A 46 años del golpe militar, la premio Nacional de Periodismo 2009 aborda las dificultades y los desafíos que enfrentaron ella y sus colegas para dar a conocer lo que pasaba en Chile. No solo los problemas para salir a la calle y poder ejercer la profesión. En esta entrevista, también habla de su paso por el centro de detención y torturas de calle José Domingo Cañas. 

 

Periodista de investigación egresada de la U. Católica, hoy profesora titular del ICEI de la U. de Chile, María Olivia Monckeberg recibió en 2009 el Premio Nacional de Periodismo. Comenzó en la profesión en Debate Universitario, revista de la UC creada por un grupo de periodistas jóvenes, ella incluida, que abordaba el acontecer nacional con una mirada estudiantil y docente.

El martes 11 de septiembre de 1973 estaba trabajando en Debate Universitario, la que no solo circulaba dentro de la UC, sino que también se vendía en kioscos. Enterada del bombardeo a La Moneda, la joven periodista y militante de la Democracia Cristiana, supo del silenciamiento de las radios de izquierda y de la clausura de la mayor parte de la prensa. Los espacios periodísticos se redujeron drásticamente.

Hoy cuenta que siempre le ha gustado el periodismo escrito y que en esos años las revistas eran el lugar que le permitía el ejercicio profesional. Así fue como, tres días después del “Once”, Monckeberg habló con Emilio Filippi, director de la revista Ercilla. Su exprofesor en la UC le había hecho en su momento una oferta laboral, que ella desechó por estar enfocada en Debate Universitario. Ahora aceptaba, si es que aún requerían sus servicios.  Y así fue: era reportera de Ercilla y una de sus primeras misiones fue ir al Estadio Nacional, convertido en campo de prisioneros.

Según recuerda, a ella, a unos corresponsales extranjeros y a una delegación del Colegio de Periodistas, los hicieron abordar en la Plaza de la Constitución un camión que los dejaría frente al estadio. Al llegar, una muchedumbre les gritaba números, direcciones y datos para que ellos, al salir, pudieran contarles a sus familiares que seguían con vida. En las puertas, la escena no era muy distinta: filas interminables de gente buscaba desesperadamente obtener información sobre sus seres queridos, presuntamente detenidos allí. Para la periodista, testigo directo, estas imágenes serían imborrables.

Días después, en un poco más de un párrafo y con un lenguaje muy formal, Ercilla informó de forma superficial la situación de los detenidos, dejando poco menos en claro que estaban en buenas condiciones y no había precariedad en el estadio. Asegura que “no podíamos escribir ni hacer una crónica con lo que habíamos visto” ya que la censura y el control de las FFAA se los iba a impedir.

Censura, clausuras, denuncia

En cuanto al control de las publicaciones por parte del régimen, la periodista cuenta que, terminada la edición de la revista, uno de los editores iba al Edificio Diego Portales –junto al actual GAM-, donde funcionaba la Junta de Gobierno. En los pisos superiores estaban las oficinas de los altos mandos militares, pero en este caso había que ir al primero, donde se revisaban los originales de Ercilla. Allí le tocó ir en una ocasión: tenía turno.

 

No solo la prensa fue intervenida. La televisión, nacida en las universidades, fue fuertemente censurada, en consonancia con la ocupación que vivían las casas de estudio de las que dependían tres de los cuatro canales que operaban por entonces. En ausencia de libertad para ejercer, muchos comunicadores que trabajaban en la TV y en las universidades fueron perseguidos por su militancia o inclinación política. En las radios no fue muy distinto.

Para Monckeberg, hacer periodismo desde medios contrarios a la dictadura, o que muy luego adoptaron esa posición, suponía estar en una batalla constante y asumir dos compromisos centrales: contar lo que sucedía de la forma más verídica posible, y defender los derechos humanos que estaban siendo atropellados. Así fue como conoció un centro de detención de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA).

El 11 de octubre de 1974 llegaron ocho personas a su domicilio en Vitacura. Iban vestidas de civil, pero usaban bototos. Con los años la periodista ha reconstruido que los militares estaban haciendo una redada en busca de integrantes del MIR, y llegaron a ella porque su nombre y número telefónico estaba en la libreta de contactos de su amiga desde la época escolar, Carmen Castillo, pareja de Miguel Enríquez, fundador y Secretario General del MIR. “Llegan a la casa y me preguntan, ‘¿usted es María Olivia Monckeberg?’, a lo que respondí que sí”, cuenta. “Ahí me dicen, ‘la tenemos que llevar a declarar’. Salgo, y había una camioneta Chevrolet, que fue en la que me llevaron, un Fiat y una Citroneta. Era como una delegación de autos”.

En el vehículo, la periodista tenía a su lado a una mujer y detrás, uniformados con sus armas: “Lo primero que hacen, ya en la esquina donde vivía, es vendarme los ojos con scotch. Así que traté de orientarme por dónde me llevaban gracias a la memoria, pero dieron tantas vueltas, que finalmente me desorienté”. Dice que en ese tiempo se sabía de las casas de detención de la DINA, pero que todo era muy vago. Tenían claro que había desaparecido gente, pero de eso no podía escribir: “Uno no tenía ninguna certeza. No podía asegurar que las cosas eran así, porque eran solo rumores”.

Mientras la transportaban, añade, “sentía entre angustia e inquietud, pero a la vez la sensación, que todavía recuerdo, de decir: bueno, esto será un reporteo. Vamos a ver qué hay”. Y continúa con el relato:

“Finalmente, llegamos a una casona, a la casa de José Domingo Cañas [1367], pero yo no tenía idea de dónde estaba. En el minuto en el que me bajaron, me sacaron el scotch de los ojos y me pusieron una venda. Luego, me amarraron las manos con cordel. Después, me llevaron contra una muralla en el estacionamiento y luego, donde recibían a los detenidos. Ahí me sacaron todas las cosas de la cartera y me increparon diciéndome, ‘estas revolucionarias de Vitacura son las peores’”.

Dice Monckeberg que trató de mostrar su credencial de Ercilla y que exigió que le dijeran por qué estaba allí. Pero su identificación no fue tomada en cuenta y a nadie le importó su profesión. Estuvo detenida toda la noche del 11 de octubre y parte del día siguiente. Su salida del centro de detención y tortura, fue gracias a las gestiones de Emilio Filippi, quien fue alertado por la llamada de una mujer que trabajaba en la casa de la periodista. Una reciente entrevista al general que dirigía el Banco Central, así como su condición de sobrina del médico Fernando Monckeberg, que al año siguiente fundaría de la Corporación para la Nutrición Infantil (Conin), evitaron, a su juicio, que engrosara la lista de detenidos desaparecidos. “Al día siguiente, me llamaron antes de lo esperado al interrogatorio”, recuerda. “Me sentaron en unas sillas espantosas. No había dormido nada. En el interrogatorio me pasaban y me pasaban imágenes para que reconociera gente. Menos mal que no reconocí a nadie”.

Finalizado el interrogatorio, dice la periodista que les exigió a los militares que la fuesen a dejar a su casa. No recuerda si al bajarse del auto, fue la misma mujer que se sentó a su lado el día anterior o si fue otra, quien le dijo: “Nunca se te vaya a ocurrir hablar de esto. Esto no existe”.

En la marcha “Somos más” en Carlos Antúnez con Providencia, octubre de 1985. El "guanaco" había pasado mojándolo todo.
En la marcha “Somos más” en Carlos Antúnez con Providencia, octubre de 1985. El “guanaco” había pasado mojándolo todo. Foto de archivo: Josefina Morandé.

“El daño y la violencia que se ejercía en ese lugar no era solo física, la psicológica también era muy fuerte”, comenta Monckeberg. “Recuerdo que una mujer, otra presa, me dijo, ‘sácate la venda’, y me muestra su cara: solo se veían llagas, llagas y llagas, heridas como marcas de plancha”. Para la profesional, esta detención no sólo fortaleció su compromiso con los DDHH, sino que le hizo comenzar a creer en todo lo que pasó.

Tras lo ocurrido, prosigue la autora de Crimen bajo estado de sitio, “fui a Ercilla, le conté lo sucedido a Filippi y, como era obvio, no podíamos escribir de eso en la revista”. Sin embargo, la publicación fue incorporando información que comenzó a molestar a los militares y a los partidarios del régimen. Por este motivo, empezó a bajar el avisaje y, en 1975, el grupo económico más poderoso de la época, los Cruzat-Larraín, compran Ercilla. Monckeberg califica el hecho de “impactante”: “Nos vendieron sin avisar y actuaron como patrones de fundo que compran con el sistema de inquilinaje, con todos los inquilinos dentro y con el ganado”. Para ella, la revista fue censurada, no literalmente, sino utilizando el formato de una venta.

Hoy y Mujeres por la Vida

Instantáneamente, gran parte del equipo renunció, pero los ánimos de seguir haciendo periodismo estaban. Ahí se presentó la idea de formar un nuevo medio: revista Hoy.

Para la creación de Hoy se contó con el apoyo de Radio Chilena, que prestó salas de reunión. A pesar de tener todos los ánimos y energías de seguir escribiendo, aún había un gran obstáculo que sortear: un nuevo artículo constitucional establecía que no se podían fundar nuevos medios sin la aprobación de los militares. Por ello, se comenzaron a juntar firmas y se organizaron importantes columnistas que previamente escribían para Ercilla, como un economista de la escuela de Chicago, que ayudaron a presionar para que se aprobara la iniciativa de lanzar la revista. Si bien tenían todo listo para iniciar en marzo de 1976, la espera de la aprobación llevó a que solo pudieran circular a partir de junio de ese año.

Pasado ya el tiempo en el que la periodista creía que aún la perseguían y vigilaban, cuenta que se fue adaptando a la situación. “Decidí no censurarme, a pesar de que la autocensura era demasiado potente en el Chile de los 80”. Comenta que los límites de ese tipo de censura pasaban por evitar que las cosas se contaran con un sentido crítico, más allá de contar la verdad. Incluso, esto limitaba los pasos que se daban para seguir reporteando.

En 1983, iniciadas las protestas nacionales contra la dictadura, y tras la muerte de Sebastián Acevedo, padre de dos jóvenes detenidos por la CNI que se prendió fuego en Concepción a modo de protesta, un grupo de mujeres de distintas áreas decidieron organizarse para luchar por los derechos humanos: “Mujeres por la vida” dejó claro en su manifiesto que es “Hoy y no mañana” el momento para enfrentar la dictadura.

“Muchas mujeres periodistas integramos el movimiento, la mayoría de nosotras militábamos en algún partido, porque lo sentíamos como parte del compromiso social” explica Monckeberg. Lo más interesante, es que la organización del movimiento fue exitosa, pese a no contar con facilidades como las de hoy.

Durante la dictadura, los periodistas tenían que resistir a las censuras y clausuras, pero podían tomar estas formas de silenciamiento como una oportunidad para redoblar sus esfuerzos y mostrar la verdad. Algo que también tenían que defender los comunicadores de la época era su credibilidad, ya que, si alguien de oposición o algún detenido decidía contar su historia, arriesgaba demasiado.

En cuanto a las nuevas generaciones, plantea la académica que el interés por la historia debe ser aprovechado por los jóvenes como una instancia para contar la verdad, a pesar de los años, ya que es historia viva. Para ella, “no es solo una cosa de memoria, sino que es una forma de entender lo que vivimos y ponerlo en perspectiva”. En esta línea, cree que muchos periodistas que se desarrollaron fuera del mundo político durante el periodo dictatorial no han sido reconocidos, y que sería “reinteresante” que alguien se detenga en los roles políticos y sociales de los periodistas de la época.

 

 

 

Danitza Jara

Estudiante de periodismo de la Universidad de Chile.