Cada año se usan, aproximadamente, 70 millones de barriles de petróleo para el proceso de confección de ropa en el mundo. La fibra tarda 200 años en descomponerse. El agua que se ocupa para producir solo una prenda es la misma cantidad que bebe un ser humano entre 10 y 20 años. Al año, en el planeta se producen 62 millones de toneladas de ropa debido al fast fashion, la moda del comprar, lucir y botar. El 85 % de estas prendas terminan en vertederos y basurales produciendo más contaminación del aire y el suelo. En Chile, el fenómeno no es una excepción.

 

Mientras lees este reportaje, seguramente estás contribuyendo a la segunda industria más contaminante para el medioambiente. Llevas puesto el problema y no te has dado cuenta. 

La industria de la moda lidera los índices de contaminación ambiental a nivel global, después de la industria petrolera. La ropa que compras y usas todos los días equivale al 5 % del comercio mundial de productos de manufactura. Es la cuarta industria más representativa, alcanzando más de 655 billones de dólares en exportaciones por año. El impacto de la industria textil es tan alto que produce grandes niveles de contaminación medioambiental en todo su proceso de creación productiva. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), provoca el 10 % de las emisiones de carbono en el mundo y el 20 % de las aguas residuales. Es decir, las emisiones más altas que todos los vuelos internacionales y los barcos de carga combinados en un año. 

Al año se producen 62 millones de toneladas de prendas de ropa en el planeta y se estima que nuestro consumo se ha elevado a un 400 % más que hace dos décadas. A nivel mundial, según Forbes, compramos aproximadamente 100 billones de prendas nuevas. Todo esto debido a nuestra cultura de comprar lo que no necesitamos. 

Este sistema de producción masiva nació en los años setenta, tras un desencadenamiento de economías neoliberales alrededor del mundo. Las grandes empresas textiles y de moda adoptaron un modelo que buscaba la creación de prendas rápidas a bajo costo, sin preocuparse de la calidad y el lapso de vida útil del producto. 

La pionera en implementar el modelo de Fast Fashion o de “moda rápida” fue la tienda de la empresa Inditex, “Zara”. Luego se unieron otras como H&M y Forever 21. El funcionamiento de este modelo significaba vender colecciones con diseños innovadores a low cost, pero de manera proliferada. Las colecciones de ropa serían desechable para fomentar el consumismo excesivo. Este modelo aún está vigente en las tiendas. Los productos llegan cada semana para dar la ilusión de una obsolescencia percibida: la ropa que ya no se encuentra en la tienda pasó de moda, creando la sensación de ansiedad por conseguir algo nuevo. 

El acelerado proceso de producción ha empeñado a las industrias a producir ropa de forma desmedida, creando más prendas de las que las personas pueden llegar a comprar. La problemática de este ciclo es que la ropa llegará a la basura aún cuando esta sea comprada, ya que el proceso no es visibilizado y no existe una transparencia por parte de las fábricas involucradas. 

Chile no quedó exento de esta realidad. De a poco se implantaron con gran éxito algunas empresas internacionales de retail que practican este modelo de producción. Debido a este boom, las empresas ya existentes en el país tuvieron que adoptar este acelerado sistema para poder competir a la altura. Las personas pasaron de comprar prendas por temporada (otoño-invierno, primavera-verano) a comprar semanalmente los recambios de las tiendas (se llegó a contabilizar que existen más de 52 colecciones al año). 

En la actualidad, nos hemos transformado en este tipo de consumidores: accedemos a modelos de alta costura con precios alcanzables y con estándares de moda a escala internacional, pero lo que no sabemos, es que en cada compra estamos siendo cómplices de la contaminación del planeta. Pablo Galaz, director de Fashion Revolution Chile, lo explica así: “Hemos sido criados para relacionarnos con los precios. Solo nos interesa saber cómo me queda el producto y cuánto me cuesta, no el proceso por el que pasó para llegar a mi”. 

Huellas textiles

Una prenda contamina en todo su proceso de creación. Desde la extracción de la materia prima, durante el proceso de producción y cuando termina su ciclo de vida en basurales y vertederos. La ropa está compuesta por una mezcla de material sintético y fibras naturales. Los porcentajes varían según la calidad que el productor desea darle a la prenda. La fibra sintética más usada para fabricar ropa es el poliéster. De acuerdo a un informe de la BBC se utilizan 70 millones de barriles de petróleo cada año para el proceso de confección, y posteriormente la fibra tarda 200 años en descomponerse. 

En cuanto a las fibras naturales, hay quienes creen que si el porcentaje en la prenda es mayor que el material sintético, contamina menos porque se demora menos en descomponerse. Pero materias primas como el algodón, contaminan de otras formas: su producción utiliza el 24 % de todos los insecticidas en el mundo y el 11 % de todos los pesticidas, dañando el suelo y el agua. Pero su huella hídrica, un indicador mundial que detalla cuánta agua dulce se utilizó en un proceso, es aún mayor.

La producción anual del algodón emplea 222 mil millones de metros cúbicos de agua, representando el 3,5 % del consumo mundial de agua para la producción agrícola. Todas las prendas que se confeccionan tienen una huella hídrica detrás. El agua que se ocupa para producir solo una prenda, es la misma cantidad que bebe un ser humano entre 10 y 20 años.

Además de consumir una gran cantidad de agua en la creación de prendas, también se desperdicia y se contamina al momento de lavarlas, ya que el material sintético expulsa micro partículas de plástico al contacto con el agua. Según un estudio de la Universidad de Plymouth (Reino Unido), se descubrió que la ropa de poliéster y acrílico arroja miles de fibras plásticas tóxicas con cada lavada, enviando otra fuente de contaminación plástica por el desagüe y, finalmente, hacia el océano. Es decir, que al lavar seis kilos de tela se liberan 140 mil fibras de mezcla de poliéster y algodón. Esto posiciona a la industria de la moda como la encargada de producir el 34,8 % del micro plástico presente en el mar. 

El sistema de producción acelerada se preocupa de que las materias primas sean útiles, pero no si estas perjudican al medioambiente o incluso a la salud de quienes usan los productos cotidianamente. En un estudio realizado en 2013, la organización no gubernamental Greenpeace confirmó que la ropa “fast fashion” presentaba altos niveles de nonilfenoles, un compuesto orgánico que puede alterar la producción de hormonas corporales, disminuyéndolas o bloqueándolas y en algunos casos acelerándolas. Debido a que las consecuencias alteran el sistema endocrino, las más expuestas a ser perjudicadas nocivamente serían las mujeres embarazadas. Es más, la legislación europea prohibió su uso por la misma razón; sin embargo, en Estados Unidos aún es usado. 

En casos más extremos, los químicos para lavar las prendas a escala industrial pueden producir problemas a la piel, como alergias al contacto con el sudor, en los tatuajes y en el peor de los casos pueden portar agentes cancerígenos. Otras sustancias que perjudican la salud de las personas que consumen moda rápida, son los tintes textiles. El porcentaje de toxicidad se puede medir por el color y el nivel de plomo que trae la prenda. Otros elementos químicos usados son el mercurio y el estaño. En este contexto, la diseñadora de materiales e investigadora zimbabuense Natsai Chieza, creó los tintes bacteriales, una alternativa no contaminante ni dañina para la salud, donde el color del tinte lo proporciona una bacteria común llamada Streptomyces coelicolor.

Alejandra Cuevas, creadora de la iniciativa “Closet Sustentable”, en un artículo para la Revista Paula, dijo que “a principios de 2017 se presentó la primera colección de textiles impresos con serigrafía tradicional, usando estos tintes bacterianos. El próximo desafío es llevar este proceso a escala industrial”. Una alternativa para poder terminar con un pequeño porcentaje de todo lo que contamina la industria textil en el mundo. 

Moda desechable

En Chile, las tiendas de retail de fast fashion presentan colecciones cada dos semanas. Esta ropa tiene un tiempo límite dentro de la tienda. En el caso de la marca H&M, Claudio Quintanilla, ex trabajador de la tienda, explica que la ropa se va cambiando cada 14 días y cuando estas no se venden pasan a liquidación. Luego, si no tuvo éxito dentro de una sucursal las van rotando por diferentes tiendas dentro de Santiago. El tiempo límite para que una prenda esté vigente es de 6 semanas. Si de todas formas no se vende, se manda de vuelta al centro de distribución. Lo cuestionable no es el proceso de tránsito de la ropa, sino que la llegada desmedida de nuevas colecciones en cortos periodos de tiempo. Se está creando un ciclo de producción constante, donde se fabrica ropa que finalmente no se llega a comprar, puesto que la cantidad de prendas es mucho más grande que la cantidad de consumidores. Esto hace que algunas tiendas tengan que desechar la ropa que no venden para dar lugar a las nuevas colecciones. La ropa pasa muy rápido desde un maniquí a la basura. 

No solo las tiendas botan la ropa que no les sirve, los consumidores también lo hacen porque la ropa está siendo cada vez de peor calidad y está adquiriendo la característica de ser desechable. 

La ropa americana, o de segunda mano, surgió como una alternativa para hacer frente a este problema porque alarga el ciclo de vida de la prenda. Pero Pablo Galaz, cree todo lo contrario, dice que “esta ropa no es la solución más indicada, ni la más ecológica, ya que como existe una sobreproducción de ropa lo único que hacemos es hacerla circular. No se evita que se siga produciendo”. Sobre este tema, Alejandra Cuevas dice que el consumo de ropa de segunda mano es una buena opción al momento de comprar, “pero de ninguna forma es una alternativa para terminar con el fast fashion. De hecho, la cantidad de ropa de segunda mano que se produce es tan grande, que no es posible venderla toda y se sigue generando basura”. 

Por esta razón, el director de Fashion Revolution en Chile, apunta a que el problema es aún mayor, porque los importadores compran ropa americana en fardos pero no la venden toda, seleccionan solo la que está en mejor calidad para ser nuevamente vendida. 

 

Desierto vestido

La ropa que sobra de los fardos, ya sea porque está rota o manchada, aparece esparcida por el desierto, ya que esta entra al país por la región de Tarapacá y es el sector más cercano para deshacerse de ella. Sobre este tema, Carola Moya, la directora de ADC Circular y Santiago Slow, confirma que “hay altísimos niveles de contaminación textil en el desierto de Atacama, cerca de la comuna de Alto Hospicio, ya que de las casi 29 mil toneladas de ropa usada que importa la Zofri, un 40 % termina en vertederos ilegales en pleno desierto”. 

Los mini basurales clandestinos que se forman con estos desechos afectan la salud de las personas porque se ubican en su gran mayoría cerca de las poblaciones. Se estima que, en general, el 80 % de la ropa americana que entra al país termina en estos lugares, contaminando el suelo y el aire cuando la ropa es quemada. Franklin Zepeda, ingeniero y creador de Ecofibra Alto Hospicio, se impactó en 2016 al conocer la gran cantidad islas de ropa que estaban en el desierto y decidió crear una iniciativa para enfrentar el problema. “En estos lugares existe una contaminación altísima de CO2 cuando queman la ropa, pero por otro lado, el SAG les aplica un desinfectante que al estar al contacto con el suelo, contamina las napas subterráneas. Aquí hay una contaminación hacia arriba y hacia abajo, además de una contaminación visual porque hay ropa por todos lados”, dice Zepeda, quien creó Ecofibra como una alternativa para poder combatir con los vertederos ilegales de ropa que se encuentran en Zona Franca.

Franklin Zepeda cuenta que en 2018 se importaron en total 59 mil toneladas de ropa usada al país, puesto que Chile es el lugar de destino de los fardos internacionales, que luego se importan a otros países de Latinoamérica. Pero más de la mitad de esa cantidad terminó botada en el desierto debido a la selección de fardos para vender en el país y para importar. “Nosotros estamos dispuestos recibir todo tipo de residuos textiles, de empresas y de personas. La idea es que tengan un lugar para poder dejarlos y para que no terminen igual que toda la ropa”, dice Zepeda. Pero critica que “actualmente como ningún relleno sanitario recibe materiales textiles (y no hay más lugares permitidos donde depositar desechos), las personas se deshacen de la ropa en cualquier lado”. 

La ropa que está en los vertederos se mezcla con fluidos de otros residuos tóxicos, por lo que se hace imposible poder rescatarla para el reciclaje. Entonces, aunque hayan alternativas como Ecofibra, estos vertederos ilegales no dejarán de existir, ya que hay quienes evaden las inspecciones municipales y dejan la ropa por las noches, sabiendo que los inspectores no pueden estar 24 horas a la salida de Alto Hospicio. Por lo tanto la fiscalización no da abasto. 

 

Reciclar la ropa

La ley 20.982 de Responsabilidad Extendida del Productor e Importador y del Fomento al Reciclaje (o ley REP), es un instrumento económico de gestión de residuos que obliga a los fabricantes de ciertos productos a organizar y financiar la gestión de los residuos derivados de sus productos. Se especifica como prioritario el reciclaje de aceites lubricantes, aparatos eléctricos y electrónicos, baterías, pilas, envases y embalajes neumáticos, pero no de materiales textiles. En su artículo N°1 nos presenta que la ley tiene por objeto disminuir la generación de residuos y fomentar su reutilización, reciclaje y otro tipo de valorización, con el fin de proteger la salud de las personas y el medio ambiente. La idea de la ley es “el que contamina paga”. 

Pero la ropa no está tipificada en esta ley, aunque cumple con las características suficientes de contaminación en todos sus ejes. Por lo tanto, no se puede aplicar la fiscalización de un residuo que no está considerado. Pablo Galaz, explica que “en este sentido el Estado ha sido muy ambiguo y en esa ambigüedad uno se da cuenta que no les importa”. En la Guía de Educación Ambiental y Residuos de 2018, explican lo que es considerado residuo en Chile, cómo se pueden categorizar y cuál es el proceso por el que pasan para ser reciclados. Entre los tipos de residuos nombrados son el papel y cartón, vidrio, metales y material orgánico. El material textil no está contabilizado dentro de los residuos, tampoco en la categoría “otro” especifican si estos caben dentro. 

La Transparencia y la Trazabilidad inspiraron el artículo N° 2 de la ley antes mencionada, donde se explica que la gestión de residuos por parte del productor o importador debe ser transparente, de manera que la comunidad pueda acceder a la información relevante sobre la materia. Además de explicar y ser claro con las cantidades, la ubicación y la trayectoria de sus residuos a lo largo de toda la cadena de manejo. Dar a conocer cada una de las etapas por las que pasan sus productos. 

“La trazabilidad significa cómo vienen las prendas y cada uno de los artículos que componen una prenda. El cierre viene de un lado, los botones de otro lado, la tela otro lado, el tinte otro lado y después se manda todo junto a al lugar de ensamblaje. Todo lo que recorren las piezas genera una ‘huella de carbono’ altísima (debido al transporte)”, dice Carola Moya. 

Las empresas de retail importan ropa de otros países, por lo tanto deberían regirse por la Ley REP. Además, estas empresas están unidas al compromiso de Chile con Global Reporting Initiative (GRI), que los insta a realizar un Reporte de Sostenibilidad que verifica su desempeño en tres ejes: económico-financiero, social y medioambiental. Según el informe “Direccionando la sostenibilidad desde el directorio: el caso latinoamericano”, publicado por Global Reporting, la motivación principal de las empresas es demostrar su estrategia corporativa para posicionarse sobre las otras y en segundo plano, tocar temas sobre el medio ambiente. 

En Chile las empresas de retail usan esta estrategia. Hacen sus reportes, pero no todas las empresas tocan los tres ejes de la sostenibilidad; son muy pocas las que tratan con profundidad el eje del medio ambiente. Para Pablo Galaz, lo primordial es apuntar a la transparencia: “Las empresas chilenas no tienen la responsabilidad de mostrar en qué condiciones producen, transformándose en tierra fértil para condiciones más complejas de trabajo y contaminación”. Por lo tanto, si la contaminación textil no está visibilizada ni por la ley ni por las mismas empresas que la producen, se crea “un gran problema, porque si no se sabe lo que está pasando, difícilmente se pueden generar políticas para que eso cambie”, crítica Galaz. 

 

La contracultura medioambiental 

Generacionalmente, nos dimos cuenta que nosotros tenemos el poder de cambio”, dice Allison Paz, quien con 16 años tiene su propia línea de ropa alterada por ella misma. Las nuevas generaciones cada vez han tenido mayor acceso a la información gracias a la instantaneidad del internet y las redes sociales, por lo que se ha convertido en una herramienta útil para la proliferación de movimientos sociales que nacen en alguna parte del mundo y luego se masifican. Además del creciente interés de las personas por descubrir acerca de lo que está pasando en sus alrededores. 

Esto aparece como una amenaza para los empresarios y las tiendas de retail, ya que es difícil esconder información cuando la persona tiene el acceso para investigar y buscar. El movimiento por la crisis climática ha tenido como protagonistas a gente joven, que exige a las autoridades tomar acción frente a las consecuencias notorias del medio ambiente. Este grupo masivo ha tomado visibilidad a través de los medios de comunicación, generando cambios en la legislación actual en temas medioambientales y también ha modificado conductas de los mismos consumidores.

Según la encuesta Cadem de fines de este mes, el 84% de los chilenos cree que cuidar el medio ambiente en urgente, sin embargo, la contaminación textil no está entre las prioridades de las demandas hacia las empresas contaminantes. Por esta razón, sería contradictorio luchar en favor del medio ambiente y seguir comprando ropa de forma excesiva. La encuesta también refleja que el 14% de las personas cree que la crisis climática es un problema para el futuro y el 2% no cree que sea un problema serio, lo cual sería aún peor. A pesar de esto, hay una creciente concientización dentro de grupos que toman otros pilares de contaminación que no son comunes. El slow fashion es uno de ellos. Este movimiento busca reducir las grandes cantidades de producción de ropa, con el objetivo de tener prendas con una larga duración de vida y así, abandonar la idea de comprar sin necesidad. 

Las personas partícipes quieren informar sobre los peligros del Fast Fashion y poder crear un consumo más ético de ropa. Fashion Revolution es una de las organizaciones que lidera la concientización en esta materia a nivel mundial. Este movimiento internacional, del que Chile también es parte, busca que la industria de la moda valore a la gente y al medio ambiente. Además, de llamar a actuar en temas de la materia en programas de voluntariado. 

“Lo que nosotros proponemos es que tiene que haber una revisión de lo que nosotros entendemos por moda. Por eso tenemos un manifiesto de diez puntos que llaman a sumarse a una visión de una moda más transparente, limpia segura y justa”, dice Pablo Galaz. Aparte de Fashion Revolution, en Chile no hay otras organizaciones formales que luchen por un consumo ético de ropa. La mayoría de los abanderados por esta causa son personas naturales, que usan las redes sociales a su alcance para masificar la información que tienen. Un ejemplo de esto, pero de forma independiente, es Clóset Sustentable.

Su creadora Alejandra Cuevas usa redes sociales, como Instagram, para compartir contenido acerca de la contaminación textil que produce la industria de la moda. Con respecto a esto, Cuevas dice: “Siento que hoy existe más conciencia acerca del problema de la industria textil o el fast fashion, pero falta mucha más educación a nivel de consumidor para que el sistema cambie realmente. No es solo saber lo que pasa, es importante entender que podemos hacer como consumidores y que podemos exigirle al sistema para que existan cambios reales”. 

Juliana Mieres, creadora del proyecto My Way, también le da énfasis al poder de la información en este caso: “De a poco la población va tomando consciencia, pero la falta de hábitos y carencia de información de cuidados ambientales es lo que falta para que la consciencia se transforme en acción”. 

