Si mencionamos a Ann Peña, ¿su nombre le suena? Probablemente, no, pero es una de las tantas mujeres que después de vivir una temporada tras las rejas, intentan buscar una nueva ruta y, en vez de ventanas de salida, encuentran portazos. Tiene 31 años y a los 19 se sumergió en el mundo del narcotráfico. Pasó dos años presa, pero dice que eso no fue lo más difícil, sino reinsertarse y buscar trabajo. Descubrió que la autogestión era el camino para no ser objetada por venir de la cárcel, y en ese camino descubrió sus propios talentos y también el feminismo. Ahora, espera ayudar a otras mujeres que han estado presas con una cooperativa de trabajo social llamada Manos Libres.

 

Son las once de la mañana de un sábado. En la junta de vecinos número cinco de la población Jaime Eyzaguirre, en Macul, se reúne parte de la Coordinadora Feminista 8M y la Articulación Feminista Zona Oriente. Entre ellas, está Ann Peña. Conoce solo a algunas de sus compañeras porque se ha integrado recientemente a la coordinadora. Ella quiere representar a las mujeres “que vienen saliendo de un proceso donde hay precarización post cárcel”, dice.

Ann estudiaba Educación Parvularia en el Instituto Profesional Los Leones cuando conoció el narcotráfico. Fue detenida a los 21 años. Duró alrededor de dos años en ese mundo, viviendo a expensas de la droga. Admite que en ese tiempo justificaba el tráfico diciendo: “Si el hueón viene a comprar, no es que uno le ponga la pistola al hueón pa’ que compre”. Pero su pensamiento ha cambiado mucho desde entonces.

Han pasado diez años desde su detención en 2009. Estuvo dos en la cárcel, entre San Joaquín y San Miguel, antes de su sentencia. Se declaró culpable y por ser primeriza le dieron cinco de libertad vigilada, con firma semanal, arraigo nacional e internacional y una multa de 30 UTM.

 

Luego de salir de la cárcel, ¿con qué problemas te encontraste?

Después de la cárcel busqué trabajo y no conseguí, porque tenía el problema de los antecedentes, así que era cero la posibilidad. Luego de 3 meses, busqué trabajo haciendo aseo en el Costanera Center, que igual fue súper relevante. Después de haber llevado una vida de mucha plata, mucho lujo, de que me iba a pasear por los malls y todo eso, empezar a hacer el aseo en el lugar donde en algún momento tú ibas a disfrutar, igual es distinto. Eso me generó guerras internas, en las que todos los días tenía que decir “quiero cambiar, quiero cambiar, no quiero volver a hacer lo mismo”, pero que igual me costó.

 

¿Y ahora sigues trabajando ahí?

No, después de hacer aseo me puse a trabajar en una panadería por una situación que me pasó en uno de los baños dentro del Costanera Center. Después, trabajé en una ortopedia, que me llevó a estar en el Alto las Condes y Costanera Center, hasta que un día equis uno de mis jefes me dice: ‘Ann por qué no te vas a trabajar al mall de Maipú, que te queda más cerca de tu casa’ y acepté. Allá me encontré con una chica que había estado detenida conmigo, y me dice: ‘Yo sabía que tú no eras pal’ mundo de la cárcel. Sabía que ibas a cambiar tu vida en algún momento’. Ese encuentro, llevó a que pasaran dos días y a mí me despidieran.

 

¿Qué hiciste después de esa situación?

De ahí en adelante empecé a buscar empleos temporales. Me fui a trabajar a Lo Valledor, trabajé un año y medio vendiendo desayunos desde muy temprano en la mañana. Después quedé embarazada de mi hijo, Cristóbal, que tiene dos años. Ha sido una lucha constante de seguir viviendo. A una persona que ha estado presa, si le preguntan ‘en qué has trabajado y que has hecho antes’, a veces no tiene respuesta. Entonces, decidí autogestionarme para poder vivir.

 

EL PROCESO

En el año 2009, la Fiscalía pidió 48 años de cárcel para Ann Peña por los delitos de narcotráfico, tráfico, lavado de dinero, asociación ilícita y porte ilegal de armas. Pero los 18 meses que duró el proceso, le sirvieron a ella para reducir esos años a dos. Su familia contrató a un abogado particular y, de paso, ella comenzó a aprender de leyes. “Empecé a leerme el Código Civil, a ver la Ley N° 20.000 en su totalidad. También, me asesoré con otra presa, muy antigua, que sabía de robo, de tráfico y que se sabe las leyes casi al revés y al derecho. Entonces, ella me asesoraba y me decía ‘Ann no, no des declaraciones’, ‘Ann, no hables’, ‘Ann, espera que todos hablen y cuando terminen de hablar, cuando todos declaren y todos digan todo, ahí tu decídete a hablar, a armar tu cuento’. Porque en realidad si no armas tu cuento, todos hablan por ti”.

 

Durante el tiempo que estuviste en la cárcel, ¿qué viste?

De todo. Vi abusos, corrupción, amor, odio y paz, que de repente es ¿cómo vas a ver paz en alguien en una cárcel?, pero hay personas que prefieren vivir estando presas que vivir en la calle, ya que en la calle no tienen nada. No tienen dónde vivir, dónde dormir, no tienen familia, ni amigos; en cambio dentro de la cárcel ellas viven netamente muy bien. Pero también vi abusos, muchos abusos. Porque hay abusos en todo. Creo que hasta las mismas gendarmes están más presas que las presas, empezando por ese lado. Además, está el tema del abuso de poder, abusos desde las mismas presas hacia otras presas que no tienen un sostén económico desde la calle hacia dentro de la cárcel. Y dentro de la cárcel pasa de todo…

 

Es un mundo propio.

Es un mundo que no sé. Si hay mujeres que sostienen una relación con alguien, pueden postular a que sus maridos las vayan a ver. Da lo mismo si su marido está en la cárcel o en la calle, se da esa posibilidad. Hay venusterios entre hombres y mujeres; se pueden reunir y así como te puede ir a ver tu marido, tú también lo puedes ir a ver si está detenido. Entonces, si te pones a ver también, de repente creo que la cárcel es casi como un reality, porque hay de todo.

 

Con este último hallazgo de las celdas de lujo en cárceles de hombres, ¿viste algo así dentro de la cárcel de mujeres?

No vi celdas de lujo, pero sí viví muchas comodidades dentro de la cárcel. Cuando recién llegué, nosotras vivíamos en un subterráneo en San Joaquín, donde hay cuatro habitaciones. Esas habitaciones eran bien feas y dejaban harto qué desear por cómo estaban ambientadas. Por eso, nosotras nos agrupamos y nos articulamos para poder hacer el lugar un poco más ameno, más acogedor, más limpio, por la vida cotidiana que llevábamos dentro de él. Vendíamos sopaipillas, papas fritas, empanadas, hacíamos rifas y así fuimos cambiando esa parte, pero en realidad no eran celdas de lujo, sino que era para vivir más confortables.

Para Ann, salir de la cárcel  fue fácil. El mundo que la esperaba afuera, no tanto. Cuando encontró un trabajo estable, el estigma de haber estado presa hizo que la despidieran y la reinserción social se demoró mucho más de lo que debía. “Hace un año y medio, decidí limpiar los papeles por completo. Entonces, sabía que había terminado mi condena. Había firmado por cinco años y quería hacer válido mi voto. Ahí es cuando me dijeron: ‘Lo que pasa es que usted estuvo detenida y cuando salió, le pidieron pagar 100 UTM’”.

Explica que en un principio, la Fiscalía había exigido pagar 100 UTM a cada persona de la asociación ilícita a la que pertenecía. En un proceso común, esas UTM bajaron a la mitad y posteriormente, ella solicitó la rebaja a 30. Se la concedieron. Durante los cinco años que estuvo firmando, como parte de su condena, pagó las UTM correspondientes. “Después de haber cumplido todo, me dijeron que, por haber tenido abogado particular, no te pueden hacer rebaja de las UTM”, se queja.

Ann fue a tribunales a explicar que ella ya había pagado su deuda con la sociedad, pero le dijeron que debía cancelar las 20 UTM restantes inmediatamente o se iba detenida. Con un hijo de apenas unos meses y sin el dinero que le pedían, ella no podía volver a la cárcel, por lo que preguntó por otra opción. Le dijeron que debía hacer trabajo comunitario. “Fue ahí donde inicié el segundo proceso de la reinserción”, cuenta.

 

UN MUNDO NUEVO

En el trabajo comunitario, Ann encontró un refugio. Por primera vez, le dieron el apoyo que necesitaba después de haber salido de la cárcel. Conoció el feminismo, el activismo y la autogestión, además de darse cuenta de que podía ayudar a otras mujeres que pasaron por lo mismo.

 

¿Dónde fuiste a hacer el trabajo comunitario?

Empecé a ir al Hogar de Cristo, una vez a la semana, a la parte de la hospedería de mujeres. Ahí, Maribel Mendoza, una chica que trabajaba en el hogar me dice: ‘Acá en Estación Central, que es tu comuna, hay una red de apoyo que se llama Mi siguiente estación. Me presenté y me hicieron la guía de acompañamiento, desde el abogado, la psicóloga y todo. Ahí conocí a Fabiola Cofián, que me hizo la unión con la Fundación Maipo, donde conocí a la ONG Andalién.

 

¿Ellos te ayudaron?

Ellos hicieron un programa que es netamente mentoría, desde una persona que ya ha estado presa a otra, porque pensaron que realmente hay personas que quieren salir de la cárcel a cambiar su vida, y no a seguir en el mismo círculo. Ese programa duró 3 meses. Después de esos 3 meses, fue que llegué al feminismo y a 8M.

 

¿Tu propuesta es hacer una cooperativa de mujeres?

Está en formación, porque igual tampoco puedes llegar y pararte frente a otra y decirle “pucha, sé lo que estás pasando, sé que estás pasando hambre, sé que tienes que pagar UTM para no irte presa, sé que tienes que estar con tu hijo, sé que no encuentras pega, pero no es mucho lo que te puedo ayudar”. Por eso, queremos transformar esto y consolidarlo en algo concreto. Algo que sea: nosotras estamos cosiendo y vamos a vender esto y de aquí vamos a hacerte un sueldo o de aquí vamos a vender pan y hacerte un sueldo, pero generar algo para el cotidiano, para que las chiquillas si puedan seguir viviendo dentro de toda la precarización que hay en el sistema.

 

¿La idea es juntar fondos?, ¿hacer una fundación?

La idea es hacer una cooperativa de trabajo social en la que todas trabajen por lo mismo. Si hay una psicóloga, que la psicóloga tenga el mismo sueldo de la que venda el pan. Que la que venda el pan tenga el mismo sueldo de la que lo va a hacer. Y que ésta tenga el mismo sueldo de la que va a limpiar el baño. Un trabajo colectivo y cooperativo, que sea todas por igual. Si a las finales todas podemos trabajar las mismas horas y haciendo lo que cada una sienta que puede hacer y que sea valorado de la misma forma. No todas tenemos las mismas capacidades, pero podemos tener las mismas ganas.

 

¿Y cuál es tu proyecto más personal?

Ahora estoy con 8M, con la cooperativa de mujeres “Manos Libres”, vendiendo calzones rotos en la mañana afuera del metro, que también así y todo tengo que salir arrancando de los pacos. Los días miércoles, jueves, sábado y domingo trabajo en las ferias libres con mi papá y ese es mi trabajo. El autogestionar para poder hacer mis cosas y no tener que ponerle la cara a nadie y decir, “ah es que yo estuve presa, ¿Me puedes dar una oportunidad?”. En realidad, buscando las oportunidades personales, porque la mayoría de la gente cree que el ayudar al otro es casi por lástima y eso no va mucho conmigo. Porque tengo ene capacidades, así como pude ser narcotraficante, pude ir a limpiar un baño. Así que ahora nada me detiene.

 

¿Nunca pensaste, después de toda esta vuelta, volver a estudiar?

No lo haría, no porque no me sienta capaz. Sino que después de miles de psicólogos, talleres, coach, feminismo, cárcel, ser mamá, ser hija, me siento súper convencida de que hoy hago lo que amo. Tengo un lema: “en mi vida he hecho lo que he querido, pero hoy día hago lo que amo”. De repente, me gano veinte o treinta ‘lucas’ que me sirven para poder pagar la luz y el agua, y después tengo que andar inventando miles de ‘hueás’ para poder seguir en el cotidiano, pero eso me hace feliz. Estoy tranquila, duermo bien en mi casa, nadie me huevea, puedo ser parte de mi militancia feminista, de querer ayudar a otra mina que esté presa. Tengo el tiempo para mi hijo, para mi papá, para mi casa y aunque siempre ando corriendo de aquí para allá, lo puedo hacer y hago cosas que me hacen feliz.

 

 

Belén Riquelme

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile