Desde los años ochenta, el hip-hop ha venido consolidado su lugar entre las culturas urbanas del planeta. Movimiento musical y estilo de vida, entró a Chile gracias a dos bailarines dominicanos que hicieron movimientos robóticos en Sábados Gigantes. Años más tarde nacerían Los Panteras Negras, La Pozze Latina y De Kiruza. La presente investigación está extraída de la memoria de título del periodista Javier Pérez Soto.
En el Chile de los ochenta se reaviva el descontento en las calles. Ante la crisis económica, la Coordinadora Nacional Sindical y la Confederación de Trabajadores del Cobre convocan en mayo de 1983 a la primera protesta nacional. El tejido social, fortalecido en tiempos adversos, posibilita la cohesión y la participación. “La movilización de los pobladores fue mayor que la de las clase obrera y campesina, lo que desconcertó a los teóricos tradicionales y provocó la aparición del concepto del nuevo movimiento social”, plantean Julio Pinto y Gabriel Salazar.
A los jóvenes que sostienen las jornadas de protesta se les identifica como jóvenes urbanos populares, para diferenciarlos de universitarios y militantes. Ellos provocan los apagones en las calles y montan las barricadas sin tener, necesariamente, una perspectiva política. Esta fuerza popular, dormida durante los primeros años de la dictadura, da sus primeras señales de actividad.
En ese contexto, el descubrimiento del hip-hop -como baile primero, como movimiento después- posibilitará a los jóvenes pobladores construir un territorio que definirá sus propios códigos de convivencia. Tras el éxito de Rapper’s delight (The Sugarhill Gang, 1979), el hip-hop ya no es popular solamente en el Bronx. A principios de los ochenta, agrupaciones como Whodini y Run-DMC traspasan los límites de Nueva York, vendiendo discos y realizando conciertos en el extranjero, mientras en Chile aún no se vislumbraba el desarrollo de este fenómeno. Hasta que llegó al cine: a partir de 1983, esta cultura urbana comienza a retratarse en películas como en Flashdance -donde se muestra a un niño bailando break– y Wild style, primer filme enfocado en el hip-hop. Al año siguiente se estrenan Beat Street y Breakin’.
La primera interacción masiva que tendrá Chile con el hip-hop será en 1984, a través de Sábados Gigantes (Canal 13, UC-TV), el programa televisivo más visto del país. Don Francisco presenta entre sus novedades un particular baile, el rapdance. Al ritmo de Blue Monday, de la banda británica New Order (cultores por entonces de un tecno-pop sin nexos con el hip-hop), dos dominicanos de nombres Pavón y Clemente, se deslizaban semana a semana por el escenario, sin levantar los pies del suelo, moviendo hombros y brazos como si fueran máquinas programadas para el ritmo. La dupla fue un hito para los futuros breakers. “Yo entré al breakdance como entró toda la gente en Chile”, recuerda Eduardo Miranda: “Cuando los vi bailar era una hueá como que se me pararon los pelos. No cachaba lo que era. Me llamó la atención porque eran pasos como robot. Con los amigos del barrio, en Lo Prado, nos empezamos a juntar en Las Rejas con San Pablo y nos poníamos a bailar. Un poquito antes ya había una onda parecida por Michael Jackson, que en ese tiempo ya hacía pasos como de breakdance”. Miranda integraría más tarde Los Marginales, una de las agrupaciones pioneras del hip-hop en Chile.
Tras Sábados Gigantes, otros programas explotan la moda del rapdance, tales como el espacio de videoclips Magnetoscopio Musical y el Festival de la Una (ambos de Canal 7, TVN). Y en 1986, a dos años de su estreno, TVN exhibe Beat Street en su programación de cine nocturno de viernes. Lalo Meneses, líder de los Panteras Negras, recuerda en una entrevista del programa Doremix: “En ese tiempo en las poblaciones hubo una fiebre por el baile. Durante la dictadura lo que más se fomentaba eran los concursos de baile. Tenías una cultura en que no se hablaba, porque obviamente a la dictadura no le interesaba, pero sí le daba lo mismo el baile”. Miranda, también conocido como Lalo Marginal, recuerda su propia experiencia: “La película mostraba la onda más real del breakdance y un poco lo que significaba el hip-hop. En ese tiempo no cachábamos mucho. Éramos bailarines, nada más”.
Luego de ver Beat Street, Lalo Meneses, quien por entonces también bailaba rapdance en la Población Huamachuco, de Renca, se entera de que en Santiago comienza a articularse una comunidad juvenil con intereses como los suyos. Al otro día, cuenta, “recuerdo haber visto una noticia en La Tercera donde aparecían unos cabros bailando en el centro. Decía: ‘Los breakers de Santiago desafían a todos sus pares a juntarse en Bombero Ossa a mostrar sus mejores pasos’. Nosotros nunca habíamos ido al centro, si éramos súper huasos. Leímos la hueá, y fuimos”. Ya en el lugar, “había un grupo de cabros. Los saludamos y les dijimos que veníamos de Renca. Nos preguntaron, ¿y bailan? Nosotros dijimos, ¡sí, poh!, y empezamos”. Por su lado, Miranda, de Los Marginales, también da con el grupo, por entonces reducido: “Un día nos llegó la noticia que había gente que se juntaba en el centro. Luego de eso no paré de ir como en cinco años seguidos. Iba todos los sábados a Bombero Ossa. Llegaban cabros de todos lados, de todas las comunas. Fue la cuna del movimiento”.
Si bien el punto de encuentro era el pleno centro de Santiago, los jóvenes provenían de la periferia. O así lo recuerda Meneses: “El hip hop no se hizo popular en La Dehesa, Las Condes o Providencia. Llegó a la gente que tenía pisos de tierra, que vivían a lo mejor en dos piezas toda la familia, donde los cabros chicos corrían a pata pelá. Llegó donde había más pobreza. Inicialmente, en mi experiencia al menos, en Bombero Ossa todos los breakers eran de barrio, de distintos guetos: La Granja, La Pintana, Pudahuel, La Huamachuco, La Pincoya. En otros países pasó lo mismo. Se desarrolló donde estaban las condiciones más charchas para vivir (…) Caló en ese pueblo al que le gustaba bailar rocanrol, cumbia, la hueá que fuera. Ese pueblo se metió a bailar breakdance”.
La calle es el espacio que les permite compartir e intercambiar. Meneses recuerda en su libro Reyes de la jungla a uno de estos personajes: su amigo Claudio Araya. “Un hombre como diez años mayor que yo al que conocí en Bombero Ossa. Era un breaker de la Quinta Región que vivía en el cerro Forestal de Viña del Mar. Tenía una colección musical tremenda y conocía la historia de cada vinilo. Era un hombre politizado, súper informado (…) sabía un poco de inglés, lo que le permitía ir cachando el contenido político de las canciones”.
Otro personaje clave en la formación de los jóvenes de Bombero Ossa es Jimmy Fernández. “El Panameño” hará muchas veces hará de profesor entre sus pares. Tras una adolescencia en el exterior, Fernández forma parte de una generación de familias que volvieron al país hacia fines de los ochenta. Los años que vivió fuera -primero en Panamá y luego en Italia-, le sirvieron para conocer en profundidad el movimiento hip-hop, siendo un entendido en su estética, su música y su filosofía.
En 1982, Fernández ingresa a un internado panameño, poco después de llegado al país. Con 12 años, se empieza a formar en una tradición afrocaribeña, particularmente por la orientación adventista de la institución y su nexo con la música góspel. A veces, fuera de clases, se hacía de las pertenencias de los soldados estadounidenses que volvían a su país tras servir en el Canal de Panamá: “Mi viejo me llevaba a los patio sales, que era cuando los gringos, muchos ellos de color, se devolvían y vendían todo. Le encantaba cachurear y yo lo acompañaba. Comencé a ver estos vinilos de negros con afro en las portadas, que se parecían a los Jackson 5. Los discos se remataban a 10, 20 centavos. Ahí conocí a Parliament, Funkadelic, George Clinton, Stevie Wonder, Barry White y un montón de gente”. Todo este conocimiento de música soul y funk le servirá posteriormente cuando funde su proyecto musical, La Pozze Latina. En su primer álbum, Pozzeidos por la ilusión (1993), “el 90% de los samplers son extraídos de esos vinilos”, afirma Fernández.
En 1985, con 15 años, se muda a Italia, donde conoce a Afrika Bambaataa, el fundador de la Nación Zulú. Mientras en Chile el rapdance recién empieza a aparecer tímidamente por la televisión, en Europa “la moda del breakdance comenzaba a irse”, indica Fernández. “Sólo algunos locos seguíamos bailando. Pasó la moda y se quedó la gente a la cual le gustaba en serio”. Junto a un grupo de amigos y a su hermano mayor, Claudio Fernández, forma la agrupación de breakdance Panama Red: “Dejé todo de lado para dedicarme por completo al break. Estuvimos en la Feria de Roma, que es tremendamente grande. Bailamos en representación de una academia que nos consiguió auspiciadores”. La presentación le sugirió la posibilidad de hacer de su pasión por el hip-hop algo profesional: “Ya no estaba la vieja que te decía, ‘llegas con toda la ropa sucia’. Teníamos nuestra ropa para bailar. Si te dedicas, puede funcionar”.
A dos años de su primera experiencia como MC –emcí, maestro de ceremonias-, Fernández vuelve a Panamá, donde intenta formar un proyecto de rap sin mucho éxito. “De repente mi viejo me dijo, ‘vente a Chile’. No lo pensé dos veces. Llegué con 18 años”. Lo reciben en la casa de sus tías en la Villa Frei, de Ñuñoa. Aprovechando los conocimientos de orfebrería que adquirió en Italia, encuentra trabajo en una joyería del sector oriente. Animando su jornada junto a sus casetes de rap, comienza a llamar la atención de sus compañeros: “Trataba de meterles conversa hasta que uno de esos personajes me dice, ‘oye, ¿cachaste que la otra vez en la televisión salieron unos compadres bailando como robot? Decían que se juntaban tal día en el Paseo Ahumada a bailar’. Así que fui para allá, a ver si los pillaba”. (…)
Llego al pasaje Bombero Ossa, no había nadie. Empiezo a preguntar, y me dicen que a veces se juntan unos chiquillos a dar vueltas en el piso, así que me puse a esperar. En eso veo que llegan unos cabros. De repente uno de ellos se agacha y comienza a hacer un juego de piernas, después viene otro y comienza también. No había radio, no había música, eran súper pocos. Con suerte, diez personas”.
Tras el encuentro, se hace habitual de Bombero Ossa, transformándose en una atracción más del centro de Santiago. “Querían ver bailar a El Panameño”, recuerda Fernández.
“Cuando el Jimmy era joven, bailaba y dejaba la cagá”, cuenenta Meneses. “Se llenaba de gente que iba a ver al panameño que bailaba. Alrededor de los breakers llegaba un público, y en ese público andaban hueones chantando la mano, los lanzas. Entonces llegaban los pacos y se llevaban a todos. Al Jimmy se lo llevaron en cana cualquier vez. A mí igual”. Ahí estaba la primera piedra del movimiento.
Parte de este fenómeno en desarrollo queda registrado en el documental de Teleanálisis Estrellas en la esquina (1988). Protagonizado por Lalo Meneses, el video muestra a los jóvenes bailarines de la población Huamachuco en su peregrinación de todos los sábados hacia el centro de Santiago, donde se encuentran con otros jóvenes con inquietudes similares: “Vamos a Bombero Ossa, la calle que está entre el Paseo Ahumada y Bandera. Ahí nos juntamos a bailar con otros muchachos que son de varias partes de Santiago”, dice Meneses, quien también se refiere al sentido de comunidad que se ha formado en torno al baile: “Hay distintos grupos, pero llegando allá nos llamamos Unite Break, unidos por el break”. El video cierra con un rap de Lalo Meneses:
Este ritmo marginal/que nos muestra el bien y el mal/luchando con optimismo/contra el odio, el egoísmo/Luego luchar por dinero/a ver quién llega primero/al final estoy cesante/esto es desesperante/son mentira los negocios/en el POJH yo no soy socio/Dicen que hay empresarios/yo vendo helados y diarios/y no sigo criticando/esto se está terminando/llega el rap a las esquinas/para mí es medicina.
Principiando los ’90, el pasaje Bombero Ossa se cierra, lo que obliga a los jóvenes a trasladarse hacia el Paseo San Agustín. En este traspaso, la generación pionera toma nuevos rumbos, principalmente enfocados en seguir carreras musicales. Eduardo Miranda recuerda: “Yo lo veía como un escape a toda la mierda de los milicos. Te metías en un mundo nuevo y libre, donde podías inventar cosas y bailar, que a mí me encantaba. Fue como una salida.
De hecho lo importante del hip-hop es eso: te entrega una herramienta para superarte a ti mismo y salir del suburbio”.
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Estrellas en la esquina llama la atención de Pedro Foncea, músico de la banda De Kiruza, que mezcla el soul, el jazz y el funk con ese nuevo estilo, el hip-hop. De Kiruza se forma en 1987, a partir de un taller de literatura del escritor Martín Cerda. Foncea y Mario Rojas se conocen en este taller donde, junto con compartir textos, también hablan de música: “Me enamoré de las composiciones de Mario y comencé a hacer versiones de sus canciones”, cuenta Foncea. “Un día llevé mi batería, empezamos a tocar juntos y nació la banda”.
El interés de Foncea por la raíz popular africana viene de sus padres: “Mi mamá es afrodescendiente y mi papá escuchaba mucho soul: Marvin Gaye, Stevie Wonder, Aretha Franklin, pero también Víctor Jara y Nueva Canción Chilena, todo mezclado”. Antes de formar De Kiruza, realiza un viaje a Estados Unidos que le permitió, en sus palabras, ver en persona nacer la cultura hip-hop”.
De vuelta en Chile, Foncea forma De Kiruza con la idea de recoger influencias y de integrar hip-hop a su proyecto musical. Comienza a pasearse por Bombero Ossa, donde logra dar con el ya notorio “Panameño”, quien recuerda ese encuentro: “Yo en ese momento era el único que hacía beatbox [producción de sonido que usa la propia boca, nariz , labios, lengua y voz]. Cuando el Pedro me escuchó, me dijo, ‘estás en el grupo’ y me invitó a la sala de ensayo. De ahí salió el primer disco de De Kiruza”. En la placa de 1988 aparece el tema Algo está pasando, donde Fernández hace beatbox”.
Junto a su padre, Pedro Foncea Navarro, el músico se transforma en una especie de mecenas: “Él tenía una visión futurista. En mi caso, era una ayuda espiritual y monetaria, en lo concreto, a muchas personas. Mi papá tenía buena situación económica en ese tiempo: era abogado laboralista. Ayudó a bandas que estaban comenzando”. Fernández también recuerda con cariño el apoyo de Foncea padre: “El papá de Pedro, gran visionario, me decía: ‘Jimmy, va a tocar Pedrito con De Kiruza ¿Por qué no te haces una selección de los mejores cabros que hacen break?’. La idea era que cuando estuviésemos tocando Algo está pasando, se alargara la pista para que bailaran los muchachos”.
Fernández se integra definitivamente a De Kiruza, con quienes organiza las primeras fiestas Zulú en Santiago, además de tocar con la banda en espacios más ligados a lo artístico/político, como el Café del Cerro. Ser un miembro permanente le permite conocer el rubro desde una perspectiva profesional. Aprovechando el impulso, concreta un sueño acariciado desde sus años en Roma: forma Latin Posse, su primera agrupación de rap, que posteriormente será conocida como La Pozze Latina.
Por su parte, Meneses también se ve beneficiado por la ayuda de Pedro Foncea. En su libro Reyes de la Jungla, recuerda aquel primer encuentro: “Un día Pedro Foncea decidió ir a buscarnos a la Huama (…) Recuerdo ver llegar a Pedro con su abrigo largo, su ropa de colores africanos, su gorra y una gran sonrisa. Para nosotros era emocionante verlo ahí, porque ya conocíamos a De Kiruza e incluso habíamos bailado en la calle con canciones de su casete. Pedro nos habló esa tarde sobre rap, y nos empujó a tomarlo en serio”.
Meneses se asocia con su amigo Gudy. Va hasta su casa con una amplia colección de discos y le propone, casi como una visión, formar un grupo de rap: “El Gudy era un DJ y un compañero de baile callejero. Una tarde llego a su casa y le cuento mi sueño de la noche anterior: nos vestíamos con chaquetas de cuero negro y cantábamos en un estadio. Nos llamábamos Panteras Negras y éramos un grupo de rap”, escribe Meneses en su libro, quien luego añade: “Vengo a contarte esta hueá porque creo que tenemos que hacerlo en serio”.
Así, comienzan a hacer canciones y graban su primera maqueta en casete. Entusiasmado, Meneses le envía la cinta a Pedro Foncea. Aunque la calidad del trabajo es casera, Foncea percibe el talento. Para motivar la carrera de los jóvenes, les obsequia un aparato que les permitirá concretar el camino de un disco profesional. Meneses lo cuenta así en Reyes de la jungla: “Un día el Pita -futuro miembro de Panteras Negras- me dijo que se había encontrado con el Pedro y que le había dicho que por favor fuera a su sala de ensayo (…) Cuando llegué, lo vi muy serio. Sus temas están increíbles, me dijo, y tengo un regalo para usted, Lalito. Entonces, me pasó su batería digital Casio RZ-1. Era una máquina de ritmo que no muchos grupos usaban, porque todavía no era común en Chile”.
Fue con esta batería electrónica que se grabó el primer álbum de Panteras Negras, Lejos del centro (1991). Foncea recuerda al respecto: “Yo me siento muy ligado al nacimiento del hip-hop en Chile. Siempre fue la sabrosura del barrio, la joya del barrio, el acento que siempre ha puesto gente como Lalo Meneses, que le resulta natural”.
El tercer grupo de esta primera generación de rap es Los Marginales, formado por Eduardo Miranda, alias Lalo Marginal. Antes de conformar su banda, comienza a incursionar en las mezclas y los ritmos de manera instintiva: “En ese tiempo yo era puro b- boy, bailarín de break. También me acuerdo que hacía de DJ en las fiestas. No tenía tornamesas: hacía mezclas con dos caseteras y un mixer, lo que era mucho más complicado. Así mismo es como hice las primeras pistas de Los Marginales”. A diferencia de Latin Posse y Panteras Negras, Lalo Marginal se relaciona con otros movimientos musicales underground que se desarrollaron en Santiago durante los ’80, el punk y el thrash. Miranda recuerda: “Marginales también hacía punk, pero era por un tema que el Memo, mi cuñado en ese entonces, venía de la onda más rockera. Luego de un tiempo adquirí un teclado y una tornamesa con que hacía las pistas. Eso fue ya cuando hicimos el disco”.
Cuando Miranda comienza su carrera musical, el proyecto llama la atención de la escena de la artes de Santiago: “Hubo un evento que se llamaba La Fiesta de la Primavera, se hizo en la Plaza Brasil”, recuerda. “Estaban también Santiago Rebelde y Fiskales Ad- Hok. En esa tocata dejamos la patá porque era novedoso. Se nos acercaron unos compadres que eran amigos del Andrés Pérez. Venían llegando de Europa y tenían la idea de hacer una fiesta con música, teatro y performances. Las famosas fiestas Spandex. Fue una de las primeras actividades bohemias que se hicieron acá”. Tocando en una de estas fiestas, Miranda conoce a Sebastián Levin, baterista del grupo Electrodomésticos, quien los invita a grabar en su estudio: “En ese tiempo no habíamos grabado nada porque era caro. Llegamos a la casa de Carlos Cabezas y grabamos un tema. Nos hizo una maqueta, y empezamos a tocar por Santiago”.
Contrario a la naturaleza del rap, Los Marginales comienzan a hacer shows mayoritariamente en el sector oriente de Santiago: “Empezamos a hacer más tocatas para la élite, casi puro barrio alto. Mucha gente más ligada al hip-hop no nos conoció porque tocábamos allá arriba. Lo que sí nos conoció harta gente del arte. Lo que queríamos hacer era cantar en vivo”. La banda de Miranda se valdrá de estos conciertos para reunir fondos y grabar en 1989 un disco que será publicado hasta el año siguiente, vía Sony Music.
El caso de Latin Posse fue bastante similar, pues tuvieron que insertarse en el circuito underground para dar a conocer su música. Y en algunos casos el público, dado el desconocimiento, los trató con hostilidad. “Nosotros tres éramos las únicas bandas de rap que existían, así que tuvimos que ganarnos un lugar”, cuenta Jimmy Fernández: “Nos tocaba compartir escenario con bandas como Vandalik, Políticos Muertos, Fiskales Ad- Hok. Debido a la represión, la juventud en esos tiempos era súper oscura. Puros cabros pateando la perra pesao. Más encima se tomaban unos copetes y dejaban la cagá. Una vez en Estación Mapocho, en el Encuentro Nacional de Arte durante el día de la contracultura, estaba tocando con Latin Posse cuando un punk me tiró una botella y me rompió la frente”.
Los Panteras Negras, por su lado, debutan el 14 de diciembre de 1988 en la población Huamachuco, en un festival realizado en memoria de Marcelino Marchandón, joven asesinado por la CNI a pasos de su casa, en la misma población. Lalo Meneses completa la agrupación con sus compañeros de baile: Chino Máquina, haciendo beatbox, y Kalkin y Gudy, manejando las tornamesas. “Subimos esa tarde al escenario con los tocadiscos. Era emocionante empezar ahí, si bien nada estaba muy preparado y todo iba sucediendo como en una secuencia”, escribe en su libro. Conforme a la tradición militante de Meneses -por aquel entonces desconocida públicamente-, Panteras Negras tocó su primer repertorio en vivo destacando el contenido político de sus letras:
Que aprieten los cinturones/estos tontos ricachones/para que escuchen las rimas de mis motivaciones/Los que atienden los reclamos en las instituciones/son unos desgraciados, unos maricones/Siete tazas de café, chismes y cahuines/van mostrando su sonrisa y pensamientos ruines/Dicen, póngase a la fila, tienen que esperar/vuelva el fin de semana o en un año más.
Luego de sus debuts, Los Panteras Negras y De Kiruza comienzan a presentarse en actos políticos previos al plebiscito de 1988, en apoyo al No: “Nosotros partimos tocando en actos políticos, luego Pedro nos invita a participar en las concentraciones del No. Estuvimos en varias. También comenzamos a presentarnos en distintos actos que se hacían en las periferias de Santiago. Íbamos a todas las poblaciones”, cuenta Meneses.
Al poco andar de la banda, Lalo Meneses descubrirá a la banda estadounidense Public Enemy, que le llamará la atención por la carga política, afín a la suya. “Para mí fue una sorpresa cuando leí que se hacían llamar los Panteras Negras del rap. Public Enemy se inspiró en eso para dar su nombre y yo igual. Nos pusimos Panteras Negras pensando en el Frente Patriótico”. En 2011, Meneses abrioría el show debut de los norteamericanos en Chile.
El ingreso a los noventa significará para el hip-hop chileno la consolidación de una cultura. Tras el cierre del pasaje Bombero Ossa y el traslado al Paseo San Agustín, los breakers se allegan en 1992 a la Estación Mapocho, donde permanecen hasta el final de la década. De esa última generación saldrán Juan Salazar y Fabián Sánchez, quienes luego del baile formarán un dúo de rap llamado Tiro de Gracia.
**Extraído de La sabrosura del barrio. Una mirada a los 30 años del movimiento hip-hop en Santiago. Memoria para optar al título de periodista. Universidad de Chile, Instituto de Comunicación e Imagen, Escuela de Periodismo, 2018.

Javier Pérez S.
Periodista de la Universidad de Chile
