Cada vez hay más mujeres aprendiendo a mover el trasero. ¿Qué las motiva a participar y combatir los prejuicios de un baile que para muchos es muy sexualizado? La autora de este relato se pregunta qué atrae a cientos de interesadas en tomar clases de twerk, a pesar de los prejuicios.
En la sala, junto a mí, hay 48 mujeres reunidas con un solo objetivo: aprender a mover el poto.
Poto grande, poto chico, poto flácido o durito, la variedad de formas y tamaños no impide ni merma la motivación de las mujeres por comenzar la clase de “iniciación al twerk”, que promete enseñar, al ritmo de la música, técnicas y movimientos de pelvis y caderas para que tu culito rebote como gelatina.
En la sala de HoopsStudio, muy cerca del Metro Grecia, se percibe un ambiente de emoción e incertidumbre. En un rápido escaneo del lugar se puede notar quiénes llevan más tiempo en la práctica y quiénes son las principiantes. Me veo reflejada en el espejo que ocupa la pared frontal de la sala y, tratando de no parecer nerviosa, hago un nudo en mi polera para mostrar un poco más de piel, poniéndome a tono con las otras chicas, que llevan short o tan solo un calzón que cubre lo estrictamente necesario. Algunas agitan sus nalgas con anticipación, hacen el “tiritón” mientras graban videos para sus redes sociales. Otras, más tímidas o nuevas, evitan las miradas y calman su respiración para adentrarse en lo desconocido: aprender a twerkear, el arte de mover el culo.
Probablemente, los argentinos de Illya Kuryaki & The Valderramas no imaginaron que su canción que llamaba a “mover el culo” mientras un enano bailaba hip-hop (Coolo, 1999) terminaría por plasmar en los millennials un imaginario que hoy se puede reducir a un concepto: twerk. El baile, que une los verbos twist (rotar) y jerk (sacudir), nace a fines de los 80 en Estados Unidos, impulsado por afroamericanos. Años más tarde, se transformó en una expresión de la cultura inmigrante negra y latina residente en el país.
Usualmente vinculado a lo marginal, lo sexual y lo exótico, el baile carga un estigma que le ha costado quitarse. Así y todo, retomó su popularidad en 2013, con la criticada performance de Miley Cyrus en los Video Music Awards, donde sacude y frota su trasero contra la pelvis de Robin Thicke mientras luce un traje de dos piezas del color de su piel, en un intento por mostrar su faceta rebelde y quitarse la imagen de “niña buena”.
Al buscar twerk en YouTube, asoman cerca de 24.900.000 videos: desde tutoriales para aprender a bailarlo, hasta videos de celebridades como Beyoncé, Nicki Minaj, Rihanna y Cardi B, que se animan a mostrar sus habilidades con la retaguardia. Pero, ¿qué causa tanta popularidad?
Araceli Pizarro (25) me dice que lleva cinco meses asistiendo regularmente a HoopsStudio, pagando una suscripción mensual que le permite ir todas las veces que quiera. Cuando le pregunto por qué se decidió por el twerk, cuenta que tiene dos versiones, una pública y una privada. “¿La verdad? ¿La historia real? Porque terminé una relación súper larga y quería sentirme bien conmigo misma otra vez. ¿La historia de afuera? Para aprender y probar algo nuevo”, explica, con un atisbo de vergüenza. “Me ayudó mucho con mi autoestima y te sacas un montón de prejuicios, porque antes de bailar venía con muchos prejuicios. Era de esas minas que decía, ‘cómo muestran tanto’, y me vieras ahora: bailo con un short diminuto”, dice entre risas, antes de iniciar la clase.
Por mi parte, nunca antes me atreví a mover las nalgas. Mi habilidad en el baile no pasa de un par de canciones en la disco con amigos, o mientras estoy sola en mi pieza. Pero cuando la profesora de calzas neón se ubicó en medio de la sala, escondí mi nerviosismo y seguí las instrucciones. Posición de sentadilla, culo suelto atrás y movimientos de arriba a abajo con la cadera. Al ritmo de King Daddy, de Daddy Yankee, podía sentir la grasa de mis piernas rebotando, las papas fritas que me había comido un rato antes aportando su cuota de grasa saturada para hacer vibrar mi culo en un movimiento que se creaba casi solo. Cuando mi cadera bajaba mientras el Big Boss gritaba en su canción que, si quería mambo, “lo soltara y azotara”, yo le hacía caso.
De todas las edades
El twerk se baila sola. Es tu trasero rebotando arriba y abajo al ritmo de la música. Es tu cara roja por el esfuerzo. Son tus piernas temblando por mantener tanto rato la posición de sentadilla. Es esa gota de sudor cayendo entre tus tetas. Pero también son risas colectivas de alegría, jadeos marcados por el esfuerzo y caras concentradas en memorizar la coreografía y así sacar un paso.
En la clase hay mujeres y niñas de todas las edades. Una pequeña de siete años se ubica en la primera fila y baila, mientras su mamá la mira orgullosa desde la esquina del salón. Al terminar la clase, la madre me dice que a pesar de que sus padres se oponían a la idea, ella trae de todas maneras a su hija, porque estaba libre de prejuicios. “Mientras a ella le guste, la voy a traer. A mi hija mayor le gusta bailar folclor y a la menor esto, así que la traigo sin problemas”, cuenta, mientras la niña nos mira conversar.
La instructora Catalina Ayala , más conocida como Cata Sutta, enseña hace tres años en otro estudio, y para ella el twerk es un acto de empoderamiento feminista. “¿Por qué me gusta tanto bailar twerk? Porque te sientes libre, conoces tu cuerpo de otra manera, mueves el culo como quieres, luego no te importa nada: solo quieres mover las caderas al ritmo de la música, mover esa parte del cuerpo que todo el mundo ama ver en la TV y en las porno. Pero que te vean feliz, moviendo el culo para ti, es inmoral”, ironiza en su cuenta de Facebook. “Entonces, el twerk es un acto feminista”, remata, como en un manifiesto político.
Ahí entiendes dónde nace la popularidad del baile entre las mujeres. Notas que te apropias de un cuerpo cosificado y sexualizado por la sociedad, para disfrutarlo a tu gusto y moverlo de la manera que desees. Comprendes que no hay estándares de vestimenta o contextura. Te das cuenta de que estás en un ambiente seguro y lo único que importa eres tú y tu poto. Sobre todo, tu poto.
Comienzas a cuestionarte varias cosas: ¿Por qué cuando nos va bien decimos que nos fue “la raja” y cuando nos va mal que nos fue “como el culo”? ¿Por qué algo tan corriente como el poto se vuelve tan escandaloso cuando una mujer decide moverlo como quiere?
Por mi parte, si me preguntan cómo lo pasé en mis clases de twerk, me siento en el pleno derecho de decir: la raja.
Constanza Aguilar
Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile