El autor de Solos en la noche y Crónica roja habla de su trayectoria periodística y de la construcción de sus relatos. También adelanta parte de su próximo libro, y afirma: “No me interesan los artículos con violín sonando de fondo; me importa poner esos temas, pero retratándolos tal y como son, sin atajos ni lugares comunes”.
Rodrigo Fluxá (39) estudió periodismo en la Universidad de Chile, de donde egresó en 2002. Comenzó su vida laboral en Deportes de El Mercurio, y en 2010, pasó a ser parte del equipo de la revista El Sábado, donde publicó reportajes, perfiles y entrevistas.
Actualmente, no está trabajando en medios. “Tengo proyectos de ficción y estoy haciendo guiones”, cuenta. “También, estoy trabajando en la serie documental Libre, de TVN, cuyos protagonistas serán presos durante su primera semana de libertad”.
Aparte de su trabajo como guionista, Fluxá publicará a fines de este mes el libro Usted sabe quién, que relata desde dentro el caso de Viviana Haeger, la contadora de Puerto Varas que, tras 42 días desaparecida, fue encontrada muerta en su propia casa. El periodista lo define como un diario de vida del juicio: “Está en primera persona, pues narro lo que estoy viendo. Fue un ejercicio de pura escena, todo lo que hablé con la gente, lo plasmé en él”.
Fluxá quería meterse en el caso y manejarlo tan bien, que esperaba estar un paso adelante del resto. “De hecho, en el juicio me daba cuenta cuándo los testigos estaban mintiendo. Fue un gran ejercicio de poder hablar con propiedad de un tema”.
Ganador en nueve ocasiones del Premio Periodismo de Excelencia, Fluxá también es autor, entre otros títulos, de Solos en la noche. Zamudio y sus asesinos (2014) y de Crónica roja (2016), una recopilación de sus mejores reportajes, donde destacan la caída de Sergio Jadue, el caso Hijitus y la historia de Jorge Valdivia, el martillero de Penta.
Para el periodista, la lectura debe ser un viaje: “Que la gente vaya pensando distintas cosas durante el trayecto del libro, que genere reacciones, que de repente le dé rabia o que lo comprenda. Lograr, al final, complicidad con el lector, aunque sea difícil”.
Por eso, la estructura y el uso de herramientas narrativas se vuelven fundamentales. “Puede sonar feo igualar periodismo y entretención, pero la verdad es que la gente lo consume en su tiempo de distensión. Incluso los diarios”, afirma. Y agrega: “Si vas a hacer que alguien lea tres horas un libro tuyo, tienes que darle una estructura dramática al relato. Hay que pensar que es gente que ahora está acostumbrada a ver Netflix. Ese es tu público y esa es tu competencia”.
¿Cómo reconoces una buena historia?
Es súper difícil. No tengo una fórmula. En general, trato de apostar a que, si algo me interesa lo suficiente, le va a interesar a más gente, pero tampoco es infalible. Como en la mayoría de los casos se trata de proyectos más largos, confío harto en que no me aburra durante la investigación. Entonces, para empezar, me gusta que las historias tengan novedad. Siempre trato de contar cosas que no se hayan contado antes -tengo esa parte bien periodística-, y que también signifiquen más cosas; que no sean textos simplistas, que tengan hartas capas de escritura.
¿Dónde buscas tus historias?
Trato de no recogerlas en medios. De hecho, cuando tenía el equipo en El Sábado, era la primera ley de trabajo: no busquemos historias en los medios, porque esas ya la están viendo otros cien periodistas. Uno conoce fuentes, de repente te llegan historias, otras veces me ha pasado que son evidentemente buenas y nadie las está haciendo a fondo. Algunas parten desde una curiosidad de lector. Trato de buscar las historias que me gustaría leer y que no estoy encontrando.
Eso te pasó un poco con Sergio Jadue…
Me pasó exactamente eso. Era una historia demasiado buena y no la encontraba en la profundidad con la que yo quería consumirla, porque a mí igual me gusta el deporte y esta persona era un testigo protegido del FBI. No encontraba esa épica en ninguna parte.
¿Cómo armas la estructura de un texto?
Trato de pensar harto la estructura, y uno de los problemas que tenía al escribir seguido, era que me empezaba a repetir mucho. Entonces, trataba de escribir menos para no repetirme y para pensar mejor en cómo quería armar cada historia.
También, estoy en una volá muy distinta a la de antes respecto de los narradores. Ahora me parece demasiado raro que todos los reportajes que he leído en diarios y portales son como si los narrara la misma persona, una tercera persona demasiado neutra y periodística. Es extraño que el perfil de un cómico tenga la misma voz que un reportaje de abuso. Entonces, me empecé a preguntar cuánto de eso es flojera -de mi parte, también-, y si es posible hacer no ficción con otras voces, con otros narradores. Eso es lo que trate de hacer en el libro nuevo.
Cuándo investigas, ¿logras dimensionar el impacto social de tus historias?
Trato de no pensar en lo que va a pasar después, pero eso no quiere decir que no me dé cuenta del trasfondo social que tienen las historias. Lo que pasa es que me molesta la mirada asistencialista en el tratamiento de algunos temas, como la pobreza. No me interesan los artículos con violín sonando de fondo. Me importa poner esos temas, pero retratándolos tal y como son, sin atajos ni lugares comunes.
“El retiro de un joven pistolero” es un ejemplo de cómo no ser condescendientes, porque Enrique -el protagonista- no se sentía una víctima. Era un cabro que estaba arriba de la pelota, e inventarle una épica de víctima me parecía flojera y también una falta de respeto. Además, en su caso me di cuenta, con el artículo y con el tiempo que pasé con él, que había toda una dimensión de la reinserción de estos cabros que nadie aborda: el vacío de adrenalina con el que quedan, porque viven una vida demasiado rápida y, hasta cierto punto, divertida y atractiva.
¿Cómo abordas casos conflictivos, como los de Daniel Zamudio y del jardín infantil Hijitus?
La máxima es siempre la misma: acercarme lo más posible a la verdad. Y para eso, hay que hacer todas las llamadas, golpear todas las puertas posibles, para que no existan problemas posteriores. Yo tampoco puedo hacerme cargo de lo que piense la gente del trabajo, pero me hago cargo de su calidad.
En el caso de Zamudio, a algunas personas les molestó y a otras no, pero igual han pasado un montón de años y no hay ningún dato rebatido. En realidad, lo que les molesta son los hechos, no el relato en sí. Hay casos mucho más complicados, como los de Nicolás López o Herval Abreu. Ahí entiendo el peso de lo que estoy haciendo y cómo le va impactar a la persona sobre la que estoy escribiendo. Y, bueno, hay que hacerlo lo mejor posible, porque uno está escribiendo sobre personas reales.
Entonces, el reporteo termina siendo lo más importante…
Es todo. Porque al final, si no tienes reporteo, no puedes escribir bien. Es como ser un arquitecto y quieres hacer una casa con un plano espectacular, pero no tienes ladrillos.
Uno igual reportea en función de la historia que quieres relatar. En el caso Zamudio, por ejemplo, siempre me interesaron mucho más los victimarios que Daniel. Esa fue mi idea inicial, porque encontraba que era una maldad tan inentendible, que necesitaba más explicaciones: necesitaba saber por qué lo hicieron. Me importa que mis artículos tengan varias capas, y es por eso que casi siempre necesito hacer entradas por distintos lados.
En “El justiciero imaginario”, donde investigaste junto a Arturo Galarce, desenmascararon en 2017 el caso de Pablo Oporto, quien aseguraba en todos los medios haber matado a 12 personas en defensa propia ¿Cómo nació este artículo? ¿Qué buscaron decir, más allá de la historia?
Había visto su historia en La Tercera hacía un año. De hecho, cuando la vi dije, “que lata, esta historia deberíamos haberla hecho nosotros”. Después la volví a ver, en la tele [en el programa “Aquí está Chile”, de CHV, con la presencia de la candidata presidencial Beatriz Sánchez], y por lo que sé sobre cómo funciona el sistema, era demasiado difícil que alguien haya matado a toda esa gente. No me imaginaba a un juez de garantía diciendo, “ah, es su muerte número 9. Chuta, fue en defensa propia”.
Entonces, corroboré la información con el sistema que tienen la Fiscalía y las policías, y efectivamente no tenía nada. Entremedio, yo lo había entrevistado un par de veces: me había juntado con él, y sus historias tenían muchos hoyos.
Y bueno, la hice porque me pareció que había que elevar la vara de cómo trabajamos todos. Porque uno admite las tonteras en los matinales, por ejemplo, pero asume que esto no va a colarse a otros espacios. A la gente le puede gustar o no la línea editorial de La Tercera, pero uno sabe que no están escribiendo mentiras, que no son hechos inventados. Eso es un pacto que tenemos entre todos, porque si esto sale ahí, quiere decir que tiene un mínimo de nivel de chequeo. Y la verdad es que no lo tiene.
Algunas de las obras de Rodrigo Fluxá se han transformado en producciones televisivas, como Solos en la noche y La cacería. Según el periodista, esto se debe a que, por lo general, sus reportajes son bastante audiovisuales. Hace aproximadamente un mes, Amazon comenzó el rodaje de El Presidente, serie acerca del escándalo económico de la FIFA centrada en la historia de Sergio Jadue, y que utiliza como base para la trama el perfil que Fluxá escribió sobre él en 2016. “Me encontré una vez con alguien de [la productora] Fábula y le dije que esta historia estaba pintada para el streaming, porque tiene personajes de varios países, que es lo que buscan para proyectos latinoamericanos”, cuenta el periodista sobre el nacimiento de una producción que lo tiene como guionista.
Pilar León
Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.