My Way es una tienda de bolsos ecológicos hechos con residuos de telas nobles traídas de Bangladesh, la ciudad con el mayor impacto social y medioambiental de la industria textil. Mieres usa el modelo upcycling para la confección de sus productos. La idea de este modelo es transformar los residuos en objetos de valor, de forma creativa y diferente al uso que tenía el objeto inicial. En el caso de My Way el fondo del bolso está compuesto por el material de un repuesto de auto que se mezcla con telas nobles. El material es tan resistente que mejora la calidad de producto alargando su vida útil. 

Otra forma de alargar el ciclo de vida de la ropa es intervenir la que ya no se usa, que está rota o manchada, para crear una prenda nueva. Allison Paz, diseñadora amateur de 16 años, adoptó esta idea para crear su tienda de ropa en Instagram, Pazkale. Desde su posición de estudiante, ha fomentado la conciencia entre sus pares: “Partí con esto porque sentía que todo el arte y las ideas que yo planteaba quería mostrarlas al mundo y al mismo tiempo aportar con mi granito de arena debido al enorme problema que estamos enfrentando hoy. También como postura de revolución a querer generar un cambio en la mentalidad de las empresas de moda y en nosotros consumidores de ella”. 

Esto da cuenta de un interés por formar conciencia en los escenarios estudiantiles. Desde un panorama universitario, Bastián Díaz, estudiante de Biología en la Universidad Católica, participa en la Vocalía de Sustentabilidad de la universidad, donde hacen charlas y ferias con temática medioambiental y sustentable. “Yo creo que el movimiento ha tomado bastante fuerza, sobre todo cuando se habla de un consumo ético. La gente está comprando más ropa de segunda mano en los eventos de streetstyle, también trabaja con su ropa, la arregla”, dice Bastian, quien también es voluntario hace cinco años en Fashion Revolution. “La idea es crear instancias donde las personas se informen. Las charlas de la vocalía tienen harta convocatoria, van desde estudiantes a trabajadores subcontratados”. 

Los showrooms o eventos de streetstyle se han instalado como una alternativa factible para reunir productores independientes. Estos buscan vender ropa usada, alterada o de creación propia pero, de una calidad mejor a precios accesibles y con conciencia ecofriendly. Green Carpet es una productora que se encarga de organizar este tipo de eventos, ellos organizan “Traperas”, una feria masiva de reciclaje de ropa donde se se motiva a controlar el consumo desmedido y renovar los flujos energéticos. Viviana Acuña, directora de Green Carpet apunta que son alrededor de 3 mil los asistentes a cada feria. Por temporada hace un gran evento llamado “Traperas Fashion Week” que se transforma en la feria y desfile de reciclaje textil más grande de Chile. 

 

“Traperas Fashion Week” se transformó en la feria y desfile de reciclaje textil más grande de Chile. 
“Traperas Fashion Week” se transformó en la feria y desfile de reciclaje textil más grande de Chile.

Según el estudio Pulse of the Fashion Industry de 2017, si este modelo de producción no se rediseña, en 2030 el volumen de ropa producida subirá un 50 %. Y por la cantidad de consumo innecesario, se estima que el volumen de desechos generados subirá un 63 %; esto es 102 billones de toneladas de ropa por año, lo que representa una montaña de 500 billones de poleras. Las emisiones de CO2 se incrementarían en un 60%, donde las industrias textiles llegarían a liberan cerca de 2,8 billones por año, lo que equivale a la emanaciones de la conducción de 230 millones de autos por un año, suponiendo patrones de conducción promedio. 

Ante la presión de las cifras anteriores, Alejandra Cuevas asegura estar absolutamente convencida de que es el desarrollo tecnológico y científico va a entregar las herramientas necesarias para disminuir el impacto ambiental de esta industria. Pero cree, en paralelo, que se hace absolutamente necesario un cambio del modelo actual de fast fashion  y también un cambio en la forma en cómo consumimos y desechamos, no solo ropa, sino todo hoy en día. “Sin ese cambio de raíz, no es posible una transformación radical y urgente“, cierra Cuevas. 

 

Valentina Freire González

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile

Francisca Torres Lefiu

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile