Corría el año 2016 en Valparaíso, cuando F.O. preparaba su cuerpo para una operación: ejercitaba, comía liviano, no bebía ni se drogaba. Llegado el día, el especialista que le habían recomendado se dirigió a la casa okupa donde se hospedaba, procediendo a higienizar con una escoba los alrededores de un colchón a ras de piso. Una vez esterilizada la pieza que era su hogar, comenzó una vasectomía clandestina. Un procedimiento que, en este caso, permite hurgar en la anticoncepción masculino en la salud pública y en la privada.
La decisión
F.O., de 25 años, fue padre a los 16 y hace dos decidió esterilizarse. Dice que solo estuvo un año con su hijo porque “venía con el rollo de querer desprenderme de todo, y empezó todo un conflicto moral dentro de mí”. Cuenta que el origen de tal conducta está en su niñez, cuando cultivó un rechazo a las instituciones y a la familia, ya que, agrega, la suya era disfuncional y violenta, llevándolo a vivir carencias afectivas y económicas.
Cuenta que, desde el primer momento, le manifestó a su polola de entonces que no quería ser padre. De hecho, dice haberle propuesto la alternativa de un aborto ya que, desde su perspectiva, era más responsable que tener un hijo con una pareja que no se sentía preparada: “La hueá es que yo le dije que no quería ser padre, y que si ella quería tenerlo, tenía que ser con alguien que sí quisiera. Y ella me dijo que no importaba: que si yo me quería ir a la mierda, no le importaba…”
Así fue como, admitiendo la irresponsabilidad de no haber usado condón, estuvo presente durante el embarazo y siguió estándolo hasta que su hijo cumplió un año. Sin embargo, la situación se le hizo cada vez más insostenible, al punto que estalló: “Yo solo quería desprenderme de todo. La relación era intensa y tóxica, así que le dije, “’no soy capaz de hacerme cargo de esto’”.
Tras haber tenido y abandonado a un hijo, su mirada se hizo aún más categórica: “No estaba ni ahí con traer vida a este mundo”. Así fue como, años después, supo de la vasectomía, un método permanente de control de la natalidad para varones, en el que se realiza una ligadura y/o seccionamiento de los conductos deferentes, a fin de evitar que el esperma abandone el cuerpo durante la eyaculación. La operación consiste en una incisión milimétrica en el escroto, para cortar y posteriormente cauterizar el conducto que se dirige hacia la uretra. Habitualmente, el procedimiento no toma más de treinta minutos, no cuesta más de 35 mil pesos, en un 85% es reversible, prácticamente no presenta contraindicaciones, y es menos invasivo y riesgoso que su equivalente femenino, la ligadura de trompas.
En esta línea, la esterilización cobró sentido para él, pues “encontraba injusto que sea la mujer la que siempre tiene que cuidarse: tomar pastillas o meterse inyecciones de hormonas para no tener hijos. Transformar su cuerpo, sus emociones, todo”.
Así, llegó su cumpleaños número 23 y comenzó a averiguar, pero los resultados no fueron alentadores. En el sistema privado le era imposible, porque cotizar en una isapre le resultaba muy costoso. En cuanto a la salud pública, había oído que era probable que más de un médico se negara a realizarle el procedimiento, lo cual significaba pagar más de una consulta.
Desalentado, vio la posibilidad de conseguir un cupo en Argentina, donde las vasectomías son gratuitas, pero debía integrar una lista de espera de unos cinco meses. Hasta que se presentó una nueva alternativa: una amiga suya tenía el dato de alguien que las realizaba de manera gratuita y clandestina.
Sopesando las alternativas, comenzó a ubicar a algunos de los doce hombres que se habrían practicado vasectomías “caseras” con la persona que le recomendaron. Logró contactar a tres de ellos, de los cuales uno había presentado una pequeña molestia postoperatoria por falta de cuidado. Reconociendo su impulsividad, relata que se decidió por esta vía: “Contacté a la persona vía internet, y me dijo que no me iba a cobrar nada, porque lo hacía por un tema ideológico. Un par de semanas antes me preparé, me cuidé, porque la weá iba a ser muy hechiza. Yo vivía en una casa okupa en Valparaíso, con un colchón a nivel del suelo. Limpié lo que pude”.
