El 2 de julio de 1986, un grupo de militares, en el marco de una jornada de protesta nacional, interceptó, golpeó y quemó a dos jóvenes: Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri. Cuando se enteró de la muerte de este último, Hoppe supo que también debía trabajar con límites. Aquí repasa esos años duros. Habla de la importancia de la memoria y de la relevancia de los testimonios que no necesariamente se encuentran tras la imagen capturada con un celular.

 

Álvaro Hoppe Guíñez (62) es fotógrafo, ganador del premio Altazor el año 2004 y protagonista de documentales como La ciudad de los fotógrafos -donde se destaca el papel que tuvo su gremio en la Dictadura-, Espejo roto y Espectador activo, que lo sitúa en el centro del relato. Cree que, si bien los celulares han podido captar el instante de una escena, nunca podrán reemplazar la mirada ni el oficio de quien se instala detrás de un lente. Por eso, continúa ligado a proyectos contingentes, pero que también rescatan la memoria.

Creció en el barrio Bellavista, de dónde absorbió las primeras escenas cotidianas: la vida en el Parque Forestal, las películas en el cine Baquedano, ferias de artesanía, manifestaciones en Plaza Italia; una serie de hechos que a los 16 años se convertían en imágenes que se armaban como un cuadro en su cabeza.

Cuando tenía 24 años, otros acontecimientos ayudaron a marcar aún más su camino: “Un vecino tenía un laboratorio y el papá de un amigo era camarógrafo de la UPI (United Press International) y a él lo mirábamos”, cuenta y continúa su relato: “Nos mostraba fotos y filmaciones. Estos acercamientos, como la posibilidad de ver de qué manera se revelaban las fotografías en el cuarto oscuro, me impulsaron a estudiar”.

Juntó plata para pagar la carrera de fotografía en la escuela Foto Arte, y aunque solo duró un año porque no pudo continuar financiando sus estudios, logró entrar igual al mundo de la fotografía.

-¿Es más fácil ser fotógrafo hoy?

-Por un lado, sí, porque se ha masificado la fotografía, pero a su vez eso hace que haya más competencia. Hoy todos pueden sacar fotos desde sus celulares y se sienten fotógrafos, pero en un fotógrafo lo más importante es su mirada, su ojo, el contenido. Qué es lo que quiere decir.

-¿Qué rol cumple la mirada del fotógrafo en una fotografía?

-Al mostrar ciertas imágenes, el fotógrafo lo que busca es tratar de moldear las miradas de los otros. Cuando tomas una fotografía, la intención del fotógrafo es captar situaciones. La fotografía puede ser objetiva y subjetiva, porque uno elige qué mostrar. Entonces, lo importante es capturar y transmitir lo que tú quieres en ese momento.

Una época oscura

“En la dictadura, la censura fue muy fuerte. Piensa que en Chile, durante esos años, se censuraron fotografías de revistas. Por eso era tan importante el rol del fotógrafo, porque la televisión no mostraba lo que estaba ocurriendo”, cuenta sobre una de las épocas más oscuras de Chile en las que debió armarse solo de su cámara para registrar la brutalidad de la época. “En ese sentido, yo creo que la herramienta de la fotografía fue fundamental. Tienes que pensar que todos los medios de comunicación tienen arraigadas ideologías políticas, por lo tanto, moldean la realidad, la mirada. El fotógrafo no debe censurarse, debe tomar la fotografía igual”, dice.

Al reflexionar acerca de lo que significó para él haber formado parte de una etapa tan difícil para Chile, como la dictadura y cómo valora su aporte y el de sus colegas fotógrafos, dice que fue importante tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo, que había que ser más humano y no hacer la vista a un lado. Se siente orgulloso de haber sido parte de algo histórico, de pertenecer a la Agrupación de Fotógrafos Independientes (AFI) y también orgulloso frente a sus hijos cuando éstos le preguntan: “¿Qué hiciste en los años 80’?”

-¿Qué significó la AFI para los fotógrafos en esa época?

-Para mí la AFI, por un lado, fue una escuela, y también un sentido de pertenencia a algo. Se creó en un contexto muy duro, de opresión. La AFI nace para colaborar con el fotógrafo Luis Navarro, que estuvo como cinco o seis días detenido, siendo torturado y todo. Entonces te diría eso, que nació en los años 80’ como una escuela de participación, solidaridad, compañerismo y como una forma de validación para todos los que estuvimos en ella.

-¿Cuál era el rol de los fotógrafos y de la fotografía en la dictadura?

-Había ciertas palabras que estaban vedadas, entonces el fotógrafo fue un testigo que intentaba rescatar y dejar un testimonio de lo que estaba pasando. Con mucho miedo, pero en el fondo yo creo que el rol era ese, dejar testimonio. Piensa que algunos medios de comunicación en esa época no mostraban nada. El Mercurio nunca publicó fotos de detenidos, la palabra “detenidos desaparecidos” no se ocupaba. Yo tuve el privilegio de colaborar y después trabajar en la revista Apsi y eso me sirvió mucho. Teníamos que mostrar y denunciar lo que estaba ocurriendo.

-¿Cómo era ser espectador de violaciones a los derechos humanos? ¿Se despertaba pensando que algún día le podía pasar algo? ¿Pensó en dejar todo de lado?

