En Chile existen pocos datos sobre la población gay mayor de 60 años, y aún menos sobre transexuales y lesbianas, como reconocen las mismas organizaciones que los representan. Estos adultos mayores viven aislados, envueltos en una soledad que los inmoviliza.
José tiene 67 años y se asume homosexual: un homosexual de la tercera edad. Camina a paso lento por el Parque Bustamante mirando las copas de los árboles como si buscara en su memoria un recuerdo difícil de encontrar. Nació en San Felipe, donde no había edificios como el que hoy habita. “Era más complicado. Allá en el campo la gente es mucho más machista y mucho más recatada”, relata sobre su juventud de provincia, en los inicio de la Dictadura.
Cansado de esa vida, José decidió instalarse en Santiago. “Fue bien importante una película que vi, Muerte en Venecia. Entonces, dije, ¿por qué no me puedo manifestar como soy?”.
Esta película italiana de 1971, basada en el libro homónimo de Thomas Mann, narra la historia de Gustav von Aschenbach, un compositor de mediana edad que, deprimido por su vida en Múnich, se instala en un hotel veneciano. Ahí conoce a Tadzio, un adolescente polaco que desencadenará en él un amor obsesivo. En esas imágenes José pudo ver representadas sus pulsiones que, para él, en ese momento, eran un estigma. “No tenía con quien compartirlo. Me sentía como un bicho raro y no sabía qué era lo que pasaba con uno”, recuerda con gestos vacilantes.
Recién a los 26 años pudo esclarecer qué le sucedía. “Cuando me vine a Santiago, me di cuenta de que aquí era más fácil, y entonces asumí. En la universidad tenía profesores que hablaban sobre el tema, y conocí gente abiertamente gay”. Un año después, José tuvo su primer encuentro sexual con un hombre. Se dio cuenta de que eso era lo que le gustaba, pero nunca tuvo facilidad para encontrar parejas. Para él, siempre fue complicado. Y a medida que pasaban los años, lo sería aún más. La tendencia generalizada de los adultos mayores a esconder su orientación sexual, sumada la homofobia en la sociedad, han sido aspectos determinantes en la vida de los adultos mayores. Así lo ve el psicólogo de Acción Gay Paolo Berendsen: “La experiencia de la tercera edad en la población gay muchas veces es un misterio, pues tienden a irse para adentro del closet. Gente que nació en los ’50 vivió otros momentos históricos respecto a los cambios y a la visibilidad de su sexualidad”.
Las opiniones del especialista deben tenerse en cuenta en un país que en 1874 estableció que las prácticas homosexuales serían ilegales y sancionadas: entre 541 días y tres años de reclusión. La represión se hizo aún mayor durante el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, quien en 1954 promulgó la Ley de Estados Antisociales, en la que se ordenaba la persecución de homosexuales, además de vagabundos y mendigos. Recién en 1999 se despenalizó la sodomía, convirtiendo a Chile en el penúltimo país de Latinoamérica en tomar esta medida.
“Después de muchos años le conté a mi familia, aunque yo creo que todos se lo imaginaban. Y no fue hace tanto tiempo: tenía 50 años”, dice José. “Mi familia me apoyó, sobre todo los más jóvenes, pero igual siento que es más difícil contarle a la familia, sobre todo acá en Chile. Todavía hay mucha discriminación”.
José nunca ha sido un activista de la comunidad homosexual. Confiesa que no se siente representado por la lucha de los derechos LGBT, quizá porque es liderado por generaciones más jóvenes, con otros intereses, otras preocupaciones, además de ver la homosexualidad de otra manera. En su juventud participó de un colectivo activista, pero nunca sintió el interés o la necesidad de velar por el bienestar o los derechos de otras personas con su misma orientación. “Había buenas intenciones, pero yo no quise participar más. Perdí el contacto con ellos, no me atrae participar en esos grupos. Será alguna cosa individualista, pero prefiero quedarme en mi metro cuadrado”.
Cansado de no encontrar un refugio, hoy José busca consuelo en el mundo de internet. Con frecuencia visita sitios web en donde se conecta con homosexuales de todo el mundo. Intercambia conversaciones con otras personas, con otras soledades, y en esos pequeños momentos encuentra satisfacción y compañía. Así conoció a Jürgen, su actual pareja a distancia, un alemán con quien dio a través de la aplicación Gayconnect y con quien se ha visto dos veces: en Alemania y en Estados Unidos. El verano pasado, planeó viajar trece mil kilómetros para un tercer encuentro. Su cara se llena de emoción y entusiasmo al imaginarse recorriendo las calles del pequeño pueblo alemán de su pareja.
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La primera estimación de la población LGBT en Chile data de 2012, cuando se incluyó en el Censo una pregunta por quiénes vivían con parejas del mismo sexo. Sin embargo, la medición nacional debió repetirse por diversas fallas metodológicas, y al momento de realizarse nuevamente, la pregunta fue eliminada.
En la actualidad los datos más precisos que se disponen provienen de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen), que desde 2016 incluye una pregunta sobre diversidad sexual. Según los datos de 2017, alrededor de 220 mil personas en Chile se declaran homosexuales. De esta cifra, el porcentaje de adultos mayores de 55 años que se identifica como gay o lesbiana corresponde al 15,4 por ciento, mientras quienes se identifican como bisexuales corresponden al 10,4 por ciento. La proporción de adultos mayores que se identifica con otra sexualidad, corresponde al 22,6. Sin embargo, llevados la a práctica, los números se diluyen.
Organizaciones LGBT como Movilh, Iguales y Acción Gay, han intentado organizar grupos de la tercera edad, pero la participación ha sido baja. “Tuvimos un grupo de tercera edad pero no resultó”, comenta Jaime Lorca, homosexual de la tercera edad y miembro de Acción Gay. “No lograban relacionarse con sus pares, y debe ser difícil. Si me preguntas, mis amigos están entre los 22 y los 30, ese es mi círculo cercano. Pero tengo un amigo de mi edad. Él sí está muy solo. A veces lo voy a ver, pero no me llama, y si lo invito a salir, tampoco sale. No pone de su parte”.
La brecha generacional es un aspecto relevante. Las personas homosexuales más jóvenes se expresan libremente, mientras quienes vivieron en épocas de represión, en las que había que esconderse y disimular la sexualidad, son más reservadas o bien no se identifican con sus luchas. Así, al menos, es para José, quien no se siente representado por la comunidad actual. “Fui una vez a una marcha y no me sentí mal, pero no me identificaba para nada con los que iban más adelante. Es un poco chocante todo eso. Me molesta un poco la gente que es gay y muy afeminada, siento que corresponde a un estereotipo, son muy locas y no me siento cómodo. Porque la gente piensa que eso es ser gay, y yo siento que no. Ser gay es otra cosa. Hay algunos que lo expresan así, y allá ellos, pero yo no me identifico con eso”.
Jaime Lorca es la otra cara de la moneda. Tiene 69 años y hace más de veinte es parte de Acción Gay, que se encarga de la prevención, detección y acompañamiento de personas afectadas con VIH. Jaime se encarga de la toma de muestras y de la biblioteca del grupo. Pasa la mayor parte del día en la sede de la organización. Mientras ordena pacientemente los libros, recuerda que desde joven fue abiertamente homosexual, o “maricón”, como se define. Nunca vio la necesidad de declarar su sexualidad a sus parientes. “Nunca salí del clóset porque siempre estuve afuera: nací cola. Pero en mi familia no se hablaba del tema. Ellos sabían, pero no lo decían. Se hacían los lesos”.
Jaime siempre se ha sentido parte de una comunidad gay. Cuando era joven, durante la Dictadura, salía con sus amigos a bailar a la discoteca Fausto, en avenida Santa María. En tiempos de toque de queda, ahí se quedaban “de toque a toque”. A pesar de la fuerte represión y la necesidad de ocultarse, Jaime asegura que lo pasaban bien. Su juventud se divide en dos períodos. El primero, durante la década de los ’60 y principios de los ’70, con el movimiento hippie. Por entonces, Jaime era libre de expresarse como quisiera. Usaba zapatos con plataforma, pantalones acampanados, uñas pintadas y joyas. Salía y compartía con sus amigos en bares y plazas, mezclados con familias y parejas heterosexuales. Dice que nunca fue discriminado.
El segundo periodo está marcado por el comienzo de la Dictadura. Jaime recuerda entre risas el momento en que vio por la televisión el bombardeo a La Moneda. “Lo primero que hice fue botar unos zapatos marca Cardinale con diez centímetros de plataforma. En la época eran furor, pero yo sabía que con la llegada de los milicos a la calle tendríamos que ser más recatados, escondernos, privarnos de nuestra libertad de expresión”.
Sin embargo, Jaime asegura que la violencia y la opresión de la época no fue motivo para dejar de pasarla bien. Recuerda con nostalgia las fiestas de ese tiempo, cuando bailaban al ritmo del pop y la psicodelia en clubes nocturnos homosexuales, donde incluso recibían la visita de militares que hacían una pausa en sus rondas durante el toque de queda y llegaban buscando relaciones sexuales, o bien de connotados personajes de la televisión y la política que llevaban una segunda vida en secreto.
Jaime Lorca explica que fue a inicio de los años 80 cuando se instaló la homofobia. “Entonces la gente ya no quiso juntarse con nosotros porque éramos pervertidos, y también por ser un peligro para las familias heteroparentales”. La llegada del VIH y el sida a Chile, en esos años, empeoró la situación. La prensa de la época denominó al VIH como la “peste rosa” o el “cáncer gay” para informar, en 1984, de la primera muerte por esta causa en Chile: se trataba de un profesor homosexual de Maipú, Edmundo Rodríguez. “Muere paciente del cáncer gay chileno”, anunció La Tercera el 23 de agosto de 1984, mientras que el mismo día Las Últimas Noticias destacó que “murió paciente de la enfermedad rara”.
La falta de información y estigmatización hizo que la población, en general, tuviera una concepción equivocada de las relaciones homosexuales y su relación con el virus, lo cual llevó a un mayor grado de discriminación y aislamiento.
Jaime Lorca se refiere a su generación como “la juventud de las alitas cortadas”. Ello, porque “estábamos en pleno vuelo y nos cortaron las alitas, y nos fuimos para adentro. Si yo no estuviera aquí, estaría solo en mi casa. La gente de más de 50 años se va quedando sola rápidamente. Si no están en pareja, si la familia no los aceptó cuando jóvenes, menos los van a aceptar de viejos”, se lamenta.
A pesar de las diferencias entre José y Jaime en la manera que expresan y viven su sexualidad, hay un factor en común: la soledad de las personas homosexuales de la tercera edad, marcadas por procesos históricos y sociales de represión y discriminación que no les permitieron llevar una vida plena.
Javiera León
Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.
Ariel Prado
Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.
Matías Rojas
Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.