Aunque la vasectomía es un procedimiento más bien sencillo, puede haber complicaciones, advierte la uróloga Carolina Anguita, del hospital San Borja: la infección, dice, “es el riesgo más importante, que se puede dar por condiciones inadecuadas de sanidad”. También puede pasar “que haya un hematoma en la zona y que lo que saque no sea el deferente, o que se recanalicen. Si tuviste una infección o un hematoma, se hace más complicado que sea reversible”.
Llegado el momento, “la hicimos recarnazamente”, cuenta F.O. “El loco llevó sus cosas, dos ampollas de anestesia local, pinzas… e hizo que lo ayudara. Me dijo, ‘ya, mira, vamos a cortar el primer conducto’. No le tomé el peso hasta que lo estaba haciendo”. De a poco, notó que algo raro estaba pasando: “Me tocaba y me tocaba, y no me encontraba el conducto. Tenía unas venas que pasaban por ahí, y en un momento me dijo, ‘ya, aquí está’. Y me lo cortó”.
El primer testículo costó, pero resultó. De ahí en adelante, todo se fue a pique. “Al segundo, se me empezaron a hinchar como pomelos. Él tampoco encontraba el conducto. Una vez que lo encontró, yo creo que pasó a llevar otra cosa, una vena o una arteria”. Y prosigue el relato:
“Yo estaba con los ojos cerrados, y cuando los abría, veía su cara de preocupación. Me decía que no entendía mis cocos. Estuvimos una hora y media tratando de terminar la operación. Empecé a sangrar caleta y, en eso, se acaba la anestesia. Era como si me cayera una bola de concreto todo el tiempo. Ahí ya fue carnicería: cocimos los dos cocos, y me dijo que tratara de dormir”.
En el mismo lugar de la operación, F.O. estuvo diez días tratando de recuperarse. No tenía implementos de limpieza, por lo que la infección avanzaba y el tormento crecía. “Cada día se hinchaba y sangraba más”, cuenta. “Cuando me movía, veía una luz blanca y me desmayaba. No sé cómo, cerca del séptimo día, un doctor me fue a ver. Me dijo que tenía que ir al hospital, porque me podía morir, y me dio unos antibióticos. Cuando tomé la decisión de ir al hospital fue cuando me levanté y me salió un coágulo gigante, con un olor cerdo. A la única persona que atiné a llamar fue a mi mamá. Cuando llegó, me recogió y me llevó al hospital”.
Carolina Anguita coincide con F.O. respecto de las trabas que se pueden encontrar: “Los pacientes que he visto son, en general, personas entre los 35 y 45 años, que ya tienen hijos. Pero sé de muchos urólogos que, si les llega un paciente en los veintitantos, no los operan o los mandan con otro doctor, porque el riesgo de que se arrepientan existe”.
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La realización de vasectomías han crecido significativamente en Chile: según datos del Ministerio de Salud, de 2010 a 2016 se triplicaron los casos. Sin embargo, F.O. se encontró con que el servicio no está asegurado por el Estado, y con que hay no pocos médicos que se oponen a realizarlas a menores de 30 años sin hijos, apelando a la inmadurez y a un eventual cambio de decisión.
La doctora Anguita afirma que la operación “puede hacérsela cualquier persona adulta que sea consciente de lo que está haciendo, pero un profesional puede elegir no hacerla, siendo que para él, si un paciente se arrepiente, no hay riesgo”. Y agrega: “No justifico a los doctores que piensan que los pacientes jóvenes no saben lo que quieren. Alguien que está en sus veintes puede perfectamente elegir que no quiere tener hijos. Además, para realizar la operación, tienen que firmar un consentimiento en donde se les explica todo, por lo que se tiene todo ese resguardo si es que alguien se llega a arrepentir”.
En esa línea, Marco Bravo (43) decidió en mayo de 2017 realizarse una vasectomía. Ya tenía tres hijos y no quería depender de otra persona ni del condón, así que optó por una vía que definió como “radical”. De esta manera, llegó a la primera consulta:
“El primer urólogo al que fui no estaba muy de acuerdo con el procedimiento. Me empezó a hacer muchas preguntas que no corresponden con su rol de médico. Entonces, le pregunté de frente si no estaba de acuerdo con la operación, y no me respondió. Ahí le dije que no era lo que estaba buscando”.
Bravo, inscrito en el sistema privado, tuvo que buscar hasta encontrar alguien que no le pusiera trabas. “Me recomendaron otro, quien me preguntó si sabía de lo que se trataba. Yo le dije que sí, y entonces agendamos. Esto fue un lunes y el viernes ya estaba operado. Lamentablemente, me topé con un tipo al que no conozco, pero por cuya actitud pude percibir que era bastante conservador en temas de anticonceptivos”, remata.
Este conservadurismo también puede favorecer los prejuicios. “La gente piensa que te va quitar virilidad o masculinidad, que no va a tener erecciones o que tendrá enfermedades asociadas. El machismo está presente en el pensamiento de que la mujer es la responsable de cuidarse, que la labor es solo de ella”, concluye Bravo.
Exceptuando casos como el de F.O., la vasectomía es un procedimiento mucho más seguro y eficiente que la ligadura de trompas (según tabla comparativa de eficacia anticonceptiva de vasectomía.cl). Aun siendo esta última de mayor costo, tasa de complicaciones e incluso riesgo de mortalidad, las mujeres lideran las estadísticas de esterilización. En palabras de la antropóloga Carolina Franch, “hay que preguntarse por qué, existiendo métodos que demuestran que es más fácil intervenir a un hombre, se sigue privilegiando la intervención de la mujer. De alguna manera, y transversalmente, en las culturas se sigue controlando el cuerpo de la mujer”.
A la fecha, el papel del hombre en el proceso de anticoncepción se encuentra limitado a dos opciones: el uso del condón y, como medida más permanente, la vasectomía. Es decir, solo dos de los 19 que enumera el Ministerio de Salud. En este punto, Franch plantea que “si no hay cuestionamiento, no se pone como tema social. Todo está diseñado para que la mujer sea la responsable”.
Asimismo, tanto F.O. como el sujeto que le realizó la vasectomía, pensaban que a la mujer se le cargaba injustamente la responsabilidad de la anticoncepción. Lo cual era, en gran parte, lo que los motivó a encontrarse en esa situación. Así lo expresa F.O. en un breve diálogo que, según él, tuvieron momentos antes de comenzar el procedimiento:
“Él me dijo, ‘hermano, ¿estái seguro?’, y yo le dije que sí. Y me dijo, ‘ya, bacán, hueón’. Porque el loco lo hacía gratis por una hueá de ideología, compartíamos eso, de que la hueá machista obliga a la mujer a siempre andar tomando pastillas. Eso lo encuentro una mierda. Pero no me voy a victimizar, porque yo tampoco soy una santa paloma: he hecho caleta de hueás que me pesan”.
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De vasectomías no puede hablarse solo en términos meramente cuantitativos, de lo cómodo y económico que resulta, de la mínima convalecencia o de la eficacia en términos de prevención de la natalidad. Tampoco, concentrar el debate en seguir convenciendo a aquellos que piensan que su virilidad o rendimiento sexual se podría ver disminuido, ya que hablar de vasectomías es hablar también de desigualdad de género, salud pública, paternidad y sexualidad responsable.
El caso de F.O. mezcla todo lo anterior: un adulto joven que en su adolescencia tuvo un hijo que no deseaba, y del que no fue capaz de hacerse cargo, lo que lo llevó a querer realizarse una vasectomía para no cargarle responsabilidad a las mujeres ni depender del condón. Más tarde, se enfrentó con las dificultades de acceso y la desprotección en el sistema público.
Según Eduardo Kimelman, sociólogo de la fundación EME (Masculinidades y Equidad de Género), cuando se habla de paternidad o maternidad no deseadas, “primero hay que ubicar en qué contexto se desarrolla esto y ahí tienes un tema que, según las estadísticas, se localiza muy fuertemente en adolescentes o jóvenes. Acá tienes un tema muy complicado, que tiene que ver directamente con la educación sexual y que en este país está terriblemente atrasado’’.
Pese a los importantes logros de la ciencia, la anticoncepción masculina es un tema pendiente. A este respecto, Antonia Morales, socióloga de la Universidad de Chile, hace ver la importancia de que “todas las partes de la sociedad adopten una perspectiva de género, en el ámbito de la salud sobre todo, y en especial en métodos anticonceptivos’’.
En Chile, el asunto tiene historia: en 1965, bajo la presidencia de Eduardo Frei Montalva, se gestó el Programa de Regulación Voluntaria de la Fecundidad, en el que los anticonceptivos femeninos empezaron a ser repartidos gratuitamente en los centros de salud pública. Medio siglo después, historias como la de F.O. demuestran que aún queda camino por recorrer.
Javiera Valladares
Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.
Lucas Bravo
Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.