En junio de 2018 se creó la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico de Chile, organización que tiene dos fines: acoger a víctimas de abuso sexual por parte de miembros de la Iglesia Católica y luchar por la creación de una comisión de verdad y justicia que investigue a pederastas y abusadores. Esta es la historia de cómo cuatro de sus sobrevivientes dejaron de ser víctimas.
Según datos de Unicef, uno de cada seis niños en el mundo ha sufrido alguna forma de abuso sexual antes de cumplir 14 años. El 60% no pide ayuda hasta después de cumplir 20 años. Solo un 16% que la pide es escuchado y creído. *
***
Unos oficiales de Carabineros miran atentos quién entra y quién sale del Palacio de La Moneda. Entre los que salen hay oficinistas, secretarios y periodistas. Entre los que entran está Sebastián del Río, Mónica Salinas, Helmut Kramer y Fran Parra, todos miembros de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Chile. Es el 3 de agosto de 2018, y han sido invitados a La Moneda para conversar con la vocera de gobierno, Cecilia Pérez.
Sus historias se remontan a un pasado más bien lejano, pero las marcas parecen no disiparse cuando se arroja luz sobre la memoria. A este respecto, el informe entregado por la Unicef en 2016 -“Ocultos a plena luz”- es tajante: el 85% de los encuestados consideró que los menores expuestos a abuso sexual sufren daños emocionales a largo plazo.
Para Sebastián del Río todo empezó en 2004, cuando fue acosado, constantemente, por el rector del seminario en el que cursaba teología. El presbítero Mauro Ojeda le confidenció que se había enamorado de él. Del Río decidió no hacer la denuncia, pese a lo que este episodio significó para él. Tres años más tarde, supo que el obispo de Valparaíso, Gonzalo Duarte, no lo ordenaría sacerdote. Aun así, lo citó a su departamento. Allí, el obispo se sacó la camisa, le pidió a Del Río que le aplicara una crema y que le diera un masaje. El seminarista, atónito, accedió, atendido el cargo del solicitante. Preguntó varias veces por qué se le pedía aquello, y por qué a él. Pero no tuvo respuesta.
Durante los siguientes años, Del Río comenzó a ser apartado de la Iglesia que tanto amaba, hasta que el obispo le pidió la renuncia. Sin más remedio, pidió no seguir su postulación como candidato a las Sagradas Órdenes de la diócesis de Valparaíso. Al día siguiente de comunicar su decisión, el obispo hizo público el retiro. Sería el comienzo de un largo camino.
Los años comenzaron a aislarlo en su carrera de seminarista. Según cuenta, su fe fue puesta a prueba. En su barba comenzaron a aparecer unos manchones canosos, que poco a poco han ido cubriendo su rostro. Cuando le tocó vivir lo descrito tenía menos de 30 años. Hoy, ya pasó los 40.
“Gonzalo Duarte hizo una campaña de desprestigio de mi persona de la puta madre. Y en ese entonces le compraban“, cuenta el exseminarista. “Pero a las víctimas no le compraban nada. Estuve muy solo”. Luego se recompone, analiza lo que va a decir y concluye: “Hoy se da vuelta la tortilla. Hoy ellos están enjuiciados públicamente, y nosotro somos sobrevivientes”.
La Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico surgió a fines de junio de 2018, de la unión que se comenzó a dar entre quienes denunciaron públicamente a miembros de la Iglesia. “Nacemos con la finalidad de contenernos, de apoyarnos, de buscar herramientas jurídicas y psicológicas”, explica Del Río, que es uno de los representantes de la red. Hoy son parte de la Ending Clerical Abuse, la primera organización mundial para la justicia en casos de abuso en la Iglesia Católica. La red se fue armando de a poco, miembro por miembro, reunión a reunión. Fue un paso enorme para estos “sobrevivientes”, que usan este adejetivo porque, dicen, sobrevivieron a la guerra interna que les tocó vivir.
Uno de cada tres estudiantes entre los 13 y los 15 años en el mundo sufrieron actos de acoso o intimidación. Una de cada diez menores de 14 años han sido víctimas de relaciones sexuales forzosas.
***
Mónica Salinas (67) estuvo también en 2018 en La Moneda. Llevaba prendas grises que le cubrían todo el cuerpo. Ese día estaba muy nerviosa, y repasó varias veces una carta que le entregarían al Gobierno. En ella, la Red de Sobrevivientes pedía la creación de una comisión de verdad y justicia que recopile información sobre abusos en la Iglesia a partir de fuentes eclesiásticas, judiciales u otras. Un día antes de entregarla, recibió una noticia que cambiaría su estado de ánimo: el Gobierno los recibiría de forma oficial el viernes 3 de agosto. Se sintió escuchada. “Al fin alguien nos pesca”, pensó. “Antes, nadie nos había escuchado”.
Todo empezó para Salinas cuando rondaba los 12 años, en el colegio de niñas Santa Úrsula de Maipú. Su superiora de entonces, la madre Paula, la integró a un grupo con el que tenía una cierta cercanía. Un día, que dejaría de ser un simple día de infancia, la madre Paula se le acercó y la besó en los labios. Los besos se extenderían por tres años. La madre Paula los llamaba regalos de Dios. Hasta que un día se enteró que Mónica había besado a un niño. Allí, el lazo se rompió. Pero para Mónica lo que se había roto, era mucho más que ese lazo.
En 2011, Mónica Salinas denunció por primera vez lo ocurrido en los años ’60. Lo hizo en televisión, aunque tuvo muchas dudas: sus padres, miembros del Opus Dei, la habían instado a no declarar.Para Mónica, la relación con la Iglesia y con la fe cambió para siempre. “Yo no voy a misa, pero mi fe en Dios es inquebrantable”, declara hoy. Y añade: “Sigo rezando, aunque siento que en este minuto no estoy para ir a una iglesia. Ahora, hago la salvedad: no todos los curas son iguales”. Por lo mismo, destaca el rol del sacerdote que trabaja en la Red de Sobrevivientes: Eugenio de la Fuente. Meditando sus palabras, concluye: “Es importante que existan curas como él. Es una esperanza enorme”.
El día de la reunión en La Moneda corría un viento que obligaba a abrigarse. La ministra Cecilia Pérez, secretaria general de Gobierno, se dio cuenta, e invitó a los miembros de la Red a entrar al edificio. Con gestos amables, con palabras cuidadosas, les hizo saber que sabía quiénes eran, que sabía por lo que pasaron. La reunión duró más de una hora y cuando terminó, los sobrevivientes salieron del edificio con una sonrisa. Y Mónica, con sus ojos achinados.
Entre 2012 y 2016 se cometieron 12.667 delitos de violación a menores de 14 años en Chile.
***
Tras la reunión, la vida continuaba. Las calles céntricas seguían en movimiento, la gente salía de sus trabajos para almorzar, y Helmut Kramer (47) ya pensaba en qué hacer. Nacido y criado en Antofagasta, el ingeniero en gestión de calidad entró en 1976, con cinco años, al colegio jesuita San Luis. Su madre, profesora, trabajaba duro para pagarle su educación. “Ganaba un sueldo de mierda”, cuenta. “Para ella era todo un esfuerzo tenerme ahí. Y que me haya pasado esta situación…”.
Esa situación se dio en 1983, durante el primer día de catecismo, en una salita junto a la capilla del colegio. Según lo recuerda, el sacerdote Leonel Ibacache detuvo en cierto momento su exposición, se puso de pie, se colocó detrás suyo y comenzó a tocarlo. Sus testículos, su miembro, sin hacer un ruido, sin emitir un sonido. Lo masturbaba, además de tocarlo por detrás.
Su historia se hizo pública el 6 de abril de 2018. Fue dada a conocer por el periodista Óscar Contardo en Facebook. Allí, Kramer contó que tuvo la sensación de que él tenía la culpa, hasta que años más tarde se enteró de que no era el único: que había otros como él. Y minutos después de que se publicara su entrevista, comenzaron a llover los mensajes. “No quería contestarlos”, dice hoy. “Era una sensación muy rara. A las horas, mi pareja me dice: apaga el celular y desconéctate”.
Con los días comenzó a interactuar con gente que también había hecho pública su historia. Con sobrevivientes. Entre ellos, llegó un mensaje que, según Kramer, fue fundamental para su proceso: “Nunca más en silencio, nunca más callados, no estamos solos y nos cuidamos entre todos”. Había sido subido a Facebook por otro denunciante, quien sería uno de los pilares de la Red de Sobrevivientes: Eneas Espinoza.
Desde 1960, han sido juzgadas más de 150 personas ligadas a la Iglesia por abuso sexual en el país. En los últimos 15 años 80 sacerdotes y religiosos han sido acusados de abuso. 45 han sido condenados. 34 tuvieron como víctimas a menores de edad.
***
Al otro lado de la Cordillera, el reloj de Eneas Espinoza marca las ocho de la noche. Se le nota en la voz un resfriado. En Buenos Aires hay una tormenta, que sin embargo no se compara con la que explota en su Chile natal.
Le ha tocado ver las grandes tormentas que azotan al mundo eclesiástico chileno a través de las pantallas. Vive hace más de once años en Argentina, no mucho antes de que estallaran los primeros casos de denuncias. Allí, junto a sus hijos y su esposa, ve cómo ha ido creciendo un movimiento que cobra casi tanta fuerza como la lluvia que azota Buenos Aires durante los primeros días de agosto de 2018, cuando hacemos esta entrevista.
Espinoza nació en Cerro Navia. Fue criado por una familia trabajadora que se esforzó por sacarlo de la pobreza, pagándole un colegio que le diera la oportunidad de salir adelante: lo matricularon en el prestigioso Instituto Alonso de Ercilla, dirigido por los hermanos maristas. En 2017 contó públicamente cómo, cuando aún estaba en el Instituto, el padre Adolfo Fuentes lo llevó a un pasillo sin luz natural, sin ventanas. Allí, lo sentó en su regazo y comenzó a acariciarlo lentamente. Lo obligó a practicarle sexo oral. Con los años, se lo guardó todo. Hasta que ya no pudo más.
“Cuando todavía no había hecho mi historia pública, contcté por redes sociales a las personas chilenas que sabía que habían vivido esto. Me pude contactar con James Hamilton, con José Andrés Murillo y Juan Carlos Cruz (denunciantes de Fernando Karadima)”. Todo lo explica con un tono en el que deja entrever cómo ha influido en él este círculo: la Red de Sobrevivientes.
Las estadísticas globales de denunciados en Chile corresponden a 6 obispos, 35 autoridades eclesiásticas (cancilleres, directores de colegios, vicarios, entre otros), 3 capellanes, 138 sacerdotes, 5 diáconos, 36 hermanos, hermanas, consagrados y consagradas, 9 laicos y 2 cardenales.
Más allá del pasado
Al final de la calle Las Hualtatas, en Vitacura, se encuentra la oficina de Sebastián del Río. A un costado están los departamentos que tiene a cargo como jefe de proyectos de la inmobiliaria Moller & Pérez-Cotapos. Allí, su vida es otra, distinta de la que pensó tener cuando joven. Su objetivo, en algún momento, fue convertirse en sacerdote. Pero en la Iglesia chilena, dice, hay “mucha mierda que limpiar”. Sin embargo, ya no le da vueltas al tema, y cuando le preguntan si el tema está superado, él no duda, y dice, abriendo las manos, mirando a los ojos: “Hace mucho rato”.
Pero toda historia tiene dos caras. Y la cara de Mónica Salinas no es la misma. No tiene la misma seguridad de Sebastián para contar las cosas. De hecho, dice que prefiere quedarse en casa, y no ir a comprar sola al supermercado cuando está en sus días malos. Y a pesar de los años, todo está allí, en esa casa, en sus recuerdos. “No sé si alguna vez estos miedos se me van a acabar. No sé. He hecho terapia, he estado con psiquiatras, psicólogos. Pero en verdad, no sé si alguna vez el miedo se termina”.
Porque no todo acaba allí, en la capilla. Tampoco en un departamento en Viña del Mar, en Maipú oen el centro de Santiago. Tampoco acaba con el perdón. O eso es lo que piensa Helmut Kramer que, sentado en una cafetería en Providencia, mirando tras sus lentes, con un polerón gris, concluye que hay un problema de fondo, un problema que no está resuelto en la Iglesia:
“Estos temas los trabajan muy mal. Y la suma de todo, siento, termina con un niño desnudo de la cintura para abajo, con un hueón tocándote. Termina con una amiga siendo violada. Y después uno escucha a Jorge Bergoglio decir perdón, perdón. Pero yo le digo que no me pida perdón: yo le pido que me diga qué cresta es lo que pasó”.
El 21 de agosto de 2018 estaba citado a declarar ante tribunales la máxima autoridad eclesiástica chilena, el cardenal Ricardo Ezzati, por su relación con casos de encubrimiento por abuso sexual en la Iglesia. La Red de Sobrevivientes, como forma de presión, convocó el día anterior una velatón frente a la Catedral de Santiago en la que pedían que se hiciera justicia. Sin embargo, horas antes de que se realizara, salió la noticia en los medios: la citación del cardenal había sido aplazada. Los sobrevivientes tendrían que esperar aún para ver sentado al cardenal en el banquillo de los acusados.
De todos modos, ese 20 de agosto los sobrevivientes se reunieron de igual forma frente a la Catedral. La noche santiaguina había caído. En la Plaza de Armas sonaba una cumbia indescifrable. Cuando el reloj se aproximaba a las nueve de la noche, la gente comenzó a sumarse en un círculo frente a la Catedral. Las cámaras de televisión –que comenzaron a llegar- ayudaron a iluminar los rostros de los sobrevivientes. Muchos se conocieron ese día. Todos comenzaron a envolver a Mónica, a Helmut, que dieron un discurso a espaldas de la Catedral. Frente a ellos, se encontraba Sebastián, mirando atento, escuchando con el mentón elevado. Por fin lo podían gritar a todo pulmón.
Esa noche terminaron de leer, flanqueados por las notas de un músico con su guitarra. Ya no se guardan más, ya no callan, porque el silencio nunca más será una opción. Todos abrazados, en esa noche de agosto, mirándose entre ellos. Antes de enfilar a sus casas, cantaron “Como la cigarra”.
Tantas veces te mataron, tantas resucitarás, cuántas noches pasarás desesperando. Y a la hora de naufragio y la de la oscuridad, alguien te rescatará, para ir cantando. Cantando al sol como la cigarra, después de un año bajo la tierra, igual que el sobreviviente, que vuelve de la guerra.
*Nota: La Red de Sobrevivientes cuenta, a fecha de 6 de abril de 2019, con 236 denunciantes.
[i]UNICEF. (2014). Ocultos a plena luz. Un análisis estadístico de la violencia contra los niños, 1, 8. 2014, De Encuestas Demográficas y de Salud (DHS)
Aleister Quezada
Periodista de la Universidad de Chile.