Oriundo de Concepción y egresado de Periodismo de la Universidad de Chile, el jefe del Archivo de Láminas y Estampas de la Biblioteca Nacional es a la gráfica chilena lo que Howard Carter a Tutankamón: un investigador minucioso y entregado.
Periodista, escritor, editor, investigador, gestor cultural, curador y especialista en ilustración, cofundador de Plop! Galería. Variados son los quehaceres de Claudio Aguilera Álvarez, jefe del Archivo de Láminas y Estampas de la Biblioteca Nacional, y todos convergen en la promoción y la conversación del arte chileno. En particular, de la ilustración en sus distintas formas.
Su inmersión en estos mundos se remonta a sus tiempos de universitario. Mientras cursaba Periodismo en la U. de Chile, en la segunda mitad de los ’90, se interesó en el área cultural. Tomaba los ramos de arte y cine, inclinándose también por la literatura. Tras graduarse, entró a trabajar en Cultura de La Tercera para cubrir esos temas que llamaban su atención.
Pero no estaba totalmente convencido: en 2002, partió a Reims, Francia, para estudiar Historia del Arte. Allá comprendió, según relata, la importancia de la gráfica, de la investigación y del desarrollo de la ilustración en los libros. A su regreso, en 2004, volvió a los medios y entró en la Biblioteca Nacional para trabajar como gestor cultural. También inició, años después, un oficio de curador (el encargado de preservar los objetos de una o varias colecciones), ahora rodeado de una familia con la que comparte su amor por las artes gráficas: su hermana, su cuñado y su pareja, futuros fundadores de Plop! Galería.
Pero, ¿qué significa la ilustración para uno de sus principales promotores en Chile? Es un arte, plantea, que “cuenta una historia”, que está “ligado a una forma de relatar. Pertenece a la gente que no sabe leer, que no tiene los medios, que con un lápiz puede encontrar una forma de expresión. Está en todos lados: en la portada de un libro, dentro de un libro, en un tazón, en un cuadro, en distintos espacios. La ilustración todavía tiene esa vocación de contarle algo a alguien”. Lo más importante, dice, es que “se le considere una expresión artística”.
Aguilera cuenta que sus lazos con la ilustración son parte del “devenir de su carrera”. Son tan fuertes, agrega, que su propia infancia está ilustrada: en el libro Hermanos, Claudio y Patricia Aguilera relatan su vida de niños en Concepción, al cuidado de una madre preocupada y amorosa. Como él no es ilustrador, pero su hermana sí, ella se encargó de dibujar los collages.
La faceta creativa de Claudio está en las letras. Ha escrito tres libros para público infantil, además de Hermanos: Peumancura (2015), Ahí (2016) y La Cabeza de Elena (2017). Este último, que trata de la soledad y el abandono de los niños por parte de sus padres que emigran, ganó el Premio Municipal de Literatura de Santiago. Al recibir el reconocimiento, Aguilera manifestó su deseo de crear libros infantiles de lectura grupal, así como su necesidad de hacer “narraciones pensadas en el conjunto de los niños”, que les ayuden a conversar sobre determinados temas.
El boom y la nada
Los últimos diez años han sido de gran crecimiento para la ilustración chilena y para Claudio Aguilera. Del área de gestión cultural de la Biblioteca Nacional, donde organizaba y dirigió charlas, pasó, en 2017, a su propio departamento de investigación: el Archivo de Láminas y Estampas.
Respecto del auge de la gráfica nacional, dice que le preocupa que “después de toda esta efervescencia vaya a quedar algo, porque hemos vivido períodos en que la ilustración ha tenido un gran impacto, pero después desaparece. Lo que quiero es que se consolide la ilustración chilena, para que no vuelva a desaparecer”. Se refiere al período de florecimiento de la historieta y de la revista nacionales, entre los años ’50 e inicios de los ’70, que terminaron en crisis editoriales y económicas.
Esta visión del pasado lo obliga plantearse desde otra semántica para tratar el resurgimiento contemporáneo de la ilustración. “Se habló mucho en la prensa, y nunca me gustó, de un boom en la ilustración. Siempre me opuse a eso, porque el boom es algo que explota, y luego no queda nada”.
Hay firmeza en la voz, seguridad en la expresión y manejo de un lenguaje propio, acaso como respuesta a entrevistadores que no saben mucho del tema que lo apasiona. Quizás este desconocimiento lo motiva a reabrir los debates sobre el arte popular en el país, siempre a través de la muestra, del libro y de la galería. También, a sostener una dialéctica entre la popularidad y el desprecio que sufren las artes gráficas, así como de sus artistas, dependientes de la volatilidad del mercado.
Aunque percibe que “la ilustración es hoy muy popular”, Aguilera estima que “la gente no la estudia, no la investiga y no va más allá”. En este sentido, ve su trabajo con Plop! y otras instancias como una forma de decirle a la gente, “hay más de lo que tú crees que hay, y esto tiene un carga. Si quieres pensar, o reflexionar, o ir un poco más allá con estos temas, hay también una oferta importante”.
Todo termina con un Plop!
Plop! Galería, ubicada en Merced 349, barrio Lastarria, hoy luce lúgubre. La vitrina, lejos de su brillo original, no exhibe ya postales, afiches ni libros: solo el cartel de una corredora de propiedades que informa a los transeúntes que el lugar se arrienda. Pero no siempre fue así.
Aguilera recuerda los comienzos de la galería, en 2010, como el resultado del esfuerzo propio y el de sus cercanos: su hermana Patricia y su cuñado, Fito Holloway, ambos ilustradores, además de su pareja, María Isabel Molina, periodista y curadora de arte, como él. “Plop! siempre ha sido un grupo” comenta. Una especie de sueño colectivo, un “devenir de los cuatro” para formar la galería”. Aunque los primeros años fueron buenos (“desde el principio tuvimos mucho apoyo de los ilustradores y la gente”), no estaban listos para asumir el control de algo que con el tiempo se hizo tan grande. Después de todo, la primera galería chilena de ilustración, historieta y gráfica no se inaugura dos veces.
¿Por qué cerró? Aguilera contesta con seguridad y calma: “Nunca pensamos que íbamos a crecer tanto, que íbamos a durar 10 años. Y eso también significó muchos desafíos, porque nos dimos cuenta de que era un empresa, de que teníamos que contratar gente, pagar impuestos y facturas, y lidiar con los robos”. Y luego, con un tono sereno pero más sombrío, sentencia: “No somos empresarios, éramos gente que quería hacer un espacio que nos gustaba, con libros y buena onda. Pero ahí te das cuenta de que no basta la buena onda para hacer un negocio”.
Para Aguilera fue central alentar a los ilustradores chilenos a creerse el cuento, a tomar sus obras y ponerles precio; enseñarles a valorar su propio trabajo y crear una comunidad artística en un período de resurgimiento. Finalmente, era darle autonomía al ilustrador para hacer su trabajo. En ese sentido, logró su objetivo: el modelo de Plop! se replicó en la gráfica nacional. Irónicamente, crearon un mundo de nuevos competidores que llevaron a la galería a cesar sus operaciones.
“El final de Plop! marca el fin de una época donde todo estaba bien con la ilustración chilena”, dice Aguilera, sumergiéndose otra vez en la triste dialéctica del arte en Chile. Probablemente, no se aleja de la realidad: el mercado nacional es pequeño, lo que empuja a los ilustradores a vender su trabajo en cualquier lado, a hacer talleres, a salir del país para buscar apoyo editorial y evitar la cesantía.
Tras las huellas de los ilustradores
El reciente trabajo de Aguilera en el Archivo de Láminas y Estampas lo ha llevado a mostrar la ilustración chilena en festivales internacionales. A promover, como lo ha hecho desde hace una década, al artista nacional para que no muera lo que considera “la tradición chilena”. La idea es “volver a decirle al público chileno e internacional: siempre hemos tenido historieta, siempre hemos tenido ilustración en Chile”.
Por ello, en abril, viajó a la Feria del Libro de Bolonia (Italia) con una exposición dedicada a Elena Poirier, ilustradora chilena que trabajó en El Peneca, Simbad y otras revistas, y que en los años ’50 se mudó a Europa e hizo carrera en Italia. En su investigación, Aguilera descubrió que “los italianos no sabían que era chilena, y los chilenos no sabían que había tenido una carrera tan importante en Europa”. La idea es “rescatar esas figuras y nombres para decir, ‘existe la ilustración chilena, ha existido y ojalá siga existiendo’”.
De vuelta en la Biblioteca Nacional, se dedicó a la curatoria de la exposición “Las Vidas de Condorito”, que desde el 8 este mes conmemora los 70 años del personaje creado por Pepo. Cabe destacar que Aguilera, además de curador, estará oficiando como guía hoy y el próximo miércoles.
Pensando en el futuro, el Jefe del Archivo de Láminas y Estampas manifiesta un deseo: “Seguir reflexionando sobre estos temas, a reeditar autores, a rescatar a los artistas que se han ido olvidando, ser una especie de detective de la ilustración, es algo que me interesa mucho: encontrar los nombres, los lugares donde publicaron”.
La idea, concluye, es volver a ese rol social que la ilustración siempre ha tenido. Hay que recuperar la ilustración, piensa, “con un discurso, con una ideología, con ganas de hacer cosas por los demás. Una ilustración de todos y para todos”.
Felipe Arancibia
Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile