En la mayoría de los estudios y rankings sobre consumo de marihuana, percepción de riesgo y edad de iniciación, Chile destaca en los primeros lugares. Con un proyecto que lleva años en pausa, además de marchas multitudinarias e iniciativas varias, el tema es amplio y complejo. En este reportaje asoma una cara poco examinada del consumo recreativo adolescente-juvenil -sus efectos no deseados-, en las voces de expertos y consumidores.
María José tenía 16 años cuando fumó marihuana por primera vez. En enero de 2016, a los 19, sufrió un brote psicótico relacionado con su uso, sumado a una situación crítica de estrés. Consumía marihuana de forma ocasional, aunque el día en que el brote se desató había fumado reiteradamente, desde la madrugada hasta el amanecer.
El 16 de enero de 2016 fue el día del brote. Aquella mañana, María José supo que había quedado en otra universidad. En ese entonces estaba matriculada para iniciar su tercer semestre de college en la Universidad Católica, y ahora se había presentado la posibilidad de estudiar literatura hispánica en la Universidad de Chile. Le habían dado un cupo supernumerario, por lo que debía elegir pronto. El tener que actuar contra el tiempo, sumado al rechazo de sus padres frente a esta situación, le provocó un cuadro de estrés.
Los primeros síntomas del brote comenzaron mientras veía Rick and Morty, animación estadounidense que relata los viajes intergalácticos de un científico y su nieto. Observando los colores y figuras del cosmos animado, su mente fue de a poco invadida por pensamientos sin sentido ni lógica alguna. Todo esto se asoció a un libro que pocos días antes había terminado de leer: El espíritu de la ciencia ficción, de Roberto Bolaño. En su cabeza, las tramas del libro y la serie comenzaron a hacer conexiones donde no las había y a confundirse con la realidad. Pasó la noche del 17 de enero en vela. Al día siguiente, los delirios empeoraron, sumados a dos noches sin dormir.
La marihuana genera un efecto desinhibidor de las emociones y de los elementos inconscientes, plantea José David Fuentes, psicólogo del campus Providencia de la Universidad Autónoma. Lo inconsciente se vuelve consciente. “Se destapa una olla que el aparato psíquico estaba manteniendo bajo presión, bajo control”, agrega. “La represión del inconsciente ayuda a que nos mantengamos en equilibrio”.
El 18 de enero, dos días después del brote, María José formalizó el cambio de rumbo en su vida universitaria y, en pleno brote psicótico, decidió matricularse en literatura hispánica. Aquel día de trámites y papeleo estuvo con su madre, Paula Muñoz. Apenas terminaron el proceso, esta última abandonó llorando la Torre 15 de la Universidad de Chile. No entendía lo que pasaba, nada de lo que su primogénita hablaba tenía sentido. María José quedó sola.
Aquel día, a la joven no solo le faltaban noches de sueño, sino también hidratación. Tampoco recuerda haber comido. Al quedarse sola, el panorama empeoró: emprendió rumbo sin destino alguno por Providencia, caminando sin parar por cuatro o cinco horas. No se sentía segura, creía que la perseguían. Deliraba en función de la publicidad callejera y de lo que escuchaba de conversaciones ajenas. Pensaba que algunas personas trataban de ayudarla, mientras otras la vigilaban y esto dependía del color de su ropa y de sus ojos.
Uno de los neurotransmisores importantes a nivel cerebral es la dopamina. Esta sustancia, encargada de entregar las sensaciones placenteras, actúa sobre muchas áreas del cerebro. Así explica Jonathan Wimmer, neurólogo y profesor de neurociencia en la Universidad Mayor y en la Usach. El consumo de marihuana y de otras drogas, así como la comida chatarra o la práctica deportiva, liberan dopamina. A nivel cerebral, esto hace que se busque volver a realizar las cosas que nos generan placer, pero cuando el consumo aumenta, se comienza a necesitar mucha más dopamina que antes para sentir lo mismo. “Si falla un neurotransmisor, todo el cerebro empieza a funcionar de manera diferente. La disfunción de la dopamina, y lo que pasa en la parte más central del cerebro, es lo que produce paranoia”, explica el académico.
Tras horas vagando por Providencia, María José llegó a su departamento. Se encontró con un amigo de su padre, que vivía temporalmente en el lugar, quien le preguntó cómo estaba. La joven no logró entender la situación, por lo tanto huyó del departamento porque creía que aquel hombre quería golpearla. Fue donde su abuela y pasó otra noche más sin dormir.
Su abuela trató de hablarle durante toda la noche para entender las incoherencias que decía, pero a esa altura, la joven no reconocía a nadie, ni siquiera a su familia. A la mañana siguiente, decidieron llevarla a la urgencia de la Clínica Santa María. “No me resistí, aunque no estaba consciente de mi estado. Estuvieron horas preguntándome cosas y haciéndome exámenes. Yo seguía pensando incoherencias, a esa altura delirios religiosos, condicionados sobre todo por el nombre de la clínica”.
La psicóloga Romina Gutiérrez resalta que el desarrollo de los efectos secundarios tras el uso de marihuana, depende mucho del nivel de regulación emocional que tenga la persona, ya que esta debe ser capaz de sobrellevar la experiencia de estar drogado y volverse consciente de lo que le está ocurriendo.
Finalmente, María José fue trasladada a la Clínica San Carlos, donde la sedaron y debió pasar ocho días internada. Al salir, tuvo que continuar un tratamiento psiquiátrico y tomar una pastilla antipsicótica, Risperidona, durante cinco meses. No ha vuelto a consumir marihuana desde el episodio.
Patología y tratamiento
Cristóbal (23) fue diagnosticado con depresión en 2015. En los primeros meses tras la evaluación, el joven, que consumía marihuana desde los 16, continuó haciéndolo, pero al poco tiempo notó que era contraproducente: terminaba decidiendo entre fumar para combatir la ansiedad, y sentir el miedo a una nueva crisis a causa de la marihuana. El estudiante universitario proveniente de Teno, en la región del Maule, actualmente cursa una segunda carrera y vive en la capital con su hermana mayor y su sobrina. Con ellas y con el resto de su familia asegura tener una buena relación que ha superado ciertas barreras, como la religión. Cristóbal viene de una familia estrictamente evangélica, pero no siguió la tradición.
Comenzó a seguir un tratamiento psicológico y a tomar antidepresivos. Cuando se sintió más estable, volvió a fumar de manera recreacional. Al notar que el efecto de la marihuana era agradable y ya no se “atrapaba”, su consumo se volvió más frecuente. “Averigüé que las cepas sativas ayudan con la ansiedad y la angustia. Ese dato hizo que comenzara a tener un consumo más ‘medicinal’, usando la planta como ansiolítico. Mi familia, por suerte, no tuvo atado y me apoyó con cultivar y a conseguir aceite de Estados Unidos”.
En el posible desarrollo de una patología mental influyen factores genéticos y ambientales, aunque no hay consenso en la comunidad científica en cuanto a por qué afecta a determinadas personas, explica Wimmer. Todo lo que un individuo hace, siente o piensa, dice relación con lo que pasa en el cerebro, donde se liberan cientos de sustancias químicas llamadas neurotransmisores, activando y desactivando áreas específicas del cerebro.
La marihuana tiene más de 700 sustancias químicas que entran al cuerpo. Entre ellas, cerca de 150 cannabinoides, que son los que actúan en el cerebro. Uno de estos últimos es el THC, que se busca más para el uso recreacional, mientras que el CBD se utiliza con fines medicinales. Todas estas sustancias actúan sobre las neuronas. El cerebro está lleno de receptores para las sustancias de la marihuana, y si hay receptores, significa que habrá un efecto.
Cuando hay depresión, disminuyen la serotonina y la noradrenalina, que al igual que con la dopamina son neurotransmisores que pueden regular lo que ocurre en múltiples áreas del cerebro. Entonces, si falla un neurotransmisor, todo el cerebro empieza a funcionar diferente. También hay consecuencias cognitivas.
Tanto María José como Cristóbal comenzaron a fumar a los 16 años, edad en que el cerebro está en pleno desarrollo. Para el psicólogo José David Fuentes, es el factor de riesgo más potente ya que es muy distinto empezar a consumir marihuana a los 12, a los 16 o a los 20 años. El consumo de marihuana a temprana edad afecta el neurodesarrollo cerebral, que mayormente ocurre hasta los 21 años, o incluso hasta los 25 (aunque lo largo de toda la vida el cerebro sigue cambiando, debido a la plasticidad neuronal, que permite el aprendizaje).
Todos los profesionales entrevistados para este reportaje, en tanto, repararon en otras circunstancias que parecen aprendidas de memoria, como una fórmula infalible que agudiza el efecto negativo del consumo: los entornos socioeconómicos, la vulnerabilidad y la disfuncionalidad familiar.
Después del porro
Nicolás comenzó con el consumo de marihuana a los 15 años, pero, a diferencia de María José y Cristóbal, lo hizo con marihuana prensada. “El porro fue el primer tipo de marihuana que probé, en segundo medio, cuando trabajaba de empaque en el Lider”, relata. Tuvieron que pasar más de tres años, en los que consumió porro y creepy, para recién enterarse de que existía la marihuana pura.
El porro es marihuana prensada, una variedad a la que, para aumentar la cantidad y abaratar el costo, se le agrega alquitrán, neoprén, amoniaco y otros sustancias, inclusive cocaína o pasta base, tomando respectivamente los nombres de nevado o marciano. El creepy, en tanto, es marihuana alterada genéticamente para que contenga mayores cantidades de tetrahidrocannabinol (THC) y su efecto sea más duradero.
Nicolás vive desde los 10 años en el límite de las comunas de La Granja y La Florida, al borde de la autopista Américo Vespucio Sur, rodeado de autos, de blocks y de poblaciones interconectadas. Su vida ha estado marcada por la inestabilidad. Nació y vivió en Santiago hasta que terminó la enseñanza preescolar, tras lo cual se trasladó junto a su madre a la ciudad de Parral, en la región del Maule.
Su progenitor nunca se hizo responsable de él, por lo que su madre tuvo que criarlo sola. Fruto de una nueva relación nacieron sus dos hermanas, tras lo cual la familia migró más al sur, en busca de una mejor calidad de vida. Pero antes de dos años, en medio de maltratos y violencia intrafamiliar, Nicolás volvió a Santiago con su mamá y sus hermanas. Entre promesas de cambio, la familia de Nicolás se propuso volver al sur, pero antes, su mamá obligó al niño a decidir: con solo diez años tuvo que elegir entre volver a Parral con su madre, sus hermanas y su padrastro maltratador, o quedarse en Santiago con sus abuelos maternos. Nicolás vive con estos últimos hasta la fecha.
Matías Vargas es coordinador del tratamiento para adolescentes con consumo de de drogas y alcohol en el “Suyai” del Centro de Salud Mental (Cosam) de La Florida. Plantea que los jóvenes que inician un consumo problemático están comprometidos en sus variables psicológicas, familiares, educacionales y psicosociales, y estas pueden transformarse en componentes esenciales de una adicción. A partir de su experiencia, asegura que los jóvenes con entornos vulnerables y familias disfuncionales duplican su pronóstico de recaer en el abuso de estupefacientes.
El Observatorio Chileno de Drogas, en el último estudio nacional de drogas en población escolar (2017), observó que, de los estudiantes que declaran haber consumido marihuana alguna vez en la vida, un 50,2% señala haberla consumido por primera vez antes de los 15 años.
En las poblaciones el narcotráfico es cosa de todos los días, cuenta Nicolás. Por eso, no le costó acceder tempranamente al porro y al creepy. Pero para acceder a marihuana sin intervención, a cogollos “finos”, se necesitan contactos únicos. En ciertos lugares, dice, “los vendedores le daban color por el uniforme [escolar], porque sentían que llamaba la atención de los pacos”. Pero en otros, todos muy cercanos, “no le daban color por cómo estabas vestido: le vendían a niños más chicos que uno”.
Nicolás explica que, para conseguir porro, solo necesitaba mil pesos. El acceso a distintas drogas en las poblaciones es sencillo, explica, pero el problema es la calidad: normalmente es baja, “porque está paqueada [mezclada con otras sustancias]”.
En paralelo a la marihuana prensada, Nicolás empezó a consumir alcohol. En el Décimo Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar de Chile de 2013, año en que cursaba cuarto medio en un colegio particular subvencionado de La Florida, el consumo de marihuana prensada en dichos establecimientos llegaba al 32%, muy por encima del 13,6% registrado en los particulares. En cuanto al consumo de alcohol, dos de cada tres estudiantes encuestados ese año tuvieron al menos un episodio de consumo intenso en el último mes.
Durante la enseñanza media, bebió en grandes cantidades y, tras entrar al DuocUC, empezó a hacerlo diariamente. Ni para él ni para sus compañeros fue problemático, pues, según, cuenta está muy normalizado beber alcohol, ir al barrio Bellavista, juntarse a tomar en una casa o una plaza: “Hay gente como yo, que lo hace todos los días, y no me daba cuenta de la adicción que tenía, no era capaz de decirme ‘hueón, soy alcohólico’. Esa misma adicción que tenía con el porro, después se sumó al cigarro, y así fui probando distintas drogas”.
Llegó, sin embargo, “un momento en que me di cuenta que quería vivir, estar bien y lograr cosas”. Con la mayoría de edad cumplida, para asegurarse de ser el único notificado, Nicolás fue a un consultorio. Llegó con pocas expectativas, pero terminó sorprendido: se encontró con un equipo que lo ayudó y mantuvo intacta su motivación inicial. Junto a dos psicólogos y a una asistente social, comenzó a superar sus adicciones. Dice que dejó el porro, el alcohol y el tabaco, pero que sigue fumando marihuana, aunque solo cogollos “naturales”. ¿Por qué? Porque, para Nicolás, el cannabis ha sido un aliado para combatir el estrés y los episodios depresivos.
Legislación, legalización
El bien jurídico protegido en los delitos de la ley 20.000, que sanciona el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias sicotrópicas, es la salud pública, punto que se complejiza al entrar en cada caso: si un sujeto que ejerce su derecho de cultivar para su propio consumo, termina infligiéndose un daño, ¿corresponde legalmente castigarlo? En este caso, la ley protegería al propio imputado, pues en el ordenamiento jurídico el daño autoinfligido no es merecedor de pena. Sin embargo, no se especifica cuántos gramos o plantas por persona exceden lo aceptable.
Es debido al potencial adictivo de la planta que se establece, en los artículos 4 y 8 de la ley 20.000, que el porte de cannabis debe ser para un uso y consumo exclusivo y próximo en el tiempo. Sin embargo, la poca claridad en esas dimensiones resulta problemática.
Tomás Basso, abogado del Grupo Legal Green, el primer estudio que asesora a personas naturales y jurídicas en temas relativos a la marihuana, plantea que el Estado debe intervenir ante toda sustancia nociva. Más que legalizar, sostiene, su tarea es regular la siembra, el consumo y la distribución. Esto se podría lograr, según Basso, estableciendo el número de plantas permitido para cultivar individual e industrialmente (en su uso medicinal). De esta manera, el Estado debería encargarse de proporcionar la marihuana, crear las condiciones de producción para emprendedores y establecer parámetros de entrega a quienes cumplan con los estándares de salud.
La legalización de la marihuana, agrega el abogado, sería un gran paso para combatir el narcotráfico, ya que disminuiría el mercado negro, siempre y cuando el Estado entregue las facilidades para producirla. Y propone que su rol debería limitarse al control del autocultivo o a su distribución exclusiva.
Con todo, el efecto de la marihuana dependerá del estado mental y del contexto psicosocial y genético, siendo esa la piedra angular de la relación que construye cada individuo en su uso. Así, es posible que el debate sobre la despenalización requiera un enfoque de salud pública que trascienda el dilema moral, ya que, de otra manera, se corre el riesgo de que el proyecto de ley ingresado en septiembre de 2009 cumpla una década archivado.
Abrim Ramírez
Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.
Javiera G. Lira
Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.
Natalia Araya
Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.