia historia.

 

“Mis abuelos tuvieron que guardar todas las cosas que decían que eran seguidores de Salvador Allende. El carnet del Partido Socialista de mi abuelo, lo tiraron por el water”, recuerda Catalina Allende, mientras se sienta en una de las bancas cercanas a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Allende tiene 25 años y entró a la casa de estudios en 2013. Hasta ese momento, nunca había participado en política. A pesar de su apellido, no tiene ninguna relación con el expresidente. 

La ahora periodista recuerda que a mediados de los ochenta su mamá trabajó en Amnistía Internacional y se dedicaba a repartir panfletos. También menciona que en su barrio, en la comuna El Bosque, hay un local llamado El Cuba, nombrado así en honor al dueño el bazar que fue asesinado por militares durante los primeros días de la dictadura, y que “fue devuelto a su viuda en un cajón sellado”. 

Aunque este año La Moneda decidió no realizar ninguna ceremonia de conmemoración por un nuevo aniversario del Golpe de Estado de 1973, tal como anunció la vocera de Gobierno Cecilia Pérez, la generación de jóvenes que nació en plena transición a la democracia se niega a olvidar la importancia de esta fecha para los procesos políticos de nuestros días. También sabe que, pese a que Chile tiene graves problemas para recordar, quedan cuentas pendientes. 

La memoria familiar

En los patios del campus San Joaquín de la Universidad Católica, Patricio Contreras (23) relata la historia de su papá, quien, junto a su padrastro que era militante del partido Comunista y estaba sindicalizado, tuvo que escapar a Argentina cuando tenía seis años. “Se fueron por Jujuy y luego pasaron por Salta. De hecho, mi papá recuerda haber estado un tiempo en el pantano en la selva del norte de Argentina. Casi se fueron a Australia”.

El padre de Patricio volvió a Chile a mediados de los ochenta y participó activamente en la iglesia San Francisco de Asís de Pudahuel norte: gracias a eso, pudo conocer a quien sería su pareja, hija de un pinochetista. Con ella, tiempo después, y ya ya estando juntos, lograron ganarle a la junta de vecinos que estaba a favor de la dictadura.

El estudiante de cine Nicolás Madera (23) proviene de una familia políticamente activa, donde sus padres son militantes del Partido Comunista y sus abuelos fueron dirigentes sindicales. Aún más, su padre fue uno de los fundadores de la Brigada Ramona Parra y se encargó de diseñar y pintar murales durante la Unidad Popular. Además, muchas de sus tías se exiliaron en Suecia después del golpe. El marido de una de ellas es un detenido desaparecido.  

En otros casos, estas historias tardan en salir a la luz. El secretario de Comunicaciones de la Centro Derecha Universitaria (CDU) y militante de Evópoli, Maximiliano Bustos (25), se enteró recientemente que su abuelo materno había sido perseguido político de la dictadura y que tenía una maleta llena de poemas de Pablo Neruda y canciones de Victor Jara. “La relación de mi familia con el golpe ha sido distante, porque mi abuelo lo ocultó hasta el periodo de refichaje que tuvo el Partido Socialista hace poco”, comenta. 

Reconstruyendo la historia

Hace 46 años, el gobierno democrático de Salvador Allende fue derrocado por las fuerzas militares y reemplazado por una dictadura encabezada por el general Augusto Pinochet, que duró casi dos décadas. La primera imagen que tienen de ese día quienes no lo vivieron en carne propia, es el bombardeo a La Moneda. Los relatos familiares, la historia aprendida en el colegio y las referencias culturales a las que han tenido acceso, han ido construyendo el legado de esa época para ellos. 

Contreras dice que aprendió sobre el golpe de Estado a través de la televisión e internet y por cuenta propia, no tanto gracias a los textos escolares. Sin embargo, afirma que cuando entró al Internado Nacional Barros Arana (INBA), desde el principio tuve conciencia de que fue un centro de tortura. En mi colegio estudiábamos la dictadura, a pesar de que el 11 no se conmemoraba tanto”. 

Según el diario La Tercera, el periodo de dictadura se ingresó a los planes de estudio en 1996 para los sextos básicos, con una profundización en segundo y tercero medio. Sin embargo, los colegios son libres en decidir el cómo abordar la época. 

En el caso de Maximiliano Bustos, su primer contacto con el periodo fue recién al llegar a la universidad. Creció escuchando a su madre, quien apoyaba a Pinochet, y teniendo lo que él cataloga como “una educación de campo”. Bustos afirma que en Melipilla, donde ha vivido toda su vida, la gente no tiene mucha conciencia de lo que pasó:  “En general en el campo no se habla mucho de esto, lo vemos como un conflicto que ocurrió entre patrones y entre la gente de Santiago. Si algo pasa en Santiago, pasa en todas partes se supone. Además, cuando eres del campo, la máxima referencia que uno tiene del 11 es La Moneda siendo bombardeada”, explica. 

Sin embargo, Bustos agrega que no niega que el 11 no fuera necesario por el periodo socio-económico que se vivía, pero tampoco puede negar “que se pudieron evitar todas las muertes posibles, porque las violaciones de los Derechos Humanos son inaceptables”. De hecho, afirma que como su bancada es relativamente más jóven que el resto de Chile Vamos, están más desconectados de temas relacionados a la dictadura, pero entienden el gran rol de la derecha en su ejecución, algo que choca con el resto de la coalición: “Hay hartos que hacen el recuento de que después del 73 todo fue maravilloso. Uno escucha eso y piensa ‘no sé en qué clase de mundo viven’”.

Tomando un bando: Allende v/s Pinochet 

Pese a que han pasado más de cuatro décadas desde entonces, la mayor parte de las conversaciones que incluye a la Unidad Popular y la dictadura sigue estando centrada los líderes de las facciones opositoras: Salvador Allende, el presidente derrocado, y Augusto Pinochet, el militar que gobernó con puño de acero. 

Para las nuevas generaciones, la historia ha sido relatada con héroes y villanos. “Allende es visto en mi familia como el mejor presidente  y, al mismo tiempo, como una especie de tragedia, alguien que lo intentó y falló. Pinochet es el caso contrario, el villano de la película”, dice Madera. 

Por otro lado, Bustos expresa su desdén por ambas figuras con una gran convicción. “Los odio a los dos porque dividen mucho al país. Para mí,Pinochet no es una figura representativa o ideologizable, y a Allende se lo ha divinizado tanto que ha perdido totalmente el sentido original que se suponía que tenía. Ambos son referentes en un muy mal sentido, de división”, sostiene. 

Sin embargo, en los últimos años los jóvenes se han estado cuestionando esa dicotomía. “Yo crecí con esa idea de que Pinochet era el malo y que Allende era el bueno, pero tambien me empecé a dar cuenta que quizás Allende era bueno, pero que su partido tampoco era tan bueno”, relata Contreras. 

De acuerdo con él está Catalina Allende, quien afirma que “Pinochet no hizo el golpe solo, fue el tipo que pusieron al frente para resultara. (Salvador) Allende tenía buenas intenciones, pero no era un santo. Son figuras políticas complejas, porque Pinochet fue la marioneta de los intereses de la derecha y Allende estaba en un contexto muy tenso”.

La dictadura en redes sociales 

Para Catalina Allende, en estos nuevos espacios digitales que han tomado fuerza en los últimos años la ignorancia de la gente puede volverse risas y memes que hieren a grupos y se burlan de momentos de la historia bastante delicados. En esa línea, Bustos puntualiza que “las redes sociales pueden ser utilizadas para difundir discursos de odio. Y ojo, los discursos de odio no son solo de derecha, también de izquierda”.

Contreras afirma que la polarización que existe en redes sociales, en especial en Twitter, es principalmente “porque las personas no se dan el tiempo de investigar, de leer, de escuchar sobre todo. Siento que hay desinformación ahí, hay un tema de otredad”. 

Sin embargo, para Nicolás Madera hay otro fenómeno que estamos viviendo. “Ahora estamos en una etapa de reinterpretación del legado. No es casual que con el Movimiento de Acción Republicana ya exista una nueva contracorriente que intente reivindicar el golpe”, dice, mientras se acomoda en su silla.  

Han pasado casi treinta años desde que chilenos y chilenas recuperaron su derecho a elegir de forma democrática a sus representantes. Lamentablemente, esta transición fue condicionada por las reglas establecidas por la Junta Militar en la Constitución de 1980, el sistema binominal que existió hasta 2017, y la disposición que permitió que Pinochet fuera senador vitalicio de la República hasta su detención en Londres, en 1998.  

Existen sentimientos encontrados en las nuevas generaciones respecto al sistema que heredaron de la dictadura y que ha tenido mínimos cambios desde entonces. Un informe realizado por el Servicio Electoral de Chile (Servel) durante las últimas elecciones presidenciales en 2017, reveló que más del 60 % de las personas entre 20 a 25 años no sufragó, despertando críticas desde la política tradicional. 

Sin embargo, los jóvenes que están en ese rango de edad acusan que hubo muy poca atención a la educación cívica en las escuelas, donde ni siquiera era un ramo obligatorio. Por otra parte, apuntan como otra razón de la baja participación, a la opción del voto voluntario. 

“Siento que en Chile falta mucha educación cívica. Hay gente que ni siquiera sabe dónde tiene que votar, que no cacha el binominal o el sistema proporcional de ahora. Que todavía espera que pongan las palomitas colgando en todos los cables eléctricos, porque no cachan que las reglas cambiaron el 2016”, afirma Contreras. 

Bustos es más incisivo en el caso del voto, ya que siente que la gente no valora lo que costó conseguir el derecho y el deber de votar: “Si la gente supiera lo que cuesta votar en los países que están privados de ejercer sus derechos, como por ejemplo Venezuela o Cuba, o en Chile durante la década de los 70, se darían cuenta de que es algo preciado y vale la pena acercarse y hacerlo”, asegura.  

Mi 11 personal 

Hay palabras que se repiten en estas entrevistas: reflexión, recogimiento, disculpas. Ese es el tono que empapa una fecha cuyas sangrientas consecuencias aún acompañan diariamente a chilenos y chilenas, personas que perdieron a sus familiares y que siguen peleando por tener justicia. Casi medio siglo después, las nuevas generaciones toman lo que les han contado sus abuelos y padres, sus propias experiencias, y encuentran su lugar en el 11 de septiembre.

Catalina Allende recuerda que el año pasado tuvo que hacer una entrevista para su tesis de grado y pasó cerca de La Moneda, donde presenció a grupos de personas pasando por el palacio; llorando a sus seres queridos que ya no estaban y a las mujeres que bailan solas, una protesta muy común en honor a los detenidos desaparecidos. 

“Es un espacio de reflexión que debería darse más, porque en la medida en que se reflexiona sobre el pasado, no se repetirá en el futuro. No es un tema de caretas políticas”, afirma. 

Nicolás Madera dice que en su familia nuclear, sorprendentemente, la fecha no tiene la misma importancia que para sus tías, que hacen actos y memoriales. “Como mi familia siempre ha estado viviendo en varios lugares del país (como Copiapó), me sorprende sí que el 11 de septiembre no es lo mismo que cuando uno lo celebraba en la pobla en Pudahuel, donde se sentía la presencia”.

Maximiliano Bustos recuerda que hasta hace un tiempo en Melipilla, solo algunos partidos como la Democracia Cristiana o el Partido Socialista hacían homenajes en la Plaza de Armas de la ciudad. Con el paso de los años, dice, la gente ha tomado más conciencia de los crímenes ocurridos en la zona. 

Patricio Contreras reflexiona mientras ve las hojas caer por el campus: “Yo creo que es un día que uno tiene que sentarse a reflexionar y no ir a hueviar afuera. Pensar, mirar a tu familia, preguntarle a tu familia, hablar del tema. Cuando no se habla, la historia al final desaparece. Yo no quiero desaparezca este tema, porque es súper importante para la historia”.

 

 

 

 

Mariana Poblete

Periodista de la Universidad de Chile

Constanza Muñoz Flores

Periodista de la Universidad de Chile