-No, mira. Piensa que hubo fotógrafos que iban a las poblaciones y les sacaban fotos a gallos con ametralladoras. Yo nunca estuve en esas situaciones, yo estuve siempre en la ciudad, en algunas poblaciones sí, pero no era tan osado. Yo conocía mi límite. Fue un impacto para mí cuando mataron a Rodrigo Rojas. Ahí yo dije: “Me puede pasar a mí”.

Han pasado 33 años desde que el asesinato de Rodrigo Rojas de Negri, un hecho  que marcó la vida de Álvaro Hoppe. Rodrigo Rojas era un joven fotógrafo que había llegado desde Estados Unidos. Hoppe cuenta que se hicieron amigos y llegaron a forjar una relación muy cercana.

-Él era una persona muy ingenua y venía de una sociedad libre como lo era Estados Unidos. Cuando llegó mucha gente pensaba que era “sapo”. Yo le decía que se cuidara, que no fuera a ciertos lugares, pero él era joven, impetuoso…

-¿Qué significó para usted la muerte de Rodrigo Rojas?

-Me cuesta hablar de este tema, porque me produce dolor. Yo supe a través de Radio Cooperativa que habían quemado a un fotógrafo, Rodrigo Rojas, pero en ese momento no pensé que se trataba de la misma persona que yo conocía. Pero cuando supe que se trataba de él, fue terrible. Me provoca mucho dolor contenido. Lo recuerdo como un joven fotógrafo que quería dejar testimonios. Ese día fue a una población cerca de General Velázquez y lo asesinaron, lo quemaron, fue horroroso.

-¿Su muerte lo hizo replantearse seguir en la fotografía?

-Sí, totalmente. Desde ahí yo tuve que ir al psicólogo, psiquiatra y me sirvió como para no meterme en “la pata de los caballos”. Tras eso entendí que hay que ponerse límites, saber cuáles son éstos al momento de sacar una foto.

Foto: Carlos Madariaga.
Foto: Carlos Madariaga.

 

Ser invisible

En Espectador activo, el último documental donde usted aparece, hablaba de que la fotografía era un testimonio, ¿Por qué?

-Cuando hablo de testimonio lo digo en el sentido de que uno como fotógrafo es un testigo. Si observo una fotografía antigua, probablemente las personas que aparecen en ella no la recuerden, pero yo fui testigo de esa situación, por eso es testimonio. Hay una relación entre el estar ahí, ser un espectador y a la vez dar cuenta de un hecho que ocurrió. Pero ojo, lo importante es que el fotógrafo logre captar, capturar, realizar una fotografía y que destaque ella, no quien saca la foto. Hay que ser discreto, ser invisible.

-¿Por qué asocia la fotografía con la muerte?

-Con respecto a esa idea, para mí es bien interesante. Mira, hablemos de ejemplos familiares. Tú puedes tener una foto de alguien que falleció y en el fondo ya se acabó el instante de esa fotografía y junto a eso es como si se hubiera muerto esa situación. La fotografía te inmortaliza, te transporta en el tiempo y te produce emoción.

-La idea de ser un “vagabundo”, como se menciona en Espectador activo ¿de qué manera lo asocia al fotógrafo?

-Esta es una metáfora. Lo que sí te puedo contar, como anécdota, es que cuando chico yo miraba que pasaba un vagabundo y me llamaba la atención, en el sentido de ser un trotamundos. En mi caso es ser un fotógrafo, al que le gusta la ciudad y caminar de un lugar a otro. Una vez un poeta amigo, que se llama Óscar Aguilera, habló de ser un “vagamundos” y lo encontré genial y lo aplico de esa forma. Un fotógrafo tiene que ser inquieto, tiene que mirar de un lado a otro, ser curioso. Piensa que yo tengo 62 años y todavía me sorprenden ciertas situaciones.

Hoppe abre su mochila y saca su cámara fotográfica. Revisa varias fotografías que sacó durante la mañana. Hace avanzar las imágenes y muestra el registro de personas, calles, símbolos y objetos. Es un ejercicio que no abandona.

-¿Cómo ha evolucionado la fotografía? ¿le gusta el panorama actual?

-La evolución de la fotografía es una constante, en este caso es la inmediatez absoluta. Me parece que eso es válido, pero sí creo que hay que educar a la gente en el sentido de una mayor ética, sentido de composición y cuál es el contenido que se prioriza. En ese sentido, hoy en día veo miles de imágenes en las redes y muchas de ellas yo creo que son desechables, sin dejar de lado que hay imágenes muy potentes y esas son las que rescato. Eso me pasa con la fotografía actual. Considero que es muy conceptual, que es válido, pero también es importante la humanidad y tener claro cuándo uno muestra algo, en qué momento.

Hoppe continúa ligado al trabajo de la memoria. Actualmente está haciendo un trabajo con antropólogos y antropólogas; también con historiadores que necesitan material fotográfico para proyectos. Está por terminar un proyecto Fondart de digitalización de sus archivos con Cenfoto (Centro Nacional del Patrimonio Fotográfico). Ha comenzado a retomar cursos como profesor en el Campus Oriente de la Universidad Católica y escribió el prólogo de un libro llamado “Diásporas”, que es sobre afrodescendientes en Arica.

“Algo muy lindo, fuera de eso, fue un trabajo muy hermoso que hicimos para la Junta Nacional de Jardines Infantiles y una ONG suiza”, que levantó un registro de niños en diferentes países. “De todas formas, debo decirte que es difícil vivir de la fotografía. Por eso uno siempre tiene que buscar qué hacer”.

 

Ian Ellicker Mosic

Estudiante de periodismo de la Universidad de Chile.